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verlo todo por el prisma de sus ódios y de sus afecciones, atribuia lo que pasaba en el Escorial á trama · urdida por Godoy con el fin de acabar de enagenarle el amor de sus padres y de representarle á los ojos de éstos como un hijo desnaturalizado y criminal, ausioso de anticipar la herencia del trono, al cual suponian aspiraba el mismo príncipe de la Paz. Los que se tenian por menos apasionados. propendian cuando menos á disculpar la conducta de Fernando por la opresion y el aislamiento en que se le tenia, ó hallaban en su edad escusa á los compromisos en que sus parciales le habian involucrado. Hasta la peticion de una princesa de Francia para esposa, cuando llegó á ser conocida, era interpretada por muchos como un paso conveniente y que podia ser salvador; y aun los que sospechaban del proceder y de las esplicaciones y disposiciones misteriosas de Napoleon, se complacian en creer que su intervencion seria en el sentido que halagaba sus deseos, á saber, en el de proteger á Fernando y derribar al favorito, cuya creencia contribuia á alimentar el embajador Beauharnais. Pocos eran los hombres previsores que vislumbráran pudiese entrar en el pensamiento del omnipotente emperador de los franceses hacer en España una segunda edicion de lo de Nápoles; y aun de éstos, los que apetecian una regeneracion radical en la monarquía, si entonces lo disimulaban, ro lo veian con malos ojos.

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Observábase que cuando salia de palacio la familia

real, el pueblo permanecia silencioso, y solo hacia demostraciones de contento cuando se presentaba el príncipe Fernando. Cualquier accion de la reina y de Godoy se interpretaba como signo de haber estrechado más sus intimidades, y el acto más inocente y más sencillo de Carlos IV., como el de apoyarse en el brazo de su ministro, se tomaba como un insulto al pueblo y como una ignominiosa degradacion de la magestad. El público acogia con avidez todas las nuevas que se recibiau de París desfavorables al valido, y los vetos que allí se ponian relativamente á la causa que se seguia. Todo anunciaba que Fernando seria el astro que no tardaria en brillar á gusto del pueblo, y todo ejercia cierta presion de que acaso los encargados de fallar el proceso no tuvieron el valor suficiente para desembarazarse. Por tanto, no estrañamos haya dicho un respetable historiador, que con dificultad se resguardarán de la severa censura de la posteridad los que en él tomaron parte, los que le promovieron y los que le fallaron, en una palabra, los acusadores, los acusados y los mismos jueces.

En cuanto al príncipe de la Paz, la noticia dada por Masserano, acaso con una exageracion hija de su aturdimiento, de los arrebates de ira de Napoleon el 11 de noviembre al leer la carta de Cárlos IV., y las instrucciones del emperador á Champagny, trasmitidas por Izquierdo, junto con las voces alarmantes que éste le decia circulaban por París, arredráron de tal

modo á Godoy, que el primer efecto de aquella pavorosa impresion fué suplicar al rey que le permitiera retirarse del ministerio, y llamára al gobierno hombres nuevos y agenos á las discordias que habia en palacio, y contra quienes no tuvieran prevenciones ni el emperador ni el embajador francés. Cuenta él mismo haberle aconsejado la íntima union de toda la real familia, coro único medio de resistir con firmeza los peligros que amenazaban por Francia; que el rey se pusiera al frente de los ejercitos franceses y españoles, como podia hacerlo con arreglo al tratado, y que su hijo mandára una parte de las tropas bajo sus reales órdenes; que su retirada convendria para tranquilizar

y

dar confianza á Fernando, quitar pretestos á sus parciales é instigadores, y quitárselos tambien al mismo Bonaparte: que el rey llamó á su hijo, y que ambos le manifestaron los deseos y le propusieron las indicaciones que acababa de hacer el de la Paz; pero que Fernando, haciendo à éste las mayores demostraciones de agradecimiento por haberle salvado del precipicio á que malos consejeros le habian ido arrastrando, suplicó á su padre no le permitiera retirarse y abandonarlos en tales circunstancias; y que habiendo rechazarlo con empeño así el monarca como el príncipe su propuesta de retiro, le fué forzoso resignarse á continuar en el ministerio para sufrir el tropel de amarguras que le esperaban. De la certeza ó inesactitud de este incidente, que con prolija y minuciosa es

tension refiere el príncipe dǝ la Paz en sus Memorias, no nos es dado á nosotros responder, porque no lo hemos visto ni contradicho por otros, ni confirmado; pero en el estado de aturdimiento y de trastorno en que á la sazon se hallaban todos, no negaremos la posibilidad de lo que en otro caso nos pareceria á todas luces inverosímil.

Faltábales resolver otra cuestion; ¿habia el rey de satisfacer á las quejas del orgulloso emperador? Y en tál caso, ¿en qué forma habia de contestar á las amenazadoras instrucciones de 18 de noviembre? Resolvióse, al fin, que el desagravio fuese de la misma índole que habia sido la que se tomó por ofensa, á saber, otra carta de su puño á Napoleon. En esta carta, uno de tantos documentos de aquella época que hacen padecer al historiador, decíale Cários IV. que al denunciarle la conducta irregular del embajador Beauharnais en sus relaciones clandestinas con el príncipe heredero, no habia sido su intencion atribuirle ni suponerle la más pequeña connivencia con aquel ministro; que una de las razones por que habia sentido más semejante proceder, era porque de él pudiera deducir el emperador que el monarca español era poco amigo suyo y de la Francia; que á haber sabido que su hijo deseaba enlazarse con una princesa de la familia imperial, de ningun modo se hubiera opuesto á sus descos; que si aun persistia en ellos, no solo le daria el más pleno asentimiento, sino que tendria la mayor complacencia

en que el emperador por su parte se hallára igualmente dispuesto á aprobar aquellas bodas; y que por lo demás estuviera seguro de que no solo cumpliria fielmente los tratados, sino que como aliado y amigo antiguo y leal, de tan largo tiempo probado, jamás ni acontecimiento, ni queja, ni motivo alguno le haria quebrantar ni apartarse de tan buena amistad y alianza (1).

Recibió Napoleon esta carta en Milan. A ella contestó en términos muy corteses, si bien negando otra vez haber recibido carta alguna del príncipe de Astúrias (2); y en cuanto á las bodas, aunque en la contestacion se limitó á un cumplimiento en que indicaba no repugnarlas, es lo cierto que por entonces no solo aceptaba el pensamiento, sino que algun tiempo después escribió él mismo á Cárlos IV. quejándose amigablemente de que no hubiera vuelto á insinuarle nada acerca del enlace de las dos familias, que tanta union y fuerza podia dar á ambos imperios. Y eso que en Mántua habia propuesto formalmente á su hermano Luciano el casamiento del príncipe de Astúrias con su hija, ofreciéndole, además, el trono de Portugal. Luciano, cuyo carácter especial hemos tenido ya ocasion de conocer, esquivó el cetro que se le ofrecia,

(1) Esta es la carta en que se supone pedia Carlos IV. una esposa de la familia imperial para su hijo. La verdad es que no la pedia directamente y por sí, sino

del modo que dejamos dicho.

(2) «Disimulo en la ocasion lícito y aun atento:» dice Toreno á este propósito. Dudamos mucho que lo juzguen todos así.

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