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autor consignadas. Lo que pudo no ser defecto en aquel tiempo, fuera un anacronismo contra las leyes del progreso intelectual pretender mantenerlo en el siglo XIX.

Hiciérase mas excusable esta falta supliéndola en mucho la discrecion del lector moderno, que no en todos puede suponerse, si la compensára por otra parte una apreciacion filosófica de las causas de los acontecimientos y de su influjo en los progresos, declinacion y alteraciones de los diferentes estados de España, de las formas y modificaciones de su sistema político, y de los pasos y trámites que fué llevando esta fraccionada monarquía hasta su unidad. Pero desgraciadamente no es en la historia de Mariana donde puede adquirirse este conocimiento, como oportunamente lo hizo notar el juicioso Capmany en su Teatro Histórico-Crítico de la Elocuencia española, y muchos despues de él.

Hay un periodo en la Historia de España, el mas largo, y sin duda el mas fecundo en hechos brillantes y gloriosos para nuestra nacion, en que evidentemente peca de manca y deja un lastimoso vacio la obra de que me ocupo. Hablo del periodo de la dominacion de los árabes. Mariana estampó lo que halló escrito en los cronistas españoles, escaso por lo comun y diminuto, y no pocas veces apasionado ó erróneo. No alcanzó la Biblioteca arábico-hispana Escurialensis del célebre orientalista Casiri: no pudo conocer la Historia de la dominacion de los Arabes de Conde, ni menos la reciente y muy posterior de Al-Makari, que debemos al erudito Gayangos. Viendo siempre à aquellos dominadores por el solo prisma de la religion, despues de desfigurar lastimosamente sus nombres, que es lo menos, no les ahorra nunca el epiteto de bárbaros, TOMO I. 2

aun en la época en que el imperio muslimico español era el emporio del saber y el centro de donde se derramaba por el mundo la luz de las ciencias y de las artes, precisamente entonces que no estábamos nosotros para hacer alarde en punto á conocimientos humanos. Asi se fueron arraigando en las masas del pueblo español las ideas equivocadas que aun se tienen respecto á la cultura y civilizacion de aquellos nuestros conquistadores.

Aparte de estos capitales defectos, y considerada la mas popular de nuestras historias por el lado solo de la ordenacion, del método y de la claridad, bien necesita de una comprension raramente feliz, de una intuicion especial y de una retentiva privilegiada el que pueda decir con verdad y con la mano puesta sobre el corazon, que ha aprendido con sola la lectura del Mariana el órden y enlace de los sucesos y la marcha de la civilizacion y de la organizacion política y social de España.

Pienso sobre todo que una historia que no ha podido alcanzar sino á los primeros años del siglo XVI, y que por consecuencia deja en claro los últimos tres siglos, cabalmente los que pueden interesarnos mas, exige ya ser reemplazada y que si ha de haber unidad en el pensamiento y en el colorido, no basta reparar la fábrica antigua é irle agregando piezas modernas, como hasta ahora se ha practicado. Menester es edificar de nuevo, sin dejar por eso de respetar lo antiguo, tan digno de veneracion. Y este es ya, si no he estudiado mal la opinion, el sentimiento y la conciencia publica. Pero hoc opus, hic labor.

Reconozco toda la dificultad de la empresa ¿Y quién hay que no la reconozca? Requierese aliento vigoroso y

mucho amor patrio. No me ha faltado este: el otro es el que ha estado muchas veces à punto de desfallecer. Y no porque me parezca exceder la obra á la capacidad del espíritu humano, como decia hablando á la Academia de la Historia en 31 de octubre de 1817 uno de los hombres mas doctos que ha tenido esta ilustre corporacion. Ni por que opine como el eruditísimo Chateaubriand cuando dice en el Prólogo á sus Estudios históricos, «que tenemos hoy muchos hombres que saben escribir cincuenta páginas, y algunos un tomo, no muy abultado, con singular talento; pero que hay muy pocos capaces de componer y coordinar una obra seguida, de abrazar un sistema y de sostenerlo con arte é interés durante el curso de muchos volúmenes:>> añadiendo, «que el folleto y el artículo de periódico parecen el termómetro que señala la medida y el límite de nuestro espíritu.» Yo creo por el contrario, que aqui mismo en nuestra España sobran ingenios capaces de dar cumplida cima y llevar á feliz término esta misma obra; lo que ha estado para desalentarme muchas veces es precisamente el paralelo entre la capacidad de estos y la pequeñez mia. Ellos necesitarian solo de resolucion, y yo necesito de arrojo pero ellos no se resuelven, y es fuerza arrostrar la temeridad. Si en estas cosas non est satis voluisse, tambien es imposible que carezcan de todo merecimiento la intencion, el ahinco y la laboriosidad. Abramos la senda. Otros marcharán por ella con mas gloria; pero algo reflejará en el primero que trabajó por desembarazarla.

«La historia de España no está en los libros, he oido decir mas de una vez en algunas reuniones de literatos: está en los archivos públicos y privados, está en pergami

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nos escritos en lenguas y caractéres hoy casi indescifrables; está en documentos que yacen entre el polvo de oscuros rincones, ó en lápidas que cubre todavía la tierra.»>— Aguardad á que se desentierren y descifren todos esos documentos, útiles unos, de ignorada y problemática importancia otros; esperad á la elucidacion ó eventual ó imposi– ble de todos los puntos dudosos; no escribais hasta que se pronuncie el «ya no hay mas» en materia de documentos ó de descubrimientos históricos; y pasareis vosotros, y vuestros hijos, y muchas generaciones sin ver mejorar la historia patria. Mariana lo dijo ya: esta tarea fuera no acabar nunca. Enriquecedla con lo descubierto y conocido, escudriñad lo posible, mejorad lo existente, ensanchad el edificio, dadle mas elegancia, ó mas brillo, ó mas regularidad, y hareis un beneficio á los hombres. Detrás de vosotros vendrá otro que mejorará vuestra obra, y otro mas adelante perfeccionará la de aquel. Jamás se hizo de una vez la historia de un pueblo. ¿Y cuál es el que puede decir que la tiene acabada y perfecta?

El insigne Ambrosio de Morales era menos exigente que estos optimistas de la historia. «Puede haber (dice en su «Prólogo á la Crónica general de España) muchas causas «y muy justas, por las cuales alguno se empeñe en escre«birla, y quiera á costa de su trabajo y su fatiga aprove<«<char en comun á muchos con su escritura. Mas entre to«das, dos causas hay principales y dignas para mover á «que uno escriba la historia que antes de él otros han es. «<crito, no teniendo por acabado lo que por muchos está ya «hecho. Es la una, pensar de si el que escribe de nuevo «que podrá dar mas certidumbre en las cosas, que la tu

«vieron los que antes las han contado: y la otra, que ya «que en la verdad de la historia no pueda sobrepujar á los «pasados, vencerlos ha á lo menos en decir mas hermosa«mente las cosas, dándoles mayor gusto y dulzura, con la «que les puede poner el buen estilo. Cualquiera de estas «dos causas es bastante para escrebir una historia, pues «ambas à dos cosas son necesarias en ella.»>

Participo de la opinion del docto cronista, si bien á las causas que señala pudieran añadirse algunas mas.

He hecho para la investigacion y adquisicion de documentos las diligencias que caben en los esfuerzos del individuo aislado. Me he dirigido á las academias y corporaciones literarias; he solicitado el auxilio de los hombres de letras, é hice un llamamiento á todos los amantes de las glorias nacionales y de la verdad histórica que poseyesen documentos, escrituras ó monumentos que pudieran contribuir á ilustrar nuestros anales. A algunos he sido deudor de interesantes manuscritos y noticias útiles. Me complazco en pagarles este tributo de gratitud. Otros han tenido por conveniente guardar un sistema de reserva y de incomunicabilidad, que no todos interpretarán del mismo modo, al que fuera de celebrar les quedára la patria reconocida. Probablemente estos mismos serán los primeros å pregonar ä que la historia no sale tan enriquecida como pudiera; «pues poseen ellos un documento precioso é ignorado, de que no se hace en ella mérito.»>

y

He visitado y examinado nuestros archivos, y principalmente los generales de las antiguas coronas de Aragon y de Castilla, establecidos el uno en Barcelona y el otro en Simancas, con las molestias, dificultades y dispendios que en

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