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das entraron sin obstáculo y ya de noche en Sevilla: el palacio del walí fué brutalmente destrozado, robadas las casas de los opulentos vecinos, y entrados á saco los almacenes de víveres y armas. Infausta noche fué aquella. Cuando la desenfrenada solda desca se hallaba entregada á los horrores del mas atroz vandalismo, vino á completar la confusion del sombrío cuadro la entrada de la caballería de Marsilio, que capitaneada por sus lugartenientes, irritada con la derrota de la víspera, penetró por las calles de la ya horrorizada poblacion. Las tinieblas de la noche, el estrépito de los caballos, el sonido de los instrumentos bélicos, los lamentos de los despojados vecinos, los gritos de los sorprendidos saqueadores, los ayes de los moribundos, y el crugir de las armas, todo formaba un conjunto de lúgubres y espantosas escenas, hasta que el resplandor del nuevo dia viño á poner término al negro y sangriento cuadro. AbdelGafir con sus rebeldes se vió obligado á evacuar la ciudad y á retirarse á Cazalla, y los sevillanos respiraron, que harto lo habian menester (1).

Cansado Abderrahman de tan larga y fatigosa guerra, resolvió dirigir en persona las operaciones militares. Trabajo le costó al ministro Teman contener los fogosos ímpetus del emir, que á la cabeza de sus fieles zenetas queria lanzarse á castigar la audacia del

(4) Conde, cap. 19.

pertinaz é importuno Abdel-Gafir, al menos hasta que llegase el refuerzo de tropas que se habia pedido á Mérida. Llegaron al fin estas, y Abderrahman puso en accion todos sus recursos materiales para una pronta y decisiva campaña. Combinó diestramente su plan, y cuando el rebelde Abdel-Gafir acababa de vadear el Guadalquivir por la parte de Lora para ganar sus antiguas guaridas de la sierra, un ataque simultáneo de los dos ejércitos combinados arrolló completamente á las tropas rebeldes en las alturas de Ecija, y una hora de matanza puso término á la guerra de siete años que tenia fatigado el pais. El turbulento y porfiado Addel-Gafir pereció atravesado de un lanzazo dirigido por la vieja pero vigorosa mano del anciano Abdel-Salem, que le cortó la cabeza con su propio alfange. Mas de cincuenta cabezas de caballeros africanos de la tribu de Mequinez fueron distribuidas en las poblaciones del pais que habia sido teatro de la guerra, y clavadas segun costumbre en los muros de las ciudades sirvieron de sangriento trofeo en las plazas y edificios de Elvira, en la Alcazaba de Granada, en los torreones de Almuñecar, y en las almenas de otras poblaciones de Andalucía. El vencedor Abderrahman tomó enérgicas medidas para que no se reprodujese el fuego de la rebelion, y publicó un edicto de perdon'para todos los que en un plazo dado depusiesen las armas y se acogiesen á su clemencia. Con lo que restituyó la paz á un país de tanto tiempo

trabajado, y afirmó con ella su combatido trono (772).

Trasladóse el victorioso emir desde el campo de batalla de Ecija á Sevilla con el fin de visitar y consolar al valiente y fiel Marsilio, que ademas de sufrir de sus heridas se hallaba acongojado por la muerte que en un momento de ciego arrebato habia dado á su hijo. Abderrahman creyó conveniente alejarle de un pais que le suscitaba dolorosos recuerdos, y le nombró walí de Zaragoza y de toda la España Oriental. Los grandes sucesos que en aquella tierra se preparaban habian de ofrecer á Abdelmelek un teatro digno de sus prendas, y alli habia de ganar aquella fama que hizo tan célebre el nombre de Marsilio en las crónicas de la edad media y en los romances de Carlo-Magno, de cuyos sucesos nos habremos luego de ocupar.

Sosegada la tierra de Andalucía con la derrota de Ecija, gozó al fin Abderrahman de una paz de diez años. Por de pronto para asegurar las costas de las contínuas incursiones de los walíes de Africa, dedicóse á fomentar la marina, aumentando sus escuadras:, nombró almirante (emir-al-má) al activo y fiel Teman ben Alkama, el cual en poco tiempo hizo construir numerosos buques de guerra sobre modelos que hizo venir de Constantinopla, de la mayor dimension que entonces se conocia en las construcciones navales, y las aguas de Barcelona, Tarragona, Tortosa y Rosas, las de Almería y Cartagena, las de Al

geciras, Huelva, Cadiz y Sevilla, se plagaron, al decir de los historiadores arábigos, de bien construi-das naves, obra de la actividad de Teman, los puertos de la Península se pusieron al abrígo de las incursiones africanas (774).

Dejemos por ahora á Abderrahman ocupado en plantear en sus estados una sencilla y sabia administracion á beneficio de la paz, y veamos lo que entretanto hacian los cristianos de uno y otro lado del Pirineo.

CAPITULO V.

ASTURIAS.

DESDE FRUELA HASTA ALFONSO EL CASTO.

De 757 à 791.

Reinado de Fruela I.-Rebélanse los vascones y los sujeta. -Medida sobre los matrimonios de los clérigos. Consecuencias que produjo. -Rebelion en Galicia. La sofoca.-Funda á Oviedo.-Mata á su hermado, y él es asesinado despues por los suyos.-Reinado de Aurelio. -Idem de Silo.-De Mauregato.-De Bermudo el Diácono.-Sube al trono de Asturias Alfonso II.

Habia coincidido la fundacion del imperio árabe de Occidente en Córdoba con la muerte del belicoso rey de Asturias Alfonso el Católico (756). ¡Cuán bella ocasion la de las revueltas que despedazaban á los musulmanes para haberse ido reponiendo los cristianos y haber dilatado ó consolidado las adquisiciones de Alfonso, si los príncipes que le sucedieron hubieran seguido con firme planta la senda por él trazada y abierta, y si hubiera habido la debida concordia y acuerdo entre los defensores de una misma patria y de una misma fé! ¿Pero por qué deplorable fatali

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