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su profesion, es tambien causa de que se establezcan relaciones y se obtengan cifras proporcionales de todo punto inaceptables. Se conoce, por ejemplo, la clasificacion por profesiones de los que han delinquido, de los que han muerto, de los que han contraido matrimonio, etc., etc.; asalta naturalmente el deseo de ver la influencia que la poblacion pueda ejercer en la criminalidad, en la mortalidad, en la tendencia ó repugnancia á contraer matrimonio; y no pudiendo relacionar los delincuentes, los fallecidos y los casados de cada profesion con los habitantes dedicados en la totalidad del país al ejercicio tambien de cada profesion, por no encontrarse este dato en el censo, ó por hallarse incompleto, se relacionan los fallecidos de cada profesion con el total de defunciones, los criminales de cada profesion con el total de delincuentes, etc., y se obtiene por resultado un cuadro en que aparecen con relacion á cien defunciones ó á cien delitos los agricultores, los industriales, los comerciantes, etc. El objeto á que obedecen estos cálculos es laudable, pues no es otro que el de fijar el valor relativo de las cifras y procurar imprimirlas por este medio el mayor grado de utilidad; pero si no se encuentran en el censo de poblacion las clasificaciones necesarias, es preferible renunciar á tales comparaciones, porque de emplearlas podria incurrirse en absurdos tan notables como sería el de afirmar que el nombre influye tambien en la mortalidad, en la criminalidad y en otros muchos hechos de la vida física ó social; porque clasificados segun el nombre de pila y reducidos á 100 los fallecidos, los delincuentes, etc., etc., las mayores cifras corresponderian indudablemente á los que llevaran el nombre de José ú otro tan comun como éste.

Y aún podemos citar en este punto mayores abusos. En un libro de que no quisiéramos acordarnos, y que no obstante acude á nuestra memoria á cada paso, por ofrecer ejemplos de cuantos defectos puede presentar una publicacion estadística, se encuentra el siguiente resúmen de las defunciones registradas durante un decenio y clasificadas segun el estado civil de los fallecidos:

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Ahora bien: ¿qué es lo que enseñan las precedentes cifras? Que de los tres estados en que pueden encontrarse hombres y mujeres en sociedad, el del matrimonio es el más peligroso, pues exceden en mucho los fallecidos casados á los que murieron solteros ó viudos, no obstante los ordenados hábitos del que vive en matrimonio y la edad más avanzada de los viudos; y por otra parte que, contra la regla general cumplidamente demostrada de morir siempre más varones que hembras, en el estado de viudez corre más peligro la existencia de las segundas que la de los primeros, puesto que mueren sólo 68 hombres por cada cien hembras. Pero hubiérase hecho la comparacion en los términos debidos, esto es, entre los fallecidos solteros y la poblacion soltera, entre los fallecidos casados y la poblacion casada, y entre los fallecidos viudos y la poblacion viuda, y no se hubieran obtenido semejantes absurdos. Si en la nacion á que se refiere el precedente cuadro hay 5.721.617 personas casadas (el 36,50 por 100 de la poblacion total), y sólo 1.064.276 viudos (el 6,76 por 100), ¿qué extraño es que resulten muchas más defunciones de los primeros que de los segundos? Si por cada viudo hay en el mismo país dos viudas (361.462 de los primeros y 702.800 de las segundas), ¿no han de resultar muchas más defunciones de viudas que de viudos, á pesar de la edad más avanzada á que muere el sexo femenino? Compárese, como hemos dicho, cada grupo de fallecidos con la poblacion respectiva, y ya no resultarán aquellas anomalías. En efecto; procediendo de este modo, tenemos que de los casados muere

sólo 1 por cada 5,2 habitantes casados, y de los viudos 1 por cada 1,5, lo cual está más conforme con la idea que se tiene formada de los buenos hábitos que imprime el matrimonio, así como de las edades más avanzadas que generalmente tienen los viudos; y al paso que entre los varones viudos muere 1 por 1,3, esta relacion es entre las viudas de 1 por 1,3; de suerte que en este estado, como en todos, fallecen más varones que hembras.

Aún pudiéramos extendernos más sobre este punto; pero las indicaciones hechas y los ejemplos puestos bastan, á nuestro juicio, para comprender que, si es de gran utilidad en Estadística el empleo de las cifras proporcionales, con facilidad puede abusarse de tan recomendable procedimiento.

(Continuará.)

J. JIMENO AGIUS.

TOMO LXXXVII

3

LOS HOMBRES DE BIEN

ESTUDIO DEL NATURAL

(Continuacion.)

XIII

Han trascurrido algunos meses desde que tuvimos la última entrevista con nuestros personajes en el pintoresco pueblecillo de Rivalta, y ahora nos encontramos por segunda vez en la córte, en pos siempre del atolondrado Pepe Garcés, y tendríamos que dar la vuelta al mundo si aquél (como no es de esperar, segun el giro que va to mando esta série de acontecimientos) en dar la vuelta al mundo se empeñase.

Nos hallamos en pleno invierno, y así, pues, no es de extrañar que el público madrileño busque un refugio agradable donde pasar las largas veladas de esta cruda estacion, ora girando como un torbellino en los saraos más aristocráticos, ora, dando encanto y solaz apaciblemente al espíritu en los teatros; de todos modos, no perdiendo ocasion donde brillar con su lujo, ficticio ó verdadero, con sus trenes, á veces con el pregon de su misma miseria, ostentada descaradamente en los sitios más públicos, si no en los trages costosos, en los rostros estenuados por el vicio.

¡Bendita sea Rivalta!-hubiéramos exclamado nosotros, y áun seguramente dejaremos escapar esta exclamacion despues de tocar en toda su horrible desnudez los cuadros que más adelante se ofrezcan á nuestros ojos.

En primer término nos encontramos deslumbrados, sentimos latir nuestros corazones de gozo cuando, siguiendo siempre las huellas de Pepe Garcés, penetramos en un palco del antiguo teatro de la Zarzuela, y desde allí arrojamos una mirada ansiosa al espacioso salon, donde brillan multitud de luces de gas haciendo resaltar la hermosura de tantas mujeres provocativas que sonrien, saludan, charlan, se abanican, mueven los ojos con coquetería, y se agitan, en fin, de un lado para otro, entregadas al dulce sopor producido por la orquesta, que comienza los primeros acordes de una sinfonía.

El teatro se hallaba concurridísimo la noche en que, siguiendo nuestra mision de narradores, penetramos en él sin cuidarnos para nada de los revendedores, y sin menoscabo, por consiguiente, de nuestros más preciados intereses.

Pepe Garcés se hastiaba considerablemente, recostado en el fondo de un palco, acompañado de algunos amigos favoritos, especie de gomosos insoportables que Darwin tuvo, sin duda alguna, en cuenta, al hacer sus conjeturas sobre el origen del hombre, creando una escuela que despues se ha llamado del transformismo.

Frente al jóven se destacaba sonriente, llena de gracia, cubierta de encajes y flores, la figura simpática de Marianela, acompañada, en otro palco distinto al que ocupaba su primo, del celebérrimo senador y de su madre.

Don Pedro habia triunfado al fin de todos cuantos obstáculos se pusieron á su paso. Los periódicos hablaban de él con elogio; la famosa cuestion de los petardos se hallaba entonces sumida en el mayor misterio, despues de algunas pesquisas inútiles por parte de la policía, y la opinion pública seguia teniendo al banquero en el concepto de un hombre honrado, pues todos se apartaban sonrientes, abriendo camino al opulento y generoso capitalista.

El senador habia sido incluido (como ya de seguro habrán sospechado nuestros lectores), en varias combinaciones políticas, en las cuales figuraba como acreedor á una de las mejores carteras del Gabinete.

Don Pedro se excusaba, sin embargo, ante todo el mundo, rehusando enérgicamente honor que no merecia de ningun modo, segun él mismo aseguraba, por más que siempre habiese sido el principal móvil de sus sueños, cargo tan alto como el que ya la voz pública. empezaba á designarle.

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