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ciudad, cuando se vió sorprendido por la vanguardia de Wellington, que á marchas forzadas y cruzando el Duero hizo desde Toro un movimiento estratégico celebrado por los historiadores militares. muy

Decidióse José á salir de Burgos, no sin ordenar antes la voladura de su castillo, que produjo numerosas víctimas y grandes destrozos en las casas, padeciendo bastante la catedral con el estremecimiento.

Tomó aquél, por Pancorbo y Miranda de Ebro, la ruta de Vitoria, seguido siempre por los aliados, y en la mañana del 21 de Junio encontráronse los dos ejércitos contendientes. Tenían aquéllos reunidos, sin contar la división de don Pablo Morillo y las tropas españolas que gobernaba el general Girón, 60,440 hombres (35,090 ingleses y 25,350 portugueses) y ellos 9,290 de caballería. La 6.a división inglesa, compuesta de 6,300 hombres, se había quedado en Medina de Pomar. Las fuerzas francesas eran algo inferiores en número á las del Duque de Ciudad-Rodrigo. Al amanecer del citado día 21, salió José de Vitoria, acompañado de su jefe de Estado Mayor, Jourdan, á reconocer las posiciones. El ejército llamado de Portugal estaba á la extrema derecha, camino real de Francia; el del Centro ocupaba la posición de su nombre, à la derecha de la calzada de Vitoria y Miranda; y el del Mediodía se colocó en las colinas de la Puebla de Arganzón. Todos estos cuerpos tenian sus reservas y ocupaban una extensión de dos leguas, cubriendo los caminos reales de Bilbao, Bayona, Logroño y Madrid.

Rompió Hill el fuego embistiendo à la izquierda francesa que coronaba las alturas de la Puebla de Arganzón. De su cuerpo de ejército formaba parte la división regida por don Pablo Morillo, que en el ataque resultó herido, pero no quiso retirarse del campo. Arrojados los franceses de las cimas, atravesó Hill el Zadorra y ganó á Subijana de Álava. Generalizado el combate, que sostuvieron con tesón unos y otros, la derecha y el centro de José retrocedieron ante el temor de verse cortados en la extensa linea que ocupaban. La llegada del general Graham con tropas de refresco por el camino de Bilbao acabó de introducir el desorden entre los franceses; imposible les fué ya sostenerse en ningún sitio, acabando por ser arrojados contra la ciudad y puestos en fuga desatentadamente. Perdieron 151 cañones y 8,000 hombres, entre muertos y heridos. Cerca de 5,000 bajas tuvieron los aliados, correspondiendo seiscientas de ellas á los españoles.

José, estrechado de cerca, tuvo al retirarse que montar á caballo, abandonando su coche, en el que se cogieron cartas de Napoleón y una artística espada, regalo de la ciudad de Nápoles.

También cayó en poder de los aliados el convoy que estaba á la izquierda del camino de Francia, saliendo de Vitoria. Las cajas de dinero que conducía se las repartieron los vencedores. Perdido igualmente quedó el bastón de mando del mariscal Jourdan, que, viniendo á poder de Wellington, lo envió éste al Prínciperegente de Inglaterra.

Terrible golpe fué para los franceses la pérdida de esta batalla, por la que obtuvo Wellington de su Gobierno el empleo de feld mariscal, y de las Cortes es

pañolas la posesión real Soto de Roma, sita en la vega de Granada. Huían aquéllos á la desbandada por el camino de Pamplona, rota toda disciplina, quemando, asolando y cometiendo mil estragos en los pueblos del tránsito. José se les adelantó llegando á la capital de Navarra al anochecer del día 23. Pensaron él y Jourdan resguardar de una invasión el territorio francés, y dispusieron que, de

jando una guarnición de 4,000 hombres en Pamplona, el ejército del Mediodía pasase á San Juan de Pie de Puerto, el de Portugal á cubrir el Bidasoa y el del Centro á Urrugne y San Juan de Luz.

Extraordinario enojo prodújole á Napoleón lo acaecido en Vitoria, y achacándolo á impericia de José y del mariscal Jourdan, separó los del mando, nombrando por sucesor de ambos al mariscal Soult, con el título de lugarteniente del Emperador en España, según decreto fechado en Dresde el 1.o de Julio.

El mismo día, que fué el 12, en que se posesionó Soult de su nuevo mando, salieron Jourdan para Bayona y José para Mortfontaine. El último había dejado ya de ser Rey de España.

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Hablando de él, dice uno de nuestros historiadores: «No fué en verdad mere> cedor de los muchos disgustos que amargaron su vida. Llegar desde la modesta posición de burgués medianamente acomodado, á Monarca de las Españas, y » nó por sus méritos sino por los de su hermano, pudo ser, en cuanto que sucedió; >> mas no cabía en lo posible que pudiese serlo definitivamente; su mando había » de resultar por fuerza pasajero. Mas sus cualidades personales, su honradez y » su ilustración le colocaban á muchos codos de alto sobre aquel Monarca por » quien los españoles se dejaban matar.>>

Pronto veremos la suerte que reservaba á sus defensores Fernando VII el Deseado.

Valencia, Zaragoza y Tarragona.

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IV

La proclama de Soult. - Nueva organización que dió á su ejército. Sitio de San Sebastián. — Batalla de San Marcial. - Incendio de la plaza de San Sebastián por los anglo-lusitanos. El tratado de Valencey. - 1814. Suchet en retirada. - Wellington en Francia. —Batalla de Orthez. - Batalla de Tolosa. - Los ejércitos de las naciones aliadas entran en París. —Abdicación de Napoleón y proclamación de Luis XVIII. ton, Soult y Suchet acuerdan hacer cesar las hostilidades. — Fin de la guerra.

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Welling

Dominaba Suchet à Valencia y alguna parte de su provincia, habiendo tenido que sostener diferentes encuentros con las columnas de Elio y Wittingham; pero el suceso de Vitoria le obligó á dirigirse hacia los márgenes del Ebro para mejorar la situación del ejército francés que suponía comprometido.

Salió de Valencia en la mañana del 5 de Julio y en seguida la ocuparon Villacampa, Elio, Wittingham, Roche, el Duque del Parque y los ingleses Bentinck y Clinton. Antes de su salida, reforzó las guarniciones de Murviedro, Denia, Peñíscola, Morella y Tortosa, poniendo al frente de la última al general Robert en quien tenía gran confianza. Su objeto principal era socorrer al general Paris que había quedado en Zaragoza y al que acosaban Mina, Durán y don Julián Sánchez. No llegó á tiempo, pues Paris había desamparado la ciudad, donde entró Sánchez con sus lanceros en medio de las aclamaciones del vecindario; siguióle Durán, en tanto que Mina perseguía á los fugitivos, costándole á éstos no poco trabajo ponerse en cobro en la frontera francesa.

Conociendo entonces Suchet lo inútil de su estancia en Aragón, hizo recoger las cortas guarniciones que en algunos puntos de aquel reino tenía, conservando las de Mequinenza y Monzón para resguardo de la plaza de Lérida, en la cual dejó de gobernador al general Lamarque, y, cruzando el Ebro, aproximóse á Tarragona y pasó á situarse en Villafranca del Panadés. Nuestras tropas acordaron seguirle, para lo cual salieron de Valencia convenientemente reforzadas y presentáronse delante de Tarragona, cuyo gobernador, después de volar las fortificaciones, abandonó la plaza el 18 de Agosto é incorporóse al ejército francés que se situó en la línea del Llobregat. Al día siguiente metióse en Tarragona Sarsfield, que había sido llamado á Cataluña para cooperar á tan importante operación.

Volvamos á Soult, quien tan pronto como se encargó del mando en jefe de las tropas francesas de la Península, dió una proclama llena de desconsideración para sus antecesores y de esperanzas que á la verdad no tenían base sólida sobre qué fundarse: «Soldados,- decía en aquélla-yo participo de vuestra pena » y de vuestra indignación; conozco que recae sobre otros la censura de la actual » situación del ejército; tened vosotros el mérito de reparar su suerte. He mani› festado al Emperador vuestro valor y vuestro celo; sus órdenes son que desalo

»jemos al enemigo de esas cumbres desde donde insolentemente domina nuestros >> hermosos valles y le arrojemos al otro lado del Ebro. En el territorio español » es donde vosotros debéis poner vuestros campamentos, y allí es de donde ha»béis de sacar vuestros recursos. No hay dificultad que pueda ser insuperable << para vuestro arrojo... Haced que fechemos en Vitoria la relación de nuestros

Firma

>> primeros triunfos y celebremos allí el cumpleaños de S. M. Imperial. » do, SOULT, Duque de Dalmacia, lugarteniente del Emperador. - 23 de Julio » de 1813 ».

Dió nueva organización al ejército, formando uno, de los cuatro denominados antes del Norte, Centro, Portugal y Mediodía, con el nombre de ejército de España, distribuído en tres cuerpos. Confió el de la derecha al Conde de Reille, el de la izquierda à Clausel y el del Centro al Conde de Erlon; formó otro de reserva á cargo de Villalte, con dos divisiones de caballería pesada, á las órdenes de Tilly y Treilhard, y otra ligera á las de su hermano, el general Soult.

Apretaban mientras tanto los nuestros el cerco de San Sebastián, que defendían 4,000 hombres bajo el mando del general Rey, y si bien los españoles blo

quearon en un principio la plaza, sólo formalizaron el sitio los anglo-portugueses que regía Graham, quién resolvió encaminar el ataque contra el lado débil y descubierto de la Zurriola.

Trataron los franceses de socorrer la ciudad y, saliendo de Hendaya al amanecer del 31 de Agosto, vadearon el Bidasoa en número de 18,000 hombres y cayeron furiosamente contra el 4.o ejército español que mandaba entonces Freire, reforzado por Longa, Mendizábal y Porlier, y dos brigadas de la 4.a división británica. Ocupaba Freire las alturas de San Marcial, Irún y Fuenterrabía, cubriendo el camino de la capital de Guipúzcoa.

Las primeras acometidas fueron rechazadas por el regimiento de Asturias, con pérdida de su coronel don Fernando Miranda. En la batalla, que fué ruda, tomaron parte, con su acostumbrado denucdo, Porlier y Mendizábal, conduciendo éste el segundo batallón de infantería de marina. Consiguióse arrollar á los franceses que comenzaron á repasar el río, hostigados por nuestras tropas. Perdieron los españoles en esta victoriosa jornada de San Marcial, 1,658 hombres; más los franceses y muy pocos los anglo-lusitanos, por no haber intervenido apenas en la lucha. Wellington se presentó cuando concluía, excitando su vista aclamaciones en los españoles, de cuyas tropas dijo aquél, en una proclama, que «se habían portado en San Marcial como las mejores del mundo».

El gobernador de San Sebastián, general Rey, aun viéndose privado de todo socorro, resistió las proposiciones que le hicieron el 3 de Septiembre los aliados, por lo cual resolvieron éstos avivar su ataque. Después de porfiada resistencia, vióse obligado Rey á capitular, incendiando los anglo-lusitanos la ciudad y cometiendo con sus habitantes toda suerte de excesos.

Juzgaba Napoleón perdida su causa por el lado de España y, calculando lo que le convenia quedar desembarazado de esta guerra, resolvió entrar en tratos con el Monarca español, cautivo en Valencey. Envióle al Conde de Laforest, embajador que había sido en Madrid, con una carta suya, à la que contestó Fernando con otra haciendo protestas de sumisión, y comenzaron las negociaciones. Termináronse el 11 de Diciembre con un tratado suscrito por Laforest y el Duque de San Carlos, como plenipotenciarios de sus Monarcas respectivos, cuyo tenor era en substancia:

D

< 1.o Reconocer el Emperador de los franceses á Fernando y sus sucesores » por Reyes de España y de las Indias, según el derecho hereditario establecido » de antiguo en la Monarquia, manteniéndose su integridad tal como estaba antes › de comenzarse la guerra, con la obligación por parte del Emperador de restituir las provincias y plazas que ocupasen aún los franceses, y con la misma por la de Fernando respecto del ejército británico, el cual debía evacuar el territorio español al propio tiempo que sus contrarios.

» 2.° Conservar reciprocamente ambos Soberanos la independencia de los de> rechos maritimos, conforme se había estipulado en el tratado de Utrech y con» tinuádose hasta el año 1792.

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