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Las pasiones han convertido la discusion en lucha sangrienta, cuyo término no se ve todavía. Se han dado grandes pasos hácia la verdadera civilizacion, pero he visto con dolor que el siglo de la filosofía política lleva en su seno gran parte de la levadura de los siglos de la fuerza.

Acababa de reproducirse en España esa lucha de ideas en que se habia empeñado desde principio del siglo, y yo participé de la general agitacion. Me senti estrecho en la tranquila morada en que vivia consagrado á la enseñanza de la juventud, y me lancé á la vida procelosa del escritor político. No tenia que vacilar en la eleccion de 'bandera; me alisté en la que representaba los principios que habia inculcado ya en las aulas á mis jóvenes alumnos. Adopté el estilo que me pareció mas adecuado y mas eficaz para corregir los errores ó los abusos de los hombres, y tomé un seudónimo que suponia una profesion y estado á que no pertenecía, y que una ley acababa de abolir. Engaño inocente en que cayeron muchos.

Muchas veces en el largo trascurso de años que dediqué á estas tareas, tuve que pasar por las dos grandes pruebas á que se suele someter á los escritores políticos en épocas de turbaciones y de corrupcion, las persecuciones y los halagos. Soporté con serenidad las primeras, y deseché con desden los segundos. Quizá en esto último llevé el santo amor de la independencia hasta el estremo de una adusta altivez. Debo discurrir que esta cualidad, hija del temperamento, y acaso la sana intencion y buen deseo del escritor que se trasluciera ó revelára en sus páginas, sería la que moviera á los pueblos de España á dispensarme aquellas lisonjeras é inmerecidas manifestaciones, ni bus-

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cadas, ni esperadas, ni desagradecidas, de que es buen librar el verlas pasar sin desvanecimiento.

Perdónese á quien va á consagrar á su patria nuevos é ímprobos trabajos, el disimulable goce de poder consignar no haber recogido por toda remuneracion de las tareas pasadas, sino las amarguras y las satisfacciones morales que produce la severa censura ejercida á conciencia, y en que se ha prohibido la entrada á la lisonja. La mayor de aquellas satisfacciones es haber salvado el piélago de las ambiciones en que tantos han naufragado, y haber atravesado por entre la espesa lluvia de mercedes que pródigos dispensadores han derramado desde el cielo del poder, con la fortuna de no haberse dejado humedecer con una sola gota de ese rocío tentador. No han sido ciertamente la abnegacion y el desinterés ni el carácter distintivo ni las virtudes comunes de la época.

Voy á entrar en una nueva senda literaria, y reconozco por una de las primeras y mas indispensables condiciones para marchar dignamente por ella, el desapasionamiento y la imparcialidad. Veinte volúmenes podrán, acaso, dar algun testimonio de no haberme sido del todo estrañas estas virtudes. ¿Pero quién puede estar seguro de ser siempre y del todo desapasionado, cuando se juzga á los contemporáneos, cuando se desempeña el triple papel de testigo, de actor y de censor simultáneamente? Bien podré, sin embargo, reclamar el derecho de presuncion favorable al disponerme á juzgar los hechos y los hombres de épocas apartadas, que se examinan á la sola luz de los documentos, y en que es infinitamente mas fácil despojarse de su individualidad y mantener fuera de juego las pasiones

propias. Por lo menos dictamelo asi mi propia conciencia. Emprendi las tareas á que me he referido con fé religiosa y con fé política: de ambas llevaba gran dósis. Tengo la fortuna de conservar íntegra la primera. Hubiera vacilado la segunda al presenciar tantos desmanes, tantas miserias en los hombres, si la historia no hubiera acudido á fortalecerla, recordándome á cada paso, por un largo encadenamiento de hechos, que hay un poder mas alto que dirige y encamina la marcha de las sociedades, sin que le embaracen los entorpecimientos de la flaqueza ó de la perversidad humana. Titubeaba mi fé en los hombres, pero crecia mi fé en la Providencia.

Creo que nunca son mas provechosas y mas necesarias á los pueblos las enseñanzas históricas que cuando los conmueven é inquietan los turbulentos debates y las luchas políticas que preludian ó acompañan los cambios y regeneraciones sociales. Los que dirigen los negocios públicos pueden descubrir en los hechos pasados las causas de las necesidades presentes, y por el estudio de los efectos de lo que hicieron y de lo que dejaron de hacer sus antepasados, aprender á mejorar lo existente, con energía, pero sin precipitacion, con reflexion, pero sin timidez. Nunca mas que en tales ocasiones necesita el pensamiento público de meditar sobre la marcha constante de la humanidad, para no desesperar por los males que esperimenta, descubriendo en la ley providencial é infalible que rige sus destino's, los secretos y los consuelos de menos azaroso porvenir. Los obcecados, si alguna vez siquiera abren los ojos para leer, tienen que convencerse de su temeridad en resistir el desarrollo de la razon humana, cuyas conquistas, viniendo

preparadas y como empujadas de antemano, podrán los decretos, las batallas y las revoluciones entorpecer algun tiempo, pero no evitar. No conozco nada, fuera de la religion, que disponga tanto á los hombres à la tolerancia política como la lectura histórica, ni que enseñe tanto á evaluar las mejoras que puede recibir un pueblo por sus elementos sociales y por los grados de su cultura, estableciendo un medio conveniente entre el sistema de inmovilidad ó de retroceso, que intentan los desconocedores del progreso humano, y la precipitacion imprudente á que se dejan arrastrar los fogosos. Me penetré, mas de lo que estaba, de la utilidad de la historia, y medité si me seria dado contri-buir en este terreno al bien de mis compatricios. Parecióme el mas interesante estudio el de la historia nacional. Dejé de tomar parte en los apasionados debates de los vivos, y me dediqué á estudiar los ejemplos de los muertos.

Mas para que la historia haga efectivo el título de maestra de los hombres con que la definió Ciceron, para que sus lecciones puedan ser provechosas á la humanidad en el sentido indicado, necesita salir de la esfera de una vasta coleccion de hechos, á que, si no juzgo mal, ha estado reducida hasta ahora entre nosotros. Menester es entrar en el exámen de sus causas, descubrir el enlace de los acontecimientos, revelar por medio de ellos hasta lo posible los grandes fines de la Providencia, las relaciones entre Dios y sus criaturas, la conexion de la vida social de cada pueblo con la vida universal de la humanidad, la trabazon y correspondencia entre las ideas y los hechos, entre lo moral y lo material, presentarla, en fin, como la palabra sucesiva con que Dios está perpétuamente hablando á los

hombres. Necesitase que la historia sea filosófica, y no una compilacion de sucesos que pasaron mas o menos cerca de nosotros. ¿Tenemos en España una historia que llene estas condiciones?

Cuando yo me hacia á mí mismo esta pregunta, vino á mis manos la obra de un historiador estrangero, en cuyo prefacio, despues de citar las historias de Francia, Inglaterra é Italia, escritas con crítica y á la altura del espíritu filosófico moderno, lei estas palabras: «En cuanto á Espa-«ña, desgraciadamente no hay ningun nombre español que <«citar, y solo algunos antiguos escritores han dejado obras «históricas notables.... La España carece aun de una his<«<toria nacional: el genio histórico no se ha desarrollado «todavía en ese grande y desventurado pueblo, que marcha «<con tantas angustias hácia su regeneracion. >>

Confieso que estas palabras, eco de las que pronuncian cada dia los criticos estrangeros, acabaron de avivar en mí el sentimiento del amor patrio, y de resolverme á ensayar si podria yo llenar, siquiera en parte, este lamentable vacio de nuestra literatura. Preguntábame cómo no lo habrian intentado otros ingenios y superiores talentos, de que por fortuna no carece, antes bien abunda hoy la España; pero miré en derredor, y los hallé casi á todos engolfados en los debates y cuestiones, y hasta en las rencillas de la política palpitante.

Voy dando cuenta de las causas que pusieron la pluma histórica en mi mano. Hiciéronlo asi Herodoto y Tito Livio, que lo necesitaban menos. Séame permitido imitar en esto á aquellas dos lumbreras de la historia, ya que en lo demas no pueda hacer sino admirarlos y envidiarlos.

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