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España en los mismos sitios que las dos veces le sirvieran de cuna. Pero en 1814 habia bastado á ahogarla un simple decreto del rey: en 1823, fué necesario el auxilio de los cien mil nietos de San Luis. ¡Destino poco feliz, y mision nada envidiable la de la Francia! Las armas de Napoleon habian venido á arrebatar á España su independencia; las armas de Luis XVIII. vinieron á arrancarle su libertad. Conducíanse del mismo modo con ella el poder de la revolucion y el poder de la legitimidad. Las águilas y las lises le eran igualmente funestas.

No aplaudiremos nosotros los descomedimientos é irreverencias que en la fogosidad de las pasiones se permitieron algunos para con la magestad; pero tampoco hallamos modo de justificar ó la inconsecuencia ó la doblez del monarca en los últimos episodios de este drama de tres años. El prisionero de Cádiz no desmintió al prisionero de Valencey. Su proclama de 4.o de agosto en la ciudad española rebosaba el mas encendido liberalismo, como los escritos de su pluma en la ciudad francesa le revelaban el bonapartista mas apasionado. El 30 de setiembre ofrecia á los constitucionales todas las garantías apetecibles: el 1.o de octubre se proclamó otra vez rey absoluto, y anuló de una plumada todos los actos del gobierno que espiraba y todas las promesas reales. El decreto del Puerto de Santa María anunció que Fernando VII. era el mismo hombre del decreto de Valencia, y el 4

de mayo de 1814 se reprodujo en 1. de octubre de 1823 con augurios aun mas siniestros.

Porque la reaccion se ostentó implacable y espantosa. Habia mas resentimientos que vengar, y la gente fanática se mostró tan brutalmente rabiosa en sus venganzas, que Angulema y su ejército hubieron de avergonzarse de haber sido los instrumentos de una contrarevolucion tan bárbaramente desbordada. El mismo príncipe generalísimo quiso templar aquel furor salvage dando por sí algunas garantías contra la arbitrariedad y los atropellos; pero clamaron contra tan humano pensamiento las nuevas autoridades españolas, y so pretesto de que usurpaba la soberanía del rey ahogaron la única voz de compasion y de filantropía que se atrevía á levantarse en favor de los oprimidos. El iracundo fanatismo del 23 se sublevaba hasta contra la caridad estraña. Atestáronse los calabozos de presos ilustres, y se dió abundante tarea á los verdugos. Declaróse una guerra de esterminio contra la raza liberal, como contra una raza maldita. La expiacion alcanzaba á todo lo mas espigado de la sociedad. El mas feliz era el que lograba ganar una frontera, ó entregarse á la aventura á los ma– res. Parecia que la humanidad habia retrocedido veinte siglos.

Faltó al complemento de tan negro cuadro el restablecimiento de la Inquisicion, por última vez abolida en el gobierno de los tres años. Solicitábalo con ins

tancia el partido apostólico: pedíanlo con ardiente fanatismo autoridades y corporaciones; pero merced á la Santa Alianza misma, merced principalmente á la Francia que declaró explicitamente no consentirlo, nunca el monarca se prestó á ello. Hubo no obstante dos prelados tan locamente fanáticos que tuvieron la audacia de restablecer el Santo Oficio en sus diócesis por propia autoridad. En Valencia llegó á ejecutarse un auto de fé. El gobierno no le habia autorizado, pero no lo castigó. A falta de inquisicion religiosa se discurrió una inquisicion política, y se inventó el sistema de las purificaciones, y se crearon comisiones militares, especie de inquisidores con galones y entorchados. Sometióse á purificacion hasta á las mugeres que tenian opcion á pensiones; los cómicos necesitaban purificarse para poder ejercer su profesion, y los lidiadores de toros tenian que acreditar plenamente no estar infectados de la lepra del liberalismo si habian de ser habilitados para el ejercicio público del arte. En los registros secretos de la policía se hallaba anotada una miserable muger septuagenaria, hija y esposa de labradores, que no sabia leer ni escribir, y que habia sido calificada con la nota de: «muger de mucha «< influencia por su fortuna; adicta al sistema constitu<«cional; masona, y patriota exaltada sin comparacion.»> No ha muchos años se conservaba archivado este singular proceso. Y en la Gaceta de Madrid de 30 de octubre de 1824 se publicaba la sentencia siguiente:

«Francisco de la Torre, de estado casado, de «<edad de cincuenta y cinco años, natural de Córdoba «y vecino de esta corte, de oficio zapatero, Justo <<Damian, Joaquin del Canto, María de la Soledad «Mancera, Dolores de la Torre, Ramon Fernandez, «Antonio Fernandez, Francisco Susanaga, Roque Mi«rar (prófugo), Juan de la Torre y María del Cármen «de la Torre resultando estos procesados hallarse «confesos y convictos del delito de tener en su casa «colgado á la vista el retrato del rebelde Riego, y «conservado el nefando folleto de la Constitucion: <«<vista la causa en 24 de setiembre último, ha sido «condenado el Francisco á llevar pendiente del cue<«<llo el retrato hasta la plazuela de la Cebada de esta «corte, para que presencie la quema pública del mis«mo retrato por mano del verdugo, y que ademas <«<sufra la pena de diez años de presidio con retencion: <«<que la María Soledad Mancera, su muger, en con«sideracion á su sexo y á la culpa que resulta contra «<ella en la conservacion del retrato del mismo Riego, «y á la irreligiosidad que usó con una estampa de la «Vírgen nuestra Señora, sufra asimismo la de diez «años de galera........» ¿Qué falta hacia la inquisicion religiosa donde la inquisicion política se encargaba de resucitar los autos de fé, con sus procesiones, sus quemas en estampa y sus sanbenitos?

Ocurrian por este tiempo del otro lado de los mares sucesos de alta importancia, no mas prósperos,

aunque de índole bien diferente. Nuestras colonias de América llevaban á cabo su emancipacion de la metrópoli, y España perdia un mundo entero al mismo tiempo que su libertad : esta para volver un dia á recobrarla; aquel para no volver á poseerle.

Aun no contentaba el despotismo reaccionario que siguió á la restauracion del 23 al partido llamado apostólico, que no perdonaba á Fernando el crímen de no haber restablecido la Inquisicion; desazonába– le el que hubiera intentado modificar la organizacion de los voluntarios realistas, y no pudo sufrir una sombra de amnistía que el monarca se vió obligado á dar á los liberales. Comenzó, pues, el partido ultraabsolutista á conspirar contra el rey absoluto, encubiertamente primero, y á las claras despues. A su vez los emigrados liberales, con mas patriotismo que elementos, y con mas ardor que prudencia, se lanzaban á tentativas temerarias y á arrojadas empresas para restablecer el gobierno constitucional. Prematuros planes, y como tales malogrados, que no producian otro fruto que dejar manchadas las playas y fronteras del reino con la sangre de aquellos acalorados patriotas, empeorar la suerte, ya harto desventurada, de sus amigos políticos, y hacer mas osado y frenético al partido realista exagerado.

Con mas elementos contaba este cuando promovió la insurreccion de Cataluña, que se presentó imponente, terrible y audaz, como que la dirigia el Angel

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