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deracion son las de Tigbi, en la visita de Naga, que por su especialidad merecen detenido exámen.

Los manantiales hirvientes de Tígbi brotan en las cercanías del Mayon, á impulsos quizá de la fuerza de sus corrien-. tes, y presentan la singular circunstancia de tener en disolucion en gran abundancia hierro, azufre y sílice, fenómeno que los coloca como los únicos del mundo, pues los de Islandia y Nueva Zelandia sólo tienen en disolucion la sílice. Reconociendo estas hermosas propiedades, el Dr. Jagor los cita como más puros y variados que los Geysers de Islandia, y es lástima verdaderamente que no se haya pensado en aprovechar sus virtudes medicinales, maravillosas para la curación de todas las enfermedades herpéticas, las de reumas y paralisis, segun la opinion de las personas competentes que los han visitado.

El terreno en que brotan abunda en hervideros, cuyos surtidores salen á 95 y más grados de, temperatura, dejando la evaporacion sedimentos que señalan perfectamente las sustancias que tienen disueltas sus aguas. A la salida de Naga, á una milla del mar, hay una elevacion del terreno, sobre la que se levantan los vapores blanquecinos de más de 60 surtidores, y en las cercanías existe una laguna de unas veinte varas de circunferencia, cuyas aguas hierven, marcando una temperatura de 120; dicha laguna comunica con el mar, y tiene sus mareas correspondientes, sin dejar por eso su calor constante. Otros manantiales hay en las inmediaciones que contienen sal cetártica en disolucion; y todos ellos, al enriquecer el reino mineral de las Islas, señalan la mano de la Providencia que, pródiga y sábia, no en balde ha colocado esos focos de salud cerca del hombre que, por desgracia, despreocupado y perezoso, no pone en ellos otros pensamientos que los de su curiosidad.

(Continuará).

FRANCISCO J. DE MOYA Y JIMENEZ.

LA CARIDAD

Hé aquí una palabra atractiva y seductora que fascina á todos los espíritus, subyuga á las inteligencias y sublima al hombre; viva representacion de una idea grande, de un pensamiento elevado, siendo al mismo tiempo la más compleja de cuantas pueden hallarse en los vastos dominios de la religion y de la moral, elocuente expresion de nuestros deberes, cuya fórmula es el amor que une á los corazones, juntándolos en un sólo deseo.

Amar á Dios sobre todas las cosas y á nuestros prójimos como á nosotros mismos: hé ahí la ley primitiva del mundo moral, el principio, la causa y el término de la creacion, el más claro y sencillo de los preceptos divinos y el más profundo de sus misterios.

Nada hay tan grande, tan augusto y majestuoso como el amor; nada que produzca tantos bienes á la humanidad y reporte utilidad tan directa como la caridad, poderosa palanca que, mueve los espíritus á la ejecucion de obras heróicas, que trasforma el modo de ser de los pueblos, abriendo asilos á la indigencia, socorriendo al menesteroso, amparando al huérfano, instruyendo al ignorante, estableciendo casas de beneficencia donde los séres desvalidos encuentran seguro refugio, y donde satisfechas tanto las necesidades del espíritu como las del cuerpo, prosiguen el cumplimiento de su designio y realizan su fin.

Ved si no las reformas introducidas, las ventajas alcanzadas y los resultados obtenidos merced á tan hermosa virtud; contemplad las

trasformaciones verificadas en la sociedad, debido todo esto al amor puesto en movimiento; reflexionad por un instante los incalculables beneficios conseguidos en el hogar paterno, en el seno de la familia y en la sociedad; recordad aquellos héroes que llevados de su ardiente caridad, se han sacrificado por sus semejantes, y bien pronto comprendereis, sin esfuerzo de ningun género, toda la hermosura de tan preciosa virtud.

Ciertamente se encontrarán pocas palabras cuya aplicacion sea más vasta y cuyo significado sea más extensivo que la de la caridad. En efecto, sea cualquiera el estado en que se le considere al hombre, cualesquiera que sean las relaciones diversas que le liguen con los distintos séres del grandioso cuadro de la Creacion, siempre la encontraremos informando á todos sus actos, siempre la veremos como principio de sus deberes, como regla de su conducta y como término. y explicacion de su orígen y destino; en suma, como complemento y terminacion final de sus operaciones y de sus obras. Considerad, si no, al hombre salido de las manos del Criador, formado á imágen y se-, mejanza suya, y se verá que no debe su existencia sino al infinito. amor de Dios, bondad infinita: considerad si no, al sér racional en sus diversas relaciones y múltiples aspectos al lado de sus semejantes, y se le verá en la familia, en la sociedad, y en todas partes que la ley del amor le sostiene y le guarda en todos y en cada uno de estos estados en que puede encontrarse.

Y es que la idea del bien absoluto es correlativa á la del amor absoluto, es su fundamento más sólido y su más indestructible base. La belleza descansa en el amor, en la bondad, tendiendo á ella como á su último fin; por eso Dios, Belleza absoluta, es tambien amor infinito: así se explica que al hombre no le satisfagan las bellezas parciales esparcidas por el mundo de la realidad, y sí sólo la belleza absoluta representada en Dios, término de sus aspiraciones, complemento glorioso de su destino.

De esto resulta, como natural consecuencia, que toda deformidad del sér humano procede necesariamente de una violacion de esta ley universal. Si el hombre es arrojado del paraíso, caido de su grandeza, luchando constantemente con el dolor, precursor de la muerte; si es un monarca destronado, segun la sábia expresion de un filósofo, si se muestra pequeño y débil ahora, es porque antes estaba lleno de vanidad y soberbia, enemigos capitales de la caridad, vicios com

pletamente opuestos á tan hermosa virtud. Si se observa al sér racional oprimit á sus semejantes haciendo ostentacion de su poderío y de su fuerza, si los encandena á su voluntad, si los avasalla y tiraniza, infundid en su corazon una sola centella del amor de la caridad, y bien pronto vereis rotas las cadenas de la esclavitud, tratarlos como iguales y establecerse entre ellos una mútua y recíproca relacion de afectos, de sentimientos y de ideas. Ahora bien; los que predican al mundo un dogma sin límite fijo y aún sin significacion determinada, debieran hablar al hombre, no de derechos, sino de deberes comunes para con el Padre comun; debieran mostrarle el vínculo eterno de la caridad que une á todos los hijos de la tierra con el Padre universal, haciéndoles enteramente iguales, enteramente libres y enteramente hermanos. El hombre no goza la libertad sino bajo el amor, siendo la perfecta libertad el perfecto cumplimiento de cada uno, consistiendo éste en satisfacer el precepto de la caridad.

Bajo el punto de vista religioso, tan esencial es al cristianismo tan hermosa virtud, que bien puede decirse es el fundamento de tan augusta como sublime religion; así el Catecismo la coloca entre las virtudes teologales, pudiendo asegurarse es el complemento necesario y terminacion final de todas ellas. La fé sin las obras, es muerta; la esperanza sin las obras es impía. En efecto, nada hace el que cree si, encerrándose dentro de sí mismo, no manifiesta esa misma creencia por actos encaminados á revelarla, si no fecundiza su espíritu y lo impregna, por decirlo así, de la fé, de esa adhesion viva y profunda á ciertas verdades; del mismo modo el que espera en la inaccion los dones de la infinita misericordia ofende á la Justicia divina, por creer ha de gozarlos sin haber puesto los medios para merecerlos. La caridad, pues, es una virtud eminentemente práctica y activa; por me dio de ella se nos manda amar á Dios sobre todas las cosas y al prójimo como á nosotros mismos, dando y demostrando incesantemente pruebas de ese amor de la caridad, que alienta nuestro espíritu, que inunda nuestro sér, obligando á nuestras facultades á dar vivo testimonio.

«Si hablo las palabras de los hombres y, de los ángeles, dice San Pablo, y no tengo caridad...; si tengo el don de profecía; si penetro todos los misterios y poseo todas las ciencias, y aunque por añadidura tenga la fé capaz de levantar montañas, nada soy si no tengo caridad. Y aún cuando distribuyese entre los pobres todos mis tesoros, y aún

cuando entregase mi cuerpo á las llamas, de nada me serviria todo esto si no tuviese caridad.....» Estas elocuentes palabras del Apóstol nos prueban bien claramente lo erróneo de las teorías utopistas, encaminadas á despojar al amor de ese orígen y carácter divinos, haciéndolo esencialmente humano, como si pretendieran arrancar á Dios la virtud que más enaltece al hombre, usurpándole la más hermosa de sus creaciones. ¡Vana y estéril filosofía de resultados funestos, que quitando el sello divino á las obras de Dios ha producido obras del infierno!

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Desde el instante que se ha querido convertir á la caridad en una obligacion, despojándole y arrebatándole todo orígen divino, desde este mismo momento han surgido en el seno de la sociedad los pavorosos problemas, las cuestiones más graves y trascendentales que inútilmente han tratado de resolver la ciencia y las leyes humanas. Desconocido Ꭹ roto el vínculo que debia unir necesariamente las ciencias todas al Divino Autor; desligadas por completo de este poderoso lazo y desentendiéndose de tan brillante principio, hánse entregado á quiméricas doctrinas, caminando sin guía, á tientas y precipitándose en el cáos más espantoso y en el abismo más insondable.

La limosna en manos del que la dá ha perdido todo su mérito desde que es una imposicion del sistema tributario, y por consiguiente, un deber exigido y ordenado y no entregada ciertamente con espontaneidad; y en manos del que la recibe se le ha despo ado todo su valor, desde que se hace por cumplir con un deber exigido por la ley humana. La limosna queda reducida á la nada cuando no se hace y se recibe por el amor de Dios, y Dios no puede aceptar un socorro dado al indigente cuando es una exigencia impuesta por la misma sociedad. El rico da entonces por el cumplimiento de un deber social, y el menestoroso recibe sin agradacer, porque entiende la da á la fuerza. Al primero le falta la caridad, es decir, el amor en actividad con que libremente, y de una manera espontánea ha de repartir los bienes que del Supremo Hacedor ha recibido y de los cuales sólo es un mero administrador; y al segundo le falta tambien la caridad, esto es, el amor y agradecimiento al que le socorre, la paciencia para sufrir, la resignacion para esperar y la humildad para recibir. Elcorazon del rico se llena de avaricia, signo precursor del endurecimiento, y el del pobre de indignacion y de soberbia. Detrás de la dureza y de la avaricia del poderoso viene la insubordinacion y rebel

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