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tiro ni estuvo apartado de los negocios del gobierno, ni dejó de intervenir en la política del Estado, antes bien la córte de Madrid no obraba sino por las inspiraciones de la de la Granja, ni los ministros de Luis I. ejecutaban nada sin la consulta y sin la vénia de los solitarios de Balsain. Esta conducta de Felipe, junto con haber vuelto á empuñar el cetro tan pronto como murió su hijo á quien le habia trasmitido, es sin duda lo que á muchos persuadió entonces y hace sospechar aun ahora, de que en la renuncia hubiese mas de designio político que de desprendimiento y abnegacion, y los induce á buscar el móvil oculto, el quid ignotum de aquel acto estraordinario, sin encontrar esplicacion que á ellos mismos satisfaga. ¿A qué atormentarse en inventar arcanos, en crear enigmas, y en forjar misterios de lo que puede resolverse por la lógica sencilla de los afectos humanos? ¿Tan peregrino era este manejo que no tuviera ejemplar en los anales de los príncipes dimisionarios dentro de nuestra misma España? Como tipo de las pocas abdicaciones sinceras se ha citado siempre la del emperador Cárlos V.; y sin embargo, el solitario de Yuste no dejó de seguir una correspondencia viva sobre negocios públicos con el rey de España su hijo, con su hija la gobernadora del reino, con los príncipes y ministros de otras naciones, y de intervenir en las negociaciones diplomáticas, en las paces y en las guerras, y apenas se resolvía nada sin su consulta y beneplácito, y

mandaba y decidia muchas veces como emperador y como rey. No hacia mas el solitario de San Ildefonso. Si Felipe II. hubiera muerto viviendo su padre, como Luis I., ¿quién sabe si el cenobita del monasterio de Yuste habria vuelto á ceñir la corona, como el anacoreta de la colegiata de la Granja?

No olvidemos tampoco que Felipe de Borbon no estuvo solo en la soledad. Acompañábale, ó por virtud ó por cálculo, la reina Isabel Farnesio, que dominaba su corazon y su voluntad, no desnuda como él de ambicion, ni desapegada como él al mando, madre de hijos para quienes soñaba tronos, y que si una vez no habia sido bastante fuerte para contrariar y detener un acceso de misantropía de su marido, no era muger que renunciase á la idea ni desaprovechase ocasion de volver á ocupar el solio de donde por su voluntad no habria descendido. Deparóse esta ocasion, asióla Isabel, y Felipe no contradecia á la reina sino cuando le embargaba todos los afectos la melancolía.

Menos parecia concertarse aquel desprendimiento de las cosas y de las grandezas humanas, aquel amor al retiro, aquella austeridad religiosa, aquellas protestas de querer pensar solo en el cielo, con los dispendiosos gastos para hacerse una fastuosa vivienda, una mansion de recreo exornada con todo lo que la naturaleza, el arte y el mas refinado gusto pudieran ofrecer de mas halagueño á los sentidos, siquiera se

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invirtiesen en ello enormes sumas. Buscábase al ermitaño entre rocas y grutas, y se encontraba al príncipe entre templetes y flores. Parecia haber querido hacer otro Escorial, é hizo un Versalles. Pensó imitar la vida cenobítica de Felipe II., y demostró que habia sido educado en la fastuosa córte de Luis XIV.

Tampoco podemos dejar de observar que ni para el acto de la abdicacion ni para el de volverá tomar la corona pidiera el beneplácito, ni siquiera el parecer de las Córtes del reino, ni aun las convocára para participarles resolucion tan grave. Lo primero lo hizo de propia cuenta, para lo segundo consultó solamente con consejeros y teólogos. Estraña y censurable omision en quien habia reconocido la necesidad de congregar el reino para hacer ante la asamblea de la nacion la renuncia de la corona de Francia, y para variar la ley de sucesion á la corona de Castilla. El que habia sido llamado á ser rey de España por el solo testamento de Cárlos II. volvió á serlo por el solo testamento de Luis I. La nacion calló y consintió en uno y otro caso. Tales eran ya nuestras costumbres políticas.

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ΤΟΜΟ ΧΙΧ.

V.

Pasa el brevísimo reinado de Luis I. de Borbon, tan fugaz como el de Felipe I. de Austria. La poca huella que aquellos dos príncipes dejaron se manifies ta bien en el hecho de entendernos truncando la cronología.

En este segundo reinado de Felipe V. su política esterior, ó mejor dicho, la política de Isabel Farnesio es la política de una agenciosa madre de familias. Con tal que asegure una hijuela para sus hijos en Italia, eso le importa aliarse con los príncipes enemigos como enemistarse con los aliados. Nadie se imaginaba que abierto un congreso europeo y contando con potencias amigas y mediadoras, hubiera de negociar secreta y privadamente la paz con el emperador, el enemigo irreconciliable de España y de la dinastía hacia veinte y cinco años. Solo pudieron hacer esto una reina como Isabel de Parma, y un negociador como el que le deparó la suerte en el baron de Riperdá, aquel famoso holandés, que profesó todas las religiones sin creer en ninguna, fabricante de manufacturas y de enredos diplomáticos, confidente y espía de tres naciones á un tiempo, uno de los embaidores de mas ingenio y travesura, pero tambien el mas arrogante y

jactancioso, y el mas imprudente, ligero y voluble que ha venido al mundo. Este insigne cabalista ajustó en Viena el tratado de paz entre España y el Imperio, con el cual tuvo el don de enojar á Francia, á Inglaterra, á Holanda, á Cerdeña, á las repúblicas italianas, á los príncipes del imperio germánico, al pontífice y al turco, pero que valió á Orendain el título de marqués de la Paz, y á él el de duque y grande de España.

¿Qué importaban á Isabel Farnesio las indiscretas, peligrosas y comprometidas condiciones de los tres tratados de Viena, si se estipulaba que su hijo don Cárlos podia ir á tomar posesion de los ducados de Parma y Plasencia, si la halagaban con la esperanza de casarle con la princesa archiduquesa de Austria, y si al decir de Riperdá iban España y Austria á ser otra vez señoras del mundo, aunque el mundo todo fuera contra ellas? ¿Qué le importaba que Francia ofendida hiciese á España el afrentoso desaire de devolverle la infanta que habia ido á ser esposa de su rey? ¿Que Inglaterra, indignada de lo estipulado contra ella en los artículos secretos, aparejára escuadras contra España las enviára al Mediterráneo y á las Indias? ¿Que la república holandesa, resentida de la cláusula concerniente á la compañía de Ostende, se alarmára y protestára contra los tratados? ¿Que Prusia entrára en celos, que se conjurára Europa, y que contra la alianza de Viena se formára la

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