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creíase que los Campos Elíseos de Homero eran las riberas del Bétis. Alicientes eran estos que no podian dejar de excitar la codicia de los especuladores fenicios, los mas acreditados navegantes de su tiempo, y pronto se vió á los bageles tirios aportar á las playas meridionales de España. El litoral de la Bética se abre sin dificultad á aquellos mercaderes inofensivos, que parece no vienen á hostilizar el pais, sino á erigir un templo á Hércules, y á cambiar artefactos desconocidos por un oro cuyo precio tampoco conocen los naturales. Ellos avanzan, establecen factorías de comercio, explotan minas, trasportan las riquezas á Tiro, y dejan á los iberos algunas mercancías y las primeras semillas de una civilizacion.

Resonaba ya en Grecia la fama de las riquezas de nuestra península, y á su vez los griegos de Rodas, los de Zante y los focenses, acuden á este suelo afortunado; fundan á Rosas, Sagunto, Denia y Ampurias, y enseñan á los españoles el culto de Diana y el alfabeto de Cadmo, aprendido de los fenicios y modificado por ellos. Tampoco oponen los naturales gran resistencia á los nuevos colonizadores, porque hasta ahora solo han esperimentado los dos mas suaves sistemas de civilizacion, el del comercio y el de las letras.

Pero no tardan los fenicios en inspirar recelos á los indígenas, que apercibidos de su credulidad, y viendo de mal ojo la arrogancia de aquellos, y el ascendiente que les permite tomar su excesiva opulencia, comien

zan á dar las primeras muestras de su humor independiente y altivo, y no dejan gozar de reposo á los colonos de Cádiz, guerreándolos y ostigándolos sin piedad. Los gaditanos en su apuro acuden en demanda de auxilio á sus hermanos de Cartago, colonia tambien de Tiro é hija suya emancipada, que habiendo asesinado á su madre por heredarla, no es estraño que se propusiera matar tambien á su hermana de Cádiz fingiéndose su protectora.

El ataque de los españoles á los fenicios es la primera protesta séria de su independencia; la venida de los cartagineses, el primer anuncio de las rudas pruebas que los aguardan; y la espulsion de los fenicios por sus hermanos de Cartago, el primer ejemplo que en España se ofrece de cómo los auxiliadores invocados suelen trocarse en dominadores y enemigos. En nuestra historia veremos cuán fácilmente olvidan los hombres estos aleccionamientos.

En efecto, apenas sientan los cartagineses su planta en España, estos mercaderes y guerreros sin corazon, atacan igualmente á fenicios, á griegos y á indígenas. A beneficio de la antigüedad y superioridad de sus armas subyugan el litoral, brecha siempre abierta á la invasion; pero no penetran en el inmenso laberinto de la España central sin tener que sufrir sérios choques y obstinada resistencia de parte de un pueblo rudo, pero libre. La lucha dura siglos enteros, y Cartago conquista pero no domina

Difirióse la conquista de España mientras la república entretenia sus ejércitos en las guerras de Sicilia v de Africa. Pero el leon de Numidia, que no ha cesado de atisbar su presa de España, no esperaba sino una ocasion oportuna para lanzarse sobre ella. Preséntase esta ocasion despues de la primera guerra púnica, y Cartago, que medita resarcirse en España de sus pérdidas de Sicilia, desemboca en ella sus mayores ejércitos y sus mejores generales. El genio de la conquista se encontró con el genio de la resistencia, y á Anibal, el mayor guerrero del siglo, respondió Sagunto, la ciudad mas heróica del mundo. De las ruinas humeantes de Sagunto salió una voz que avisó á las generaciones futuras de cuánto era capaz el heroismo español. Trascurridos millares de años, el eco de otra ciudad de España, y con ella todo el pueblo, respondió á la voz de Sagunto, mostrando que al cabo de veinte siglos no habia sido olvidado su alto ejemplo.

Roma aparece á su vez en nuestro suelo. Pero no viene á socorrer á Sagunto su aliada. Se le ha pasado el tiempo en meditarlo, y es tarde. Viene á distraer á sus rivales los cartagineses, que amenazaban acabar con el poder romano en el corazon mismo de la república, y desde entonces queda señalada, y como de mútuo y tácito acuerdo elegida esta region para teatro sangriento en que las dos mas poderosas y eternamente enemigas repúblicas se han de disputar el imperio del mundo. Tratábase de decidir en esta lucha si la es4

TOMO I.

clavitud del género humano saldria del senado de Cartago ó del de Roma. Los españoles, en vez de aliarse entre sí para lanzar de su suelo á unos y á otros invasores, se hacen alternativamente auxiliares de los dos rivales contendientes, y se fabrican ellos mismos su propia esclavitud. Es el genio ibero, es la repugnancia á la unidad y la tendencia al aislamiento el que les hace forjarse sus cadenas. Hombres individualmente indomables, se harán esclavos por no unirse. Los veremos tenaces en conservar sus virtudes como sus defectos. Las mismas causas, los mismos vicios de carácter y de organizacion traerán en tiempos posteriores la ruina de España, ó la pondrán al borde de su pérdida.

Decídese despues de largas luchas en los campos españoles que el cetro del mundo pertenecerá á Roma. La cuestion no la resuelven ni la superioridad de las armas romanas sobre las cartaginesas, ni la de los talentos de Escipion sobre los de Anibal. Resuélvenla los españoles mismos, que mas simpáticos hácia los romanos, porque han tenido el artificio de presentarse mas nobles y generosos hácia ellos, se identifican mas con su causa, y les prestan mayor y mas eficaz auxilio. Roma triunfa, y los cartagineses son expulsados de España. Quedaron aqui las cenizas de Amilcar y de Asdrubal, y muchos testimonios de la fé púnica. Por lo demas, ni una institucion política, ni un pensamiento filantrópico, ni una idea humanitaria. Pasó su fu

gitiva dominacion como aquellos meteoros que destruyen sin fecundar.

Escipion victorioso, pasa á Roma á dar gracias á Júpiter Capitolino. Escipion se creyó dueño de España con la expulsion de los cartagineses, y no habia hecho sino vencer á Cartago en España. Lisonjeábase de haber añadido una provincia mas al imperio, y se equivocó en doscientos años. Ni Escipion ni el senado pudieron imaginarse entonces que habian de pasar dos siglos antes de poder llamar á España provincia de Roma.

Ciertamente si todos los romanos hubieran sido Escipiones, si todos se hubieran conducido como el generoso vencedor de Cartagena, nada mas fácil á Roma amiga que haberse convertido en Roma señora. Mas cuando los españoles se vieron tratados, no como aliados ó amigos, sino como pueblo conquistado; cuando se vieron sometidos á una série de avaros procónsules y de pretores codiciosos, esplotadores procaces de sus riquezas, con un sistema regularizado de exacciones y de rapiñas en mas ancha escala que las habian ejercido los cartagineses, entonces se apercibieron de su decepcion, resucitó el innato y fiero humor independiente de los indígenas, y dió principio la guerra de resistencia, cadena perpétua de sumisiones У de rebeliones siempre renacientes, que comenzó por los ilergetes y acabó dos siglos despues por los cántabros y astures, y que costó arroyos de sangre á los españoles y rios de sangre á los romanos.

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