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el de los ayudantes de campo del Rey. Nombró á los tenientes generales Ballesteros, O'Donojú, Villacampa y Zayas, á los mariscales de Campo Quiroga y Riego y al brigadier Conde de Almodóvar.

No podía ocultarse á los iniciados en los secretos de la política que no había terminado con aquella revolución la lucha entre los partidarios del antiguo y del nuevo régimen, y que urgía á los revolucionarios consolidar cuanto antes su obra. Es así disculpable el incremento que se consintió tomar á las llamadas sociedades patrióticas, verdaderos cuerpos deliberantes que agitaban la opinión y lograron, más de una vez, imponer su voluntad á los Gobiernos.

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Puede decirse que estas sociedades eran hijas de la masonería, que por entonces alcanzó en España gran desarrollo y positiva influencia en la dirección de los destinos del País.

Fueron las más importantes de las sociedades patrióticas las que se reunían en los cafés de Lorencini y de San Sebastián, verdaderos clubs, imitación de los que durante la revolución de 1789 funcionaron en Francia.

En el café llamado de la Fontana de Oro, se formó también un club que se distinguió por la categoría y clase de sus individuos.

El club del café de Lorencini, situado en la Puerta del Sol, tuvo un rasgo de atrevimiento que prueba la importancia que habían adquirido estas sociedades. En la noche del 16 de Mayo envió á Palacio una comisión que pidiese al Gobierno la destitución del ministro de la Guerra, Marqués de las Amarillas, tenido por tibio constitucional. Enérgicos los ministros, mandaron prender á los comisionados y formarles causa.

La verdad es que habían los constitucionales de vivir alerta, pues era indudable que los absolutistas trabajaban en la sombra para restablecer el régimen caído. Y lo peor es, que era también indudable para muchos que el propio Rey ayudaba á los anticonstitucionales. Se decía de Fernando, que hasta tenía agen

tes en los mismos clubs revolucionarios, con la misión de desacreditarlos á fuerza de empujarlos á exageraciones peligrosas. Todo era posible en Fernando, y los sucesos confirmaron más de una vez aquellos rumores.

Dos días antes del atrevido paso del club del café de Lorencini estallaba en Zaragoza un motín anticonstitucional y los vecinos de varias parroquias intentaban arrancar la lápida de la Constitución. No lo lograron, gracias á la serenidad y energía de las autoridades.

¿No era lógico que los liberales redoblasen su vigilancia y se mostraran cada día más recelosos?

Aprovechaban los constitucionales toda ocasión de manifestar su entusiasmo por los héroes del movimiento realizado, y les proporcionó una de ellas la llegada á la Corte de Arco-Agüero y Quiroga, este último elegido diputado á Cortes por la provincia de su naturaleza. Fueron á su entrada en Madrid aclamados y vitoreados por la multitud. Habían sido durante el tránsito principalmente Quiroga, objeto de grandes agasajos. Madrid apareció el 23 de Junio con sus balcones engalanados con vistosas colgaduras.

Quiroga fué llevado desde luego á las casas consistoriales, donde se le tenía preparadas habitaciones en que descansase. Pasó luego á Palacio á presentarse á los Reyes, se le dió después un suntuoso banquete y fué, en fin, aquella misma noche ovacionado en el teatro.

*

Aproximábase el momento de abrir las Cortes.

Aceleráronse los preparativos para el solemne acto. En varias Juntas preparatorias se nombró la comisión que había de suplir á la permanente, encargada de presidir la primera junta; se nombró la de examen y revisión de los poderes, se procedió á su aprobación, se eligió los diputados suplentes por América y se constituyeron las Cortes, nombrando su presidente al señor Espiga, arzobispo electo de Sevilla, diputado por Cataluña, y vicepresidente á don Antonio Quiroga, diputado por Galicia (6 de Julio).

Días antes se expidió dos decretos restableciendo casi todos los de las Cortes extraordinarias y ordinarias de la primera época constitucional que no lo habían sido ya antes.

El 5 de Julio, el Rey, acompañado solamente de un ayuda de cámara, se presentó en el edificio de las Cortes, con el fin de examinarlo. Quiso enterarse de los detalles más minuciosos de la ceremonia á que había de concurrir y se mostró complacidisimo de todo.

No fué en realidad á otra cosa que á ejecutar un nuevo acto de hipocresía que disimulase no sólo sus sentimientos, del todo contrarios á cuanto había de suceder, sino el propio plan que tenía ya concebido para impedir que las Cortes se llegasen á reunir.

Había ya el Gobierno debido exhortar enérgicamente á algunos obispos por los sermones pronunciados contra el régimen constitucional. El padre Maruaga, en Cáceres, y fray Miguel González, en Burgos, provocaron las primeras justas iras del Gobierno. En Murcia hubo de reducirse á prisión al canónigo Ostolaza y á un monje jerónimo. En Sevilla habían aparecido pasquines contra la Constitución.

Más grave que todo eso fué la conspiración tramada, de acuerdo con Fernando, por su secretario Bazo y su capellán Erroz, en connivencia con el antiguo guerrillero Echevarri. Se proponían los conjurados sacar al Rey de Madrid y llevarle á Burgos, donde libremente restablecería el absolutismo. Bazo y Erroz pagaron más adelante con su vida, en la Coruña, tan descabellado intento.

. La misma noche antes del día de la apertura solemne de las Cortes, el 8 de Julio, se realizó un nuevo conato de sublevación reaccionaria. Iniciáronla los

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guardias de Corps que con un pañuelo blanco atado al brazo, como distintivo, intentaron salir de su cuartel á caballo. Las rondas y patrullas de nacionales malograron el propósito de los conjurados. Con la muerte del centinela de estandartes acabó el tumulto.

Que no era el Rey ajeno á este golpe, se adivina por el interés con que se procuró que la verdad del hecho quedase en las tinieblas.

III

Apertura de las Cortes. - Juramento y discurso del Rey. — Disolución de la Junta provisional.

Como si nada hubiese ocurrido la noche antes, se celebró al siguiente día, á las diez de su mañana, el acto solemne de la apertura de las Cortes.

Realizóse con el aparato aún hoy acostumbrado, naturalmente entonces gran novedad.

El júbilo popular era indescriptible. Los Reyes y su séquito fueron acompañados por la muchedumbre hasta el palacio de las Cortes, entre atronadores vitores y aplausos.

Prestó el Rey «con desembarazo y dignidad que llamó la atención y excitó los más vivos aplausos», dice Miraflores, este juramento:

«Don Fernando VII, por la gracia de Dios y la Constitución de la Monarquía española, Rey de las Españas; juro por Dios y por los Santos Evangelios, que defenderé y conservaré la Religión Católica, Apostólica, Romana, sin permitir otra alguna en el Reino: que guardaré y haré guardar la Constitución politica de la Monarquía española, no mirando en cuanto hiciere sino al bien y provecho de ella: que no enajenaré, cederé, ni desmembraré parte alguna del Reino: que no exigirė jamás cantidad alguna de frutos, dinero ni otra cosa sino las que hubiesen decretado las Cortes: que no tomaré jamás á nadie su propiedad, y que respetaré sobre todo la libertad politica de la Nación, y la personal de cada individuo: y si en lo que he jurado, ó parte de ello, lo contrario hiciere, no deseo ser obedecido, antes aquello en que contraviniere sea nulo y de ningún valor. Asi Dios me ayude y sea en mi defensa, y sino, me lo demande. »

Una salva de aplausos saludó este juramento.

«

El presidente dirigió en seguida un discurso de salutación al Rey. Fernando, después de expresar su agradecimiento á las Cortes, pronunció el discurso que á continuación reproducimos por ser el primero de su clase en nuestro país.

Este discurso fué atribuido á la pluma de Argüelles.

<< Señores diputados: Ha llegado por fin el día, objeto de mis más ardientes deseos, de verme rodeado de los representantes de la heroica y generosa nación española, y en que un juramento solemne acabe de identificar mis intereses y los de mi familia con los de mis pueblos.

> Cuando el exceso de los males promovió la manifestación clara del voto general de la Nación, obscurecido anteriormente por las circunstancias lamentables que deben borrarse de nuestra memoria, me decidi desde luego á abrazar el sistema apetecido, y á jurar la Constitución política de la Monarquia sancionada por las Cortes generales y extraordinarias en el año 1812. Entonces recobraron

así la Corona como la Nación sus derechos legitimos, siendo mi resolución tanto más espontánea y libre cuanto más conforme á mis intereses y á los del pueblo español, cuya felicidad nunca había dejado de ser el blanco de mis intenciones, las más sinceras. De esta suerte unido indisolublemente mi corazón con el de mis

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súbditos, que son al mismo tiempo mis hijos, sólo me presenta el porvenir imágenes agradables de confianza, amor y prosperidad.

>¡Con cuánta satisfacción he contemplado el grandioso espectáculo, nunca visto hasta ahora en la historia, de una nación magnánima que ha sabido pasar de un estado político á otro sin trastornos ni violencia, subordinando su entusiasmo á la razón en circunstancias que han cubierto de luto é inundado de lágrimas á otros paises menos afortunados! La atención general de la Europa se halla dirigida ahora sobre las operaciones del Congreso que representa á esta nación privilegiada. De él aguarda medidas de indulgencia para lo pasado y ilustrada firmeza para lo sucesivo, que al mismo tiempo que afiancen la dicha de la generación actual y de las futuras, hagan desaparecer de la memoria los errores de la época precedente, y espera ver multiplicados los ejemplos de justicia, de beneficencia y de generosidad, virtudes que siempre fueron propias de los españoles, que la mis

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