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cada uno emitia su opinion. De tiempo en tiempo se suspendia la conferencia, y entraban los esclavos con perfumes para quemar y con agua de rosas para las abluciones. Hácia medio dia se les servía una comida sencilla, pero abundante; sencilla decimos, porque habia dos cosas de que se avergonzaba un árabe: de entregarse demasiado á los placeres de la mesa, y de llegar á los veinticinco años sin amar y ser amado por una mujer. Varios ricos de Toledo seguian el ejemplo de Ahmed-ben-Said; pero ninguno le igualaba en generosidad y esplendidez; llegando á tanto su amor por las letras, que tenía en su casa y pensionaba á un número de jóvenes que buscaban instruccion, prévio exámen de su aptitud para aquello á que querian dedicarse, y pruebas de su conducta moral, cualesquiera que fueran sus creencias. Habiéndole hecho el kalifa prefecto de los juzgados de Toledo, un kadí de la misma ciudad, envidioso de su popularidad y fama, asesinó en su propia casa á aquel hombre singular é inapreciable, á aquel bienhechor de la humanidad. Un pueblo en el cual los deleites y ócios de los ricos se invertian de esta manera, está juzgado. ¡Compáresele con los condes y aristocratas de aquella época, y tambien de otras más posteriores! Un pueblo que en la descripcion de una batalla, en la que tal vez iba el porvenir de la pátria, sus escritores la interrumpen para hablar de los conocimientos que tenia un caudillo, y anteponiendo, si por acaso en aquella perecia, á las alegrías del triunfo los pesares de la derrota, la desgracia de haber perdido un hombre cuyos profundos conocimientos en cualquier ramo del saber humano tanto habian servido á los muslimes, indica bien la importancia que daba á la profesion de la ciencia y el arte, á la cultura y al progreso. Un pueblo cuyos gobernantes tenian embajadores ó comisionados en todas las naciones conocidas, sin otro encargo que averiguar los hombres doctos que habia en cada país y las obras nuevas que salian á luz, ya fuesen sobre ciencias ó artes, ya sobre aplicaciones á la industria y á la agricultura, con la doble mision de hacerse con aquellas, costaran lo que quisieran, y de atraer á España los talentos é ingenios, satisfaciendo todas las condiciones que desearan imponer, indica bien claro cuál era su pasion dominante, la que no puede tenerse por hombres que no están dotados de una inteligencia activa y más que mediana. Y decimos un pueblo, porque si bien lo referido era cosa de gobernantes, de hombres que tenian posicion y riquezas, dos razones principales indican con toda claridad que estos eran los sentimientos

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que dominaban en la raza árabe. En primer lugar, las costumbres y hábitos de las clases superiores, la vanidad y la moda, se encargan de hacerlas descender y que todos procuren imitarlas. En segundo, y principalmente las clases que mayor influencia tienen en la marcha de la sociedad, no difieren de tal manera de la masa del pueblo que no participen de las condiciones fisiológicas y de los sentimientos dominantes. Por otra parte, la fama y popularidad que tal conducta les proporcionaba prueban, sin dejar lugar á duda, que aquel era el pensamiento general y el deseo de las masas que ocupaban un rango inferior.

Ya se ha dicho que Al-hakem habia encargado á los hombres más doctos, y en quienes tenía mayor confianza, hacer una estadística lo más perfecta que el saber de aquellos tiempos permitiera, y que él mismo les ayudaba en estos trabajos. Y á eso debemos algunas de las noticias llegadas hasta nosotros, como las siguentes: habia en aquel tiempo en los dominios muslimes de España seis ciudades grandes, capitales de capitanías; otras ochenta de mucha poblacion; trescientas de tercera clase, y las aldeas, lugares, torres y alquerías eran innumerables. Segun los datos recogidos por aquellos comisionados, habia, sólo en las tierras que riega el Guadalquivir, doce mil caseríos; tenía Córdoba doscientas mil casas, seiscientas mezquitas, cincuenta hospicios, ochenta escuelas públicas... Detengámonos un momento: ¡cincuenta hospicios en una sola poblacion! Roma no habia soñado nunca en semejante cosa. En la civilizacion actual, los hospicios son, generalmente, muy modernos; y si es corto su número, deja mucho más que desear su manera de ser y sostenimiento. ¡Ochenta escuelas públicas! Compárense con las que tiene Madrid en los momentos que esto escribimos, siendo la capital de una nacion que llegó en un tiempo á medir diez y ocho millones de kilómetros cuadradros en la extension de sus dominios, y que durante un siglo ejerció la hegemonía de Europa; capital de una nacion que áun hoy posee en diferentes continentes próximamente treinta millones de habitantes; de una nacion en la cual la jerarquía eclesiástica era dueña de dirigir el saber y tenía por mision, segun ella misma afirmaba, fomentar la cultura y moralidad del pueblo. ¡Como si hubiera cultura y moralidad sin la instruccion y educacion conveniente! Capital de una nacion que forma parte de las que nadan en el camino del progreso y civilizacion moderna, y que en setenta años de gobierno representativo, varios

hombres que alguna influencia han tenido han luchado y luchan para que la instruccion en los tiempos actuales sea general y obligatoria, porque han comprendido y comprenden que todo lo que se intente de reformas necesarias é indispensables, ofrece escasas probabilidades de éxito cuando se tiene detrás una masa ignorante llena de supersticion y prejuicios; cuando comprenden, en una palabra, que las leyes más sábias y mejor combinadas son como los edificios cimentados sobre arena, cuando no hay masa de opinion consciente que los sostenga y apoye.

Tampoco se olvidaron aquellos encargados de la estadística comoelemento de riqueza, de las minas que en aquel tiempo eran explotadas, citando las de más nombre, como eran las de Jaen, Bulche, Arroche, las de los montes del Tajo en el Algarbe, y otras de rubíes en la parte de Béjar y Málaga.

Sin duda alguna, no habia llegado aún el tiempo de comprender que toda educacion intelectual, de no ser física á la vez, no es completa. Sin embargo, si los árabes no habian alcanzado el formarse una idea cabal de esto, la tenian, más ó ménos clara. Así se explica que los hombres distinguidos, sin excepcion alguna, se preciaban de cultivar sus huertos y jardines con sus propias manos. Los kadíes y alfaquíes se deleitaban conversando, durante las horas de reposo, á la sombra de los parrales por ellos plantados y cultivados; y ora en la primavera, ora en tiempo de vendimia, todos abandonaban las ciudades y salian al campo á hablar con los labradores sobre las necesidades de la agricultura y á tomar parte en sus faenas.

Probado habia Al-hakem que era caudillo árabe y esforzado guerrero; pero el ruido de las armas y las victorias obtenidas no le habian cegado hasta el punto de desconocer los males que la guerra lleva consigo. Daba, pues, á su hijo Hixem los consejos siguientes: «Nohagas sin necesidad la guerra. Mantén la paz por tu ventura y la de tus pueblos. No desenvaines tu espada sino contra los malvados. ¿Qué placer hay en invadir y destruir poblaciones, arruinar Estados y llevar el estrago y la muerte hasta los confines de la tierra? Conserva en paz y en justicia los pueblos, y no te deslumbren las falsas máximas de la vanidad. Sea tu justicia un lago siempre claro y puro. Modera tus ojos; pon freno al ímpetu de tus deseos; confía en Dios y en tu propia dignidad, y llegarás al aplazado término de tus dias.

Todo concluye en este mundo; todo pasa, y la vida del hombre justo,

como la del malvado, la de Newton como la del ignorante, no tienen más amparo que las leyes de la evolucion natural; y tal vez, la una como la otra, desaparecen para que la tome por momentos y propague su especie el último insecto que, acaso por su pequeñez, se escape á la potencia de los microscopios modernos.

Murió Al-hakem en el año 976, á los sesenta y tres de edad y quince de reinado. Con su muerte desapareció el último kalifa árabeespañol. De los Beny-Omeyas, que justamente adquirieron el renombre de ilustres, la escena va á cambiar por completo, y una nueva evolucion se aproxima que ha de tener decision, y hasta cierto punto funesta consecuencia para el porvenir de España, pero no sin que antes el cariño y golpe de vista de una mujer hayan entregado los restos de la soberanía muslímica al político más profundo, al caudillo más notable y al génio guerrero más distinguido de su siglo; al que, ministro de un rey nominal, imbécil y cruel cuando pudo serlo, estuvo á punto de realizar las empresas de Muza y de Tarik, llevando sus huestes vencedoras hasta los últimos confines de España, los cuales no habia pisado aún la planta de árabes y africanos. Y este sagaz político y heróico guerrero es el célebre Almanzor.

Contra lo que acostumbraba suceder, dejó Al-hakem, al morir, un solo hijo: Hixem II; y para que la coincidencia fuera más rara y extraordinaria, la viuda de Al-hakem, Sobhea, habia influido de una manera decisiva en la política del imperio árabe durante los diez últimos años. Quedaba de primer ministro aquel célebre Giafar, que tanto renombre habia alcanzado en las guerras de Africa en tiempo de Alhaken. Pero la predileccion de Sobhea recayó sobre un hombre que, si habia podido cautivarla por su afabilidad y gentileza, gozaba de gran prestigio entre los razzires, por su talento é intrepidez. La sultana le habia hecho su secretario particular y su mayordomo. Habia nacido en una aldea cerca de Algeciras; su padre habia merecido una distincion singular á Abderrahman III, por su bravura y vasta instruccion, y su madre estaba enlazada con las familias más ilustres de España. Hízole la sultana su primer ministro, apesar de serlo ya Giafar, el cual permaneció en su puesto, pero confiándole á Mohamed-ben-Abdallah-ben-Abi Ahmer el Monferi la tutela de Hixem y la regencia y direccion del imperio. Ofendió tal predileccion á Giafar, pero supo ocultar su enojo. Fué el jóven Hixem como confinado en el palacio de Zahara, y rodeado de jóvenes que sirvieron más para divertirle que para

otros fines, retirando de su lado los maestros que le habia dejado su padre y haciendo de manera que los razzires no pudieran hablarle á solas, dando á entender que no habia que hacer pública la imbecilidad del kalifa. De esta manera llegó el célebre favorito á ser regente del Imperio árabe y á mandar en él como rey absoluto, si bien teniendo cuidado de decir que gobernaba sólo á nombre del príncipe heredero. El gran prestigio qne gozaba entre los razzires, no fué bastante á estorbar que se resintieran de su encumbramiento. Pero en este hombre de condiciones tan singulares, la astucia estaba á la altura de su entendimiento y condiciones guerreras. Se deshizo de algunos directamente, deponiéndolos y castigándolos por su mala administraccion, y fomentó las disidencias y rivalidades que habia entre los demás, para que no pudieran unirse contra él. Al mismo tiempo que esto hacia, ganaba á su partido á los más poderosos, colmándolos de honores, dando esto lugar, entre otras medidas, á una que más adelante fué fecunda en funestas consecuencias para el Imperio muslime: la de conceder el waliato hereditario á varios de los que gobernaban las provincias, con independencia en el mando de estas, quedando sólo como feudatarios del kalifa de Córdoba y obligados á asistir con sus huestes en las guerras. En una palabra, quiso implantar entre los árabes, sin duda para dar mayor firmeza al imperio, el sistema feudal que entonces dominaba en Europa. A los hombres más sábios y más doctos los colocaba en los altos puestos, y era su máxima favorita que, si el valor es la primera cualidad en el hombre, no es bastantante para ejercer mandos de importancia cuando aquella no está unida al talento y la instruccion.

Los que sobresalian por su aptitud y aplicacion en cualquier ramo del saber, no encontraron de ménos los tiempos del ilustrado Al-hakem, pues no disminuyeron en nada los cuidados para conseguir atraer á Córdoba los sábios que se distinguian en otros países, ni para hacerse á peso de oro con las obras nuevas. Fundó una especie de universidad ó escuela superior, para crear profesores que difundieran pronto por el Imperio los diferentes ramos de los conocimientos con la cultura que hasta entonces habian alcanzado. Para entrar en esta academia ó escuela superior, se necesitaban pruebas inequívocas de haber descollado ó haberse distinguido de los demás en algun ramo de los conocimientos. Este hombre, especial en todo, que gobernaba como señor absoluto, asistia á las academias ó escuelas cuando

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