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vicios y demasías de Witiza y á los escesos y debilidad de Rodrigo. Hartas causas venian preparadas de atrás para ir llevando la monarquía goda á una declinacion prematura. Y no era acaso la menor entre ellas la de no poder subir al trono el que no descendiera de la noble sangre goda: condicion que impedia unirse en los corazones godos é indígenas, vencedores y vencidos.

Tal vez no fué Witiza ni tan irreligioso, ni tan tirano, ni tan libertino como nos le pintó la historia de su tiempo, ni tan ilustre y tan gran reformador político y moral de las leyes y las costumbres como algunos sábios críticos posteriormente nos le han dibujado. Es lo cierto, que bajo este personage de cuestionada reputacion se desarrollaron con mas violencia las parcialidades, y que él bajó del trono lanzado por un partido ofendido é irritado, que aclamó y ensalzó á Rodrigo, destinado á desplomarse con la monarquía, que de años atrás venia arrastrando una existencia vacilante.

Porque los bandos intestinos capitaneados por la faccion y la familia de un monarca destronado conspiraban contra los parciales y sostenedores del monarca reinante, que habia sido conspirador á su vez; porque las costumbres andaban relajadas y sueltas, y la molicie tenia enervados los brazos que hubieran necesitado esgrimir con vigor las armas; porque los hijos del Dnieper y del Danubio habian perdido la energía y los instintos severos que los habian hecho conquistadores y vencedores; porque el trono se hallaba desprestigiado

con las humillaciones, vivas y exacervadas las rivalidades, y el descontento y la discordia despedazaban el estado; en tal situacion no era posible que el pueblo godo pudiera resistir la impetuosa invasion de otro pueblo vigoroso y fuerte. Y este pueblo y esta invasion no habian de faltar, porque nunca falta la intervencion providencial, cuando una sociedad exige ser disuelta ó regenerada. Asi el robusto imperio de Occidente, iniciado por el aventurero Alarico, comenzado en España por Ataulfo, proseguido por Wallia, convertido en estado bajo Teodoredo, redondeado en la Península por Eurico, esplendente bajo Leovigildo, hecho católico por Recaredo, completado por Suintila, conservado enérgicamente por Chindasvinto, restaurado por Wamba, degenerado y flaco bajo Egica y Witiza, vino á desmoronarse en un dia bajo el desventurado Rodrigo.

VI.

Tocó ser instrumentos de esta mision á los hijos del Profeta.

Esta vez es el Oriente el que viene á intimar al Norte que su dominacion ha concluido, como antes el

Norte habia sido llamado á derrocar el imperio del Mediodía. Es la raza semítica que aspira á reemplazar á lá raza japhética y á la raza indo-germánica. Entonces como ahora todo estaba providencialmente preparado para una gran revolucion. Entonces Roma degenerada y muelle pudo oir el confuso murmullo de aquel enjambre de bárbaros, que apostados á los confines septentrionales de su imperio, no esperaban sino la voz de «avancen,» para lanzarse sobre él. Ahora los godos pudieron oir el sordo ruido de las formidables masas de guerreros árabes que desde las playas africanas esperaban la voz de «adelante» para cruzar el piélago y arrojarse sobre España. Un rio habia tenido á los godos separados del imperio romano; un estrecho de mar tenia ahora á los árabes separados del reino godo. Detenidos por las olas, pero aguijados del deseo de plantar el estandarte del Profeta en el mundo de Occidente; el miserable estado de la monarquía gótica les brindaba ocasion oportuna; la venganza y la traicion les tendieron su mano, y guiados por ella surcaron el estrecho los hijos de la Arabia y los del Magreb en la primavera del año 11 del octavo siglo de la era cristiana. El sol del 30 de abril alumbró el desembarco de los nuevos huéspedes en Algeciras y al pié de la gran roca de Gibraltar, que todavía conservan poco variados los nombres que los invasores les pusieron, como si su primer paso quisiera anunciar ya la intrusion de su lengua en la del pais que venian á conquistar.

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No vienen estos, como los septentrionales, ganados al cristianismo. Al contrario, vienen á imponer otra religion, otro culto y otra moral. No traen por símbolo la cruz, sino la cimitarra. Su culto es el de Mahoma, su dogma el fatalismo, su moral la del deleite, su principio político y religioso el despotismo temporal y espiritual, su pensamiento acabar con toda la civilizacion que no sea la del Koran.

Pronto se encuentran cristianos y musulmanes; porque Rodrigo ha acudido á defender su reino de aquellas gentes estrañas, que al decir de Teodomiro no se sabe si son venidas del cielo ó de la tierra. Pronto se cruzan las armas, y se empeña un terrible y desesperado combate..... ¿Qué significa ese quejido de dolor que ha resonado en toda España? Es que el monarca y la monarquía goda han quedado á un tiempo ahogados en las ensangrentadas aguas del Guadalete. No la España sola, el mundo entero oyó absorto que los guerreros del Koran habian vencido á los soldados del Evangelio. Pereció el grande imperio gótico de Occidente bajo los golpes de la cimitarra de Tarik, siglo y medio despues de haber muerto el de Italia al filo de la espada de Belisario. Porque apenas merece ya el nombre de resistencia la que algunas ciudades oponen á los vencedores, los cuales pasean orgullosos los estandartes del Profeta por todo el ámbito de la Península, y no tardan en ondear sobre la cúpula de la gran basílica de Toledo.

Ya no se vuelve á hablar de reino gótico; ya no hay godo-hispanos, ni hispano-romanos; la conquista ha borrado estas distinciones, que una fusion nunca completa habia conservado por mas de dos siglos.

Arabes y moros se derraman por todas las comarcas de la Península y la inundan como un rio sin cauce. La nacion ha desaparecido: ella resucitará.

Habíase detenido la inundacion ante una cordillera de escarpadas rocas, á cuya espalda se escondia un pobre rincon de España, que los invasores, ó no conocieron, ó acaso al aspecto de su pobreza le menos— preciaron. No habia sin duda entre los sarracenos uno solo que supiera ni la geografía de lo presente, ni la historia de lo pasado. No hubo quien les dijera: «Mirad que detrás de esas breñas, y dentro de las estrechas gargantas y hondos valles que á vuestros ojos encubren, se esconde un pequeño pueblo que se atrevió á desafiar el poder de Roma cuando Roma era ya la señora del mundo: mirad que ese pequeño pueblo de montañeses no ha cesado de protestar por cerca de tres siglos contra la dominacion de unos estrangeros que profesaban su misma fé, y que protestarán con mas energía contra otros estrangeros que vienen á quitarles su patria y á imponerles una nueva fé y una nueva religion.»

«Dios habia querido, dice la crónica, conservar aquellos pocos fieles, para que la antorcha del cristianismo no se apagára de todo punto en España.» Y

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