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Córdoba, mientras él y Samail allegaban gente en las demas partes, y ponian en movimiento las tribus amigas de Mérida, Toledò, Valencia y Murcia. Pero la suerte habia abandonado á los caudillos que con sus rivalidades habian manchado de sangre el suelo de España, y puéstose del lado del que aparecia en ella como el iris de paz en medio de tantas tormentas, y que habia de brillar despues como un sol en despejado horizonte. El jóven Abderrahman batió al hijo de Yussuf que le habia salido al encuentro, y le obligó á encerrarse en Córdoba. Adelantábanse en tanto Yussuf y Samail con numerosas huestes, confiados en vencer fácilmente á un jóven inesperto y bisoño. Pero Abderrahman, dejando en el cerco de Córdoba diez mil infantes, salió con otros tantos caballos al encuentro de los dos orgullosos caudillos: á pesar de la inferioridad y desproporcion numérica, embistió Abderrahman con tal ímpetu, que no hubo filas que resistieran las lanzas de sus fogosos escuadrones: los dos ejércitos combinados quedaron deshechos. Yussuf no paró hasta la Lusitania; Samail con las reliquias de su gente se retiró hácia Murcia; el hijo de Yussuf salió con sus tropas desalentadas camino de Mérida, y Córdoba abrió sus puertas al vencedor.

De esta manera quedó en poder de Abderrahman la ciudad que habia de ser asiento y silla de su imperio. Y aunque todavía para asegurar su naciente trono tuvo que luchar contra recios huracanes, quedó

por decirlo asi instalado el imperio árabe español, independiente de Asia y Africa, empezando la dinastía de los califas árabes españoles con el último y único vástago de la familia de los Beni-Omeyas, que por tantos años habia tenido el califato de Damasco.

Dióse pocos dias de reposo Abderrahman en Córdoba. Salió luego para Mérida con la mayor parte de su ejército. Las ciudades le abrian sus puertas como á un libertador, y los jeques se le presentaban á rendirle homenage. Mas noticioso el hábil Yussuf de la escasa guarnicion que en Córdoba habia dejado, dirigióse rápidamente á esta ciudad por desusadas sendas, como práctico que era ya en el pais, y apoderóse de ella por un atrevido golpe de mano. Avisado de ello Abderrahman, retrocedió con no menor precipitacion, si bien Yussuf, no teniendo valor para esperarle en la ciudad, habíase corrido ya con su hueste, reunida otra vez á la de Samail, bácia tierra de Elvira. Alli los siguió el intrépido sirio, y acosándolos por entre los desfiladeros de la Alpujarra, dióles alcance en Almuñecar (Hins Almunecab, fortaleza de las lomas), teatro de las primeras glorias de Abderrahman. Empeñóse alli otra mas brava y tenaz peléa, en que la fortuna favoreció segunda vez las armas del ilustre descendiente de los califas. Retiráronse á Elvira los vencidos, y parapetáronse al abrigo de la villa de los Judíos (756). La poca gente que á Samail

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quedaba, el prestigio que veia ir ganando ał jóven Ommiada, la idea que este último golpe le habia hecho formar de las altas prendas militares del ilustre emir, todo le movió á proponer á su compañero Yussuf el venir á una avenencia y transaccion con el afortunado vencedor de Córdoba y de Almuñecar. Accedió á ello Yussuf aunque con repugnancia. Deseaba tambien Abderrahman poner término á tan sangrienta guerra, y estipuláronse los tratos. Mostróse en ellos Abderrahman tan generoso, que queriendo premiar á Samail por la parte que habia tenido en la sumision de Yussuf, le dejó el gobierno de la España Oriental. A Yussuf ofreció completo olvido de lo pasado, y éste por su parte hizo entrega de las fortalezas de Elvira y la Alpujarra. Tremoló pues el pendon blanco de los Ommiadas en todas las fortificaciones de las márgenes del Darro y del Genil, y los sometidos pasaron á tierra de Murcia, donde los hijos de Yussuf, mas tenaces aun que su padre, no dejaron de conspirar y atizar de nuevo la guerra.

Terminada esta campaña, procedió el jóven emir). á visitar algunas provincias y ciudades prin

(1) Aunque el objeto habia sido hacer de España un imperio muslímico independiente, los primeros soberanos Ommiadas de Córdoba solo tomaron el modesto título de Emires; y aunque no usaron hasta mas adelante el de Califas, comunmente se los nombra en las

historias arábigas y cristianas desde Abderrahman I. ó Califas ó reyes ó emperadores. Nosotros, hecha esta salvedad, emplearemos tambien cualquiera de estas denominaciones generalmente adoptadas.

cipales, entre ellas Mérida, donde entró con gran pompa á la cabeza de sus fieles y distinguidos zenetas. Paseó la ciudad á caballo entre las aclamaciones de una multitud encantada de su amabilidad, gentileza y gallardía: él por su parte tuvo todavía ocasion de admirar los magníficos restos de la famosa Emérita de Augusto: trató con su genial dulzura á musulma nes y cristianos, y recibió alli los enviados de las ciudades de Estremadura y Lusitania que iban á ofrecerle sus respetos. Recorrió despues algunas comarcas de los Algarbes, y regresó apresuradamente á Córdoba, con motivo del estado crítico de la sultana Howara, que á los pocos dias le dió felizmente un hijo. Entonces, contando ya mas asegurado el trono (757), decidióse á hacer la capital del emirato asiento y córte del nuevo imperio. Las horas que los negocios del estado le dejaban libre, entreteníalas agradablemente en los bellos jardines de Córdoba que le recordaban con placer los de su amada Siria. Para que fuese mas vivo el recuerdo, plantó con su mano aquella esbelta palma que tan célebre se hizo en los anales de la España musulmana. En otro lugar hemos observado la singular circunstancia de haber sido plantada la reina de las selvas orientales por la mano de un árabe ilustre en los mismos sitios en que ocho siglos antes habia crecido el famoso plátano puesto por el mas ilustre de los capitanes romanos. Los jardines de Córdoba eran testigos de estas grandes revo

luciones de los tiempos; un mismo recinto veia sucederse una planta á otra planta, un héroe á otro héroe, y un imperio á otro imperio. Pero César era guerrero é historiador, y su plátano tuvo que celebrarle un poeta de España; Abderrahman era guerrero y poeta, y él mismo compuso á su palma aquella célebre y tierna balada que los árabes repetian de memoria, y que revela toda la dulzura de sentimien-` tos del jóven príncipe Ommiada:

Tú tambien, insigne palma,-eres aqui forastera;

De Algarbe las dulces auras-tu pompa halagan y besan:
En fecundo suelo arraigas,―y al cielo tu cima elevas,
Tristes lágrimas lloráras-si cual yo sentir pudieras;
Tú no sientes contratiempos,-como yo, de suerte aviesa:
A mí de pena y dolor-continuas lluvias me anegan:
Con mis lágrimas regué-las palmas que el Forat (1) riega;
Pero las palmas y el rio-se olvidaron de mis penas,
Cuando mis infaustos hados-y de Alabas la fiereza
Me forzaron á dejar-del alma las dulces prendas.
A tí de mi patria amada ningun recuerdo te queda:
Pero yo triste no puedo-dejar de llorar por ella (2).

A invitacion de Abderrahman vinieron á España muchos personages ilustres de los que por adictos á la causa de los Beni-Omeyas andaban proscriptos y errantes por Siria, Egipto y Africa, que fueron los

(1) El Eufrates.

(2) Traduccion de Conde. En 'este género de metro, el mas usado en la poesía árabe, cada uno de

los versos, divididos por dos hemistiquios, equivale á dos de los de nuestros romances.

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