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E. Gomez Ortiz.-El naturalismo en el arte.-Política y literatura.Estudios literarios leidos en el Ateneo de Madrid.

«Las bellas letras, ha dicho Fígaro, el saber escribir, es un oficio particular que sólo profesan algunos, cuando debiera constituir una pequeñísima parte de la educacion general de todos.» De aquí, pues, se deduce el predominio que ciertas reputaciones falsas ejercen en el vulgo de las gentes, quienes no vacilan en erigir á sus ídolos altísimos pedestales, que el tiempo se encarga luego de sepultar en el olvido.

Yo he visto muchas veces esas cabezas, calvas por la fuerza del talento; yo he contemplado con asombro esos rostros de pergamino, esos ojos de mirar insultante y curioso, esos entrecejos arrugados y severos; todos los detalles, en fin, que constituyen al hombre sábio, ó reconocido como tal por la prensa vocinglera; yo he tenido la dicha de estrechar la mano de uno de estos seres que hoy descansan sobre el mullido lecho de sus laureles sin servir para maldita la cosa; por ellos he sido saludado en diferentes ocasiones; su voz hueca y campanuda llegó hasta mis oidos, sobrecogiéndome al peso de su autoridad abrumadora.

Este tipo, á quien todo el mundo respeta porque no le entiende, este Don Timoteo, del cual hizo Larra, un retrato acabado y perfecto, ha sido siempre el coco y la pesadilla de cuantos jóvenes modestos y estudiosos emprendieron de una manera brillante y concienzuda la noble y difícil carrera de las letras.

Repasad los libros importantes que durante su vida pública escribió Don Timoteo, quien acaso en estos momentos hace una digestion fuerte y penosa, recostado indolentemente en el blando y severo sillon de una Academia; examinad despacio el catálogo de sus obras. Ya lo ha dicho Figaro: aquellas se reducen á las siguientes: una oda al lunar de su primera esposa, varias anacreónticas, un folletito que no llegó á publicarse, algunas poesías sueltas dedicadas á Filis, el prólogo insu!so de la obra de un amigo y el primer acto de una comedia que pensaba arreglar del francés cuando sus muchas ocupaciones le dejasen espacio para ello.

¡Oh, sábio D. Timoteo!-exclamaré, parodiando al crítico antes citado¡quién me diera á mí á hacer una mala oda, para echarme despues á dormir sobre el colchon de mis laureles, para hablar de mis afanes literarios, oculto en los últimos rincones de las Academias, poniendo y quitando del Diccionario palabras relegadas al más completo olvido! Bien es verdad, que mientras esos troncos carcomidos de nuestra vieja literatura ven desprenderse poco a poco de sus ramas las últimas hojas que formaron en otro tiempo su falsa vestidura, una pléyade de escritores jóvenes, valientes en el decir, geniales en sus concepciones, crece y se desarrolla por todas partes, saltando las vallas y rémoras que á su paso pone la intransigencia autoritaria, el orgullo desmedido de todos cuantos sábios apergaminados y soporiferos claman á voz en cuello, al pié de la vieja bandera del pasado,

contra los bellos ideales del porvenir, que constituyen los principales gérmenes de vida y de progreso en la moderna literatura.

Un escritor de talento, jóven, de imaginacion potente y vigorosa, incansable propagandista de estas últimas doctrinas, juzgado imparcialmente por la crítica en diferentes ocasiones, aplaudido repetidas veces en el Ateneo de Madrid, autor de dos trabajos leidos en este Centro, donde hemos presenciado, con tal motivo, grandes y reñidas luchas durante el curso anterior, en las cuales terciaron oradores elocuentes, como el padre Sanchez, Alas, Gonzalez Serrano, Colorado, Zahonero y otros de no menos valía; el Sr. Gomez Ortís, en una palabra, pertenece á ese grupo á que aludíamos en párrafos anteriores, de los jóvenes modestos y estudiosos que comienzan á brillar en el vasto é improductivo campo de las letras españolas.

Aparte del apasionamiento, natural en imaginaciones fogosas y juveniles, prescindiendo de algunas ligerezas, disculpables tambien por el mismo concepto, el libro del Sr. Gomez Ortís merece ser estudiado detenidamente, más que por la profundidad de pensamiento que en sus páginas encierra, por su lenguaje valiente y elevado.

Agrádanme, sobre todo, los trabajos del Sr. Gomez Ortís, porque en ellos veo sustentadas sus propias convicciones, sin amaños ni sofistería de ningun género, con la franqueza del que no tiene por qué ocultar el juicio formado de antemano, respecto á los puntos capitales de su obra, y demuéstrame con esto el jóven escritor los muchos y profundos conocimientos que posee en las materias de que trata; antítesis de aquellos que, pidiendo á las musas protectoras un cierto modo de escribir, ni sério, ni jocoso, ni general, ni personal, ni largo, ni corto, ni profundo, ni superficial, ni alusivo, ni indeterminado, ni sábio, ni ignorante, ni culto, ni trivial, pídenle en cambio un buen original francés de donde poder robar las ideas que buenamente no pueden ocurrírseles, que son las más, y una baraja completa de trasposiciones felices, de estas que (como dice el escritor satírico tantas veces citado en el presente estudio), ni el diablo que las inventó las entiende, y que, por consiguiente, no comprometen al que las escribe.

Hecho este paréntesis, que bien pudiera considerarse como innecesario á mi objeto, entraré de lleno en el exámen del libro del Sr. Gomez Ortís, si es que la péñola que tan imperfectamente va trazando estos renglones no se tuerce, llevando al lector por los cerros de Úbeda, ó por senderos ajenos á la obra que, gracias á la condescendencia de su autor, ha caido por fortuna entre mis manos.

Confieso, en primer lugar, que recientemente publicados en La América los trabajos del Sr. Gomez Ortis, particularmente aquellos que se refieren al naturalismo, sentí al ojearlos superficialmente alguna malevolencia hácia ellos, por no hallar, sin duda, en el autor (y por esta causa me explico tal antipatía) cierta conformidad de ideas con lo que sobre parecido asunto publicó esta REVISTA, casi al mismo tiempo, bajo la firma del que ahora tiene el gusto de ofrecer al lector las presentes líneas.

Andando el tiempo, y reunidos en forma de libro los trabajos del señor

Gomez Ortís, sentí prurito irresistible de leerlos con especial predileccion y detenimiento, y hé aquí que el escritor tórnase á mis ojos simpático, por lo que quise expresar despues mis impresiones sobre su libro, fuesen ó no apreciadas con la sinceridad que yo las expongo, si bien revestidas de tan informe manera.

El autor del libro que nos ocupa, se extiende en grandes y detalladas consideraciones acerca del progreso del arte, enumera las evoluciones que sufrió éste durante su paso á través de los siglos; y dando libre vuelo á su imaginacion, ansiosa de emociones estéticas, concluye la primera parte de su trabajo exponiendo con más ó ménos acierto las principales tendencias del naturalismo.

Brillantes son los comienzos de estos últimos párrafos, enérgicos en la frase, elegantes en su desarrollo literario, más no estamos conformes con los juicios emitidos por el Sr. Gomez Ortís en su obra, respecto al porvenir de la moderna escuela naturalista, que con Zola, Belot, Feydean, Dodet y otros de no menos valer y nombradía, descuellan entre los mejores novelistas de Europa.

Dice el escritor de que tratamos, aludiendo al naturalismo y haciendo el resúmen de lo expresado por él en su primera Memoria:

Hasta aquí ha llegado, en el campo de las letras, la invasion atrevida. Aunque hemos censurado los peligros de sus exageraciones y los crímenes de sus fanatismos, á pesar de haber rechazado la forma anti-estética del pontífice del naturalismo francés, debemos observar el movimiento que representa, el espíritu que aletea en su escondida entraña, cual movible lengua de fuego, porque si despreciáramos estas manifestaciones por la apariencia tosca de sus vestiduras, dirigiendo á horizontes lejanos de nuestra época nuestras miradas; si desoyéramos el rumor de sus protestas y súplicas, abriendo nuestro corazon á la intransigencia y al ódio, y juzgáramos el metal por la despreciada escoria que le envuelve, iríamos en contra del progreso, creyendo caminar en su direccion, é imitaríamos al que, por huir de la sombra é ignorante de las leyes que gobiernan nuestro planeta, intentara con empeño loco seguir el curso del sol tras Occidente, no viendo en su afan que es el Oriente su cuna, donde ha de buscarle quien espere sus brillantes rayos.>>

Despues añade lo siguiente:

Entre el prefacio sublime de Cromwell, que como el Evangelio del romanticismo se destaca, y la Lettre à la Jennesse, que hasta hoy es el credo naturalista, media un abismo acaso infranqueable. Son dos religiones, cuyas divinidades se miran como la luz y las tinieblas.>

Esto se comprende fácilmente, teniendo en cuenta que el Sr. Gomez Ortís se muestra más poeta en su libro que pensador profundo y razonable. La fantasía puede más en él que el criterio fijo del hombre calculador y severo. Por otra parte, el clasicismo, frio como las estátuas griegas y monótono

como la correccion arquitectónica de los monumentos romanos; la majestuosa sencillez de esa literatura docente de nuestra edad moderna, llama la atencion del Sr. Gomez Ortís, hasta el punto de hacerle escribir los trozos más brillantes y acabados de su trabajo.

La Revolucion y el Imperio, La lluvia de oro y el periodismo, son los puntos principales que sirven al Sr. Gomez Ortís para el desarrollo de lo que bien pudiera llamarse segunda parte de su libro, cuyos mejores párrafos trascribiríamos de buena gana á los lectores, si contáramos suficiente espacio para ello en las páginas de esta REVISTA.

En resumen: el Sr. Gomez Ortís puede estar orgulloso de su obra, pues son poco hombres encanecidos por la ciencia, de esos á que aludí al comenzar el presente estudio bibliográfico, que gozan de gran fama y duermen á pierna suelta sobre el efímero pedestal que les erigiera el vulgo, no presentaron tantos méritos para que se les abriera de par en par las puertas de esos templos consagrados á la inmortalidad y á la gloria, que llaman Academias.

JOSÉ ALCÁZAR HERNANDEZ.

LA CRÍTICA Y LOS CRITERIOS

EN LOS TIEMPOS MODERNOS

La señal característica que distingue la Edad Moderna de las que la precedieron, y con la cual será reconocida en los venideros siglos, no consiste precisamente en la trasformacion profunda que ha obrado en el seno de las sociedades, ni en sus portentosos inventos, que han ensanchado indefinidamente el círculo de accion de la humanidad en el espacio y en el tiempo, ni en otros mil rasgos propios y peculiares de su fisonomía histórica, sino que estriba de una manera especialísima en que la edad presente señala la madurez de la razon, la mayor edad del género humano, porque abandonando los procedimientos de la rutina y de la fuerza, ha consagrado los fueros del espíritu y sujetado todas las esferas que están al alcance de su actividad al imperio universal é inviolable de la crítica.

Al asomar los primeros albores de la Edad Moderna, yacia el mundo en brazos de la autoridad en el órden religioso, politico, científico y literario de una manera y en una forma muy parecida, si no igual, á la de los pueblos asiáticos. Jerarquias sagradas é inviolables gobernaban las inteligencias y establecian una série de organismos ó clases, separadas por mojones casi tan profundos como los que separan las castas en que está desde inmemoriales tiempos dividida la India de los Brhamanes. Un Código tradicional inmutable reglamentaba las

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