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habia obrado segun sus convicciones, con arreglo á un severo principio de justicia; el padre no pasaba de las atribuciones del juez, pero la condesa, ni ante Dios ni ante el mundo podia presentar ni razon ni excusa alguna, por liviana que fuese, que disculpara ni atenuara lo vil, lo atroz de su proceder.

!Ah! ¡Pero qué importaba, si Aguilar ya no existia, si su hermosa y arrogante cabeza estaba destrozada, su noble y apasionado corazon inerte y yerto, y sin pompas, sin honores, sin una sola distincion, yacia en la fosa comun, donde habia caido, escapándose á los brazos de su esposa!..

Y, en verdad, aún no estaba satisfecha; aún, como el chacal, hubiera querido, en su ódio, remover la tierra para robarle al cadáver su paz, y como el buitre hubiera cruzado el espacio para ir á clavar su garra en el desolado corazon de la viuda y despedazarle.

La pelliza amarilla era elocuente.

A pesar de haber probado el conde que era de hierro, aquella noche sentíase triste y profundamente impresionado. Parecíale que su sangre, convertida en hielo, circulaba mal ó no circulaba por sus venas, que lo envolvia la sombra en sus lóbregos pliegues, que gravitaba sobre su corazon pesada mole de plomo. Mudo y sumido en sus meditaciones, paseaba, como decimos, por el gabinete de su esposa, y al presentarse un criado de antesala anunciando una visita, atajándole la palabra:

-No recibo-le dijo con sequedad.

Apenas ido, tornó el criado.

-Dice que es un gentil-hombre y tiene que llenar con su excelencia un encargo que no admite dilacion.

Sometióse el cortesano, el hombre público, al yugo de deberes que su doble condicion le imponia; las puertas fueron franqueadas al visitador, y el gentil-hombre penetró en el gabinete de la condesa.

Era César Sureda, y su presencia, que les imponia, mal su grado, produjo en ambos esposos extraña y desagradable sensacion.

Las horas de aquel memorable dia fueron, para el fiel amigo, de duelo y amargura. Faltóle valor para acompañarle, como Baltasar, en su sangrienta ejecucion; pero cumplió antes que todo el deber piadoso de ir en pos de los mortales restos encerrados en el pobre ataud que le concedia de limosna la caridad cristiana, y extremeciéndose á cada una de ellas, vió echar las paladas de tierra que cubrieron con el destrozado cadáver su gloria y sus infortunios. A su vuelta del cementerio entró en cuantas iglesias halló al paso á mandar que dijeran misas por el eterno descanso de su alma, y por último, pasó la tarde escribiendo á la desventurada María Carolina, preparándola para darla más tarde la horrible nueva, y lo hizo con todos los miramientos que un gran afecto y la más extremada compasion determinan; lo hizo envolviéndolo todo de delicadeza, lo hizo como el padre ó el hermano más amoroso pudieran.

Sus impresiones de la mañana, su carta de la tarde, los recuerdos del pasado, que venian en tropel á su memoria, el dolor mismo de su alma le habian exacerbado profundamente, y resuelto á cumplir la amenaza hecha á la condesa, iba á hacerlo sin disminuir al castigo un solo ápice, sin endulzárselo con la más leve consideracion.

Debemos advertir que vestia rigoroso luto, y en la diestra, enguantada de negro, traia voluminoso paquete de papeles, atado con cinta negra tambien. Acaso por presentimiento, el ilustre matrimonio se fijó en los papeles, que venian divididos entre sí en dos porciones desiguales.

Tomaron asiento junto á la chimenea, y el conde, sério y glacial, le preguntó:

-¿Viene Vd. de palacio?"

Sureda habia sido nombrado gentil-hombre de la reina María Amalia. -No estoy de servicio-contestó tan friamente como el conde le habia preguntado ni he salido de casa desde que volví á ella de acompañar el cadáver del primer valiente y del mejor caballero que honrára jamás la ingrata tierra española.

El conde guardó silencio, pero la condesa tuvo el atrevimiento de sonreirse con burlona expresion.

Sintió Sureda terribles tentaciones de esculpirla primero y aplastarla despues. Su sonrisa le habia formado digna corona á su pelliza de color de oro. -Hoy está mi alma dolorida profundamente-prosiguió diciendo Sureda, que en su pesar y su indignacion saltaba por encima de cuantas consideraciones pueden contener al hombre.-El gozo de unos y la indiferencia de otros me habria hecho horrible daño; además, la amistad tiene severos deberes, que quien la profesa no elude nunca, y para cumplirlos he necesitado tiempo; si no, antes, ¡oh, sí! antes hubiera venido.

Nada respondió el conde; pero su esposa, haciéndole frente segura de la impunidad, tornó á sonreir y á burlar.

Entónces Sureda, ciego, indignado, sin medir la magnitud del golpe que iba á descargar, sin que le contuvieran los respetos que merece el jefe, los que inspiran los cabellos blancos; sin lástima por el horrible pesar que iba el conde á sentir, ni-temor á las consecuencias que pudieran desprenderse de su accion:

-El malogrado Aguilar-dijo acentuando hasta recargar la frase—prudente y digno como era, me entregó en depósito unas cartas que, atendiendo á las eventualidades de lo porvenir, no debia romper, ni en su admirable delicadeza podia conservar, pues corria el riesgo de que las viese su esposa, para quien fuera de éste no tuvo nunca secreto alguno. Yo, en mi lealtad, las he guardado con el del ódio intenso que despues de haberle empalidecido su legítima y pura felicidad, le ha hecho sucumbir al hierro de una descarga; pero ya no existe, y debo entregarlas á quien pertenecen, por

el doble motivo de comprometer su honor y estar escritas por la mano de su esposa.

Sin dejar tiempo al conde para contestar, Sureda deshizo el nudo de la cinta que sujetaba el paquete, y tomando una de las dos porciones en que se dividia,, con voz entera, acento firme y ademan resuelto:

-Son de la señora condesa-dijo, presentándoselas al conde.

-¡Mentira!-exclamó aquella poniéndose más que la gualda de pálida. -Señora-repuso Sureda hiriendo, aplanando, pulverizándola en la amar: gura que sentia y la indignacion que lo sublevaba-de Vd. fueron. Hoy, por herencia, van del hijo al padre. Es la ley.

El conde se alzó en pié altivo, sombrío, amenazador; pero Sureda, arrollándolo todo y despreciándolo todo; Sureda, acordándose de la tierra que habia visto echar sobre el cadáver de su amigo, de las lágrimas que ya no cesarian de correr de los ojos de la viuda hasta que los cerrase con el sueño

eterno:

-Estas cartas-añadió pisoteando la honra y el corazon de la condesaestas cartas se las escribió Vd. á Leon de Aguilar antes de su casamiento con la desventurada María Carolina; cuando una funesta equivocacion le obligó á contraer con Vd. un compromiso, por su parte de delicadeza é hidalguía, desesperacion suya entónces, sombra fatal que ha empañado despues todas sus felicidades.

Ya no pálida, sino lívida, dijo la condesa con voz trémula y ademan descompuesto:

-Falso, falso; yo no le he escrito jamás.

-No vengo á disputarlo, señora-repuso Sureda con frio é inexorable acento-sino á entregárselas al señor conde, á quien en primer lugar inte

resan.

(Continuará.)

TERESA DE ARRONIZ BOSCH.

CRÓNICA POLÍTICA

INTERIOR

Ha llegado el momento en que, por el curso natural de los sucesos, entra la política en un período de calma que impone la necesidad de reposo. El decreto leido por el señor Presidente del Consejo de Ministros en las Cámaras suspendiendo los tareas parlamentarias, es como la última palabra de este período en que se han visto realizadas muchas de las promesas que el partido que nos gobierna formuló en la oposicion, y en que se ha preparado el planteamiento de otras que vendrán á su debido tiempo á completar la obra del partido fusionista en el poder. Los derechos, que han sido siempre dogma de los partidos liberales, se practican con toda su pureza, habiéndose podido observar que, al mismo tiempo que una Asamblea federal se reunia en Madrid, emprendia por las provincias propaganda tradicionalista el propietario y director de El Siglo Futuro, sin que á la Asamblea ni á la propaganda se haya puesto por parte de las autoridades el más leve obstáculo. Bien es verdad, y conviene consignarlo como dato que prueba el adelanto de nuestras costumbres políticas, que los partidos extremos, en sus recientes manifestaciones, han respetado la legalidad, no extra limitándose, para bien de todos, y especialmente de ellos mismos, en el ejercicio de la libertad de que hoy disfruta la nacion, donde vivian no hace mucho divididos en legales é ilegales los partidos, y donde no podian reunirse para celebrar con banquetes las fechas en su historia memorable.

Con la amplitud de este derecho de reunion, conocida la libertad de que goza la prensa, La Vanguardia y El Patriota exponen contínuamente las más avanzadas teorías; El Porvenir aprovecha cuantas ocasiones puede para abogar por sus soluciones, y no hay idea, tendencia ni propósito que no tenga en la prensa su órgano autorizado. En general, la prensa, y debemos consignarlo tambien con júbilo, usa de esta libertad con gran mesura. Al

gunas personas timoratas se escandalizan de lo atrevido de los asuntos que el gran número de periódicos satíricos que existen eligen para sus caricaturas, y querian que el Gobierno pusiera á esto algun límite; pero el Gobierno deja en esto, como en todo, libertad completa, sin poner más trabas que las que las leyes generales de la moral y de la decencia pública imponen. A un Gobierno que procede de esta suerte, ¿qué daño pueden hacerle las murmuraciones de los descontentos ni los gritos de los impacientes? ¿Qué piden reformas? Pues el país las ve planteadas. ¿Es que se encastillan en la cuestion del Jurado y en la del sufragio universal? Pues la ley provincial y los adelantados proyectos del señor ministro de Gracia y Justicia se apresuran á contestarles. Así como no hay ningun país de los que de más libertades gozan, ni Bélgica, ni Italia, ni Francia, que marchan en política más adelante que España, no hay entre nosotros ningun partido gubernamental que pueda ofrecer más libertades en los momentos presentes, y bien elocuentes han sido en este sentido las declaraciones del órgano más autorizado del partido democrático-dinástico, El Norte, declaraciones que, formuladas despues del debate político sostenido por el Sr. Moret en el Congreso, han venido á demostrar que las cuestiones anteriores de los partidos, imponen muchas veces á los hombres públicos ineludibles obligaciones que les hacen ver con cristal de aumento los sucesos.

La calma política que ya se iniciaba en la pasada quincena, y la falta de motivos para hacer una oposicion fuerte al Gobierno, ha hecho fijar la vista en el estado de los partidos democráticos, y se ha vuelto á poner sobre el tapete la cuestion, sólo para los antiguos progresistas importante, de si dejará el Sr. Ruiz Zorrilla su voluntario destierro. El Liberal, que con el claro sentido práctico que le distingue, ha conocido siempre que la situacion del emigrado que no tiene cerradas las puertas de la pátria, que tiene en la capital de sus país periódicos que sustentan sus ideas y defienden sus soluciones, es eminentemente desairada, ha abogado siempre por el regreso del Sr. Ruiz Zorrilla, y ha sido el que ha vuelto á plantear la cuestion, haciéndose eco de los que, en su enojo por el jefe, han llegado á pensar hasta en sustituirle si persevera en su propósito de vivir voluntariamente alejado de la pátria. El Porvenir se ha apresurado á declarar que ni el comité de su partido, ni sus amigos los Sres. Saulate y Cervera, ni nadie, en fin, de cuantos militan en sus banderas, han pensado en sustituir al Sr. Ruiz Zorrilla, cuya jefatura consideran ireemplazable, ni creen conveniente su venida á España. Pero, á pesar de esta negativa rotunda, no es ménos evidente que la jefatura del Sr. Ruiz Zorrilla anda muy debilitada. Si por ahora no es exacto que haya quien se la quiera arrebatar, es indudable, por lo menos, que se le discute, y que ha comenzado la murmuracion á quejarse del que vive lejos del combate.

Pero lo más peregrino en esta cuestion no es lo que El Liberal afirma, ni lo que desmiente El Porvenir, ni lo que los demócratas dicen; lo verdaderamente digno de tener en cuenta es que son los conservadores, los que se llaman hombres de órden, los de las castas legales é ilegales, los que más

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