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za en tres frágiles leños por los desconocidos mares de Occidente. «¡Pobre temerario!» quedaban diciendo España y Europa. Y Colon, lleno de fé en su Dios y en su ciencia, en sus mapas y en su brújula, no decia mas que: «jadelante!» España y Europa suponian, pero ignoraban sus peligros y trabajos, sus conflictos y penalidades. ¿Qué habrá sido del pobre aventurero?

Trascurridos algunos meses, volvió el aventurero á España á dar la respuesta. Nada necesitó decir. La respuesta la daban por él los habitantes y los objetos que consigo traia de las regiones transatlánticas en que nadie habia creido. El testimonio no admitia dudas. ¡El Nuevo Mundo habia sido descubierto! El miserable visionario, el desdeñado de los doctos, el rechazado por los monarcas, el peregrino de la tierra, el mendigo del convento de la Rábida, era el mas insigne cosmógrafo, el gran almirante de los mares de Occidente, el virey de Indias, el mas envidiable y el mas esclarecido de los mortales. España y Europa se quedaron absortas, y para que en este estraordinario acontecimiento todo fuese singular, asombró á los sabios aun mas que á los ignorantes.

La unidad del globo ha comenzado á realizarse; la humanidad entera ha empezado á entrar en comunicacion. Ya se comprendió por qué habian sido inventadas la brújula y la imprenta; por que era menester ballar caminos seguros por entre las inmensidades del Océano para poner en relacion á los moradores

de remotísimas tierras, porque era necesario un medio rápido y fácil para trasmitir y difundir los conocimientos humanos del mundo antiguo á los pobladores de las apartadísimas regiones del nuevo universo. Si mas adelante el vapor acorta estas inmensas distancias; si andando el tiempo la electricidad las hace casi desaparecer, progresos serán del entendimiento humano, y en ello no hará sino cumplirse la ley providencial de la unidad, la ley del progresivo mejoramiento social. Mas no se olvide que á España se debió el que se pusieran por primera vez en contacto las razas humanas de los que entonces se llamaron dos mundos y no era sino uno solo. Si con el trascurso de los tiempos aquellas razas, entonces groseras é inciviles, se convierten en naciones cultas, y se emancipan, y progresan, y trasmiten á su vez al viejo mundo nuevos gérmenes de civilizacion, no hará sino cumplirse la ley providencial que destina al género humano de todos los paises á comunicarse recíprocamente sus adelantos, sintoma consolador y anuncio lisonjero de la fraternidad universal. Mas no por eso España pierde su derecho á que no se olvide que le pertenece la primicia de haber llevado el principio civilizador al Nuevo Mundo.

Repite Colon sus viages y multiplica los descubrimientos. En cada espedicion se desplegan á sus ojos ricas y vastísimas islas, estensísimas y fértiles regiones, cuyos límites ni conoce entonces él mismo, ni se

rá dado á nadie saber en largos años. Todas estas inmensas posesiones vienen á acrecentar los dominios de la corona de Castilla; y España y sus reyes, en premio de su heróica perseverancia de ocho siglos, apenas ponen término á la obra de su emancipacion y de su independencia se encuentran poseedores de multitud de provincias en otro hemisferio, cada una de las cuales es mayor que un gran reino. Nunca pueblo alguno llegó á merecer tanto, pero nunca pueblo alguno alcanzó galardon tan abundoso. Cuando se vuelve la vista á la monarquía encerrada en Covadonga y se la encuentra despues dominando dos mundos, se siente estrecha la imaginacion para abarcar tanto engrandecimiento. Ya no posee España aquellas vastas regiones: ¿qué importa? Los hijos que salen de la patria potestad, ¿dejarán por eso de ser la honra de los padres que les dieron el ser? Porque la codicia y la crueldad afearan despues la obra de la conquista, ¿dejará de ser glorioso el hecho primitivo? Porque España no recogiera el fruto que debió de tan importantes adquisiciones, ¿habrá dejado de ser el suceso inmensamente provechoso á la humanidad?

El descubrimiento de América hubiera bastado por sí solo para hacer entrar á la sociedad entera, y señaladamente á España, en un nuevo desarrollo y en un nuevo período de su vida. Por sí solo hubiera hecho la transicion de la edad media á la edad moderna, aunque tantos otros sucesos no hubieran coopera

do en el último tercio del siglo XV. y en el primero del XVI., á obrar una revolucion radical en las ideas, en la política, en el comercio, en las artes, en la propiedad, en las necesidades y en las costumbres.

-IV.

Hasta aqui lo que en este reinado ha adquirido España ha sido para acrecentar la corona de Castilla aunque ganado con el auxilio del rey de Aragon como esposo de Isabel. Ahora le toca á la corona de Aragon ensancharse y estenderse, aunque con auxilio de la reina de Castilla como esposa de Fernando. La armonía de los régios consortes trae el acrecentamiento de las dos monarquías. Isabel ha acreditado ser la mejor reina del mundo, y Fernando va á acreditar que es el monarca mas político de Europa.

En mal hora concibió el ligero y aturdido Cárlos VIII. de Francia el imprudente proyecto de hacerse soberano de Nápoles, donde reinaba hacia medio siglo la rama bastarda de los monarcas de Aragon. El político Fernando, con mejor derecho que él á la corona y con ánimo de reclamarla á su tiempo, le deja que se precipite. Por de pronto Cárlos, para te⚫nerle amigo, restituye á la corona de Aragon los importantes condados de Rosellon y Cerdaña, ricas agregaciones que sus mayores habian disputado con encarnizamiento. Fernando las recibe, y deja al fran

cés que cruce los Alpes, que asuste á los débiles y desunidos príncipes italianos, que se apodere de Nápoles sin plantar una tienda ni romper una lanza, que se saborée por unos dias con el pomposo título de rey de Sicilia y de Jerusalen, que sueñe en llamarse emperador de Constantinopla; y cuando el caballeroso conquistador se halla entregado á los placeres de la gloria y á los deleites del cuerpo, se encuentra cogido en una gran red tendida en silencio por el astuto Fernando. El aragonés habia preparado contra él con admirable sigilo la famosa liga de Venecia, primera confederacion de los príncipes de Europa para su defensa comun, principio del sistema de mantenimiento del equilibrio europeo, y uno de los síntomas mas característicos de la nueva política de la edad moderna. El insensato Cárlos, rey de Nápoles una semana, al verse amenazado por el poder reunido de España, de Austria, de Roma, de Venecia y de Milan, apenas tuvo tiempo para repasar los Alpes con la mitad de su ejército, dejando la otra mitad comprometida en Italia, para proporcionar á Gonzalo de Córdoba aquella série de gloriosos triunfos que le valieron el merecido título de Gran Capitan, Los franceses son totalmente espulsados de Italia, las armas españolas que vencieron en Granada han asombrado á Europa, Gonzalo vuelve á España con un nombre que no habia alcanzado ningun guerrero del mundo, y Fernando ha ganado fama de ser el soberano mas político y sagaz de su tiempo. TOMO XI.

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