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<<las mugeres y de los débiles ancianos. En las inva<<siones y correrías por tierras enemigas, no destru«yais los árboles, ni corteis las palmeras, ni abatais «<los verjeles, ni asoleis sus campos ni sus casas; to«mad de ellos y de sus ganados lo que os haga falta. «No destruyais nada sin necesidad, ocupad las ciuda«des y las fortalezas, y arrasad aquellas que puedan «servir de asilo á vuestros enemigos. Tratad con pie«<dad á los abatidos y humildes; Dios usará de la mis«<ma misericordia para con vosotros. Oprimid á los so<«<berbios, á los rebeldes, y á los que sean traidores á <<vuestras condiciones y convenios. No empleeis ni do«blez ni falsía en vuestros tratos con los enemigos, y «sed siempre para con ellos fieles, leales y nobles; «cumplid religiosamente vuestras palabras y vuestras «promesas. No turbeis el reposo de los monjes y soli<tarios, y no destruyais sus moradas; pero tratad con «<un rigor á muerte á los enemigos que con las armas «<en la mano resistan á las condiciones que nosotros «les impongamos (").»>

Despues de estas arengas, en que se revela el genio muslímico, y el carácter á la vez pontifical, militar y político de los califas, que desde la Meca y Medina dirigian las conquistas y los ejércitos, ordenó

(4) Conde, Ilistoria de la Dominacion de los árabes en España, part. I. cap. 3. A ser ciertas estas arengas, probarian verdaderamente una ilustracion y un espíritu de humanidad y de templanza,

que seria de desear en muchos caudillos militares de los pueblos civilizados y de los siglos modernos. Por lo menos descubren no poca política de parte de aquellos conquistadores.

Abubekr que la mitad de sus tropas marchase á la Siria, y la otra mitad al mando de Khaled ben Walid hácia los confines de la Persia. ¿Quién será capaz de detener estos torrentes, que se creen impulsados por la mano de Dios, ni qué imperio podrá resistir al soplo del huracan del desierto? Las ciudades de la Siria se rinden á la impetuosidad de los ejércitos musulmanes: Bostra, Tadmor, Damasco, dan entrada á los sectarios У á los estandartes del Profeta. Si alguno re cibe la muerte, su gefe le señala el camino del paraiso, y una sonrisa de anticipada felicidad acompaña su último suspiro. Khaled, el mas intrépido de los ginetes árabes, llamado la Espada de Dios, lleva delante de sí el terror, y no encuentra quien resista el impulso de su brazo. La Persia sucumbe á la energía religiosa de los hijos de Ismael. Abubekr muere, y le sucede Omar. Bajo Omar el torrente se dirige hácia el Egipto; la enseñá muslímica tremola en los muros de Alejandría y de Menfis; los árabes del desierto reposan á la sombra de las pirámides. Pero estos soldados misioneros no pueden detenerse: un soplo que parece venir de Dios los empuja, los hace arrastrar tras sí á sus gefes mas bien que ser regidos por ellos: el verdadero gefe que los manda es el fanatismo; es Dios, dicen ellos, el que da impulso á nuestros brazos, y el que afila el corte de nuestras espadas; es el Profeta el que nos lleva por la mano á la victoria; si morimos, gozaremos mas pronto de Dios y del

paraiso, hablaremos con el Profeta, y nos acariciarán las huríes que no envejecen nunca. ¿Quién puede vencer á un ejército que pelea con esta fé?

Del Egipto el torrente se desborda de nuevo. ¿Qué dique podrá oponerle el Africa, devastada por los vándalos, sometida por Belisario, y arruinada y empobrecida por la tiranía de los emperadores griegos? Desde las llanuras de Egipto hasta Ceuta y Tánger, desde el Nilo hasta el Atlántico, habia una línea de poblaciones, poderosas y florecientes en otro tiempo, yermas y pobres ahora. Berenice, la ciudad de las Hespérides; Cirene, la antigua rival de Cartago; Cartago, la ciudad de Anibal y de Escipion; Utica é Hipona, las ciudades de Caton y de San Agustin, todas las poblaciones de las dos Mauritanias, teatro sucesivo de las conquistas de los cartagineses, de los romanos, de los vándalos, de los godos y de los griegos, se someten á las armas de ese pueblo nuevo, poco antes ó desconocido ó despreciado. Solo los moros agrestes, aquellas hordas salvages que, ó bien apacentaban ganados en las llanuras siendo el azote de los aduares agrícolas, ó bien vivian entre sierras y breñas disputando sus pieles á las fieras de los bosques, fueron los que opusieron á los árabes invasores una resistencia ruda y porfiada. Pero la política, la astucia y la perseverancia de los agarenos triunfaron al fin de todos los esfuerzos de los berberiscos. En medio del desierto y á unas treinta leguas de Cartago

fundaron la ciudad de Cairwan, que unos suponen poblada por Okbah y otros por Merwam. El intrépido caudillo Okbah, despues de haber penetrado por el desierto en que se levantaron mas adelante Fez y Mar- ruecos, cuéntase que detenido por la barrera del Océano, hizo entrar su caballo hasta el pecho en las aguas del mar, y exclamó: «¡Allah! ¡Oh Dios! Si la profundidad de estos mares no me contuviese, yo iria hasta el fin del mundo á predicar la unidad de tu santo nombre y las sagradas doctrinas del Islam!»

A principios del octavo siglo fué encargado Muza ben Nosseir, el futuro conquistador de España, de la reduccion completa de Al-Magreb, ó tierra de Occidente, que asi llamaban entonces los árabes al Africa. entera por su posicion relativamente á la Arabia. Muza llenó cumplidamente su mision, y el undécimo califa de Damasco, Al Walid, le dió el título de walí con el gobierno supremo de toda el Africa Septentrional ("). Muza logró con la persuasion y la dulzura mitigar la ruda fiereza de los moros; y las tribus mazamudas, zanhegas, ketamas, howaras y otras de las

(4) Los califas sucesores de Mahoma hasta la conquista de España fueron, Abubekr, Óman, Othman y Ali, que residieron en la Meca y Medina desde 632 hasta 660. Hácia el fin del reinado de Alí, Moaviah ben Abi Sofian, de la casa de Ommiyah, walí de Siria, con pretesto de vengar la muerte de Othman, le disputó el poder, y se siguió una guerra civil. A la muerte de Alí le

sucedió su hijo Hassan en el He-
jiaz, pero Moaviah tomó el título
de califa de Damasco, y fué el orí-
gen de los Ommiadas que despues
habian de fundar un imperio en
España. Siguiéronle Yezid I., Moa-
viah II., Merwan, Abdelmelek y
Walid, sexto de los Ommiadas, en
cuyo califato fué conquistada Es-
paña.

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mas antiguas y poderosas de aquellas comarcas, fueron convirtiéndose al islamismo y abrazando la ley del Coran. Llegaron los árabes á persuadirlos de la identidad de su orígen, y los moros se hicieron musulmanes como sus conquistadores, llegando á formar co mo un solo pueblo bajo el nombre comun de sarracenos (1).

En tal estado se hallaban las cosas en Africa en 711, cuando ocurrieron en España los sucesos que en el capítulo octavo de nuestro libro IV. dejamos referidos. Estaba demasiado inmediata la tempestad y soplaba el huracan demasiado cerca, para que pudiera libertarse de sufrir su azote nuestra península. Los desmanes de Rodrigo, las discordias de los hispanogodos y la traicion de Julian, fueron sobrados incentivos para que Muza, gefe de un pueblo belicoso, ardiente, victorioso, lleno de entusiasmo y de fé, resolviera la conquista de España. De aquí la espedicion de Tarik, y la tristemente famosa batalla de Guadalete. que conocemos ya, y en la cual suspendimos nuestra narracion, para dar mejor á conocer el pueblo que concluia y el pueblo que venia á remplazarle.

La fama del vencedor de Guadalete corria por Africa de boca en boca. Picóle á Muza la envidia de las glorias de su lugarteniente, y temiendo que acabára

(1) Derivan algunos el nombre de sarracenos de Sara, una de las mugeres de Abraham, lo cual se opone á la genealogía que se dan ellos mismos. Otros de Sharac,

que significa oriental, que puede ser mas probable, y otros tambien de Sahara, gran desierto, que no deja de ser verosimil.

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