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nes de los monumentos oficiales; las cartas de Alciphon, aun siendo ingeniosas restauraciones de correspondencias perdidas, dan idea más exacta y viva de la sociedad ateniense, de sus pasiones, sus afectos y sus costumbres, que las tragedias y poemas del tiempo; y la correspondencia griega de Filelfo, recientemente publicada en Francia, presta nueva luz à los últimos días del imperio de Bizancio, y al culpable abandono por la Europa, de la defensa de Constantinopla contra los

turcos.

Muy de veras agradezco la benévola alusión que á ese propósito hace el Sr. Liniers en su discurso, à la correspondencia de Sor Maria de Agreda y Felipe IV, publicada por afición mía y diligencia y labor ajena, pues, en efecto, hay en ella demostraciones acabadas contra no pocos errores acreditados y corrientes, ó al menos muy extendidos entre propios y extraños escritores, confirmándose una vez más la observación de que la publicación de la correspondencia secreta de un personaje histórico, cambia y altera su fisonomía y su situación en la historia de su tiempo: lo engrandece unas veces, lo amengua otras, rara vez lo deja en el puesto y consideración que tenía antes de ser ella conocida y pública; prueba palpable de que la opinión de los contemporáneos, el juicio formado sobre los actos públicos influidos siempre por circunstancias de fortuna ò desgracia, que tuercen y deforman los intentos más arraigados y las resoluciones que creemos más firmes, son por lo común equivocados é injustos; y demostración también de que el hombre no puede ser conocido ni bien juzgado por lo que hace, sino por lo que intenta y quiere, y de esto es de lo que no dan noticia los sucesos, y lo que revela á las claras, su vida intima y su correspondencia secreta y personal discretamente juzgada.

No es este juicio de los hombres por sus cartas, siempre tan llano que, de corrido, hayan de apreciarse como virtudes y aciertos los que ellos más pregonen ó alardeen, aun en aquella intimidad que no imaginen haya de ser rota y registrada por la historia, pues á menudo es el hombre poco sincero cuando

se entrega á discurrir sobre sus propios sentimientos, recreándose en retratarse á sus ojos con excesiva mejora del original; pero así como en las declaraciones de un juicio, se forma la convicción por aquellos detalles y descuidos que escapan al más astuto criminal cuando altera la verdad de los hechos ó finge historias imaginarias, entre las líneas de una correspondencia abundante, se hallan con seguridad las comprobaciones completas de los sentimientos verdaderos, de las cualidades ó de las deficiencias positivas de un personaje, aunque la haya sostenido con el propòsito de que la posteridad la recoja para tomarla por su autobiografia.

Los génios, y aun los grandes talentos, crean en su derredor grandes prestigios, en los que hay mucho de ilusiones y prejuicios que han dominado y dominarán eternamente á los hombres, que no son guiados casi nunca por la verdad, sino por los resplandores que la agrandan, y para apreciar la exacta dimensión de esas luminarias, una vez pasada su influencia histórica, no hay documento más certero que sus cartas.

Si á su valor como medios de información y estudio, se une su belleza literaria, su estilo apropiado, que recrea y deleita y á la par instruye, lógrase por ella el omne tulit, punctum, qui miscuit utile dulci, tan recomendado por el poeta latino, y ello pone de manifiesto cuán oportuno es el tema elegido por el Sr. Liniers, y el estudio á que él convida, de los epistolarios españoles.

Y ya que ha citado la correspondencia de Sor María de Agreda y Felipe IV, séame lícito recordar, por mi parte, y tributar desde este sitio el aplauso que se merecen las publicaciones que, de las correspondencias de sus antepasados, han llevado á término recientemente, con singular diligencia y esmero exquisito la Duquesa de Alba en dos preciosos volúmenes, la Duquesa de Villahermosa, y el Marqués de Ayerbe en la interesante publicación de las Cartas inéditas de D. Guillén de San Clemente, Embajador en Alemanía de los Reyes don Felipe II y III, relativas à la intervención de España en los sucesos de Polonia y Hungría de 1581 á 1608. No sería de nin

guna suerte oportuno, ni aun excusable, dar aquí noticias del valor histórico de esas correspondencias, pero trozos hay en ellas que enriquecerán en el porvenir el epistolario más escogido, como el admirable retrato que del Pontifice Pio V traza D. Juan de Zúñiga en cartas á la Magestad de Felipe II, que figura autógrafo en el archivo de Alba, y que es digno de la pluma de Hernando del Pulgar ó de Guevara, y todos contribuirán á la honrosa empresa que en el orden de la cultura literaria debiera ocupar con preferencia á los ingenios españoles, y á la que todos pueden prestar útil concurso: la de rehacer nuestra historia nacional, una de las más castigadas sin duda por la preocupación de la leyenda, y los prejuicios sobre los hombres, las instituciones y las costumbres, transmitidos de unas á otras edades, por falta de documentación, de estudio de originales, y de crítica.

FRANCISCO SILVELA.

LA LENGUA,
LA ACADEMIA Y LOS ACADÉMICOS

I

Es axiomática la relación que existe entre el lugar que ocupa una nación en los pueblos civilizados y la lengua que en ella se habla. El estado de perfección y riqueza de ésta dá á conocer la cultura de aquella.

Signo evidente de progreso, á la vez que los adelantos industriales y científicos, son los adelantos en el idioma pátrio, como lo son todas las manifestaciones que señalan la labor intelectual de un pueblo; que no es posible haya cultura, civilidad, carácter nacional, estado político perfecto, sin lengua copiosa, característica y gallarda; ni la ciencia, el arte y la industria se desenvuelven y perfeccionan ordinariamente donde el habla carece de recursos propios para expresar sus conquistas; ni la literatura, en fin, que quizá es lo que manifiesta más que todo con su superioridad el apoyo de un pueblo, puede tender sus doradas alas allí donde el gènio lucha con la pobreza del sublime medio de comunicación que el hombre posee.

Todo progresa á la par: la civilización es armónica; y puede asegurarse, repetimos, aunque parezca paradoja, que las naciones que marchan á la cabeza del mundo civilizado, han

ganado la hegemonia, tanto por su floreciente industria como por sus descubrimientos científicos, por su adelantada cultura social, y por la perfección de su lengua y por ende de su literatura. No sucede por lo general que haya deslumbrador progreso en unas cosas y marcado atraso en otras. El período de mayor gloria literaria coincide casi siempre con el de la grandeza de un pueblo ó por lo menos indica que se ha llegado ya á la meta, siendo como el corolario de todos los demás adelantos.

Por otra parte, á nadie se esconde la alta importancia que tiene la conservación de la unidad de una lengua, (1) importancia que sube de punto cuando, como sucede únicamente con la castellana, la hablan diecisiete naciones independientes que cuentan sesenta millones de habitantes esparcidos en lo mejor de Europa, Africa, América y Occeanía, constituyendo vasta federación literaria; federación que trae por su misma virtud, y aunque nada se haga para ello, la creación de otro género de relaciones, que por igual aprovechan la política, la industria y el comercio.

Tan grande es la importancia de la unidad del lenguaje, que naciones hay en nuestros dias que fundan en la identidad de él la razón de adquisiciones territoriales; es decir que se la considera con fuerza bastante para la determinación de nacionalidades. Aunque por nuestra parte no creamos tan grande su poder, (2) el hecho de sustentarse tal criterio prueba cuánta

(1) "La desaparición del lenguaje peculiar de cada nación, sería consecuencia precisa de la desaparición de las nacionalidades; porque la decadencia y la corrupción de éstas entraña forzosamente la decadencia y la corrupción de aquél. Unidos los idiomas intimamente à la sociedad política, crecen, invaden, mueren, á medida que ésta crece invaden y muere. Procurar, por lo tanto, que cada idioma conserve su carácter distintivo y su fisonomía especial, y que se difunda por extranjeras naciones, es procurar tener un instrumento de dominación é indirectamente trabajar por la grandeza de la patria.,, (Progresos y vicisitudes del idioma castellano en nuestros cuerpos legales.... por don León Galindo de Vera. Madrid, 1865, pág. 272). (2) Tratando de la identidad de lengua, como uno de los criterios para la reorganización de las naciones, dice el ilustre estadista D. Francisco Pi y Margall en su bien pensado libro Las Nacionalidades (Madrid, 1877): "La identidad de lengua! ¿Podrá nunca ser ésta un principio para determinar la formación ni la reorganización de los pueblos? ¡A que contrasentido no nos conduciría! Portugal estará justamente separado de España, Cataluña, Valencia, las islas Baleares deberían constituir una nación indepen

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