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> masada del termino asta lo mas sagrado de la Poblasión. No creo á Vds. tan pertinases que cieran de clararse tan aviertamente enemigos deun Rey tan venigno y que por ley tan dibina y umana le corresponde la corona como hes cos > tante quela mano del Todo Poderoso gía sus pasos»...

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Le contestó el ayuntamiento llamándole «Señor cabecilla de ladrones y facinerosos» y haciéndole saber que estaban los de Lucena más dispuestos á morir que á rendirse. Miralles hubo de retirarse sin conseguir su objeto, pero no sin incendiar las masías inmediatas á la población, vengándose en las propiedades, ya que no podía hacerlo en las personas de los defensores de la libertad.

Desguarnecidas las Castillas, recorrían la Mancha y los montes de Toledo algunas partidas de latro-facciosos, aunque sin lograr su entrada más que en pueblos desguarnecidos y de corto vecindario. En Castilla la Vieja continuaba operando el cura Merino, al que no abatian los reveses. En Aragón, Andalucía y Extremadura tampoco prosperaban los carlistas, algunos de cuyos jefes fueron aprehendidos y fusilados, entre ellos Garmendia, Luis Moreno, Besa, Viñas y el canónigo Gorostidi.

En las provincias del Norte estaba el núcleo de la guerra y allí redoblaban los contendientes sus esfuerzos. El Gobierno había nombrado general en jefe interino de aquel ejército á Córdova, y don Carlos confirió igual empleo en propiedad del suyo á don Vicente González Moreno,

de infausto recuerdo por su infame conducta en Málaga cuando atrajo con engaños y fusiló al intrépido Torrijos.

González Moreno ordenó á Eraso que sitiase á Puente la Reina, defendiéndola Saint-Just con intrepidez. Fué Córdova en su socorro y González Moreno para detenerle ocupó las fuertes posiciones de Mendigorría. Trabóse la batalla el 16 de Julio, siendo numerosas las fuerzas que por ambas partes combatieron, y hallándose enardecidos los carlistas con la presencia del Pretendiente á quien González Moreno había prometido la victoria.

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González Moreno.

Córdova dividió su ejército en tres colum. nas; situó la caballería, mandada por don Narciso López, entre los caminos de Larraga y Artajona, y se lanzó al ataque con una impetuosidad que dejó desconcertado al enemigo. Una carga á la bayoneta que dispuso Espartero, poniéndose á la cabeza de su columna, decidió el éxito de aquella batalla, en la que perdieron los carlistas 2,000 hombres entre muertos, heridos y prisioneros.

Premióse largamente á los jefes liberales por aquella victoria; Córdova fué

ascendido á teniente general; los brigadieres Tello, Oraá y Barones del Solar y Meer á mariscales de campo, y Espartero y Narváez recibieron grandes cruces. Al dar cuenta Córdova, que entonces tenía treinta y ocho años, al ministro de la Guerra, Duque de Ahumada, de la batalla de Mendigorría, escribiale:

« Hemos ganado ayer seis meses de vida; por este término respondo de conte»> ner al enemigo en sus antiguos limites. Que el Gobierno aproveche el plazo para >> buscar recursos y crear elementos con que sostener, conducir y concluir la » guerra.»

Por desgracia, el Gobierno, presidido á la sazón por Martinez de la Rosa, era blanco de los ataques de los liberales exaltados, y su dificil situación no le permitía atender à las necesidades de la campaña en la medida que hubiese sido preciso para concluirla victoriosa y definitivamente.

Los asuntos y el personal de la Corte del Pretendiente enfrían una crisis mientras tanto. Don Carlos encarceló á Valdespina y á Zavala y depuso al comandante general de Vizcaya, La Torre, dándole por sucesor al general don Rafael Maroto. Era éste, hombre de valor y militar entendido. Distinguióse en América, adonde fué de coronel del regimiento de Talavera, obteniendo el entorchado de mariscal de campo por su bizarro comportamiento en Chile. Desempeñaba la comandancia general de Toledo cuando estalló la guerra civil y renunciando su cargo corrió á alistarse en las filas del Pretendiente, que desde luego le hizo teniente general. Pasó algún tiempo sin ejercer mando alguno, y al encargarse del que por primera vez se le conferia, quiso hacer algo ruidoso; marchó sobre Bilbao y se dispuso á sitiar esta plaza.

No tomó á bien González Moreno tal resolución, y con el pretexto de que necesitaba uno de los batallones vizcaínos mandados por Maroto, dirigióle un oficio impertinente y de agria censura. Ofendido Maroto, retiróse á Villaro y envió al Conde de Villemur una exposición contra aquél, cuyos principales términos eran como sigue:

« Yo estimo como injuriosa la áspera reconvención del general Moreno. No es el Rey, mi Señor, quien la ha dictado, nó; es la emulación y los personales resentimientos. El general Moreno no podrá olvidar que en Portugal pude contrariar sus miras de conducir al Monarca à una muerte cierta ó, cuando menos, á que cayese en poder de sus enemigos; y en las presentes circunstancias, apoyado en el mando para que S. R. M. le ha preferido, procura hacerle formar conceptos contrarios á la razón y á la justicia, y yo no puedo sucumbir á tal maquinación con fria indiferencia. No puedo continuar sirviendo á las órdenes del general Moreno sin comprometer mi honor, y éste me es mucho más apreciable que la vida.

El general Maroto después de cuarenta años de nobles y leales servicios, se decidió por la justa causa del señor Don Carlos V, ya por principios como por convencimientos, despreciando los destinos y ofrecimientos particulares hechos por el Gobierno contrario. Cuando últimamente el general Moreno se fugó de Sevilla, fué temeroso de la persecución indispensable à que había dado lugar su

comportamiento en la época de su mando en Málaga, siendo detestado por todos. Liberales y carlistas le miran con horror, y la causa del Rey N. S. ganará muy poco con el mando de dicho general; esta verdad la demostrará el tiempo, si es que hoy no se siente ya.

» Vuelvo nuevamente á manifestar á V. E. que no puedo continuar en el servicio á las órdenes de dicho jefe, y por lo tanto ruego á V. E. manifieste al Rey mi Señor esta mi decisión de que se digne exonerarme del cargo de comandante general de Vizcaya; y que me conceda su permiso para retirarme à Francia, donde estaré siempre sujeto á su soberana voluntad como súbdito fiel y agradecido á sus bondades; pero que no pudiéndole serle útil, á pesar de sus nobles deseos, procura excusarse de nuevos compromisos que le hagan incurrir en su real desagrado.>

Al siguiente día de enviar esta comunicación, 11 de Septiembre, encontráronse Maroto y Espartero en Arrigorriaga, sosteniendo un empeñado combate que perdió Espartero, resultando además herido de un balazo y una lanzada. La recompensa que recibió Maroto fué la de ser depuesto en el mando y la negativa del permiso para retirarse á Francia.

No se le perdonó la violencia de su lenguaje refiriéndose á González Moreno, favorito de los ojalateros, que mandaban omnimodamente en la voluntad de Don Carlos.

CAPÍTULO XXXIII

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CONTINUACIÓN DE LA GUERRA

I. Batalla de Arlabản. - Alocución de Don Carlos á su ejército. - Acciones de Orduña y Unza. Los carlistas en Lequeitio. — Proclama de Eguia. - Don Bruno Villarreal. — Sucesos varios. - Oraá. Nuevas ferocidades de Cabrera. Fusilamiento de la madre de éste. - Terribles represalias de tan brutal hecho. - Toma de Cantavieja por don Evaristo San Miguel. — La guerra en Cataluña. — Maroto en Cerdaña. - II. Muerte de Mina. - Castilla, Galicia y Astu rias. Expedición de Gómez. Expediciones de Sanz y de don Basilio Garcia. Segundo sitio de Bilbao. — Victoria de Espartero en Luchana. - III. Excisión entre los carlistas. - Proposiciones hechas à Don Carlos. - Organiza éste una expedición para dirigirse sobre Madrid. Cabrera y Zariátegui. — Insurrecciones en el Norte. - Restablece Espartero la disciplina.— Decadencia del carlismo. - Segunda expedición de don Basilio García. - El Conde de Negri. Don Diego de León en Belascoain.- Maroto, general en jefe de los carlistas.- Urbiztondo.— El Conde de España. - Cabrera en la provincia de Castellón. - Ataque de Cabañero á Zaragoza. Muerte de Pardiñas. - Situación de los contendientes en distintas provincias. Trabajos carlistas en Cuba. - Insurrección en Melilla.

I

Duró poco, sin embargo, la jefatura en jefe de González Moreno, pues, á continuación de los sucesos que acabamos de referir, fueron tales sus desaciertos, que ante los desastres por ellos ocasionados á los carlistas, reemplazósele con don Nazario Eguía, tan inepto seguramente como su predecesor en el mando.

Terminó el año 1835, cuyas últimas operaciones militares tuvieron poca importancia, y con el de 1836 comenzáronse otras, impuestas por la necesidad de libertar á Guetaria del cerco que la pusieron los rebeldes. El día 17 de Enero libróse la batalla de Arlabán, en la que pelearon unos y otros con verdadero empeño, aunque sin ningún resultado decisivo, adjudicándose reciprocamente la victoria. Los carlistas, para conmemorarla, crearon un cuerpo de caballería denominado Húsares de Arlabán; Córdova, en cambio, concedió al general Rivero la cruz laureada de San Fernando, y á los regimientos de la Princesa y del Infante la corbata de la misma Orden para sus banderas.

Engreido Don Carlos con algunos triunfos que consiguiera Villarreal en las provincias Vascongadas, aprovechó la ocasión para condenar los desórdenes que

entonces habíanse producido en varias regiones de la Península, dirigiendo á su ejército, el 20 de Febrero, la alocución siguiente:

« No puedo menos de afligirme al ver la marcha de la revolución de España; los escandalosos sucesos que se han repetido en Madrid, Barcelona, Zaragoza y otras ciudades; la opresión horrorosa que sufren mis pueblos; cárceles, destierros, confiscación y muerte, sin más delito que la pura opinión; los religiosos y las vírgenes consagradas á Dios, mendigando, la Religión gimiendo, y la Patria pidiendo auxilio, son objetos que me consternan, y os lo recuerdo con dolor para que me ayudéis con energía á remediar tantos males.

» Los execrables asesinatos cometidos últimamente en Barcelona á vista y con el consentimiento de las autoridades constituídas por aquel Gobierno rebelde, si es que hay Gobierno donde se perpetran tales atentados; violando los pactos más solemnes garantizados por potencias respetables, y aún ejecutando con los cadáveres atrocidades indignas de mencionarse y sólo propias de gente inhumana, os llenarán de indignación, y es justa; pero estos ejemplos no se imitan. Si ellos no tienen Gobierno, ni leyes, ni humanidad, vosotros tenéis virtudes heroicas, y los prisioneros que custodiáis en los depósitos, y los que estos días habéis hecho en San Sebastián, Valmaseda y Mercadillo, podrán decir si mi ejército tiene disciplina, y si mi pueblo guarda las leyes.

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Faltábale al Pretendiente autoridad y razón para expresarse así, cuando era notorio que las huestes facciosas cometían los mismos excesos que él reprobaba en los contrarios.

Dióse el 5 de Marzo la acción de Orduña, ganada á Eguía por Espartero, que entró en la población, antes de ser evacuada por los carlistas, al frente del regimiento de húsares de la Princesa, poniéndolos en vergonzosa derrota: y el 19 del propio mes tuvo Eguía en Unza otro descalabro, valiéndole la faja de brigadier al coronel don Leopoldo O'Donnell, que venía distinguiéndose por su arrojo desde los comienzos de la guerra.

Resarciéronse los carlistas de estos desastres, tomando el 12 de Abril à Lequeitio, pero como no progresasen en los resultados de la guerra, decidió Eguía dirigirse al ejército liberal con una proclama haciéndole estos ofrecimientos:

A todo sargento, cabo ó soldado que siendo cabeza de destacamento se pase con 30 ó 40 hombres, le concederé el empleo de subteniente.

» Al que conduzca y presente de 60 á 80 le ascenderé á capitán, distribuyendose entre la fuerza pasada los empleos de oficialès, sargentos y cabos correspondientes à una compañía.

» Al que se pase con cuatro compañías que no bajen de 80 plazas, le nombraré teniente coronel y concederé los empleos del batallón en los términos indicados para una compañía.»

Fuera de algunas deserciones y de cierto número de prisioneros que hicieron traición á la causa liberal, el ejército cristino no respondió á este llamamiento. Cansado Eguía de la campaña y viendo el escaso fruto que sacaba de ella,

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