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junto á la puerta de la escalera, para que no fuese posible evitar el encuentro? Yo no sé; fué la escena tan rápida, tan singular, tan inesperada, que todavía me parece un sueño, del que sólo la principal impresion me dura. Referiré, no obstante, algo de lo que vagamente recuerdo.

Junto á la puerta habia una mesita, desde cuyo centro una pequeña lámpara proyectaba una luz pálida sobre un gran pliego de papel, doblado y cubierto por la única cara visible, de renglones desiguales y rúbricas de diversos tamaños y formas.

Ella estaba al lado de la mesa, de pié y jugando con una pluma. Sí... me parece que sí; me parece que, por decir algo, por disimular mi sorpresa, y no sé qué vaga inquietud que me perseguia, la pregunté en voz baja, señalando al papel cubierto de firmas: -¿Teneis algun enfermo?

Sonrió con una melancolía indefinible.

-Tal vez-dijo-hay uno; pero tú te cuidas tan poco de él, que pudiendo, no sólo devolverle la salud, sino labrar su dicha, pareces al contrario, recrearte en prolongar su malestar é infortunio.

-¿Por qué dices eso?-exclamé sin poder disimular una profunda

emocion.

-Porque sí.

-Pero... ¿por qué... sí?

Alzó sus grandes ojos azules, ligeramente humedecidos por una lágrima, y murmuró entre suspiros ahogados:

-Porque no tienes religion.

Siguió un diálogo vivo. Hablé como un loco; pero jamás creo haber demostrado con más lucidez que era religioso, que tenia religion. -Pues si la tienes... (se detuvo un momento, y añadió luego con lentitud y gravedad) pues si la tienes... firma

Dijo firma con la misma entonacion tierna Ꭹ melodiosa que hubiera podido decir ama, y sus suavísimos y diminutos dedos se introdujeron por entre mi índice y pulgar, colocando en la palma de mi mano derecha un porta-plumas de madera encarnada.

La miré lleno de sorpresa, y osé decir, señalando al papel: -Pero ¿qué es esto?

-Esto-suspiró entre sollozos con las más dulces y extrañas inflexiones de voz-es el único medio de no perderte... Mi mamá quiere

despedirte... Por tus ideas... tus ideas... Todos en casa te censuran por eso... yo sufro mucho oyéndoles; pero tú... tu quieres más á tus ideas que á mi.

Y esto-murmuré aún señalando al papel-esto es lo que... preguntabas... á... las... cartas...

Me miró (esta mirada no tiene traduccion á ningun lenguaje); me miró, y riendo y llorando á la vez, replicó vivamente:

-Sí; ¡Dios mio! no las quedes mal. Siempre me han vaticinado lo más agradable... áun sin tus trampas.

Incliné mi cabeza, como bajo el influjo de un poder magnético, hasta casi tocar su frente con mis lábios; y cuando mi mirada cayó á poco involuntariamente sobre aquel misterioso papel, no vacilé ya, ni pensé, ni pregunté nada; me apoyé sobre la mesa, oprimí nerviosamente la pluma... y firmé. Sentí entónces el perfumado hálito de unos lábios que se posaban en mi frente, y me volví con indescriptible rapidez para devolver por triplicado tan espléndido precio de una firma; pero ella, ella y el papel huian, volaban ya como una palomacorreo en direccion al interior de la casa.

Me levanté y di un paso instintivo en la misma direccion; una carcajada estentórea me detuvo. Conocí el timbre, y me lancé con desesperacion hácia la escalera.

Aquella carcajada me persiguió hasta la calle. Ya no era posible dudar de su procedencia. Sólo la laringe del cura podia producir tanto estrépito.

II

Al dia siguiente, el autor de la Memoria que yo habia impugnado en la Academia de Jurisprudencia debia contestar á mi discurso. Llegué algunos minutos despues de la hora en que solia abrirse la ses on. Todo el mundo ocupaba ya sus habituales asientos, pero la sesion no habia aún comenzado. Se aguardaba al presidente.

A mi entrada, el ruido creciente de una viva polémica suspendió de pronto todas las conversaciones aisladas, y la atencion general se reconcentró en la tribunicia actitud de mi contrincante que, bajo la impresion de un debate inmediato, se anticipaba ya, en una familiar

escaramuza, la emocion y todos los movimientos propios de la gran

oratoria.

-«Sí, se ha convertido-exclamaba-porque no era un terco adversario como vosotros; no era un adversario de mala fé; ha reconocido su obcecacion, y se ha salvado. Ya no os pertenece-prosiguió con muy marcada entonacion burlona-yo lo reclamo; yo lo considero desde ahora como uno de mis más distinguidos correligionarios; porque, para emplear vuestra más predilecta frase, es ya un neo; un neo, como todo hijo de buen cristiano.>>

Una carcajada general acogió estas palabras, y todas las cabezas se volvieron á mi con despiadada curiosidad.

«Y aquí teneis-tronó el orador desvanecido por el éxito-aquí teneis el acta de su recientísima conversion á la buena causa.>

Y al decir esto, desplegó al aire un voluminoso ejemplar del más en boga entonces de los periódicos neos; mostró á todas las anhelosas miradas sus negras columnas; señaló un largo texto de la primera plana, y comenzó á explicar lo que era y contenia.

Cuando terminó, un vocerío inmenso y confuso se alzó de todos los puntos del estrecho salon de sesiones, y hasta el público de fuera se mezcló con mayor espansion á estos desahogos.

Todos corrian á examinar el periódico que habia alargado el orador á los más próximos; todos se reian ó hablaban ruidosamente, y sobre todas estas risas y ruidos, una carcajada insoportablemente burlona se cernia como el cuervo sobre la res muerta.

Brinqué, más bien que salí, de mi asiento; atropellé á cuantos encontré al paso; me hallé, por fin, á golpe de mano de aquel papel funesto; lo agarré; lo estreché convulsivamente; recorrí todas sus espesas columnas con prodigiosa celeridad, y al final de la última me expliqué el pesado bromazo de que acababa de ser objeto. Allí estaba, en efecto, mi firma. Recordé mi escena de la noche anterior, y lo comprendí todo.

Habia firmado una exposicion contra la libertad de cultos.

Todos mis compañeros me rodearon, abrumándome á preguntas y observaciones más ó ménos discretas.

-Pero, ¿qué es esto?

-¿Quién te ha inducido?...

-¿Quién ha podido?...

-Quién....

-Pero, señores-contestó mi buen amigo Emilio, saliendo al encuentro de aquella avalancha de interrogatorios y recriminaciones— ¿quién ha de ser? Ella, señores, ella; la que desde el pecado original ha sido, es, y será eternamente el origen de todos los pecados más originales.

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RÉGIMEN PARLAMENTARIO DE ESPAÑA

EN EL SIGLO XIX

APUNTES Y DOCUMENTOS PARA SU HISTORIA

(Continuacion.)

CAPÍTULO II

Representacion de la Regencia.—Limitacion del derecho de los -Diputados.—El duque de Orleans en Cádiz.—Nombramiento de nueva Regencia y suceso del marqués del Palacio.

No vamos á ocuparnos de todos los asuntos tratados y acordados por las Cortes generales y extraordinarias; sólo pensamos hacerlo de aquellos que, en nuestro sentir, den mejor á conocer el carácter y tendencia de aquel Congreso y el espíritu que animaba á los Diputados en todos sus actos, porque consideramos esto suficiente para llegar á comprender si las Cortes se inspiraron constantemente en la opinion pública, ó si, por el contrario, atendieron sólo á favorecer intereses particulares o de partido, con perjuicio de los generales del país.

Bajo el supuesto de que el decreto de 24 de Setiembre limitaba las facultades propias del Poder ejecutivo, éste remitió á las Córtes el 26 una exposicion ó Memoria, en la que ratificaba su respeto á las Córtes y á las leyes, y pedia se precisasen la facultad y responsabilidades á que le sujetaba aquella disposi

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