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supieron aguantar insultos, sufrir injurias, padecer y callar antes de acometerla, hasta contar con elementos para no malograrla. El mérito de la oportunidad fué tambien de la reina Isabel, que templando la impaciencia, y moderando los fogosos ímpetus de su esposo, supo contenerle hasta que vió llegado el momento y la sazon de obrar.

La conquista de Granada no representa solo la recuperacion material de un territorio, mas o menos vasto, mas o menos importante y feraz, arrancado del poder de un usurpador. La conquista de Granada no es puramente la terminacion feliz de una lucha heróica de cerca de ocho siglos, y la muerte del imperio mahometano en la península española. La conquista de Granada no simboliza esclusivamente el triunfo de un pueblo que recobra su independencia, que lava una afrenta de centenares de años, que ha vuelto por su honra y asegura y afianza su nacionalidad. Todo esto es grande, pero no es solo, y no es lo mas grande todavía. A los ojos del historiador que contempla la marcha de la humanidad, la material conquista de Granada representa otro triunfo mas elevado; el triunfo de una idea civilizadora, que ha venido atravesando el espacio de muchos siglos, pugnando por vencer el mentido fulgor de otra idea que aspiraba á dominar el mundo. La idea religiosa que armó el brazo de Pelayo, el principio religioso que puso la espada en la mano de Fernando V. La tosca cruz de roble

que se cobijó en la gruta de Covadonga es la brillante cruz de plata que se vió resplandecer en el torreon morisco de la Alhambra. La materia era diferente; la significacion era la misma. Era el emblema del cristianismo que hace á los hombres libres, triunfante del mahometismo que los hacia esclavos.

Con razon se miró la conquista de Granada, no como un acontecimiento puramente español, sino como un suceso que interesaba al mundo. Con razon tambien se regocijó toda la cristiandad. Hacia medio siglo que otros mahometanos se habian apoderado de Constantinopla: la caida de la capital y del imperio bizantino en poder de los turcos habia llenado de terror á la Europa; pero la Europa se consoló al saber que en España había concluido la dominacion de los musulmanes. Alli se levantaba el imperio Otomano, y acá desaparecia el imperio de Ben Alhamar. El cristianismo de Occidente acudia á consolar al cristianismo de Oriente, y España templaba el dolor de Europa. Al cabo de algunos años todo el poder reunido de la cristiandad habia de marchar á combatir al coloso mahometano de Asia, y no habia de poder arrancarle su presa. La España se habia bastado á sí misma para aniquilar al coloso árabe-africano. Lenta y penosa fué la espulsion de España de los árabes y de los moros; pero volvamos la vista á Oriente, miremos á la Turquía Europea, y contemplemos á Constantinopla todavía en poder de los hijos de Osman ha

ce mas de cuatro siglos á la puerta de los mas vastos y poderosos imperios cristianos. ¿Durará allá el dominio de la Media-luna tanto tiempo como ondeó aquí el estandarte del profęta de la Meca? Por lo menos en el suelo español nunca gozaron de reposo los enemigos del nombre cristiano.

Por lo mismo, aunque la gloria de su definitiva destruccion tocó á Fernando é Isabel, esta gloria ni eclipsa ni daña la que antes habian ganado los Alfonsos, los Ramiros, los Berengueres, los Jaimes y los Fernandos que habian contribuido á su ̄vencimiento: porque el campo de las glorias es fecundísimo y produce laureles para todo el que sabe cultivarle. Cuanto mas que las grandes obras del esfuerzo humano, como las grandes obras del entendimiento, nunca han podido ser de uno solo, y asi dan honra y prez al que las concibe y comienza, como al que las prosigue ó mejora, y como al que tiene la fortuna de perfeccionarlas ó acabarlas.

La guerra de Granada fué una epopeya no interrumpida de diez años. Desde la sorpresa de Alhama hasta la rendicion de Granada, todo fué heróico, todo fué épico, todo dramático. Los poetas no han podido representar sino cuadros aislados é imperfectos de aquel gran drama histórico. No lo estrañamos. Es de aquellos sucesos en que la realidad histórica sobrepuja á los esfuerzos é invenciones de la poesía, en que la verdad es mil veces mas maravillosa que la fábula.

Se ha comparado aquel período con el de la guerra de Troya, asi por su duracion, como por las hazañas y episodios heróicos y por las figuras homéricas que la ilustraron.

En efecto, la tierna entrevista del marqués de Cádiz y el duque de. Medinasidonia abrazándose al pie de los muros de Alhama, convertidos por la benéfica intervencion de la reina de enconados rivales y terribles enemigos en amigos tiernos y auxiliares fieles; los lances trágicos de don Alonso de Aguilar, del maestre de Santiago, del marqués de Cádiz y del conde de Cifuentes en las breñas y desfiladeros de la Ajarquía y en las Cuestas de la Matanza; la prision de Boabdil y la muerte del intrépido Aliatar en los campos de Lucena; la catástrofe de los caballeros de Alcántara en la prader a de Sierra-Nevada; el riesgo que Isabel y Fernando corrieron en el pabellon del campamento de Málaga de caer bajo el puñal de un fanático santon; las maravillosas hazañas de Hernan Perez del Pulgar; el heroismo rudo y salvage de Hamet el Zegrí; la galantería heróica del príncipe moro Cid Hiaya; los venerables religiosos embajadores del Gran Turco en la tienda de los reyes cristianos; la resignacion estóica del Zagal; los amores y desdenes de Muley Hacem, y los celos y rivalidades de las sultanas Aixa y Zoraya; los combates sangrientos de la Alhambra y del Albaiçin; la reina de Castilla soltando cadenas á millares de cautivos aca2

TOMO XI.

riciándolos como madre y dándoles á besar su real mano; los contrastes de cultura y de ferocidad, de generosidad y de fiereza de las rivales tribus gomeles y zegríes, abencerrages y gazules; los ardides y proezas y las peligrosas aventuras de Juan de Vera, de Hernan Perez, de Martin de Alarcon y de Gonzalo de Córdoba; la galante conducta del conde de Tendilla con la bella Fátima; el campamento cristiano en la Vega; el noble marqués de Cádiz recibiendo á la reina en su pabellon de seda y oro; los combates caballerescos; el incendio de las tiendas, y la prodigiosa aparicion de una ciudad como de milagro fabricada; el desventurado Boabdil saliendo con abatido semblante por la puerta de los Siete Suelos á entregar á su afortunado enemigo las llaves del último baluarte del imperio musulman; el gran sacerdote de España, el cardenal Mendoza, subiendo por la cuesta de los Mártires á tomar posesion de los régios alcázares moriscos en nombre de su reina y de su religion; la reina Isabel postrada de rodillas con su ejército y con su clero en el campo de Armilla adorando la cruz que resplandecia en la torre de la Alhambra, y haciendo resonar los embalsamados aires de la Vega con el canto poético qué los cristianos entonan en accion de gracias al Dios de las victorias; escenas y situaciones son estas que no ceden en interés dramático á las de las mas bellas páginas de la Iliada, y personages son que igualan, si no esce

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