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gradas del trono y por el puñal las descendieron. Estremece recorrer el catálogo de los regicidios. Corta es la nómina de los que alcanzaron por término de su carrera una muerte natural y tranquila. Y no sabemos si incluir en este número á los que acababan tristemente sus dias bajo la bóveda de un claustro, forzados á vestir el tosco sayal del monje, precedido de la ignominiosa decalvacion. Fuente de personales ambiciones la forma electiva, reproducíanse á la muerte de cada monarca, que ellas mismas solian precipitar, los bandos, las alteraciones, la agitacion, los crímenes; y la conspiracion era la que no moria nunca. A la muerte de Atanagildo, cinco años trascurrieron antes que los nobles pudieran ponerse de acuerdo para la eleccion de sucesor. Tan inconciliables eran las aspiraciones.

Cierto que á este sistema fué debida la felicísima eleccion de Wamba, en que no sabemos que admirar mas, si la unanimidad con que los electores se fijaron en el hombre virtuoso, ó la abnegacion y la virtud del elegido. ¿Pero cuántos de estos ejemplos cuenta la corona gótica? El mismo Wamba viene á ser víctima del sistema de electividad, arma terrible, que curaba alguna vez, pero que las mas heria y mataba. Wamba se duerme rey y despierta monje. Un conde pérfido que ambicionaba el trono le propina un brevage soporífero, y aprovechando la insensibilidad del sueño le corta la larga cabellera, símbolo de la magestad, y el tonsurado tiene que cambiar el manto régio por el hábito

monacal, con arreglo á la ley. El concilio duodécimo de Toledo, despues de un discurso humilde de Ervigio, reconoce al usurpador alevoso, y pronuncia anatema contra todos los que no se sometan al nuevo monarca, y aun establece un cánon contra la misma superchería que á él le habia valido la corona, prohi→ biendo imponer el hábito de penitencia á persona alguna contra su voluntad. Otro tanto habia practicado el sétimo concilio de Toledo con Chindasvinto, que habia cortado el cabello al jóven Tulga, y arrancádole el cetro. Los reyes castigaban de muerte el solo pensamiento de cometer el crímen que ellos habian perpetrado, y los concilios excomulgaban á los conspiradores contra aquellos mismos que debian el trono á una conspiracion. ¡Estraña jurisprudencia civil y canónica! Condenar y anatematizar los delitos futuros, sancionando los mismos delitos ya consumados!

La forma electiva de la monarquía hacia humillarse la corona gótica ante el poder teocrático, ante el ascendiente que tomaba el sacerdocio á la sombra del formidable derecho de eleccion, y de la mayoría que representaba siempre en los concilios, asambleas semireligiosas, semi-políticas, á que venian á subordinarse todos los poderes del estado. ¡Desgraciado el monarca que se enagenára el favor del clero, y afortunado el que contára con su influjo, siquiera le mendigára con humillacion! Sucederíale al primero lo que á Suintila cuando tentó á destruir el principio electivo; el se

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gundo podia estar seguro de su proclamacion, aunque fuese un usurpador como Sisenando. Si se quiere tener un ejemplo de lo que era la magestad del solio ante el poder de la teocracia, no hay sino representarse á Sisenando ante el cuarto concilio de Toledo, con la rodilla doblada en tierra, inclinada la frente y corriendo las lágrimas por sus ojos; y á los obispos, pagándose de la actitud suplicante del monarca, fulminar anatema contra todos los que atentáran á la vida ó á la corona del rey por ellos proclamado.

Asi la vieja espada gótica iba á ocultarse bajo los capisayos episcopales, y el antiguo instinto guerrero de la raza indo-germánica desapareció bajo la influencia sacerdotal. De algunos monarcas pudo dudarse si eran reyes ú obispos coronados. La conversion de Recaredo hizo un bien inmenso á la religion, pero decidió sin intentarlo la lucha entre la mitra y la corona. Llevando á los concilios los negocios temporales, vino á ponerse el cetro bajo la tutela del cayado. No previó aquel monarca que ni todos sus sucesores habian de tener una autoridad tan legítima é incontestable como

la

suya, ni todos los prelados habian de ser tan circunspectos como los del tercer concilio de Toledo. Pudo entonces aconsejarlo asi la política, porque ciertamente la virtud y el saber se habian refugiado en aquellos tiempos á la iglesia, sin la cual no se hubiera acaso salvado la monarquía; y los Leandros é Isidoros de Sevilla, los Ildefonsos y Julianes de Toledo, y los

Braulios de Zaragoza, eran astros que hubieran brillado bien aun en épocas mas adelantadas en civilizacion. Pero era difícil que la influencia sacerdotal no fuera convirtiendo el elemento político en fuente inagotable de inmunidades, y hasta de usurpaciones. La inmunidad habia de resentir tambien con el tiempo la pureza de la disciplina.

¿Se ha definido bien la naturaleza y carácter de aquellas asambleas que dieron tan singular fisonomía al gobierno de la nacion gótica? Algunos escritores ilustrados han visto en los concilios de Toledo unas verdaderas asambleas nacionales. Nosotros creemos que no era la iglesia la que entraba á hacer parte de la nacion, sino que la nacion era absorvida en la asamblea de la iglesia. Eranlo casi todo el clero y el rey, poco los nobles, el pueblo nada: y la fórmula omni populo assentiente podria significar acquiescencia ó beneplácito; no aprobacion deliberativa. Ellas, no obstante, encerraban el gérmen de otras asambleas mas populares que con el tiempo les habian de suceder.

Revelábase ya tambien bajo el imperio de los godos el génio naciente de la inquisicion, cuyo férreo brazo habia de pesar tan duramente sobre España. Contaba ya siglos de existencia el cristianismo; y la religion, tan pura y tan suave en los primeros tiempos, habíala ido convirtiendo el fanatismo de príncipes y clérigos en intolerante y dura. Iglesia y trono, concilios y reyes, se mostraban perseguidores inexorables de esa raza

desventurada, marcada con el sello de la venganza divina, siempre engañada, pero creyente siempre, inflexible y tenaz, propia para fatigar con su ciega inquebrantable constancia los gobiernos de los pueblos en que toman asiento. Solo un celo fanático puede esplicar la conducta de un Sisebuto, llorando la sangre de los enemigos que se veia obligado á derramar en la guerra, rescatando con su propio dinero los cautivos que hacian sus soldados, y decretando al propio tiempo el esterminio de la raza judaica. «Porque, gracias «á la ardiente fé del monarca, decian los padres del <«<sesto concilio de Toledo, que no deja vivir en su reino «un solo hombre que no sea católico, nadie podrá su– <«<bir al trono sin pronunciar el juramento de no tolerar <«<el judaismo, y el que falte á él será maldito, y «servirán de alimento al fuego eterno él y todos sus «cómplices.» Asi la desesperacion convirtió en vengadores terribles á los que el fanatismo se empeñaba en hacer víctimas. Si mas adelante vemos á los judíos de España concertarse con los sarracenos de Africa para vengar la opresion de los godos, no lo estrañemos: lo propio habian hecho antes los españoles, acogiendo á los godos por no sufrir la tiranía de los romanos. Lo hemos dicho otra vez: los pueblos rigorosamente vejados, están siempre dispuestos á cambiar de señores. Harto lo lamentaban ya los mas ilustres y sábios prelados católicos.

Es un error atribuir la caida del reino godo á los

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