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pues acompañaron á la ilustre familia hasta el puerto donde dieron el último adios al infante, que en este momento cedia al imperio de la necesidad, para tener el derecho de reclamar en lo sucesivo un destino mas dichoso.

A las once de la mañana se embarcó con su familia y comitiva en doce chalupas, dos de las cuales pertenecian á la fragata francesa Cibeles: D. CARLOS, su esposa, la princesa de Beira y Mr. Grant iban en la primera; los jóvenes príncipes y la comitiva, que se componia sesenta personas, ocupaban las demas embarcaciones. Una salva de veintiun cañonazos anunció la llegada de D. CARLOS cerca del Donegal, navío de setenta y cuatro cañones, en el cual debia embarcarse. El capitan Fanshawe descendió hasta el borde de agua para recibir á los infantes, á quienes tributó los honores debidos á los príncipes de sangre real.

El capitan Le Mercier, comandante de la fragata francesa Cibeles, que sin duda en esta circunstancia obraba con arreglo á las órdenes de su gobierno, se habia trasladado á bordo del Donegal para ser de los primeros en presentar sus respetuosos homenajes á D. Carlos y su familia. El almirante, rodeado de su estado mayor, tambien vino á recibir á D. CARLOS, escusándose de no haber tenido tiempo suficiente para disponer el Donegal de una manera mas digna de S. A.

Furiosos los pedristas por estas muestras de respeto tributadas á un Borbon de España á bordo de un navío de guerra inglés, no hicieron saludo alguno ni de sus baterías ni de sus fuertes. El rejente, que ninguna atencion tuvo para con sus hermanas cuando llegaron á Aldea Gallega, tampoco se dignó hacerles una visita á bordo, aunque hacia doce años que no las habia visto. La infanta Doña Ana, marquesa de Loulé, fué la única princesa de la familia de D. Pedro, que visitó á sus hermanas y á su tio.

No se contentó D. Pedro con mostrarse indiferente para con sus augustos parientes, sino que quiso ser tambien desnaturalizado, pues invító al almirante ingles á que no dejase permanecer en el puerto á los desgraciados nave

gantes, y que les obligase á hacerse á la mar lo mas pronto posible; pero el almirante Parker no hizo caso alguno de semejante invitacion y dejó dos dias á la familia de D. CARLOS para que se proveyese de los vestidos necesarios, pues, como ya hemos dicho, carecian de lo mas preciso desde que los soldados de Rodil se apoderaron de los equipajes. Por último el dia 3 al mediodia, se hizo á la vela el Donegal, y D. CARLOS se alejó de España para entrar mas pronto en ella.

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Elegada de D. Carlos á Inglaterra. -Su desembarque en Portsmouth.Escesos de las tropas pedristas contra los partidarios de D. Carlos.Sale de Londres el infante.-Su viaje por Francia, desde Diope á Ba

yona

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URANTE los primeros dias de la navegacion estuvo muy incomodada la familia de D. CARLOS por el mareo. El capitan y todos los demas oficiales rivalizaban en cuidados y atenciones para con los infantes, como igualmente para las personas de su comitiva.

Todos los dias, mientras comia D. CARLOS, la música tocaba piezas escojidas, principiando siempre por el himno nacional inglés God save the king (Dios salve al rey), y por la noche los oficiales daban conciertos en la cámara de D. CALOS. La navegacion fué de las mas felices,

pues el dia 12 estaban los infantes en la ráda de Pórtsmouth; pero aun no habian llegado las órdenes de Londres para el desembarque de los augustos viajeros.

D. CARLOS pidió que se permitiese desembarcar á Mr. Auguet, para que se trasladase á Lóndres, adonde le llamaban los asuntos del infante. Concedida la autorizacion marchó inmediatamente Mr. Auguet, y volvió al siguiente dia á Portsmouth, casi al mismo tiempo que Mr. John Backhouse, subsecretario del ministerio de negocios estranjeros, el cual llegó acompañado del marques de Floridablanca, embajador del gobierno de España.

Mr. Backhouse traia el encargo de cumplimentar, en nombre de su gobierno, á D. CARLOS, y entregarle una carta de lord Palmerston, en la cual se escusaba el ministro de que no hubiesen llegado oportunamente las órdenes para el desembarque, atribuyendo la tardanza á la larga travesía que habia tenido que hacer el buque que llevó la noticia de la llegada del infante á Inglaterra; y le prevenia que Mr. Backhouse poseia toda su confianza, y que podia considerar como emanadas del ministro las proposiciones que le haria el subsecretario. D. CARLOS Se apresuró á admitir á Mr. Backhouse en su cámara y le recibió con su ordinaria afabilidad. El subsecretario de negocios estranjeros hizo á D. CARLOS la singular proposicion de que renunciase sus derechos á la corona de España, ofreciéndole, en el caso de que consintiera en esta renuncia, una suma considerable y una fuerte pension, que le seria pagada por el gobierno español, garantizada por el gabinete inglés. D. CARLOS le respondió con entereza, «que sus derechos á la corona de España eran inherentes »á su persona, y que no podia renunciarlos sin faltar á >>sus obligaciones para con sus pueblos, y á sus deberes >>para con Dios, de quien los habia recibido: que, por >>otra parte, ni como padre, ni como rey podia atentar >contra los derechos de sus hijos, ni contra los de los »demas príncipes interesados en que él los conservase: »por último, que en nada faltaria á cuanto debia á su na

>>cimiento y á su pais; y que jamas abandonaria, cuales»>quiera que fuesen sus intereses personales, la causa de >>sus fieles vasallos. >>

Mr. Backhouse, al salir de la cámara de D. CARLOS, entró en el gabinete del capitan para escribir aquella respuesta, y se retiró admirado del escelente carácter del infante. El espíritu de partido quiso hacer creer que aquellas palabras habian sido dictadas á D. CARLOS; y aun pretendió un periódico tory, que un diplomático portugués, agregado á la comitiva de la princesa de Beira, habia formulado esta respuesta. D. CARLOS no consultó con nadie, ni se tuvo conocimiento de este paso sino por los periódicos. No obstante, si D. CARLOS hubiese necesitado inspiraciones nobles, las hubiera hallado fácilmente á su alrededor.

El conde de Floridablanca ofreció sus respetos á D. CARLos y pidió ser admitido á su presencia. El infante le contestó que si queria ser admitido como grande de España, podia pasar á bordo, y le veria con sumo placer; pero que no le recibiria en calidad de embajador de María Cristina, á quien solo consideraba como reina viuda de España. Luego que el conde supo esta respuesta se apresuró á salir de Portsmouth.

Dos dias hacia que el mar estaba bastante ajitado, lo cual impidió que D. CARLOS desembarcase antes del dia 18. A las seis de la mañana de este dia llegó el yate del superintendente de marina, en busca de los infantes. A las siete los soldados de marina formaron en batalla sobre el puente, é hicieron una salva de veintiun cañonazos. D. CARLOS, al despedirse del capitan y oficiales del Donegal les dirijió las siguientes palabras:

«Señores: no puedo separarme de vosotros sin ma»nifestaros lo mucho que me felicito de haber tenido >>la ocasion de apreciar el mérito de los aficiales de la >>marina inglesa: dignos son de la reputacion que tie»nen en toda Europa. Jamas olvidaré los cuidados y aten>>ciones que habeis tenido para conmigo y mi familia.

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