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hallóse su hermano Karl, el llamado despues Cárlos el Grande y Carlo-Magno, dueño de toda la herencia de Pepino hasta los Pirineos. Tuvo Carlo-Magno en los primeros años siguientes ocupada toda su atencion y empleadas todas sus fuerzas y toda su política en el Norte del otro lado de los Alpes y del Rhin, peleando alternativamente contra los sajones y contra los lombardos, y oponiendo un dique á las últimas oleadas de las invasiones de los pueblos germanos. Habíanse los sajones sublevado de nuevo en 777; marchó contra ellos el rey franco y los deshizo, y despues de haber implantado, como dice un escritor de aquella nacion, con ayuda de los verdugos la obediencia y el cristianismo en el suelo rebelde de la Sajonia, los emplazó para que compareciesen en el Campo-deMayo (1) de Paderborn.

Hallábase pues Carlo-Magno presidiendo esta célebre dieta en el fondo de la Germania, cuando inopinadamente se presentaron en ella unos hombres cuyos trages y armaduras revelaban ser musulmanes. ¿A qué iban y quiénes eran aquellos estrangeros que asi interrumpian las altas cuestiones que se agitaban en la asamblea? Era Ben Alarabi el walí de Zaragoza, que con Cassim ben Yussuf (2), y algunos otros de sus

(4) Nombre que daban los francos á las asambleas semi-religiosas, semi-militares de la Germania, por haber Pepino trasladado al mes de mayo los antiguos Cam

pos de Marte. Mas tarde se llamaron dietas, estados generales, cámaras, etc.

(2) Aquel tercer hijo de Yussuf el Fehri, que cuando el ejército de

compañeros iba á solicitar de Carlo-Magno el auxilio de sus armas contra el poderoso emir de Córdoba Abderrahman. No desechó el monarca franco una invitacion que le proporcionaba propicia coyuntura, no solo de asegurar la frontera de los Pirineos, sino tambien de ensanchar sus estados incorporando á ellos por lo menos algunas ciudades de España que el disidente musulman le debió ofrecer (1), dado que mas allá no fuesen sus pensamientos de conquistador. Preparóse pues para invadir la España en la primavera del año siguiente (778). Dejó aseguradas las fronteras de Sajonia, pasó el Loire, cruzó la Aquitania, juntó el mayor ejército que pudo, y dividiéndole en dos cuerpos ordenó que el uno franqueára los desfiladeros del Pirineo Oriental, mientras él á la cabeza del otro penetraba por las gargantas de los Bajos Pirineos.

Sin tropiezo avanzó el rey franco con todo el aparato y brillo de un conquistador poderoso por San Juan de Pié de Puerto y los estrechos pasos de Ibañeta hasta Pamplona, cuya ciudad, en poder entonces de los árabes, tampoco le opuso resistencia; y prosiguienlas poblaciones del Ebro, talando y devastando sus campos, se puso sobre Zaragoza. Gran con

do

por

Abderrahman tomó á Toledo se habia fugado de la ciudad salvándose á nado. (Cap. IV. de este libro.)

(4) «Entonces el rey, dice su mismo secretario y cronista Egin.

hard, concibiendo á persuasion del mencionado sarraceno la esperanza de tomar algunas ciudades en España... Tunc rex persuasio. ne prædicti sarraceni, etc. EginhAnnal.

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fianza llevaba el monarca franco de entrar derecho y sin estorbo á tomar posesion de la ciudad. Grande

por lo mismo debió ser su sorpresa al encontrar las puertas cerradas y sus habitantes preparados á defenderla. ¿Qué se habian hecho los ofrecimientos y compromisos de Ben Alarabi? ¿Es que se arrepintió de su obra al ver á Cárlos presentarse, no como auxiliar, sino con el aire y ostentacion de quien va á enseñorearse de un reino? ¿O fué que los musulmanes llevaron á mal el llamamiento de un príncipe cristiano y de un ejército estrangero, y se levantaron á rechazarle aun contra la voluntad de su mismo walí? Las crónicas no lo aclaran, y todo pudo ser. Es lo cierto que en vez de hallar amigos vió Cárlos sublevarse contra sí todos los walíes y alcaides, todas las poblaciones de uno y otro márgen del Ebro, y que temiendo el impetuoso arranque de tan formidables masas, tuvo á bien retirarse de delante de fos muros de Zaragoza, con gran peso de oro, dicen algunos anales francos, pero con gran peso de bochorno tambien (1). Determinado á regresar á la Galia por los mismos puntos por donde habia entrado, volvió á Pamplona, hizo desmantelar sus muros, y prosiguiendo su marcha se internó en los desfiladeros de Roncesvalles, sin haber encontrado enemigos. Solo en àquel valle funesto habia de dejar sus ricas presas, la mitad de su ejér

(4) Annal. Metens.―ld. de Aniano.-Id de Eginhard. ad. an. 778.

cito, y

lo que es peor para un guerrero, su gloria. Dividido en dos cuerpos marchaba por aquellas angosturas el grande ejército de Carlo-Magno á bastante espacio y distancia el uno del otro. Cárlos á la cabeza del primero, «Cárlos, dice el Astrónomo historiador, igual en valor á Anibal y á Pompeyo, atravesó felizmente con la ayuda de Jesucristo las altas cimas de los Pirineos.» Iba en el segundo cuerpo la córte del monarca, los caballeros principales, los bagages y los tesoros recogidos en toda la expedicion. Hallóse éste sorprendido en medio del valle por los montañeses vascos, que apostados en las laderas y cumbres de Altabiscar y de Ibañeta, parapetados en las breñas y riscos, lanzáronse al grito de guerra y al resonar del cuerno salvage sobre las huestes francas, que sin poderse revolver en la hondonada, y embarazándolas su misma muchedumbre, se veian aplastadas bajo los peñascos que de las crestas de los montes rodando con estrépito caian. Los lamentos y alaridos de los moribundos soldados de Carlo-Magno se confundian con la gritería de los guerreros vascones, y retumbando en las rocas y cañadas aumentaban el horror del sangriento cuadro. Alli quedó el ejército entero, alli todas las riquezas y bagages; alli pereció Egghiard, prepósito de la mesa del rey, allį Anselmo, conde de palacio, alli el famoso Roland (1),

(1) El Roldan de nuestros romances, Hrnodland.

prefecto de la Marca de Bretaña, alli, en fin, se sepultó la flor de la nobleza y de la caballería francesa, sin que Cárlos pudiera volver por el honor de sus pendones ni tomar venganza de tan ruda agresion (1).

Tal fué la famosa batalla de Roncesvalles, como la refiere el mismo secretario y biógrafo de Carlo-Magno que iba en la expedicion, desnuda de las ficciones con que despues la embellecieron y desfiguraron los poetas y romanceros de la edad media de todos los paises (2). Por muchos siglos siguieron enseñando los descendientes de aquellos bravos montañeses la roca que Roldan, desesperado de verse vencido, tajó de medio á medio con su espada, sin que su famosa Durindaina ni se doblára ni se partiera; aun muestran los pastores la huella que dejaron estampada las herraduras del caballo de aquel paladin; aun se conservan en la Colegiata de Nuestra Señora de Roncesvalles, fundada por Sancho el Fuerte, grandes sepulcros de piedra, con huesos humanos, astas de lanzas, bocinas, mazas y otros despojos que la tradicion supone pertenecientes á aquella gran batalla.

(4) Eginh. Annal.-Id. Vit. Karol. Magn.-Conde, cap. 20.

(2) ¿Quién no conoce la famosa crónica del arzobispo Turpin, las proezas de Roldan y de los Doce

Pares de Francia, las hazañas de Bernardo del Carpio, y los mil romances, canciones y leyendas á que ha dado argumento aquella famosa batalla, incluso lo de:

Mala la hubistes, franceses,
en esa de Roncesvalles,

que el inmortal Cervantes llegó á lar en boca de un labrador del poner como el romance mas popu- Toboso?

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