Imágenes de páginas
PDF
EPUB

Poseemos ciertamente en España muchas crónicas, muchos anales, abundancia de compilaciones, multitud de tablas cronológicas y genealógicas, de reyes, de príncipes y de familias ilustres. Las que gozan del nombre de historias son en lo general arsenales de noticias con mas o menos arte y órden ensartadas, en que se dan puntuales y minuciosas descripciones, salpicadas tal vez con alguna máxima religiosa, ó con tal cual advertimiento moral que los mismos sucesos sugieren al paso: detenidas y circunstanciadas relaciones de guerras, de paces, de alianzas, de negocia— ciones y tratados, de batallas y combates, de triunfos y derrotas, de marchas y contramarchas de ejércitos, de arengas y razonamientos de caudillos, hecho todo con tal individualidad, que el autor parece haber marchado con la pluma en la mano detras de cada guerrero, y recibido la mision de trasmitir los mas mínimos incidentes de cada encuentro, al modo que los taquígrafos de los tiempos modernos consignan y trasmiten, no solo las razones, sino hasta las palabras de cada orador de nuestras asambleas.

Mas à vueltas de tan minuciosos relatos, búscase en vano la influencia social que cada acontecimiento ejerció en la suerte del país, las modificaciones que produjo en el estado como cuerpo político, cómo y por qué medios se fué formando la nacion española, las causas y antecedentes que prepararon cada invasion, lo que quedó ó desapareció de los diversos pueblos que la dominaron, lo que ocasionó sus periodos de engrandecimiento y de decadencia, las mudanzas y alteraciones que ha sufrido en su religion, en sus costumbres, en su legislacion, en su literatura, en su administracion, en su industria y en su comercio: su historia

en fin moral y filosófica. Hay hacinados materiales infinitos, pero el edificio está por construir.

En cuanto a los primitivos tiempos de España, no es maravilla que no tuviésemos historia; y gracias si debemos á algunos sabios de Grecia y Roma tal cual noticia del carácter y costumbres de los antiguos pobladores, y será siempre una necesidad, como ha sido una fortuna, el poder brujulear las páginas geográficas de Estrabon. Provincia de Roma despues la España, hubo que recoger de los historiadores romanos lo que de ella quisieron decir; y los que mas se estendieron, Tito Livio, Floro y Appiano, limitá– ronse á referir empresas militares, batallas, conquistas y fundaciones de colonias; muy poco dijeron del gobierno político de los pueblos. No escribian la historia de España.

á

Pasado el primer aturdimiento y la universal turbacion ocasionada por la inundacion de los bárbaros, la España se preparaba á figurar como nacion aparte, y comenzó á tener escritores propios. Pero hubiera sido una injusticia pretender de aquellos hombres un trabajo histórico acabado. Eran obispos ó monjes, que, ó desde el pie de los altares á que estaban encadenados, ó desde el severo retiro de un claustro, se semejaban, como dice un escritor erudito, los obreros que sepultados en el fondo de las minas envian á la tierra las riquezas de que ellos no han de gozar. Riquezas históricas eran estas, pero no podian ser historias, como no pueden ser metales puros y elaborados los primeros materiales que se extraen de las entrañas de la tierra. Sin embargo, ¿qué hubiéramos podido saber de aquellos tiempos tenebrosos, sin los esfuerzos y apreciables trabajos de Idacio y Pablo Orosio, del Monje de Viclara, de los prelados

Julian é Ildefonso de Toledo, de Isidoro de Sevilla, de ese portento de ingenio y de sabiduría que asombró al mundo de entonces, y admira y respeta todavía el mundo de ahora?

Otro tanto tenía que acontecer cuando la irrupcion sarracena volvió á reducir lo poco que pudo salvarse de la España cristiana al estado de infancia de las sociedades. En los primeros siglos de ese esfuerzo gigantesco á que damos el nombre de reconquista, otros obispos y otros monjes, los que tenían la fortuna de vivir en algun rincon un tanto apartado del estruendo de la pelea, anotaban en breves y descarnadas crónicas los sucesos de mas bulto con la rapidéz y el desaliño que la rudeza y la inseguridad de los tiempos permitia. Y esto no en España solo, sino en naciones no oprimidas como la nuestra por un enemigo estraño y poderoso. Las crónicas de Fredegario, de Moissac, y de Saint Gall, los anales Petavianos, los Fuldenses y los de Metz, no revelan menos la estrechez de la época que nuestros Anales Toledanos, Compostelanos ó Complutenses, y quélas crónicas de los monges de Albelda ó de Silos. Algunos de estos escritos se reducen á tablas cronológicas de nacimientos y defunciones de los reyes, con la fecha de tal cual suceso notable, formando á veces un cortísimo número de páginas, que ocupan menos lugar que las notas que hoy el viagero menos curioso suele hacer con el lapiz en su cartera. La posteridad sin embargo ha tenido mucho que agradecer á aquellos anotadores de hechos, y serán siempre de un precio inestimable los trabajos de los obispos Isidoro de de Beja, testigo de la gran catástrofe, de Sebastian de Salamanca, de Sampiro de Astorga, de Pelayo de Oviedo, de Lucas de Tuy, y del arzobispo don Rodrigo de Toledo.

A medida que se ensanchaba el territorio conquistado á las armas musulmanas, se desarrollaba tambien el genio y aun la forma histórica; y á los áridos cronicones y descarnados anales de los siglos VI hasta el XIII, reemplazaron en los XIII, XIV y XV otros anales y otras crónicas mas estensas y nutridas. Desde el autor de la historia del Cid en verso hasta Hernando del Pulgar, que floreció en la época de los Reyes Católicos, se dieron grandes pasos. Los príncipes mismos se honraban con el título y ocupacion de cronistas.

Multiplicáronse, como era natural, los escritos de este género desde que con la union de Aragon y Castilla pudo decirse que la España era una nacion. Vióse en aquel y en el siguiente siglo ir surgiendo una série de hombres doctos, que consagrados á ilustrar y ordenar la historia produjeron obras, si bien no exentas de preocupaciones y de errores, pero tampoco escasas de mérito y de dotes muy recomendables. No las cito, por lo mismo que es grande ya el catálogo. Contribuyeron á este desarrollo de la aficion á los trabajos históricos las plazas de cronistas y de historiógrafos, ya particulares de provincias, ciudades ó príncipes, ya generales del reino: feliz creacion de los soberanos de aquella época, que es de lamentar haya caido en desuso. Aquellos diligentes y laboriosos investigadores desenterraron multitud de documentos útiles, que yacían cubiertos de polvo en los archivos municipales y en los sótanos de los monasterios. Débeles la historia no ser tadavía un caos tenebroso é insondable.

Morales, Zurita y Garivay puede decirse que la crearon, abriendo un nuevo camino y enseñando á tratarla con dignidad y con decoro. Morales, por lo mismo que tenia ya

otro criterio, no debió haber figurado como continuador de la bella coleccion de fábulas y cuentos que con el título de crónica habia ordenado y publicado Florian de Ocampo. Debió haber deshecho la obra de éste, y levantádola él de nuevo. Garivay, escudriñador sin crítica, es todavía consultado con utilidad. No puede pronunciarse sin respeto el nombre del juicioso Gerónimo de Zurita. Este insigne historiógrafo de Felipe II, acudió á las verdaderas fuentes de la historia, á los archivos, y basó su obra sobre documentos originales. Mas ni los Anales de Zurita son una historia general de España, ni aunque lo fueran, llenarian las condiciones que hoy de la historia se exigen. Narrador minucioso y exacto, pero árido y seco en la forma, falto de elegancia como de filosofía, es un buen repertorio de los sucesos de la época que comprende, tan insoportable para ser leido por recreo, como indispensable á todo el que se ocupe de escribir historia.

Hacíase sentir ya demasiado la falta de una historia general de España. La nacion que de tantos desmembrados reinos habia logrado convertirse en una sola y vasta monarquía, la nacion que dominaba en la mitad de Europa, y se habia hecho señora de un nuevo mundo, no habia tenido un ingenio, que penetrando atrevidamente en el confuso laberinto de los abundantes materiales que andaban diseminados, los reuniera y ordenara, y redujera á un cuerpo de historia, en que pudieran aprender los españoles por qué série y encadenamiento de vicisitudes habia pasado su patria para llegar á ser lo que entonces era.

Esta tarca tan importante como dificil, fué la que emprendió el padre Mariana.

« AnteriorContinuar »