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audiencia en que celebran sus vietas los tribunales no es una sala de experiencias, los litigantes no son animales que sirvan para la experimentación. Debe, por consiguiente, también protestarse por el interés de estos terceros, contra el hecho de que el principiante práctico, como novicio, se dedique à sus tareas profesionales.

¡Se habla tanto de los jueces viejos en contraposición á los jóvenes! (1). Por eso, no es lo último que se tiene presente la circunstancia de que los primeros poseen más experienciá práctica que los segundos. Una parte de esta experiencia no puede, ciertamente, ser sustituída por ninguna teoría, porque es aquí precisamente donde se llega á lo vivido. Así, pues, en cuanto á esto merecerá siempre la preferencia el juez antiguo (que no lo sea demasiado) con respecto al moderno, y se podrá considerar como un ideal que sólo hombres ancianos puedan desempeñar los cargos judiciales. Sin embargo, este ideal es irrealizable, porque, ¿en qué otro lugar deberán estos viejos jueces recoger su experiencia sino como abogados jóvenes (2), como jueces jóvenes? El que sostenga la conveniencia de los jueces viejos tiene que conformarse también con los jóvenes. Y creo yo que también estos últimos puedan desem. peñar sus cargos satisfactoriamente. Hay bastante experiencia cuya obtención no se realiza en toda la vida de una per

(1) JOSEF en Grenzboten, 1908, págs. 278, 378; consúltese, en cambio, á la Revista de los jueces alemanes, 1909, pág. 108.

(2) La opinión de los que sostienen que, á semejanza de lo que ocurre en Inglaterra, los jueces deben ser elegidos de entre los abogados en ejercicio, exigiendo á todo juez la previa práctica de la abogacía por algún tiempo, tiene muchas razones en su favor y no sólo facilitaría con frecuencia la inteligencia entre los primeros y los segundos, sino que influiría también favorablemente en la educación profesional del juez. Ya hoy en día se hace la experiencia de que el licenciado en Derecho en ningún período del servicio preparatorio aprende tanto como en el de procurador, en el supuesto, naturalmente, que sea de bastante duración y no se ejerza sólo por sport. Como ejemplo se puede citar el que en el reino de Sajonia los licenciados en Derecho, pasantes de los procuradores, están á sueldo de éstos, quienes les exigen, en cambio, completa responsabilidad y que trabajen con todo celo.<

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sona y que puede ser obtenida más bien recogiendo inteligentemente la experiencia extraña, en la forma que la teoría la ofrece como efecto de la misma. Sería un absurdo rechazar al juez joven exclusivamente por su edad, esto es por la inexperiencia propia. Sería tanto como derrochar de modo irresponsable el tiempo y las fuerzas, si se quisiese obligar á los prácticos jóvenes á recoger personalmente por sí mismos todos los conocimientos que hubiese podido encontrar en un libro. Pero sería esto, además, una injusticia, pues si te quisiese ser consecuente, se debería impedir el ejercicio del cargo judicial á los jueces jóvenes hasta que hubiesen hecho varios experimentos. Pero esto no lo hace nadie; también el juez jóven tiene más actividad judicial que el viejo y tiene que decidir sobre el destino humano exactamente como el viejo.

Lo que aquí se pide y ejecuta ee practica en otros órdenes y se reconoce teóricamente hace mucho tiempo. La Teología práctica es ciertamente un trozo de experiencia y primera-mente es comprendido por completo en la práctica, y, sin embargo, esta disciplina se estudia en nuestras Universidades y se exige ya en el primer examen teológico. No otra cosa ocurre en la Jurisprudencia. La práctica procesal se aprende, cierto es, únicamente en la misma práctica de los litigios, y, sin embargo, hay clases procesales en la Universidad y tenemos que sufrir ya como licenciados en Derecho el correspondiente examen.

También aquí se puede echar otra vez una ojeada del lado pedagógico. Aun cuando se pueda considerar como lo más supérfluo en el mundo cierta dirección de trabajos teóricos, de teoría pedagógica, con la favorita referencia de que los teóricos pedagógicos son con frecuencia malos educadores, y que han sido verdaderos artifices educadores, no raras veces, aquéllos que no habían ni siquiera saludado la Pedagogía teórica, el convencimiento predominante entre los profesionales es hoy el de que para que un maestro y educador esté á la altura de su profesión le es tan indispensable el estudio de la Pedago

gía como para el médico lo es el estudio de la Terapéutica (REIN, ob. cit., pág. 176).

3. Se objeta: el estudio de la Psicología forense es peligroso para los juristas, pues un oscuro conocimiento á mediasde las cosas induce al dedicado al Derecho á la presunción y á la vanidad, y le inclina á querer dar entrada al perito psiquiatra allí donde sólo el conocimiento de lo íntimo del asun · to lleva al fin propuesto. Para comprobar esta afirmación se complacen en citar la frase, con frecuencia mal aplicada, de zapatero á tus zapatos.

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También esta objeción es sólo verdadera en parte. Es pertinente en tanto en cuanto no se puede negar que ocuparse en ciencias auxiliares ó accesorias superficialmente y con ligereza conduce fácilmente à conocimientos incompletos y petulantes. Este peligro existe para los teólogos cuando estudian Filosofía ó Semitología; para el historiador cuando estudia Estadística ó Historia del Arte; para el filólogo cuando estudia Pedagogía; para el inteligente en música cuando estudia Esté tica. Sin embargo, el que por estos peligros accidentales desechase todo estudio accesorio, obraría como aquel que, por temor à la cizaña, no sembrase trigo. Si se quisiese proceder de acuerdo con los que censuramos, habría que most rarse partidario de los que sostuviesen que se debía prohibir á los juristas el estudio de las doctrinas económicas, fundándose en que el último les desvía de su estudio principal y produce como resultado un conocimiento á medias é insuficiente. Estamos lejos de tener tales exclusiones y parcialidades. El que exige al jurista severidad, debe ser consecuente, y, por tanto, si todo estudio ajeno al Derecho es malo, se pediría nada menos que el que al estudio del último se dedicase fuera el zapatero dedicado exclusivamente à sus zapator, es decir, el zapa tero pura y exclusivamente del articulado, del cual no puede separarse.

Los adversarios de todo estudio accesorio de los juristas deben meditar un poco sobre lo siguiente: si realmente los es

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tudios accesorios son siempre perjudiciales, ¿cuál es el mal menor, un estudio ordenado y sometido à un plan, ó un saber casual, elegido fortuitamente, sin principios, del que sólo va al azar, de caso en caso, ocupándose en tales problemas? ¿No será mucho más insoportable el diletantismo y la pedanteria del último? Es un hecho conocido que los estudios psicopatológicos de muchos jóvenes juristas se suelen limitar á la lectura de la Psicopatía sexual de KRAFFT EBING.

Pero como especialmente infundada debe estimarse la opinión de los que sostienen, de vez en cuando, que los estudios psicológicos y psicopatológicos por los juristas, provocaría una tirantez de relaciones poco satisfactoria entre éstos y los psiquiatras, en cuanto el jurista se sentiría inclinado á rivalizar con los últimos, y, en cierto modo, á querer desempeñar el papel de los mismos. Precisamente ocurriría lo contrario. El psicopatólogo se mostraría siempre agradecido y con reconocimiento si el juez acudiese á un terreno común. Pero el jurista, que ha echado una mirada sobre el campo de trabajo del peiquiatra, no dejará de mostrar su estimación á la labor del último, tan llena de responsabilidades, y la relación de amistosa vecindad entre el jurista y el médico ayudará en todo caso más á la estimación que la del segundo con el ignorante en Psicopatologia.

4. El ejemplo, precisamente opuesto, de los que sostienen la objeción últimamente combatida, es el siguiente: se teme que el jurista concienzudo y dotado de aptitud crítica llegue, por la labor á que se dedique en Psicología forense, á verse asaltado por un exceso de escrúpulos y dudas; se produciría en él, en cierto modo, la hipocondría, gemela de aquella que suele comunicar la medicina popular á ciertos profanos. Se ha mencionado, por ejemplo, el temor de que un jurista dedicado á la Psicología de las declaraciones testificales no creerá ya á ningún testigo; de que un jurista que se ocupe en Psicopatología absolverá á todo el que sea inculpado de un delito segunda vez, por ser incapaz de responsabilidad.

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Se puede admitir que tal peligro pueda ser práctico en al-
gunas ocasiones. Desde su origen las naturalezas excesiva-
mente escrupulosas tomarán de la Psicología forense materia
para nuevos y crecientes escrúpulos. Pero los caracteres de esta
especie se mantienen más bien alejados de la Jurisprudencia,
en la que difícilmente obtienen favorables resultados. El irre-
foluto no debe elegir una profesión cuya esencia es la resolu-
ción. Si prescindimos de tales personas, el citado peligro sólo
- podrá subsistir examirando las cosas superficialmente; pro-
fundizando se desvanece.

Se puede aplicar aquí á la Psicología forense lo mismo que
se ha dicho de la Filosofía y se puede aplicar á cualquiera otra
ciencia: un poco de Filosofía hace al hombre escéptico; la Fi-
losofía fundamentalmente estudiada hace desaparecer la duda.
Studere destruit; studuisse construit.

5. Otra objeción se refiere al problema de las personas.
Parte de la afirmación de que es difícil encontrar personalida-
des que tengan aptitud y afición para dedicarse al estudio de
esta ciencia. Los psicólogos profesionales y los médicos no son
aptos porque carecen de conocimientos jurídicos; los médicos,
además, no están suficientemente versados en Psicología nor-
mal; los juristas tampoco, porque les faltan todos los conoci-
mientos psicológicos y psicopatológicos. Los hombres serios y
concienzudos debían evidentemente, según esto, titubear antes
de sujetarse á esta tarea difícil y vasta. Así, pues, existe el
-peligro de que los chapucheros y charlatanes usurpen el puesto
con su ligereza y la excesiva estimación de sí mismos y lo
arrastren por los suelos.

No nos detendremos largo tiempo en combatir este escrú-
pulo que, en verdad, no carece de fundamento. Allí donde se
presenta ante nuestra vista un fin serio, allí se encuentran también
hombres serios que ayuden á realizarlo. La labor es dura, pero
hermosa; estoy convencido que encontrará sus servidores. De
qué gremio ó clase procedan, en qué facultad se inscribieron,
éstas son exterioridades que no implican nada esencial. Lo que

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