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que

tunio, ó simpatía personal, ó cumplimiento fiel de algun pacto hecho con su favorecido, ú otra causa la historia no ha querido revelarnos todavía, concedámosle el mérito y á los cristianos la suerte de haberse contentado con el título honroso de protector, sin pretensiones ni reclamaciones de indemnizacion material.

Unia Abderrahman á la magnanimidad la pasion á la magnificencia. Consignada la dejó en aquella maravilla de los monumentos árabes, en el palacio esplendoroso de Zahara, prodigioso conjunto de grandiosidad y de belleza, morada de delicias y de encantos, que más que otra alguna parece representar los que una imaginacion fantástica acertó á reunir en las Mil y una noches: con la diferencia que si estos fueron inventados para dar recreo y deleite con su lectura, los de Medina Zahara fueron una realidad segun los testimonios históricos certifican. Los mármoles y jaspes, los artesonados y jardines de Zahara podrian ser obra de una loca prodigalidad; imposible asociar á ella la idea de la barbárie, con que nuestros cronistas solian regalar en cada página á sus autores.

Cuando la Providencia quiere permitir el engrandecimiento de un imperio, alarga prodigiosamente los reinados de los monarcas más ilustres. Más de cincuenta años duró el de Abderrahman III.

El de Alhakem II. su hijo fué el reinado de las letras y de la civilizacion, como el de su padre habia

sido el de la grandeza y la esplendidéz. Nombre de bellos recuerdos debió ser para los árabes este de Alhakem II. ¿Y dejaremos nosotros mismos de recordar con admiracion las eminentes dotes de este esclarecido Ommiada porque fuese musulman y no cristiano? Esto equivaldria á pretender negar el mérito de los Augustos, de los Trajanos, de los Adrianos y de los Marco-Aurelios, porque estos ilustres emperadores no hubiesen sido cristianos y sí gentiles. A la paz de Octavio en la España romana sustituyó la paz de Alhakem en la España árabe, pero no sin que Alhakem, como Octavio César, diera antes pruebas de que si deseaba la paz no era porque no supiese guerrear y vencer, sino porque amaba más las musas que las lides, los libros que los alfanges, los verdes laureles de las academias que los laureles ensangrentados de las batallas, y nadie con más gusto que Albakem II. hubiera mandado cerrar el templo de Jano, si los hijos de Mahoma hubieran conocido las divinidades y las costumbres romanas.

Vióse, pues, al cabo de mil años reproducido en España bajo nueva forma el siglo de Augusto: con la diferencia que si en el de Augusto los talentos habian tenido además un Mecenas, en el de Alhakem cada walí y cada jeque aspiraba á ser un Mecenas protector de los sábios y amparador de los buenos ingenios. A los Sénecas, los Lucanos y los Marciales reemplazaron los Abu Walid, los Aammed ben Ferag y los

Yahia ben Hudheil, y las églogas y las odas reaparecian con el nombre de cásidas, como las célebres tituladas de las Flores y de los Huertos. La córte habíase convertido en una vasta academia; era Córdoba como la Atenas del siglo X., y la liberalidad, largueza y munificencia con que se premiaba las obras del ingenio era tal que para creerla necesitamos verla por tantos y tan contestes testimonios confirmada. Pero compréndese bien à costa de cuántos sacrificios, de cuánta solicitud y de cuántos dispendios hubo de adquirirse aquella asombrosa coleccion de 400 ó 600 mil volúmenes manuscritos que constituian la biblioteca del palacio de Merûan.

Hay que advertir, no obstante, que ni este riquísimo depósito de las producciones de la inteligencia, ni la civilizacion que en aquel tiempo llegaron á alcanzar los árabes, fué obra de solo Alhakem II. ni de solo su reinado. La preparacion venia de atrás, y era una semilla que habia ido desarrollándose y creciendo. Desde que Abderrahman I. fundó el califato español, propúsose la dinastía de los Beni-Omeyas aventajar así en civilizacion como en material grandeza el imperio de sus implacables enemigos los Abassidas de Damasco y de Bagdad. El primer Abderrahman habia buscado ya las mayores celebridades literarias para encomendarles la educacion de sus hijos, los cuales asistian á los certámenes académicos, á las audiencias de los cadíes y á las sesiones del di

van. El fundador del imperio muslímico de Occidente erigió ya multitud de madrisas ó escuelas, premiaba los doctos, y hasta nosotros han llegado los elegantes versos que él mismo escribió con su pluma. Su hijo Hixem siguió las huellas de su padre y fomentó y propagó la enseñanza. Alhakem I., aunque sanguinario y cruel, era docto y le dieron el sobrenombre de el Sábio. Abderrahman II. oia y examinaba las producciones literarias de sus hijos Iham y Othman. Del III. hemos visto cómo llevaba á su corte los sábios de todas las partes del mundo y los colocaba en los cargos y puestos más eminentes del Estado; cómo iba siempre rodeado de un séquito numeroso de astrónomos, médicos, filósofos y poetas distinguidos, y debíale Alhakem II. su esmerada educacion literaria. Este califa, ilustradísimo ya y aficionado á las letras, alcanzó un período dichoso de paz; y como el gérmen de la civilizacion existia, desarrollóse al amparo de su proteccion, al modo que las plantas crecen con lozanía cuando despues de mucho cultivo y de copiosas lluvias aparece un sol claro, radiante y vivificador.

Una observacion nos suministra la lectura de las historias arábigas. Ni un solo literato, ni un solo erudito deja de ser mencionado por sus historiadores. No se verá que omitan jamás los nombres de los doctos que florecieron en cada reinado, con sus respectivas biografias y la correspondiente reseña de sus obras. Citase con frecuencia el fallecimiento de un profesor

distinguido como el acontecimiento más notable de un año lunar. La narracion de un combate empeñado entre dos ejércitos se interrumpe en lo más interesante para dar cuenta de que allí se encontraba, ó de que llegó á la sazon, ó de que murió á tal tiempo en cualquier punto que fuese, tal poeta ilustre ó tal astrónomo afamado. Conócese que estaba como encarnada en aquellas gentes la apreciacion del mérito literario, y así correspondia á un pueblo en que los califas eran eruditos, en que los príncipes eran bibliotecarios, y en que los guerreros soltaban el alfange con que habian combatido para empuñar la pluma y transcribir con ella las escenas mismas en que acababan de ser actores en los campos de batalla.

Anticiparemos, sin embargo, aunque más adelante tendremos ocasion de hacerlo observar, que era esta una ilustracion más brillante que positiva, más superficial que sólida y más poética que filosófica, con cuya prevencion ya no nos maravillaremos tanto cuando la veamos desaparecer.

y

Tal era el estado de los dos pueblos, musulman cristiano, cuando murió el ilustre Alhakem Almostansir Billah. Uno y otro van á sufrir grandes mudanzas y alteraciones en su situacion física y moral.

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