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CAPITULO VI.

Caida del ministerio Cea: le remplaza Martinez de la Rosa.-Diversos encuentros entre los carlistas y las tropas de Isabel.-Victoria do los carlistas en Gamarra Mayor.-Sorpresa de Zubiri por los earlistas. El intrèpido Zumalacarregui sorprende la ciudad de Vitoria. -Heróica resistencia de dos batallones mandados por Zumalacarregui, contra la division de Valdés.-Accion del puente de Burceña.-Partidarios carlistas en las demas provincias de España.-Publicacion del Etatuto Real.-Cambio de política del gabinete de Madrid con respecto á Jo negocios de Portugal.--Tratado de la cuádruple alianza.-Las tropas de Rodil penetran en Portugal.-Situacion de D. CARLOS en esta epoca.-Pérdidas de los miguelistas.-Tratado de Evora-Monte.-Salida de D CARLOS de Portugal, con direccion á Inglaterra.

EA Bermudez habia creido posible llevar á cabo su sistema político llamado justo medio, procurando contener á los innovadores y amigos de revoluciones; pero el partido constitucional, que se habia apoderado de los mejores destinos, y queria que las innovaciones continuasen rápidamente, sin contar con la voluntad de los pueblos, que odiaban toda variacion en el sistema político, viendo que el gobierno se oponia à la realizacion de sus planes trataron de derribarle. Así que, á últimos det auo 1833 el marqués de Miraflores y el conde de Pu

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ñonrostro, y á principios de 1834 el capitan jeneral de Castilla la Vieja D. Vicente de Quesada, y el de Cataluña, D. Manuel Llauder, dirijieron á la reina rejente varias esposiciones, contra Cea Bermudez, á quien acusaban de todos los males de la guerra y del disgusto público, porque su administracion, decian, no es la que quieren los pueblos, y los ánimos se hallan en la mayor efervescencia. ¡Pobres pueblos! siempre se toma su nombre y nunca se cuenta con ellos. Por último las esposiciones concluian pidiendo la mudanza de ministros y la reunion de córtes.

Conociendo Cea que le era imposible sostenerse teniendo que luchar contra tantos contrarios, hizo dimision del ministerio y fué remplazado por Martinez de la Rosa, uno de los espatriados á quienes el célebre decreto de amnistia habia abierto las puertas de España, y ministro que fue en la anterior época constitucional. Los amigos de novedades quedaron al parecer satisfechos con la variacion de ministros, porque los antecedentes del presidente del gabinete eran para ellos una garantía de que habia de ser mas dócil á sus clamores, que el caido Cea Bermudez.

El estado de la guerra cada vez era mas triste y complicado. En Cataluña se aumentaban cada dia las guerrillas carlistas, á pesar de la activa persecucion que esperimentaban por las tropas de Isabel, y de las medidas de rigor adoptadas por el jeneral Llauder. Las ventajas que conseguian las columnas de la reina solo eran momentáneas, porque cuando los carlistas se veian agobiados por el mayor número de enemigos, se desbandaban, y despues volvian á reunirse en los sitios convenidos de antemano, burlando así la persecucion de los soldados cristinos, que se fatigaban én valde por darles alcance.

El jeneral Valdés, que mandaba en jefe el ejército de operaciones del Norte, creyó que, para evitar la desgracia de su predecesor y conseguir el término que apetecia en una empresa de la cual no comprendia aun todas las dificultades, era necesario emplear las mas escesivas medidas de rigor: con ellas presumió que podria reprimir à los carlistas,

y sofocar en su principio lo que él llamaba una conspiracion mal organizada. Pero los acontecimientos futuros le bicieron conocer cuánto se habia engañado; porque todos sus rigores, sus vejaciones y crueldades solo sirvieron para escitar mas y mas el celo de los carlistas que le vencieron en varios encuentros, haciéndole sufrir pérdidas considerables; lo cual obligó al gobierno de Cristina á remplazar á este jeneral, nombrando para sucederle en el mando del ejército al jeneral Quesada.

Así en las provincias vascongadas como en la Navarra, la sublevacion se iba organizando vigorosamente, sin que pudiera preverse el término de tan cruel guerra. En este tiempo la victoria no precedia al término apetecido: los carlistas, batidos en algunas partes, lograban en otras ventajas, que por insignificantes que fuesen al parecer, sacaban de ellas mas provecho que el que sus contrarios podian reportar.

Las tropas de Isabel se fatigaban en las contínuas marchas que tenian que hacer para seguir los movimientos de los carlistas, siempre rápidos; y como apenas abandonaban aquellos un punto le ocupaban inmediatamente los defensores de D. CARLOS, los jenerales cristinos adop-taron el plan de fortificar algunos pueblos y dejar en ellos guarniciones.

Durante el mes de enero hubo varios encuentros insignificantes. En febrero consiguió el brigadier Espartero, comandante jeneral de Vizcaya, alcanzar en Oñate á los vizcainos y les hizo algunos prisioneros. El baron del Solar de Espinosa con su division batió á las fuerzas carlistas mandadas por Torre y Luqui entre Villaro y Dima, ocasionándoles muy poca pérdida; pero el coronel Ichaso fué acometido por los alaveses, que le hicieron retroceder con la columna de su mando á Salvatierra.

Los llamados voluntarios de Alava, que defendian la causa de Isabel, reunidos en Gamarra Mayor, fueron acometidos repentinamente por una columua carlista que consiguió un triunfo completo, porque de unos ciento sesen

ta voluntarios solo pudieron escapar doce de caballería con el comandante y algunos oficiales: los demas fueron hechos prisioneros y conducidos á Heredia, en donde los fusilaron. Diráse que estos hechos eran atroces, nosotros convenimos en ello; porque toda la sangre que se derramaba despues del combate era un verdadero asesinato; pero á estas funestas represalias daban márjen los jenerales cristinos, que sacrificaban á los infelices prisioneros que caian en su poder.

Otro batallon carlista sorprendió á Zubiri, donde se hallaba el brigadier Oráa con su columna, y se apoderó de un punto avanzado, quedando en su poder el jefe que mandaba aquella fuerza, y dieziseis caballos: otros se introdujeron en el pueblo de Urdanix, penetrando hasta en los alojamientos de los oficiales; pero la tropa pudo reunirse prontamente y rechazar á sus contrarios.

La ciudad de Vitoria parecia que, por sus fortificaciones y por su guarnicion, se hallaba á cubierto de un golpe de mano; pero Zumalacarregui que esperaba un momento oportuno, se acercó á la plaza con su jente y se introdujo en ella. Grande fué la confusion que causó en la poblacion tan inesperada sorpresa: sin embargo, la guarnicion acudió á las armas y se trabó el combate dentro de las calles. Despues de una porfiada lucha fueron rechazados los carlistas que peleaban á cuerpo descubierto, dejando en poder de los vencedores cuarenta muertos y treinta y cuatro prisioneros; pero el triunfo fué costoso y sangriento para los defensores de la ciudad que tuvieron bastantes muertos, treinta y un heridos, seis contusos y algunos prisioneros.

Tambien es digna de citarse la heróica defensa que hizo Zumalacarregui con dos solos batallones en el pueblo de la Huesa. Alcanzado en este punto por la division del jeneral Valdés, tomó Zumalacarregui las posiciones que le parecieron mas convenientes para recibir á los contrarios. Durante cuatro horas se defendieron los dos batallones carlistas con un fuego incesante y una

serenidad admirable, hasta que cansados, y flanqueados por las tropas de Valdés, emprendieron la retirada ordenadamente, habiendo sufrido una pérdida insignifica te, pero causándola mayor á sus enemigos.

No sucedió así á Castor, el cual, amenazando á Bilbao, y apoderado del puente colgante de Burceña, fue atacado por Espartero á fines de marzo, con fuerzas bastante respetables. La accion se sostuvo por ambas partes con porfia, y á pesar de la inferioridad numérica de los carlistas, no abandonaron el campo hasta que la noche puso fin al combate. Los carlistas tuvieron unos cincuenta muertos, muchos heridos y veintiun prisioneros los de Espartero contaron algunas muertos y once heridos, siéndolo tambien este jeneral, aunque lijeramente.

En esta época la guerra se habia estendido por casi todas las provincias de España. Si en las provincias ecsentas defendian los derechos de D. CARLOS Zumalacarregui, Villareal, Eraso, Castor y otros jefes no menos valientes, en Cataluña peleaban por la misma causa Tristani, Plandolid, Targarona y otros varios, que desaparecian momentáneamente para volver á presentarse con mayores fuerzas y mas audácia: en Castilla se hallaban el cura Merino, Cuevillas y Balmaseda: en Valencia y Aragou Carnicer, Quilez, Tallada, el Serrador y algunos otros: en La Mancha el Locho, Palillo y Barba: en Estremadura, Cuesta; y otros muchos en Galicia, Santander y Toledo..

Verdad es que la sublevacion del norte era la que inspiraba mas temores por su fuerza y su organizacion; mas sin embargo, los partidarios de las demas provincias, asi por sus incesantes movimientos, como por los ataques repentinos é inesperados con que solian anunciar su presencia, tenian en contínuo sobresalto á las tropas cristinas y á las poblaciones abiertas..

Atentos siempre los amigos de las innovaciones à su único y esclusivo fin, que era el restablecimiento de la democrática constitucion de 1812, procuraban avanzar en

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