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las numerosas guerrillas que ya habian proclamado á D. CARLOS.

Sin embargo la muerte de aquel gefe consternó á los carlistas y reanimó el espíritu abatido de las tropas de la reina, que habian sufrido algunos reveses. La pérdida de aquel hombre al principio de la campaña pudiera efectivamente haber traido consecuencias fatales á sus partidarios si no se hubiese presentado para remplazarle un jefe hábil: este fué Iturralde que servia á las órdenes de D. Santos Ladron en cualidad de segundo comandante. Tomó, pues, el mando en jefe, que organizó en poco tiempo los dos primeros batallones de voluntarios realistas de Navarra, que tanta reputacion adquirieron despues en cuantas acciones se hallaron.

Las numerosas tropas que el gobierno aglomeró en las provincias esentas consiguieron muchas ventajas en los diferentes encuentros que tuvieron con los guerrilleros carlistas; pero apareció Zumalacarregui, y los sucesos del teatro de la guerra cambiaron enteramente de aspecto. Este jefe se habia escapado de Pamplona en donde era objeto de una vijilancia particular desde los acontecimientos de San Ildefonso, época en que dejó su rejimiento. En vano ha querido el espíritu de partido desmentir el mérito de este grande hombre, porque de todos es sabido que tan luego como tomó el mando en jefe de las fuerzas carlistas en remplazo de Iturralde, reunió todos los elementos que se hallaban esparcidos por aquellos paises, convirtió en valientes guerreros aquellos rústicos labradores, hizo frabricar armas como por encanto, y en poco tiempo aquellos pelotones indisciplinados fueron organizados en batallones que disputaron luego la victoria á sus contrarios con denodado esfuerzo. Desde este momento la insurreccion tomó un desarrollo inmenso, y la autoridad de D. CARLOS fue reconocida en toda Navarra, escepto en las plazas fuertes, guarnecidas por las mejores tropas de Cristina.

Zumalacarregui fué secundado en sus esfuerzos por el

coronel D. Benito Eraso, que tambien se habia declarado por D. CARLOS.

El brigadier Cuevillas, ex-gobernador de Zaragoza, reunió por su parte un número considerable de partidarios en la Rioja; el cura Merino, que hacia dias babia reunido sus antiguos oficiales, salió á campaña el dia 13 de octubre, y el comandante de voluntarios realistas de Burgos D. José Hilarion siguió su movimiento: este jefe fué hecho prisionero algun tiempo despues, y pasado por las armas.

El jeneral Castañon, capitan jeneral de la provincia de Guipúzcoa, á la cabeza de las tropas que habia sacado de la guarnicion de San Sebastian, y Jáuregui, conocido por el Pastor, que formó un cuerpo compuesto de refujiados españoles y de desertores franceses, quisieron detener los progresos de la insurreccion; pero fue vano su empeño, porque fueron batidos en Tolosa y obligados á retroceder á San Sebastian.

No se limitaba la sublevacion en favor de D. CARLOS á las provincias que hasta ahora hemos mencionado, si bien estas eran el foco principal; levantáronse tambien partidas carlistas en Castilla, la Mancha, Aragon, Valencia y Cataluña, las cuales se engrosaban diariamente y daban mucho que hacer á las tropas de Cristina.

Asustado el gobierno francés de los progresos que hacian los realistas de España, y particularmente en las provincias prócsimas á sus fronteras, quiso reanimar las esperanzas de los partidarios de Isabel II, reconociéndola como reina de España y enviando de embajador cerca de nuestra corte al conde de Rayneval. Tambien quiso prevenirse para intervenir en nuestros negocios, en caso de necesidad, y á este efecto hizo avanzar hacia las fronteras de España un cuerpo de ejército de veinticinco mil hombres, al mando de los tenientes jenerales Harispe y conde de Castellane. El reconocimiento de Isabel II, por parte de Luis Felipe, que ya olvidó su protesta contra el nuevo órden de suceder en la corona de España, fué hecho de acuerdo con la Inglaterra, que se apresuró á seguir el ejemplo del gobierno francés. Pero veamos qué hizo D. CARLOS despues de la muerte del rey..

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CAPITULO V.

Primeras providencias de D. CARLOS al saber la muerte de su hermano.-Tentativas de D. CARLOS para entrar en España.-Manifiesto de D. CARLOS.-Proclamacion de Isabel II.-Desarme de los voluntarios realistas. Sarsfield, jeneral en jefe del ejército cristino.-Ocupacion de Vitoria, Bilbao y Pamplona por las tropas de la reina.-Sublevacion de Morella Ocupacion de Morella por el jeneral Hore.-Derrota de Carnicer.-Fusilamiento del baron Hervés y otros compañeros suyos.-Toma de Garnica por el baron del Solar de Espinosa.-Aecion de Hernani.-Accion de Nazar Y Asarta.

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A muerte del rey, que D. CARLOS no habia deseado y cuyo acontecimiento temió siempre porque prevía las funestas consecuencias que produciria, vino por fin á aflijir su fraternal corazon, y recibió esta noticia mas bien con resignacion que con alegria. Sabia que los cambios ocurridos en la rejencia de Cristina habian hecho renacer las esperanzas de

TOMO I.

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los constitucionales, y que la reina, bien convencida de que su hija Isabel solo hallaria apoyo entre los liberales, habia elevado á la mayor parte de los empleos á los hombres mas influyentes de este partido. D. CARLOS no dudaba de los esfuerzos que estos harian para que triunfase la causa á que se habian adherido: y el porvenir sangriento que se preparaba á la España durante la lucha le hubiera hecho renunciar voluntariamente todos los derechos que creyera tener á la corona, si no se lo impidiera el perjuicio que causaba á sus descendientes, y su conciencia, que le hacia mirar como un crímen el desertar de un puesto en que Dios le habia colocado al nacer.

Hallábase D. CARLOS en Santarem cuando se le presentó el embajador Córdoba el 4 de octubre, á comunicarle la muerte del rey y la órden de la reina rejente para que inmediatamente emprendiese el viaje á Italia.

Don CARLOS, olvidando entonces sus resentimientos contra el embajador, le dió á besar su mano y le preguntó con bondad si le reconocia como rey. Córdoba contestó negativamente y se despidió. Este ministro, segun dice el baron de los Valles en sus memorias, pagó con la mas negra ingratitud los beneficios de aquel príncipe, y sobre todo los de la infanta Doña Francisca de Asís, que le salvó la vida el 7 de julio de 1822, dándole asilo en su habitacion y á otros diez de sus compañeros; porque Córdoba era entonces cadete de guardias. Desde la llegada de la familia de D. CARLOs á Portugal se declaró su mas implacable enemigo, empleó contra él el mas odioso espionaje, cercándole de personas que observasen sus menores acciones, y estimuló al gobierno pedrista á que se apoderase de sus equipajes, privándole así de las cosas mas precisas. La recompensa de los servicios de Córdoba en Portugal, fué la cruz de Isabel la Católica.

Considerándose D. CARLOS como rey, y queriendo evitar por cuantos medios creia posibles la guerra civil en España, el mismo dia en que se le hizo saber la muerte de su hermano escribió á la reina viuda una carta afectuosa

en la cual la aseguraba que seria tratada con todos los miramientos debidos á su elevada clase: y á fin de que los negocios del Estado no esperimentasen retardo alguno, confirmó en sus empleos á los ministros y al presidente del consejo real. Los decretos que espidió D. CARLOS en estacasion fueron dirijidos al presidente del consejo de ministros con la órden de que le hiciera reconocer inmediatamente como rey de España. Al mismo tiempo envió copias de su protesta, firmadas por su propia mano, al presidente del consejo real, á todos los altos funcionarios del Estado, á los obispos del reino y á los individuos del cuerpo diplomático; pero estas copias oficiales fueron interceptadas por el gobierno y no pudieron llegar á su destino. La respuesta de Cea fue en estremo audaz; trataba á D. CARLOS de príncipe desleal y perturbador de la tranquilidad de los españoles: al mismo tiempo le amenazaba con todo el rigor de las leyes si volvia á entrar en España, y le anunciaba que se iba á proceder al momento al secuestro de sus bienes y de los de su familia.

El 5 de octubre se trasladó D. CARLOS con su esposa y algunos servidores á Maravao, plaza fuerte de Alentejo, situada en la estrema frontera de España por la parte de Estremadura, para ponerse á la cabeza de las tropas que se habian de presentar, y marchar sobre Madrid. Este punto fue mal elejido, porque reinaba el cólera-morbo en la frontera é inspiraba vivas inquietudes á las poblaciones españolas, que se habian armado para impedir toda comunicacion con los lugares infestados: ademas los habitantes de esta frontera eran poco afectos á D. CARLos, y mandaba entonces dicha provincia el jeneral Rodil, cuyas opiniones constitucionales eran bien conocidas.

D. CARLOS autorizó al capitan Arroyo para que se avistase con dicho jeneral, del cual era amigo, con objeto de comunicarle las intenciones del príncipe y persuadirle á que le hiciera reconocer por las tropas que tenia á sus órdenes. Rodil respondió á este oficial que no podia acceder á lo que le proponia porque su honor se hallaba

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