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VI

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Sucesos del 6 de Septiembre.-Sesión interesante.-Triunfo de los constitucionales moderados.— Concesiones al partido contrario. - Nuevas tendencias reaccionarias. · Prohibición de sociedades patrióticas. — Presupuesto. - Decreto sobre monacales. - Sanción del Rey. - Marcha Fernando al Escorial. - Intento de golpe de Estado. - Sucesos de Madrid. — Vuelta del Rey å la Corte. Transacción politica. - Los comuneros.

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Ocurrieron al día siguiente (6 de Septiembre), nuevos disturbios. Habiase hecho grito subversivo para los liberales el de ¡Viva el Rey! á secas, sin el aditamiento de constitucional. A la caída de la tarde, grupos situados á las puertas de Palacio, prorrumpieron con más furor que otros días y como obedeciendo á una consigna, en vivas al Rey, así que el Monarca se apeó de su coche. Contestaron otros á esta provocación con vivas al Rey constitucional, y, enardecidos los ánimos, convirtióse pronto en motín aquella manifestación. Multiplicáronse los vivas y húbolos para la Constitución y para Riego, y quizá más significativos aún. Ello es que salieron á relucir armas y que el tumulto se extendió por las calles de Madrid. Encaminóse un grupo al domicilio del capitán general don Gaspar Vigodet y otro al del jefe político, señor Rubianes.

El capitán general logró imponerse á los alborotadores y prender á su principal instigador, que resultó ser un empleado de poco sueldo. Rubianes hubo de apelar á la fuga. Los amotinados registraron su casa, y es seguro que de hallarle lo hubiera pasado mal. Acabó el tumulto, sin otros incidentes de notar, á las doce de aquella noche.

No era para nadie un secreto que se trataba por algunos, desde el mismo día de la revolución, de desacreditarla con trastornos y asonadas continuas.

No es así raro que los sucesos de la noche del 6 dieran lugar, al día siguiente,

á una de las sesiones más movidas é interesantes de las Cortes.

En efecto, apenas abierta el dia 7 la sesión, el diputado Moreno Guerra, de la fracción radical, leyó la siguiente propuesta:

« En atención á la agitación popular de anoche en las calles y plazas de esta Corte, y á los gritos sediciosos que ha habido en las anteriores en el mismo palacio del Rey, pido que inmediatamente vengan los ministros á este Congreso para dar cuenta del estado en que se halla la seguridad pública.»

Moreno Guerra apoyó brevemente su moción.

« Hace seis ó siete noches, dijo, que se está gritando en Palacio, á la entrada de S. M., ¡riva el Rey, nuestro señor! El Rey es nuestro padre, nó nuestro señor; y estos gritos son gritos sediciosos y alarmantes, que no atreviéndose claramente à gritar de otra manera los que tratan de turbar la tranquilidad, han tomado este medio para descubrir y comprometer á otros. Esto es tan cierto, que, en noches

anteriores ha habido golpes y aún efusión de sangre dentro del mismo palacio del Rey, por haber uno dicho entre aquellos facciosos, ¡viva la Constitución! El intento de estos malvados está bien conocido; es el mismo que tuvieron en Mayo de 1814,

y sólo la buena voluntad de este pueblo heroico nos salvó anoche de una catástrofe y de una ruina.»

Aprobóse la indicación de Moreno Guerra y se despacharon oficios á los secretarios del Despacho.

Todo anunciaba una sesión borrascosa. Iba á librarse la primera batalla parlamentaria entre constitucionales de uno y otro bando: moderados y exaltados. Comparecieron los ministros. El de la Gobernación leyó los partes por el Gobierno recibidos de las autoridades dando cuenta de los sucesos del 6 y enteró

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asimismo al Congreso de algunas de las providencias adoptadas por el Gobierno para prevenir desórdenes.

No satisfacieron estas explicaciones al diputado señor Palarea, por entender que el Gobierno debía haber averiguado quiénes eran los asistentes á las reuniones que venían celebrándose á la puerta de Palacio. Denunció Palarea el plan de los serviles ó absolutistas, que no era otro que el de simular conspiraciones

republicanas, con objeto de alarmar á los propios constitucionales y determinar movimientos reaccionarios en la opinión.

«Digo esto al Congreso, clamaba indignado Palarea, para que no se deje seducir de esas voces infernales, de esa espada de dos filos que trata de dividirnos, de introducir la discordia entre los buenos, y que si se le da demasiado crédito nos conduciría á la anarquía y á la guerra civil, y, por último, acaso al despotismo militar; de esa voz aciaga que con tanta malicia como perversidad han sabido reproducir esos indignos españoles, llamados serviles, de que había una Constitución secreta y un partido republicano; voz alarmante y esparcida por los enemigos del sistema constitucional, porque saben que tal forma de gobierno es la que más repugna á la Nación, y vuelven å repetir una calumnia con que lograron seducir á los incautos en el año 14, y que fué una de las causas principales de que consiguiesen en aquella época el inicuo objeto de sus siniestros planes. » A pesar de las protestas de Palarea, es indudable que crecía el número de los españoles que habían comprendido el error de la revolución, decidiéndose por un sistema intermedio, como el constitucional, y aun dejando la aplicación de este sistema al mismo Rey que, como absoluto, había regido y visto á los suyos regir la Nación.

Los hechos demostraron que no nos equivocamos. Lo prueba la misma sesión que estamos relatando, en que más de una vez se habló de la república, siquiera fuera para condenarla. De ideas que ningún arraigo tienen en la opinión, no se hace tan constante ni acerba critica. Lo prueba también el que los reaccionarios apelasen á ese ardid. Algún eco hallaría la idea de una república en la opinión, cuando bastaba azuzarla para que adquiriese á los ojos de todos cuerpo.

Por otra parte, sobre ser lógica la aspiración, aunque por desgracia no fuese general, no era esa idea nueva. A fines del siglo XVIII, hubimos ya de registrar una conspiración republicana.

Lo indudable es que se había perdido la ocasión y que los liberales del 20, con mayor o menor conciencia, eran verdaderos antimonárquicos. En sus discursos, en sus razonamientos, se ve á cada paso el espíritu insurreccional contra un poder que repugnaba abiertamente á sus conciencias honradas.

Al fin y al cabo, ¿qué había sido y qué era la lucha por el régimen constitucional, sino una lucha entablada por el pueblo contra el Rey? ¡Qué difícil les había de ser á aquellos hombres, de buena fe liberales, puestos en la pendiente y reivindicado el principio de la soberanía nacional, señalar el límite en que habían de detenerse, para que á pesar de todo resultase rey el Rey y digno de respeto la institución monàrquica!

Así se los ve más de una vez haciendo dificiles equilibrios para sostener su dinastismo.

Acabó Palarea por solicitar que se llevara á efecto lo prevenido en el artículo 308 de la Constitución, por el que podía el Gobierno suspender las formalidades para el arresto de las personas, en circunstancias especiales que él suponía llegadas.

Formuló, además, este otro ruego:

« Por otra parte, en atención á que el Rey se decidió libre y espontáneamente á jurar la Constitución, á que es el primer Rey constitucional que tenemos después de tres siglos de esclavitud, se le podría llamar así por excelencia, y se podría resolver por decreto especial que, en lo sucesivo, en todas las reuniones y en todos los actos en que está prevenido ó que se acostumbra á dar vivas al Mo

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narca, se diga viva el Rey constitucional, y que cualquiera otro viva que se le dé se tenga por subversivo.»

Otra vez habló el de la Gobernación, Argüelles, para defender al Gobierno del cargo de lenidad con los perturbadores del orden.

«

Los señores diputados no pueden ignorar, dijo Argüelles, que ha llegado su imparcialidad (la del Gobierno) hasta mandar prender, en el acto mismo de ir á ejercer sus funciones, á un individuo de la capilla Real, complicado en la causa de Burgos. Esto no se dice, y sólo se inculpa de morosidad, de una morosidad tan indispensable, que se haría cargo al Gobierno sino la hubiese, porque para evitarla hubiera sido preciso atropellar las leyes. Yo preguntaría si la época anterior presenta muchos ejemplos de una imparcialidad semejante. ¿Qué influjo no hubiera tenido, para contener la mano del Gobierno, la investidura de una persona que dependía de la capilla Real? Ese número de presos que hay en Burgos, ¿no

está acaso compuesto de personas de la más alta categoría del Estado? Y a pesar de esto se culpa al Gobierno de miramiento y de consideraciones. >>

Toreno apoyo, por de pronto y sin perjuicio de modificar su opinión en el curso del debate, la primera de las proposiciones de Palarea y contradijo la segunda. Explicó entonces Moreno Guerra que el apoyar el uso de viva el Rey constitucional no debía ni podía entenderse jamás como acto de adulación, «por el contrario, añadió, yo la apoyo en el concepto de que el Rey, en el sistema de las nuevas instituciones, no puede serlo sino por virtud de la Constitución, y por consiguiente, opino que debe darse á entender así, apellidándole Rey constitucional ». ¿Iba á quedar en esto la batalla? Ansiaban los exaltados aquel verdadero juicio de residencia de los ministros para algo más que para discutir la conducta del Gobierno respecto á la represión de desórdenes. Ya vimos que en una sesión anterior habían pretendido, sin éxito, hacerle comparecer con otros fines.

Intervino en la discusión Romero Alpuente, y este diputado tocó el verdadero asunto del día: el relevo y destierro del héroe popular.

Comenzó por atacar al Gobierno por su incuria. Examinó los sucesos de la noche anterior; habló de la vaguedad con que se los relataba en los partes oficiales, señaló la coincidencia de que el jefe político, víctima en el teatro de un desacato no especificado aún, hubiera, en la noche del 6, vuelto á ser molestado por la multitud, para deslizar entre estas insinuaciones este párrafo:

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Igualmente se ha indicado que entre esas voces se nombró á Riego; y éste es también otro hecho sumamente importante, pero hecho que tampoco el Congreso sabe á fondo lo que es, ni sabe su origen; y si no todo el Congreso, es cierto que muchísimos de sus individuos, y que la Nación entera desea saber hasta los cimientos qué es lo que hay contra él, nó por el interés particular que tengan en su suerte personal los diputados, sino por el interés mismo de la Nación y por la relación que con ella pueda tener este suceso. Tampoco sobre esto se nos dice nada por los señores secretarios del Despacho.>>

Continuó luego vertiendo contra el Gobierno insinuaciones molestas, para terminar solicitando, como otros, mayor rapidez en la aplicación de la justicia, apoyando esta pretensión con las siguientes atrevidas palabras:

« Por lo demás, si se concede que cada movimiento popular y todo ataque á la seguridad pública ha de tener su origen, y que sin conocimiento de este origen no puede aplicarse el remedio ni aún conocerse el poder á que corresponde, si al Gobierno ó á las Cortes, debemos concluir con que este conocimiento debe conducirnos: lo primero, à analizar bien este asunto, reconocer su origen, saber si tiene relación con los antecedentes de que ha hablado el señor Palarea, y si á su consecuencia es un acto de justicia que, por no encontrarla en el Gobierno, ha ejercitado el pueblo.»

El guante estaba echado.

Las palabras de Romero Alpuente levantaron la tempestad. Tras una enérgica protesta contra las últimas pronunciadas en el acto por el ministro de Gracia

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