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zadamente por ambas partes, de tal modo, que segun cl parte que dió el mismo Linares, perdió cuatro jefes, considerable número de oficiales y ochocientos hombres fuera de combate; mas tambien costó cara la victoria á los soldados de D. CARLOS, que tuvieron treinta y cinco muertos y trescientos setenta y nueve heridos, entre ellos veintitres oficiales.

Pocos dias despues fué remplazado Quesada por el jeneral Rodil. Las causas principales que movieron al gobierno de Isabel á quitar el mando del ejército á Quesada, fueron la muerte del desgraciado O'Donnell y sus compañeros, y los contínuos descalabros que le hacian sufrir los

carlistas.

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CAPITULO IX.

El colera-morbo invade la capital del reino.-Asesinatos de los frailes en Madrid Y otros puntos de España.-Estado del ejército carlista á la llegada de D. Carlos á Navarra.-D. Carlos perseguido por el ejército de Rodit.-Privaciones que tuvo que sufrir D. Carlos en esta época.-Derrota del jeneral Carondelet.-Accion de Viana.-Fallecimiento de la infanta Doña Francisca de Asís.-Organizacion y preponderancia del ejército carlista.-Encuentros en Laseano y Plencia.Estado de la guerra en las demas provincias.-El jeneral Rodil es remplazado en el mando del ejército por D. Francisco Espoz y Mina.

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ocos dias despues de la entrada de D. CARLOS en España, tuvieroa lugar en la capital del reino escenas tan bárbaras y sangrientas, que todavia se estremece el corazon al recordarlas, y la pluma se resiste á referirlas. El cóleramorbo, que hacia horribles estragos en algunas provincias de España, se declaró tambien en Madrid, arrebatando numerosas víctimas, y desarrolló con mayor fuerza su maléfica influencia en los dias 15, 16 y 17 de julio, ascendiendo á un número tan considerable el de invadidos y muertos, que llenó de conster

nacion á los habitantes de la corte. Parecerá increible que, amilanados los ánimos con tan terrible azote, hubiera quien se atreviese á abusar de aquella calamidad para llevar á cabo sus odiosos planes; pero desgraciadamente no faltaron hombres sacrilegos que osaron manchar sus manos con la sangre de sus semejantes, con la sangre de los sacerdotes consagrados al Señor, añadiendo mas víctimas á las muchas que arrebataba el contajio, y aumentando el terror de los madrileños con espectáculos repugnantes a la sensibilidad de un pueblo civilizado. Habíase hecho correr manosamente la voz de que las repetidas y prontas muertes que acontecian, no eran efecto de enfermedad alguna, sino de la perfidia de los frailes, que habian envenenado las aguas de la fuentes públicas. No podia darse un pretesto mas bárbaro ni grosero para motivar una vil venganza; pero se necesitaba uno cualquiera, y este se creyó el mas á propósito; porque como los relijiosos eran tenidos por afectos á D. CARLOS, y los síntomas que presentaba el cólera, muy semejantes á los de envenenamiento, podia alucinarse facilmente á la multitud ignorante, y hacerla crer, como efectivamente lo consiguieron, aquella infame calumnia.

Cuando llegó á su colmo la efervescencia de los ánimos fué el dia 17 con motivo de las muchas personas que habian fallecido la vispera. Despues de pasarse la mañana en la mayor ajitacion, estalló un motin por la tarde: reuniéronse varios grupos que à mano armada y profiriendo gritos de venganza y muerte contra los supuestos criminales, acometieron diferentes conventos, forzaron las puertas, profanaron los templos de Dios, y asesinaron á los relijiosos en sus celdas, en los cláustros, donde quiera que los hallaban; ni aun al pie de los altares pudieron librarse del rencor de aquellos sacrilegos verdugos.

Tocóse jenerala á las cinco de la tarde: la tropa y la milicia urbana se pusieron sobre las armas, y se enviaron piquetes á los conventos para protejer á los ministros del altar; pero cuando llegó el socorro ya habian consumado

en algunos los asesinos su ecsecrable obra: sin embargo, todavía consiguieron salvar á muchos relijiosos. En el colejio imperial de San Isidro y en San Francisco fué donde mas cebaron su saña aquellos infames sicarios, que al grito de viva la libertad profanaban los altares, saqueaban los templos, y se bañaban en la sangre de los indefensos ministros del Señor.-Estas atroces escenas se repitieron despues en Zaragoza, Barcelona y otras muchas ciudades, en donde añadieron á tantos crímenes el incendio de los conventos acometidos.

La sangre de los sacerdotes tan impiamente derramada, no solo debió caer sobre las cabezas de sus asesinos, sino tambien sobre el gobierno que no previno tan horrorosos atentados: tiempo tuvo para ello, pues hacia tres dias que públicamente y en medio de las calles, se acusaba á los frailes de envenenamiento, y estas voces alarmantes no podian menos de llegar á noticia de las autoridades.

La mayor parte de los jefes y oficiales de la milicia urbana, horrorizados de semejantes crímenes y avergonzados de que estos hubiesen sido perpetrados por algunos individuos de los que pertenecian á sus filas, elevaron esposiciones á la reina rejente pidiendo que fuesen espulsados de aquellos cuerpos y castigados con todo el rigor de las leyes los que tan vilmente las habian hollado; pero el gobierno, que no previno aquellos crímenes, tampoco quiso reprimirlos, pues se contentó con hacer espirar en el cadalso á un músico militar, que tal vez habría sido el menos delincuente, y de este modo creyó dejar satisfecha la vindicta pública.

Tales fueron los lamentables sucesos que precedieron á la rennion de las córtes jenerales del reino, cuya solemne apertura se verificó el dia 24 del mismo mes, conforme a lo dispuesto en la real convocatoria. Pero dejemos los sucesos de la córte, y volvamos á las provincias del norte.

Tres jenerales de la reina sucesivamente habian agotado toda su táctica militar contra los carlistas, y su glo

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TOMO I

ria pasada no habia podido evitarles la vergüenza de la derrota. El jeneral Rodil, seguido de numerosos refuerzos, debia ser mas dichoso que Sarsfield, Valdés y Quesada.

La llegada de Rodil á Navarra coincidió notablemente con la entrada de D. CARLOS en España: Rodil aumentó el ejército de operaciones de aquellas provincias con las tropas que habia tenido á sus órdenes en Portugal. Este refuerzo fué contrabalanceado por la presencia del infante, la cual puede decirse que equivalió á un ejército; y si las remesas de armas, artillería y municiones, prometidas por el banquero que habia contratado un empréstito carlista, hubiesen llegado al mismo tiempo, no dudamos de que D. CARLOS se hubiera dirijido inmediatamente hácia Madrid; pero se encontraron con que el contratista no habia llenado todos sus compromisos. Los carlistas que esperaban dos millones, solo recibieron doscientos mil francos, y esto no se efectuó hasta quince dias despues de la llegada del infante á su ejército.

Aquí debemos dar á conocer los inmensos obstáculos que D. CARLOS encontró á su llegada, y que le impidieron hacer los progresos que la Europa aguardaba de su presencia en las pravincias. La situacion del ejército carlista era tal cuando el infante apareció en Navarra, que si hubiera retardado un mes su llegada, tal vez no habria podido sostenerse la insurreccion. Faltos los carlistas de municiones, no podian procurárselas, porque los contrabandistas, atemorizados con las medidas de rigor del gobierno francés, no se atrevian á conducirlas. El armamento se hallaba en malísimo estado, pues casi la tercera parte de los fusiles no tenian bayoneta; y para colmo de su desgracia, sus jefes se hallaban divididos.

El primer cuidado de D. CARLOS fué restablecer la buena armonía entre sus jenerales, y tomó para este fin tan acertadas medidas, que logró reconciliar todos los ánimos. D. CARLOs evitó el recurrir á medios que hubieran podido ecsasperar á la mayor parte de los pueblos. Como

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