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taba de ajustar con él, pues estaba convencido de lo terrible que era para el pais sostener una guerra tan larga y sangrienta.

Itúrbide vió el cielo abierto con estas proposiciones de O'Donojú y, á su vez, le invitó á pasar á Córdoba, en cuya población podrían conferenciar ampliamente sobre todos los puntos del tratado. O'Donojú no se hizo de rogar y aceptó en el acto la invitación, pues ya en Veracruz había sufrido, á causa del vómito, la pérdida de ciento diez hombres venidos con él de la Península, entre ellos dos sobrinos suyos y siete oficiales de su escolta.

Reunidos ambos jefes en el citado pueblo, comenzaron las conferencias sobre el tratado, que substancialmente no venía á ser otra cosa que el famoso plan de Iguala, sin más variación que la de dejar á la deliberación de las Cortes la persona que había de ocupar el Trono mejicano, fuese ó nó individuo de casa reinante en Europa.

El tratado de Córdoba fué objeto de muchas y muy acaloradas discusiones, pues, mientras unos calificaban de prudente y previsora la conducta de O'Donojú, otros le llenaron de improperios llamándole, el que menos, traidor y desleal á la causa de España.

Nosotros creemos que O'Donojú fué guiado de buenos propósitos, pues, viéndolo todo perdido quiso, por lo menos, ganar para España el Trono mejicano, ase

Itúrbide.

gurarse la amistad de un pueblo fuerte y vigoroso y qué, por añadidura, había adaptado como forma de su gobierno la Monarquía, en contraposición de lo hecho por las demás colonias americanas.

Novella protestó en Méjico del tratado de Córdoba y aún se atrevió á escribir á O'Donojú en términos de insolente desacato, pero Itúrbide se dirigía sobre la capital con 16,000 hombres acompañado de O'Donojú, y, ante el temor de cruel castigo, acordaron los jefes militares que defendían la citada capital acudir en consulta á dicho O'Donojú sobre lo que debía hacerse. O'Donojú mandó que sin formalidad alguna de capitulación, sino obedeciendo á una orden suya, como capitán general que era del territorio, evacuasen las fuerzas españolas la plaza y se retirasen á puertos cercanos, para desde alli ser trasladados á la Habana.

Así lo verificaron las tropas españolas, quedando evacuada la ciudad de Moctezuma el día 24 de Septiembre de 1821.

Seguidamente, el coronel patriota Gilísola, con 4,000 hombres, tomó posesión de

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la ciudad en nombre del Gobierno independiente y á los tres días hizo su entrada triunfal, en medio de un delirante entusiasmo, el héroe del día don Agustín de Itúrbide.

Asi terminó la dominación española en Méjico. Fortuna fué que, por lo menos, su final liberación no fuese teñida en sangre de campales batallas, ni de asesinatos y venganzas.

Poco nos resta ya que decir.

O'Donojú murió á los pocos días de entregada la capital.

Reunido el Congreso mejicano y visto lo poco favorable que se mostraba á los proyectos de Itúrbide y el manifiesto odio que le tenía, un sargento dió, en la noche del 18 de Mayo siguiente, el grito de ¡Viva el Emperador Itúrbide!», grito al que se adhirió el ejército y el pueblo, no quedándole al Congreso más remedio que aceptar los hechos consumados.

Itúrbide disolvió el Congreso, y esto, unido á otros actos de tirania, produjo una contra revolución iniciada por Santa Anna, Victoria, Bravo y Guerrero, que dió por resultado la abdicación del flamante Emperador, en 19 de Marzo de 1823, y la proclamación de la república federal, bajo la presidencia del general Guadalupe Victoria. Fué promulgada la nueva Constitución el 4 de Octubre de 1824.

IX

La revolución de la a ntigua capitania general de Guatemala. - Primeros chispazos. - Efectos del restablecimiento en España del Código politico de 1812, como causa principal de la independencia de Guatemala. — Gainza. — Junta de autoridades de 14 de Septiembre de 1821. La proclamación de la independencia.

La capitanía general de Guatemala estaba constituida por las provincias de San Salvador, Nicaragua, Guatemala, Honduras y Costa-Rica, extenso territorio que forma la América Central.

Estas provincias no sintieron tan pronto como las demás colonias españolas, cuya independencia hemos estudiado, los afanes de la libertad; tal vez por estar mejor gobernadas, acaso por no contar con elementos suficientes ó caudillos decididos que les condujesen á la independencia.

En efecto, apenas merecen citarse algunos intentos revolucionarios anteriores al año 1821, como fueron el conato de sublevación del cura don José Matías Delgado en la ciudad de San Salvador el 5 de Noviembre de 1811, que, denunciado por el cura Martínez, fracasó apenas intentado; la sublevación de Granada, en 22 de Diciembre del mismo año, iniciada por don Juan Argüello, alcalde de la ciudad, que fué sofocada al instante por las tropas del entonces capitán general don José Bustamante; la de los curas Silva y Marenco, en el interior, que también fué sofocada al instante y, últimamente, las fracasadas conspiraciones fraguadas en el

convento de Belén en Guatemala y en San Salvador en los años 1813 y 1814, respectivamente.

Así llegamos al año 1821, pasando estos territorios, en 1818, del mando de Bustamante al del anciano mariscal de campo don Carlos de Urrutia.

Restablecida en España la Constitución de 1812, comenzóse á disfrutar, en las colonias que aún seguían sometidas al dominio español, de una mayor amplitud de vida, de algún mayor respiro de libertad, y á la sombra de ella iniciáronse en Centro América movimientos de opinión marcadamente independistas. Además, los sucesos acaecidos en el vecino virreinato de Méjico, en donde el plan de Iguala había establecido las bases de la independencia, consagrada al fin definitivamente en el tratado de Córdoba, influyeron decisivamente en la pacifica evolución que debían sufrir hacia su independencia los territorios de que nos ocupamos.

Elegidas las diputaciones provinciales en la capitanía general de Guatemala, conforme a lo preceptuado en la Constitución, el elemento español, que contaba en ellas con una insignificante mayoría, temió fundadamente que si continuaba el achacoso Urrutia en su alto cargo no podría, en caso preciso, reprimir el estallido de la revolución, latente ya en el ánimo de todos y dispuesta á manifestarse en breve plazo.

Con este objeto expusieron respetuosamente á Urrutia la conveniencia de que resignase el mando en un hombre más activo que pudiera ponerse al frente de las tropas. La indicación estaba hecha en favor de don Gabino Gainza, antiguo general en jefe del ejército de Chile; y Urrutia, que comprendió sobradamente lo razonable de la manifestación, dimitió su cargo, y fué substituido por el citado Gainza.

Gainza, ya porque estuviese persuadido de la imposibilidad de oponerse al avance sordo de la revolución, ó quizá también porque en sus ideas se hubiera realizado un cambio radical en favor de la independencia de las colonias americanas, hipótesis que parece confirmarse por su ulterior conducta, en vez de castigar las representaciones que se le hicieron para que él mismo proclamase la independencia, convocó á las autoridades á una reunión en su palacio de Guatemala, reunión que debía celebrarse el 14 de Septiembre de aquel año de 1821. De esta reunión surgió, como era de presumir, el acuerdo de la proclamación de la independencia.

En efecto, el acta firmada por todos los alli reunidos disponía que al día siguiente se jurase solemnemente la independencia del Centro América de España y toda otra potencia europea.

La proclamación se verificó el día 15 de Septiembre de 1821, en Guatemala, y á los pocos días fué ratificada por todas las demás provincias.

APÉNDICES

AL REINADO DE FERNANDO VII

I

REPRESENTACIÓN LLAMADA DE LOS PERSAS.

Por su mucha extensión no damos integro este documento.

Es importantisimo, porque contribuyó poderosamente á la restauración del despotismo. Le son imputables todas las desdichas que alternativamente afligieron á liberales y reaccionarios.

Como se ha visto por el texto, no dejó de acarrear funestas consecuencias á sus propios autores.

He aquí sus principales párrafos:

1. Era costumbre en los antiguos persas pasar cinco días en anarquia después del fallecimiento de su Rey, á fin de que la experiencia de los asesinatos, robos y otras desgracias les obligase á ser más fieles á su sucesor. Para serlo España á V. M. no necesitaba igual ensayo en los seis años de su cautividad. Del número de los españoles que se complacen al ver restituido á V. M. al Trono de sus mayores, son los que firman esta reverente exposición con el carácter de representantes de España; mas como en ausencia de V. M. se ha mudado el sistema que regia al momento de verificarse aquélla, y nos hallamos al frente de la Nación en un Congreso que decreta lo contrario de lo que sentimos, y de lo que nuestras provincias desean, creemos un deber manifestar nuestros votos y circunstancias que los hacen estériles, con la concisión que permita la complicada historia de seis años de revolución.'

2.° Quisiéramos olvidar el triste día en que V. M. fué arrancado de su Trono, y cautivo por la astucia, en medio de sus vasallos, porque desde aquel momento, como viuda sin el único amparo de su esposo, como hijos sin el consuelo del más tierno de los padres, y como casa que de repente queda sin la cabeza que la dirigia, quedó España cubierta de luto, inundada de tropas extranjeras (cuyo sistema era vencer por el terror y atraer voluntades por la intriga); errante toda clase de personas por los campos, sujetos á la intemperie y á la desgracia, degollados en los pueblos, sumergidos en la mendicidad, ardiendo los edificios y asoladas las provincias, formaban de la hermosa España el cuadro más horroroso del que en los pasados siglos causó la envidia por la fertilidad de este suelo. Esta amarga escena hacía recordar á cada paso que todo nos sería más llevadero, si al menos tuviésemos la compañía y dirección de nuestro amado Soberano; mas faltando éste, ocurrió la desesperación al remedio, y cual enfermo que lucha con la espantosa presencia de la muerte, se olvidó España de su estado y fuerzas, y animada de un solo sentimiento, se vieron à un tiempo sublevadas todas las provincias para salvar su Religión, su Rey y su Patria. Pero en las Juntas que se formaron

en cada una de ellas al primer paso de esta revolución, aparecieron al frente algunos que en ningún caso hubieran obtenido el consentimiento del pueblo, sino en un momento de desorden, confusión y abatimiento en que miraban con indiferencia quién fuese la cabeza con tal que hubiese alguna.

3. Parecía en un principio que sólo procuraban éstos reunir, equipar, disciplinar tropas, y buscar fondos que hiciesen valer la fuerza; mas pronto desapareció esta creída virtud, y se notó que mientras gemía el común de los españoles, se ocupaban algunos individuos de estas Juntas en acomodarles y acomodarse á sí mismos distintivos y tratamientos, en llenar de empleos á sus parientes, en recoger cuantiosos donativos, en exigir crecidas contribuciones (cuya inversión aún se ignora), hacer inmensas gracias y dar destinos militares y políticos, nó necesarios, que motivaban una sobrecarga, cuando más debía prevalecer la economia. Así hicieron odioso su gobierno, resfriaron el fuego patriótico, y aumentaron las desgracias del desamparo y esclavitud.

4. Dividido de este modo el Gobierno de las provincias, se procuró buscar un centro de reunión que facilitase la ejecución de tanta empresa; á este fin, vocales de las Juntas mismas vinieron como diputados de ellas á Aranjuez para elegir

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los que según las leyes debían regir el Trono en vuestra soberana ausencia; pero parece creyeron más oportuno elegirse á sí propios con el nombre de Junta central, dando de nuevo en el escollo político de crear un monstruo de más de treinta cabezas; hijas de las primeras Juntas, defectuosas en su origen, y que había de ocasionar (como sucedió) el aumento de males, no tener confianza la Nación, minorar sus fuerzas y auxilios, y carecer los ejércitos de una autoridad que les impusiese con el premio y el castigo; cuyo mal influia en los socorros, y en la uniforme ejecución de planes, precisa para rechazar el colosal poder del invasor, quien aprovechando estas circunstancias, conseguia dispersiones, cogia almacenes, y se seguian otros daños que es mejor dejarlos al silencio.

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