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acabar; es decir, que le faltará voz; y dado caso que este trance angustioso no llegase, hablará con trabajo, y el público le escuchará con pena y disgusto; por cuya razon siempre conviene dar fuerza y un sonido lleno á la voz, y principiar por el tono ordinario, teniendo precaucion de no sacar más voz de la que pueda sostenerse sin gran esfuerzo.

Una articulacion clara y precisa, contribuye más á que se oiga bien lo que se dice, que un sonido lleno, y por eso se ha de dar á éste la proporcion debida, teniendo cuidado de precisar bien todas las sílabas y todas las letras sin confundir los sonidos.

Uno de los vicios más difíciles de corregir es la precipitacion en el pronunciar, y de este defecto ha de huir el actor constantemente, porque la demasiada ligereza confunde la articulacion y el sentido de lo que se habla; por el contrario, una conveniente detencion alivia la voz del artista con las pausas y le permite conservar el dominio de sí mismo, al par que con una articulacion clara dignifica cuanto dice.

La propiedad en la pronunciacion contribuye al mayor esplendor de la escena, por lo que se ha de dar á cada palabra el sonido más adecuado en el lenguaje; y, en general, se ha de procurar hacer uso del mismo acento que en la conversacion ordinaria; porque es un error creer que hablando en público y con cierta majestad han de pronunciarse las palabras de distinto modo que en lo ordinario.

El énfasis, las pausas, los tonos y los gestos, contribuyen tambien mucho al buen lucimiento, si se sabe hacer un empleo oportuno de su uso. El énfasis es un sonido de voz más fuerte.y más lleno del ordinario, y consiste en precisar la sílaba acentuada de alguna palabra que se quiere distinguir de las demás; de él depende muchas veces todo el vigor del discurso. Conviene, pues, que el actor, antes de mostrarse al público. fije bien en su memoria las palabras enfáticas para no caer en ridículo. En la frase: «dónde está» puede comprenderse la importancia del énfasis por las diferentes acepciones que puede adquirir segun esté tomado el énfasis en una ó en otra sílaba, y segun lleve entonacion de pregunta ó de respuesta, por ejemplo:-¿Dónde está? En ninguna parte, porque no está.-Dónde está—Aquí, alli, etcétera.-Donde ésta; no donde aquella ó la otra.

Las pausas son de dos clases: enfáticas y de sentido; las primeras se usan cuando se acaba de decir alguna cosa importante ó de cierta

entidad, y se desea que la atencion del público se fije sobre ella. Las de sentido no tienen más objeto que dar lugar al actor para que respire, y ha de procurarse que su colocacion sea conveniente y graciosa, á fin de que no se perciba el verdadero objeto que las da orígen.

Los tonos, como ya hemos dicho, consisten en la diversa modulacion de la voz y en las variaciones del sonido ó notas que se introducen en la pronunciacion. Los sentimientos, en general, han recibido de la naturaleza, al expresarse, un tono peculiar que por sí solo los caracteriza. Uno que pide socorro, lo hace empleando tal entonacion; que á nadie deja duda acerca de la urgencia con que pide el auxilio. Esta parte no necesita reglas muy minuciosas, porque el buen sentido y el hábito las hace adquirir insensiblemente.

Por lo que respecta á la accion en sí misma, ó sea á la mimografía, poco hay que advertir. Los gestos son las diversas actitudes del cuerpo ó del semblante con que se animan las palabras.

La postura de la cabeza ha de ser natural y noble, toda vez que es el miembro de más importancia en el hombre y contribuye á la expresion; muy baja, indica humildad; demasiado alta, arrogancia; muy tiesa, grosería, é inclinada á un lado abatimiento; así, lo mejor es conservarla siempre derecha, procurando que sus movimientos sean proporcionados á la accion.

Es vicioso moverla con demasiada frecuencia, así como el sacudir los cabellos, porque esta circunstancia es propia del que está desesperado. El semblante debe corresponder á la índole de lo que se habla, y tiene mucha influencia en la accion, porque por sí sólo puede expresar súplica, amenaza, tristeza, alegría, soberbia, humildad, etc. En el estado natural, es decir, cuando no se manifiesta una conmocion determinada, lo más propio es un mirar grave y sério. No deben fijarse los ojos con insistencia sobre un mismo punto: ellos expresan con muda elocuencia indiferencia ó interés, fiereza ó modestia, dulzura ó aspereza; las lágrimas pueden interpretar gozo ó sentimiento. Las cejas toman tambien mucha parte en la expresion, porque dirigen la frente, y hasta parece que modifican la disposicion de los ojos; con un leve movimiento de cejas, se arruga la frente para indicar la duda; por otro la levantan para expresar asombro, ó la bajan para manifestar confusion.

*

El artista procurará conservar en la actitud del cuerpo la posible dignidad, dando á su postura la rectitud necesaria, pero sin que por

esto deje de inclinarse un poco hácia adelante, como demostrando algun interés.

Cuando ocurra mover las manos, se dará la preferencia á la derecha, á ménos que, por haber necesidad de expresar una conmocion ardiente, sea precisa la accion de las dos, en cuyo caso los movimientos serán desembarazados y sueltos. La izquierda, en muy contados casos, produce un buen ademan. Los movimientos de la mano han de ser siempre bien dirigidos, y no hay que perder de vista que con su inteligente accion se pide, se niega, se pregunta, se responde, se duda, se teme, se amenaza, se aprueba, se detesta, etc., etc. Los brazos han de tener un movimiento suave y agradable, y cuando se quieran levantar se ha de hacer sin precipitacion, porque la accion resultaria entonces demasiado dura; cuando se levante uno, la parte superior se separará primero del cuerpo y arrastrará las demás, y por tanto, la mano será la última que se mueva. Para bajar el brazo se ejecutará el movimiento en sentido inverso, es decir, la mano será la primera que comience el descenso.

Finalmente, las rodillas estarán rectas, pero no tanto que lleguen á estar estiradas; los piés iguales, ó el derecho un poco detrás del izquierdo; los hombros estarán inmóviles, los brazos algo separados del cuerpo; los dedos de la mano escalonados con cierta gracia, como cuando se tiene á medio cerrar, y en general, la accion toda del cuerpo no ha de pecar de demasiado viva, porque es más graciosa cuanto más suave y lenta.

Tales son, en conjunto, las bases que, en nuesto modo de ver, debieran presidir á un buen plan de enseñanza para las escuelas de declamacion. El que hoy está adoptado, creemos adolece de muchos defectos, por no estar comprendidos en él conocimientos que nuestra época reclama para atender al mayor impulso que en nuestros dias ha recibido el arte dramático.

De intento hemos omitido el ocuparnos de los que hoy son objeto de la enseñanza, porque nuestro propósito ha sido señalar la reforma que debe iniciarse y en qué sentido, lo que no impide que se conserven para un plan nuevo aquellos conocimientos verdaderamente útiles é indispensables que actualmente están aplicados.

Nos parece que con lo expuesto pudiera estudiarse un plan definitivo, el cual, ampliado y mejorado con el excelente método de Romea, serviria de mucho para desterrar el romanticismo que durante tanto tiempo ha dominado en declamacion; y si á él se adicionan algunos estudios preparatorios de Historia, Música y áun Gimnástica, se lograria un resultado satisfactorio.

SANTIAGO ARAMBILET.

LA BOLA NEGRA

(Conclusion.)

-Estoy oyendo cosas que en mi asombro me llevan á dudar de mi razon, obligándome á buscar mi identidad en mí mismo para convencerme de que esto no es sueño, ilusion, engaño de mis sentidos ofuscados-dijo el conde con grave y altivo acento-que esa voz que habla, de quien la muerte y el Juicio hacen sagrado; que esa voz que formula la más tremenda de todas las acusaciones, es una voz real, la voz de un hombre; que esa mano con guante negro, que me presenta cartas cuya procedencia, á ser cierta, repetiria para quien se supone haberlas escrito las palabras del festin de Baltasar, es una mano humana que se mueve cumpliendo providencial mision; si, en fln, lo que presencio no es más que desacato, felonía, calumnia baja y ruin, venganza indigna siempre del hombre... ¡No me atrevo á decir en estos tiempos de razas bastardeadas, no me atrevo decir del caballero!

Sureda, en pié como el conde, irguió la frente con orgullo; y cada vez más severo, más duro, más implacable:

-Señor conde-repuso con frialdad-comprendo que se rechace lo que por su forma deforme y fea desagrada; lo repugnante ¡oh! siempre repugna; pero por más que algunas verdades sean horribles, no dejarán nunca de ser verdades; y cuando se hallan tan probadas como estas, no dan, por mucho que se desee, lugar alguno á la duda.

Y por segunda vez le presentó el paquete:

El conde alargó al fin la diestra y las tomó en silencio; mas al ir á dejarle en la chimenea, la espléndida luz de las bujías, que ardian en dos magníficos candelabros de plata, cayó en raudal sobre la primer carta, en cuyo sobre escrito reconoció la letra gruesa y verdaderamente monjil de su esposa.

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