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La persecución de los hombres civiles del partido liberal comenzó á extenderse contra los militares que participaban de aquellas ideas, sin respetar sus servicios á la Patria y al Trono durante la guerra sostenida con el usurpador. El 15 de Septiembre, fué desterrado á Pamplona el general Mina, poniendo sus tropas á las órdenes del capitán general de Aragón. Rebelóse aquel jefe ante tal medida y, de acuerdo con algunos oficiales de la guarnición, trató de apoderarse de la ciudadela de Pamplona, viendo frustrado su audaz intento y teniendo que refugiarse en Francia, acompañado de los principales comprometidos. El coronel Gorriz, uno de ellos, no pudo seguirles y fué fusilado. Así empezó la larga serie

de conspiraciones que tantas víctimas causaron durante la despótica dominación de Fernando VII.

Cansado éste de sus ministros, los separó arbitrariamente. Al Duque de San Carlos, relevado por su cortedad de vista, según decía el decreto, le reemplazó don Pedro Cevallos, antiguo ministro del Principe de la Paz; don Tomás Moyano entró á desempeñar la secretaría del despacho de Gracia y Justicia, y don Juan Pérez Villamil la de Hacienda. De los consejeros caídos en desgracia, el peor librado fué Macanaz, que pasó desde el ministerio al castillo de San Antón de la Coruña.

A contar desde entonces, los ministros de Fernando resultaron ser juguetes suyos. Los nombraba sin consideración á que careciesen de méritos y los deponía sin motivo para ser separados. El capricho del Monarca manteníalos ó nó en el Gobierno, y la Nación sufría las consecuencias de tan tiránico y desatentado proceder.

CAPÍTULO XXII

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I. Tratado de Paris. - Congreso de Viena. - La Santa Alianza. - Carlos IV abdica definitivamente. Nuevas medidas reaccionarias - Fernando VII, inquisidor. - Se restablece la Compañía de Jesús. — El reinado de los Cien días en Francia. - II. Opresión en España. — Las sociedades secretas. - Conspiración y suplicio de don Juan Diaz Porlier. - Destierros. — Provincias ultramarinas. - Cambio de ministerio. - Cevallos. - Conspiración de Richard. — La Hacienda en baja. — Segundo matrimonio de Fernando. Su decreto adulando á Cevallos. Don Martin de Garay. - III. Disturbios en el matrimonio regio. - Conspiración y fusilamiento de Lacy. Muere el Infante don Antonio. - Mal estado del Reino. - Adquisición de una escuadrilla rusa. - Caida y destierro de Garay. - Contradanza de ministros. - Muerte de la Reina Isabel de Braganza. IV. Desatentada conducta de Elio en Valencia. Siguen las conspiraciones. - Mueren los padres del Rey. - Casamiento del Infante Don Francisco. — Terceras nupcias de Fernando. — Continúa el malestar del Reino. - Nuevos ministros. - Conspiración en el ejército.

I

El 30 de Mayo de 1814 celebróse en París un tratado entre Austria, Inglaterra, Prusia, Francia, Rusia, España, Portugal y Suecia, en el cual se convino que las cuestiones que habían de tratar las naciones europeas quedasen aplazadas hasta dos meses después. Convinose igualmente en celebrar para ello un Congreso general, señalándose la capital de Austria como punto de reunión de los respectivos plenipotenciarios, bajo la presidencia del Príncipe de Metternich.

Concurrieron á la Asamblea personalmente los Emperadores de Austria y de Rusia, los Reyes de Dinamarca, de Prusia, de Baviera y de Wurtenberg, varios Electores y grandes Duques de Alemania, y, además, los hombres de más importancia y fama politica en representación de aquellos y de otros Estados. Por España asistió don Pedro Gómez Labrador, uno de los consejeros de Fernando, hombre de escasas luces y de ninguna habilidad diplomática.

Abrióse el Congreso el 1.o de Noviembre, y en una de las primeras sesiones preguntaron los plenipotenciarios ingleses si el Rey Fernando accedería á la abolición inmediata de la trata de negros. Labrador contestó que seria muy dificil, á no diferirse la medida por un plazo de ocho años, contestación extraña y

en desacuerdo con las demás potencias, que decidieron cesase desde luego tan infame tráfico.

Dos acuerdos desfavorables para nuestros intereses tomó aquella Asamblea; uno, el de que restituyese España á Portugal la plaza de Olivenza, adquirida en 1801 por el tratado de Badajoz, si bien no quisieron ratificarlo posteriormente las Cortes de Madrid; y otro, negar á España el reintegro del ducado de Parma, arrebatado por Napoleón.

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Metternich.

Retardaban los trabajos del Congreso las complejas cuestiones de Polonia y algunos negocios interiores de Alemania, cuando la salida de Napoleón de la isla de Elba y su desembarco en Francia, el 1.o de Marzo de 1815, obligó á los plenipotenciarios à concertar un nuevo tratado declarando fuera de la ley al usurpador. Adhirióse á él la Corte de Madrid, siempre que se la considerase potencia de primer orden; pero esta condición fué rechazada. Vencido Napoleón y reanudadas las sesiones de los diplomáticos, nuestro embajador hizo valer los derechos del Príncipe Don Carlos sobre el ducado de Toscana; contestóle Metternich

que este asunto no podía ser objeto de negociación sino de guerra, y España quedó desairada una vez más.

El 9 de Julio del mismo año, 1815, puso término á sus tareas el Congreso de Viena, firmándose un acta, compuesta de 121 articulos, donde se estableció el sistema general de los Estados europeos sobre la base de la legitimidad. Don Pedro Gómez Labrador se negó á suscribirla, é hízolo, según dice un historiador, de manera brusca y ofensiva en la forma, poniendo así el sello á su desacertada conducta, la cual, juntamente con la injusticia de las potencias alli representadas, produjo la exclusión de España de toda participación en las negociaciones que establecieron el nuevo derecho público de Europa.

Llamóse Santa Alianza á aquélla que no era más que una confederación de los Reyes contra los pueblos, y por virtud del acta referida hiciéronse las siguientes reparticiones:

Se devolvió al Austria el reino lombardo-veneto con la Valtelina y la Dalmacia veneciana; Toscana, Módena y Parma se dieron á los miembros de la familia imperial; la Baviera cedió al Austria el Tirol, el Voralberg y el Salzbourg hasta Salzac; y Rusia, la parte de la Galitzia oriental que había adquirido en 1809. Rusia recibió en cambio el gran ducado de Varsovia, que fué erigido en reino, y al

cual se dió una constitución garantida por todas las potencias. Cracovia se hizo un Estado libre. Prusia recibió como indemnización una parte de la Polonia, el gran ducado de Posen, la mitad de la Sajonia, la Pomerania sueca, el Cleves-berg, y una gran parte de la orilla izquierda del Rhin hasta el Saar. Dinamarca, cediendo la Noruega á Suecia, obtuvo la Sajonia-Lounenbourg y se hizo miembro de la confederación. Baviera adquirió á Wurtzbourg, Aschffenbourg y el círculo del Rhin sobre su margen izquierda. Hannover, erigido en reino, se aumentó con Hildeseim y la Frisia. Holanda y Bélgica reunidas formaron el reino de los Paises Bajos. Inglaterra conservó á Malta, Heligoland, algunas colonias y el protectorado de las islas Jónicas, que fué restablecido. Cerdeña, á la cual se agregó. Génova, fué restablecida en reino. A la confederación suiza se agregaron tres cantones, reconociéndose su perpetua neutralidad. En cuanto al Papa, se le devolvió sus Estados.

Seguía en Roma Carlos IV sin haber anulado aún la protesta consignada en Aranjuez contra la validez de su abdicación, y los consejeros de Fernando hicieron que éste se dirigiera primero á Luis XVIII y después al Pontifice, para conseguir de aquél una renuncia explícita. Obtúvola, al fin, en la siguiente forma: «Queriendo Yo, Don Carlos Antonio de Borbón, por la Gracia de Dios Rey de España y de las Indias, acabar los días que Dios me diese de vida en tranquilidad, apartado de las fatigas y cuidados indispensables del Trono; con toda libertad y espontánea voluntad, cedo y renuncio, estando en mi pleno juicio y salud, en Vos mi hijo primogénito Don Fernando, todos mis derechos incontrastables sobre los sobredichos reinos, encargándoos con todas veras que miréis siempre porque nuestra santa religión Católica, Apostólica y Romana, sea respetada y que no sufráis otra alguna en vuestros dominios; que miréis à vuestros vasallos como que son vuestros verdaderos hijos, y que también miréis con compasión á muchos que en estas turbulencias se han dejado engañar...»

Fernando atendió esta última recomendación, disponiendo se crease un Ministerio de Policía y Seguridad general para perseguir á los afrancesados y liberales que todavía no hubiesen caído en sus garras. Dispuso, asimismo, prohibir la publicación de todo periódico, revista ó folleto, autorizándose sólo la Gaceta y el Diario de Madrid. Mandó cerrar algunos teatros, prohibió los disfraces de máscara en los días de carnaval y, en cambio, dictó reglas sobre los trajes que habían de llevar las mujeres á las iglesias, y el modo cómo en ellas habian de estar los hombres.

No contento más tarde con haber fundado una orden de caballería para enaltecer á los ministros del Santo Oficio, presentóse un día en su Tribunal, sentóse entre ellos y aún llegó á tomar parte en sus deliberaciones y fallos.

Por último; el 29 de Mayo expidió un decreto restableciendo solemnemente en España el instituto de Loyola, expresando haber sido inducido á tal resolución por las muchas representaciones y continuas instancias que le dirigían las ciudades, villas y lugares del Reino, así como los arzobispos, obispos y otras

personas eclesiásticas y seglares. El decreto lo dió sin esperar á que el Consejo emitiera el dictamen pedido al efecto, y merced á aquél volvieron los jesuítas á nuestra patria, de donde habían sido expulsados cuarenta y ocho años antes por Carlos III. El regreso de los ignacianos contribuyó á que se acentuasen todavía más las corrientes contrarias á cuanto significara transacción alguna con las ideas progresivas del siglo.

Ansiedad grande produjo en la Corte de Fernando el hecho de haber desembarcado en Francia Napoleón, abandonando su retiro de la isla de Elba. Las tropas enviadas para detenerle en su camino, uniéronse á él y Luis XVIII huyó de Paris. No tuvo tiempo Napoleón sino para prepararse contra la nueva campaña de las potencias. Libróse el 18 de Julio una batalla sangrienta en los campos de Waterloo (Bélgica), entre los ejércitos de Napoleón y Wellington, produciendo la derrota y total dispersión de los franceses la llegada al teatro de las operaciones de las tropas prusianas de Blucher.

Napoleón vióse precisado á abdicar otra vez, y el Regente de Inglaterra, cumpliendo un acuerdo de los coaligados, mandó conducirle como prisionero á la isla de Santa Elena, terminando así aquel nuevo y fugaz periodo de mando del aventurero corso que se conoce en la Historia con el nombre de « reinado de los Cien días. >>

II

El fracaso de la última tentativa napoleónica en Francia dió mayores aliento3 á la Corte de Madrid, que, considerándose ya segura, arreció en sus persecuciones contra los liberales. La masonería, que hasta entonces no tenía fin político alguno, convirtió sus miras al restablecimiento del régimen constitucional y multiplicó sus logias, afiliándose en ellas muchos paisanos y militares que comenzaron á figurar en las conspiraciones de aquella época.

Uno de los jefes militares que se hallaban mal avenidos con el sistema opresor de Fernando era el famoso general don Juan Diaz Porlier, que tan eminentes servicios prestara durante la guerra de la Independencia. De acuerdo con parte de la guarnición de la Coruña, se alzó con ella el 19 de Septiembre, proclamando la Constitución de Cádiz. Logró arrestar al capitán general de Galicia y, creyendo contar con el apoyo de las tropas que había en Santiago, dirigióse á esta ciudad, al frente de una columna de infantería. Vendido por algunos de los que mandaba y abandonado de los demás, fué hecho prisionero, encerrándosele en uno de los calabozos de la Inquisición, de donde salió para sufrir la pena de muerte en la horca, sin que le eximiese de tan afrentoso suplicio su jerarquia militar ni su gloriosa carrera.

De aquel sistema de proscripción no se libraron tampoco varios de los conse

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