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dad, desde los primeros pasos hácia la grande obra de la restauracion, cuando era comun el infortunio, idéntico el sentimiento religioso, las creencias las mismas, igual el amor á la independencia, la necesidad de la union urgente y reconocida, el interés uno solo, y no distintos los deseos, por qué deplorable fatalidad, decimos, comenzó á infiltrarse el gérmen funesto de la discordia, de la indisciplina y de la indocilidad entre los primeros restauradores de la monarquía hispano-cristiana?

Por base lo asentamos ya en otro lugar. «Era el genio ibero que revivia con las mismas virtudes y con los mismos vicios, con el mismo amor á la independencia y con las mismas rivalidades de localidad. Cada comarca gustaba de pelear aisladamente y de cuenta propia, y los reyes de Asturias no podian recabar de los cántabros y vascos sino una dependencia ó nominal ó forzada (1).»

A Alfonso I. de Asturias habia sucedido en el reino su hijo Fruela (757). No faltaban á este príncipe ni energía ni ardor guerrero: pero era de condicion áspera y dura, y de genio irritable en demasía. Mas este carácter, que le condujo á ser fratricida, no impidió que fuera tenido por religioso, del modo que solia en aquellos tiempos entenderse por muchos la religiosidad, que era dar batallas á los infieles y fun

(1) Discurso, pág. 67.

dar templos. De uno y otro certifican con su laconismo mortificante los cronistas de aquellos siglos. «Ganó victorias,» nos dice secamente uno de ellos (1). «Alcanzó muchos triunfos contra el enemigo de Córdoba,» nos dice otro (2). Si bien este último cita una de las batallas dadas por Fruela á los sarracenos en Pontumium de Galicia, en que afirma haber muerto cincuenta y cuatro mil infieles, entre ellos su caudillo Omar ben Abderrahman ben Hixem, nombre que no hallamos mencionado en ninguna historia árabe, las cuales guardan tambien profundo silencio acerca de esta batalla (3). No lo estrañamos. Achaque solia ser de los escritores de uno y otro pueblo consignar sus respectivos triunfos, y omitir los reveses. Asi, y como en compensacion de este silencio, nos hablan las crónicas árabes de una espedicion hecha por Abderrahman hácia los últimos años del reinado de Fruela á las fronteras de Galicia y montes Albaskenses, de la cual regresaron á Córdoba los musulmanes victoriosos, llevando consigo porcion considerable de ganados y de cristianos cautivos, estendiéndose en descripciones de la vida rústica, de los trages groseros y de las costumbres salvages que habian observado en los cristianos del Norte de España (4). Y acerca de esta espedicion enmudecen nuestros cronistas. Tarea penosa

(4) Albendens. Chron. n. 55. (2) Salmant. n. 16.

(3) Solo Almakari hace alguna

indicacion sobre ella.
(4) Conde, cap. 48.

para el historiador imparcial la de vislumbrar la verdad de los hechos por entre la escasa y escatimada luz que en época tan oscura suministran los parciales apuntes de los escritores de uno y otro bando, secos y avaros de palabras los unos, pródigos de poesía los otros (1).

Una rebelion de los vascones contra la autoridad de Fruela en el tercer año de su reinado, demostró ya la tendencia de aquellas altivas gentes á emanciparse del gobierno de Asturias, á que sin duda los habia sometido Alfonso el Católico, y á obrar aislada é independientemente de los demas pueblos cris– tianos. Y aunque Fruela logró reducirlos, estas sumi

(1) Para que se vea hasta qué punto están en desacuerdo las crónicas árabes y las cristianas respecto á los sucesos de esta época, baste decir que hacia el año en que estas refieren la brillante victoria de Fruela en Pontumio, suponeu aquellas haber impuesto Abderrahman un tributo á los cristianos de Galicia, cuya escritura copian en los términos siguientes: «En el nombre de Dios clemente y misericordioso: el magnífico rey Abderrahman á los patriarcas, monges, próceres y demas cristianos de España, á las gentes de Castela y á los que los siguieron de las regiones otorga paz y seguro, y promete en su ánima que este pacto será firme, y que deberán pagar diez mil onzas de oro, y diez mil libras de plata, y diez mil cabezas de buenos caballos, y otros tantos mulos, con mil lorígas y mil espadas, y

otras tantas lanzas cada año por espacio de cinco años. Escribióse en la ciudad de Córdoba dia 3 de la luna safar del 148 (759).» Este documento tiene todos los visos de apócrifo. Ni entonces á Abderrahman se le nombraba rey, sino emir, ni al reino cristiano de Asturias le llamaban ellos Castela sino Galicia, ni hubiera sido posible á los cristianos pagar un tributo anual de diez mil caballos y diez mil mulos, ni tan inmensa suma de oro y plata, aunque se hubiera agotado toda la riqueza pecuaria y metálica del pais, ni estaban tampoco en aquella sazon los árabes, envueltos como andaban en sus guerras civiles, pará dar de una manera tan dura la ley á los cristianos de las montañas. No podemos convenir con el doctor Dunham, á quien le parece verosímil este tratado.

siones forzadas, que hubieran debido ser espontáneas alianzas, sobre distraer la atencion y las fuerzas de los cristianos, que bien las habian menester todas para resistir al comun enemigo, eran flojos y precarios lazos que habian de desatarse fácilmente en la primera ocasion ó romperse. Las crónicas no nos esplican las causas ó motivos de aquel movimiento. ¿Pero hay necesidad de buscarlos en otra parte que en la índole misma y en la independiente arrogancia de los pueblos vascos, tan distintos de los demas pueblos de España en carácter, en lengua, en costumbres, siempre dados á gobernarse á sí mismos por caudillos propios y de libre eleccion? Prendóse alli Fruela de una noble y hermosa jóven llamada Munia, la cual llevó consigo á Asturias, y haciéndola su esposa tuvo de ella un hijo que mas adelante habia de regir el reino y alcanzar glorioso renombre. Llamóse tambien Alfonso como su abuelo.

Enagenóse Fruela una gran parte del clero y del pueblo con una medida que acaso le inspiró su celo religioso. Tal fué la de prohibir los matrimonios de los sacerdotes, y aun obligar á los ya casados á separarse de sus mugeres: costumbre antigua en España y desde el tiempo de Witiza muy recibida y genera lizada. Bien fuese que no le creyeran con derecho á hacer por su sola autoridad esta innovacion en la disciplina canónica, bien que el clero y los pueblos mismos tuvieran interés en la conservacion de aquella

costumbre, «porque los hombres, dice á este propósitó uno de nuestros historiadores, quieren que lo antiguo y usado vaya adelante, y la libertad de pecar es muy agradable á la muchedumbre ("),» atrájose con esto el desabrimiento de una gran parte del pueblo y de los sacerdotes. «Lo cual, dice hablando de esto mismo otro de nuestros analistas, agradó á todos los piadosos, aunque se exasperaron los mas de los eclesiásticos (2).» Con tanto disgusto se supone haber sido recibida esta medida, que á ella se atribuye la rebelion que en Galicia estalló contra Fruela, el cual desplegó para sofocarla toda la severidad de su irascible genio, devastando la provincia y castigando de muerte á todos los culpados.

De regreso de esta espedicion edificó á Oviedo, destinada á ser mas adelante el asiento y córte de los reyes de Asturias. Dos piadosos varones, el abad Fromistano y su sobrino el presbítero Máximo habian erigido un templo en honor de San Vicente mártir en un lugar cubierto de guájaras y arbustos, no lejos de le selva llamada por los romanos Lucus Asturum. Al rededor de este templo habíanse ido agrupando muchos fieles; que desbrozando las malezas de la colina hicieron alli sus viviendas, siendo la ermita el centro de la poblacion, que á favor de un terreno fértil y de un clima suave iba atrayendo á los mora

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