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el postrer asilo de la religion perseguida. Era ya Roma dueña del mundo, y solamente no lo era todavía de algunos rincones de España habitados por rudos montañeses, en cuyas humildes cabañas no habia logrado penetrar ni el genio de la conquista ni el genio de la civilizacion. Los cántabros y los astures se atrevieron todavía á desafiar ellos solos, pocos, pobres é incivilizados, el poderío inmenso de la justamente enorgullecida Roma. Parece que, la soberbia romana hubiera debido mirar con desdeñosa indiferencia la temeraria protesta de aquellas pobres gentes, como los últimos impotentes esfuerzos de un moribundo. Y sin embargo, fué menester que el mismo Augusto descendiera del solio que el mundo acababa de erigirle, para venir en persona á combatir á un puñado de montaraces. En esta desigual campaña pudo recoger un triunfo que no era posible disputarle, pero triunfo sin gloria; la gloria fué para los vencidos, que solo lo fueron ó recibiendo la muerte ó dándosela con propia mano.

Ya Augusto habia cerrado solemnemente el templo de Jano, signo de dar por pacificado el mundo, Ꭹ todavía de los riscos de Asturias, de alli donde en siglos posteriores habia de revivir el fuego de la independencia, salió el último reto de la libertad contra la opresion. Augusto pudo avergonzarse de haberse anticipado á cerrar el templo del dios de las dos caras. Otra lucha todavía mas desigual, y por lo tanto menos gloriosa para las armas romanas, acaba de decidir el triunfo

definitivo. Los cántabros y astures, oprimidos por el número de sus enemigos, ó buscan una muerte desesperada en las lanzas romanas, ó se la dan con sus propios aceros: en los valles y en los montes se reproducen las escenas de Sagunto y de Numancia: las madres degüellan á sus propios hijos para que no sobrevivan á la esclavitud, y solo asi logran las águilas romanas penetrar en las montuosas regiones de la Península.

<«<La España (ha dicho el mas importante de los historiadores romanos), la primera provincia del imperio en ser invadida, fué la última en ser subyugada.» No somos nosotros, ha sido el primer historiador romano el que ha hecho la mas cumplida apología del genio indomable de los hijos de nuestro suelo.

IV.

Reducida España á simple provincia de Roma, con dioses, lengua, leyes y costumbres romanas, cesa ó se interrumpe por siglos enteros la que podemos llamar su historia activa y propia, y comienza su histo

ria política, si bien refundida en su mayor parte en la del antiguo mundo europeo.

Tocóle á Octavio Augusto llenar una de las mas bellas misiones que pueden caber á un mortal, la de pacificar el mundo que César habia conquistado; y España bajo la paz octaviana recibe la unidad y la civilizacion á cambio de la independencia perdida. Bajo su benéfica administracion descansa España de sus largas guerras, y recibiendo un trato y unas mejoras á que no estaba acostumbrada, no es maravilla que levante templos y altares al primer señor del mundo á quien la lisonja humana habia divinizado. Cierto que serian mas hijas del cálculo que del sentimiento las virtudes que le merecieron la apoteosis, y que invocó á las musas para que cubrieran con laureles el cetro con que avasallaba al mundo. Pero los tiempos y los hombres vinieron á enseñar que le faltaba mucho á Augusto para ser el peor de los tiranos.

España vencida ganó en civilizacion lo que perdió en independencia. Recibió artes y letras, lenguage, culto y leyes tutelares; vió su suelo cubierto de obras magníficas de utilidad y de belleza, de puentes, de acueductos, de grandes vias de comunicacion abiertas por entre las barreras de sus montañas, y fué adquiriendo para sus naturales, ya derechos de ciudadanía, ya participacion en las altas dignidades del imperio. Sufrió una catástrofe, y entró en el número de los pueblos civilizados. Trascurridos siglos, volverá á per

der su unidad, y no volverá á recobrar su independencia y su integridad material sin el sacrificio de la libertad civil; hasta que con el tiempo logre amalgamar estos grandes bienes de los pueblos que asi lentamente y por estraños caminos van marchando las naciones en la larga carrera de su mejoramiento social.

En el cuadro siguiente veremos á España llorando á Augusto bajo Tiberio, y llegando á sentir á Tiberio bajo el perverso Calígula y los demas monstruos que deshonraron el trono imperial. Ella es la que liberta al mundo de la feroz tiranía de Neron, siendo despues mal correspondida por Galba. Vespasiano la dota de los derechos de ciudad latina. Tito la hace gozar de las dulzuras que derrama sobre el género humano, Trajano la enriquece de soberbios monumentos, es feliz bajo los Antoninos, agóvianla los Domicianos y los Decios, y participa de la comun suerte de las provincias del imperio, segun que en el trono imperial se sienta la virtud ó el vicio, el lujo ó la modestia, la magnificencia ó la codicia, la dulzura filosófica ó la tiranía brutal, ó el desenfreno personificado y el desencadenamiento de todos los crímenes.

Aun en los siglos en que fué España una provincia del imperio, tiene su historia propia y sus glorias especiales. Consultemos la misma historia romana, escrita por nuestros propios dominadores. «El primer cónsul estrangero que hubo en Roma (nos dice) fué un español. El primer estrangero que recibió los honores del

triunfo, español tambien. El primer emperador estrangero, español igualmente.» ¡Dichoso suelo, que tuvo el privilegio de recoger las primicias de la participacion que la señora del orbe se vió obligada á dar en las altas dignidades del imperio á otros que no fuesen

romanos!

Ni fué solo un emperador el que España suministró á Roma. Trajano el Magnífico, Adriano el Ilustre, Teodosio el Grande fueron españoles. Marco Aurelio el Filósofo, era un vástago de familia española. Diríase que España se habia propuesto abochornar á Roma, dándole emperadores virtuosos é ilustres á cambio de los pretores rapaces y de los gobernadores avaros que ella durante la conquista le habia regalado.

Con no menor generosidad le pagó su ilustracion literaria. No creeria Roma que la semilla de esta educacion habia de caer en un suelo tan agradecido, que antes de trascurrir cincuenta años le habia de volver España una literatura, y que á los Virgilios y Horacios del tiempo de Augusto habia de responderle con los Lucanos y los Sénecas del tiempo de Neron, ni menos que la literatura española habria de imprimir á la romana el sello de su gusto nativo y de trasmitirle hasta sus defectos influencia que no tuvo la dicha de ejercer otra provincia alguna del imperio.

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Debió no obstante España á su dominadora una institucion, con la cual parece haberla querido consolar de la libertad que le habia arrancado; institucion

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