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á seguir la profesión de las armas, ofreciéndose en sacrificio en los altares de la ominosa deidad llamada Guerra, mónstruo sangriento é insaciable, tan antiguo como el Mundo, y que durará mientras existan hombres dotados de ruines pasiones. Estremece el pensar qué sería de esas masas de seres inconscientes que ni tienen deseos ambiciosos que satisfacer ni odios que vengar, y que se ponen frente à frente para matarse con todas las reglas del arte á la voz de sus caudillos, si les faltara el pronto auxilio y el eficaz socorro de los que son los verdaderos salvadores de la Humanidad, y que en estos tiempos, en que la maldad y los rencores han multiplicado tanto los medios de destrucción, procuran, ya que no evitar los funestos resultados de las guerras, atenuar en lo posible los perjuicios que ocasionan.

Podemos fijar la consideración en uno solo de los muchos ejemplos que ofrece la triste historia de nuestras lamentables discordias civiles. En los frecuentes encuentros que ocurrían entre grupos, partidas ó fracciones armadas donde faltaba un práctico, ó muy lejos del punto en que le hubiere, los infelices que tenían la desgracia de ser heridos y que muy fácilmente habrían podido salvarse á merced de un pronto y oportuno auxilio, morían en el más lamentable abandono y en medio de los mayores sufrimientos.

Por fortuna de los combatientes, y á pesar de la desgracia de serlo, desde el establecimiento de los ejércitos permanentes de la época del Renacimiento, que tan grande revolución inició en Europa, marcando la senda del progreso à las ciencías, á las artes, á la industria y al comercio; desde que los nuevos adelantos y descubrimientos lo perfeccionaron todo, perfeccionando también las primitivas y tascas armas de fucgo, que aumentaron las probabilidades de peligro; desde el principio de las grandes guerras europeas, es cuando empiezan á figurar los médicos, ó más bien, los cirujanos de las tropas, conocida ya la necesidad que había de valerse de ellos, así como había que valerse de los curas, asentistas y proveedores de víveres, armas, bagajes, ropas y municiones, y otros

servicios que, aunque entonces de formas rudimentarias, han sido los fundamentos de varios ramos de la moderna Administración Militar.

Bosquejaremos, pues, aunque á grandes rasgos, por exigirlo así la brevedad á que debemos sujetarnos, la reseña histórica de los médicos militares, concluyendo con algunas reflexiones sobre la urgencia de mejorar y perfeccionar el servicio sanitario de los Ejércitos y escuadras navales, en la eventualidad de la terrible conflagración europea que todos temen y aguardan, y que tal vez sólo està pendlente de una leve causa ó de un insignificante pretexto.

Si no es posible evitar una desastrosa guerra, atenúense ol menos sus fatales resultados.

II

Organización del servicio médico en los Ejércitos.
Biografías de médicos militares.

No es tarea fàcil exponer ni gran número, ni abundancia de datos; pues los autores antiguos y modernos, hasta la mitad del presente siglo, y en particular los historiadores, han dedicado sus plumas y sus cuidados más á la biografía de los célebres políticos, diplomáticos y capitanes, que á la de los hombres de ciencia: es decir, han tratado de inmortalizar á los que combinan planes y ejecutan actos que acortan la vida ó inutilizan al individuo, y dejan en el olvido ó hablan con glacial indiferencia de los que, con el estudio y la abnegación, procuran atenuar las desgracias y estragos que causa esa eterna plaga del Mundo llamada Guerra.

Si alguna vez hallamos en las historias, memorias ó apuntes de nuestra patria consignado el nombre de algún médico, es porque se ha distinguido mucho y porque sus hechos están intimamente enlazados con sucesos muy notables y cuya narración quedaria incompleta si faltase el nombre del héroe principal. Ese olvido lamentable es causado también por la

falta de costumbre de escribir en España, hasta hace pocos años, biografías de personajes que no fuesen Santos, de los cuales hay abundancia de Vidas.

En los datos que he recogido para formar las notas biográficas que van á continuación, se encuentran los nombres de algunos médicos que prestaron sus servicios en los Ejércitos, y que no son compatriotas nuestros. Sin embargo, he creido conveniente citarlos, en primer lugar, porque la Ciencia no tiene pátria determinada, y en segundo, porque los médicos extranjeros que citaré se connaturalizaron en España, ó prestaron servicios desde la institución de los Ejércitos permanentes, en los célebres y formidables tercios españoles que por más de dos siglos guerrearon en Italia, Francia, parte de Alemania y los Paises Bajos, en que nuestro país tuvo un día respetables posesiones, continuamente disputadas, perdidas y vueltas á recuperar, hasta su abandono definitivo.

La organización de los Ejércitos permanentes fué causa de que se establecieran en ellos muchos servicios, antes desconocidos, para su sostenimiento, buen órden y socorro.

Guerreando generalmente en paises enemigos, donde todo faltaba, ya por la animosidad de los pueblos invadidos y los ódios internacionales, ya por la carestía que producen la guerra, el pillaje y la destrucción de las poblaciones, era preciso cuidar que no faltasen á los combatientes, además de las armas en buen estado, municiones, ropas y víveres; atenciones que fueron el gèrmen de la Administración Militar, tan adelantada hoy, como descuidada casi siempre y en tiempo no muy remoto.

Estos servicios no se hacían, como actualmente, por un Cuerpo destinado à aquel objeto exclusivo. Aunque bajo la inmediata inspección y con intervención de los oficiales reales nombrados para el caso, los suministros de todas clases corrian á cargo de especuladores llamados asentistas, predecesores de los contratistas modernos.

Hallándose provistos los Cuerpos de Ejército de tierra y los de los buques de guerra de todos los utensilios precisos para

sus necesidades más urgentes y del personal necesario para su regular asistencia; no faltándoles asentistas, aposentadores, capellanes, albéitares, mochileros ó mozos de servicio, y hasta picaros de cocina, antecesores de los pinches, no debían de faltar los médicos, tan indispensables en las grandes agrupaciones de indivíduos, en las que suelen ocurrir tantos accidentes desgraciados, ya naturales, ya fortuitos.

Vemos, pues, desde fines del siglo XV en los Ejércitos españoles que llevó á Italia el Gran Capitán, y en el campamento de los Reyes Católicos en el sitio de Granada, figurar los médicos militares que asistian en número proporcionado á los tercios y compañías, y que eran conocidos con el nombre genérico de físicos, nombre que han llevado hasta hace pocos años, y que, á la verdad, siempre me ha parecido impropio y extraño.

Estos médicos, aislados en un principio, dedicados cada uno al servicio particular de determinado Cuerpo, y sin ninguna relación ni dependencia entre si, llegaron más tarde á formar el Protomedicato del Ejército, antecesor del actual Cuerpo de Sanidad Militar, cuyo origen, aunque muy rudimentario y no exclusivamente facultativo, se remonta á la época de las Cruzadas.

Después de la toma de Jerusalén por Godofredo de Bouillón, el año 1099, y á fin de proteger y auxiliar á los muchisimos fieles que de todos los puntos de Europa acudían en peregrinación á la Palestina, el piadoso caballero Hugo de Martigues fundó en 1100, un año después de la conquista del Santo Sepulcro, la Orden religiosa militar de los Caballeros Hospitalarios de San Juan, cuyos individuos, que profesaban vida monástica, eran á la vez guerreros, médicos, enfermeros y aposentadores de los peregrinos, y la cual Orden, tan benemérita como humanitaria, llegó á adquirir notable incremento y celebridad en todo el Mundo. Divididos en secciones, unos acompañaban á los combatientes que proseguían la conquista del país, peleando con bravura en las filas, retirando á los heridos fuera del campo de batalla, para prestarles los más pe

rentorios auxilios, y enterrando á los difuntos; otros vigilaban desde los puntos de desembarque los caminos, tan inseguros en un país completamente enemigo, y donde sólo poseian el terreno que pisaban, á fin de proteger y librar á los peregrinos indefensos de los ataques y vejaciones de los musulmanes; y otros, finalmente, asistían en el Hospital y albergue fundado en Jerusalén bajo la advocación de San Juan, hospedando en él á los viajeros sanos y curando á los enfermos con el mayor esmero y caridad.

Perdidos y evacuados los Santos Lugares, los Caballeros de San Juan se establecieron en la isla de Rodas, desde la cual, y con sus formidables galeras, continuaron haciendo por mar obstinada guerra á los infieles. Lanzados por éstos de aquel asilo á principios del siglo XVI, se recogieron en la isla de Malta, cedida generosamente por el Emperador Carlos V, haciendo hasta los tiempos modernos continua oposición á los piratas turcos y argelinos que recorrían las costas de Levante y del Mediodía. Esta Orden aún existe hoy, aunque sólo como un histórico recuerdo.

Entre los pocos médicos que con carácter militar hallamos en la historia de la Edad Media, merece citarse LAMFRANC DE MILÁN, excelente cirujano, que prestó grandes servicios en las luchas civiles que promovieron en Italia, durante la contienda del Imperio de Alemania con la Santa Sede, sobre derechos de potestad, los Gñelfos y los Gibelinos, ó sean los partidarios del Papa y del Emperador. Sus opiniones políticas, al quedar vencido el bando á que pertenecía, fueron causa de que le desterrasen á Milán, desde donde se trasladó á Paris en 1295, en cuyo punto se estableció, dedicándose á la enseñanza, abriendo cursos de Medicina y Cirugía, que le proporcionaron bastante celebridad. Consta que escribió algunos Tratados, cuyo titulo y paradero se ignora.

ALEJANDRO BENEDETTI DE SEYNAGO. Fué natural de Lombardía, y después de practicar la Medicina en Grecia, volvió á Italia y desempeñó una cátedra de su Facultad, con

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