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nisterio, ocupando el de Hacienda D. Pio Pita Pizarro; el de Estado, con la presidencia del consejo, D. Evaristo Perez de Castro; el de Gracia y Justicia D. Lorenzo Arrazola; el de la Gobernacion D, Antonio Hompanera, y el de Marina D. José María Chacon. Sin embargo estos nombramientos fueron mal recibidos por el partido progresista.

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CAPÍTULO V.

Operaciones militares á fines del año de 1858, y principios del 39.-Fusilamiento de los principales jenerales carlistas en Estella.-Proclama de Maroto.-Esposicion de Maroto à D. Carlos. -Decretos de proscricion contra Maroto-Otro decreto, derogatorio de los anteriores, aprobando la conducta de Maroto.

NTRE los acontecimientos militares que tuvieron lugar á fines de 1838, ocurrieron algunos interesantes. D. Jerónimo Merino, que habia sido llamado por Maroto á las provincias vascongadas, tardó poco tiempo en volver á la sierra de Burgos. El 29 de octubre fué alcanzado en el monte de Bilbiestre por la columna del brigadier Hoyos, con el cual sostuvo una pequeña accion: mas viendo Merino que sus fuer

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zas eran may inferiores á las de sus enemigos, mandó á su jente que se dispersase, para reunirse despues en el sitio convenido. A pesar de la activa persecucion que le hacian el citado brigadier Hoyos y el coronel D. Gaspar Rodriguez, Merino repitió una y otra vez su retirada y reaparicion, burlando la vijilancia y los esfuerzos de las tropas que le perseguian.

La partida de Calvente, compuesta de unos cientocincuenta caballos, que habia invadido la provincia de Salamanca, fué alcanzada y batida el 24 de diciembre en el pueblo del Pedernal por las tropas de la reina, quedando en su poder algunos presioneros, entre ellos el espresado Cal

vente.

Cabrera continuaba en Aragon y Valencia tomando la iniciativa, aunque no siempre con feliz resultado. Habiendo determinado atacar á Caspe, entre siete y ocho de la noche del 1.° de noviembre penetró en la poblacion, y permaneció en ella algunos dias; pero nada consiguió, porque encerrados en el fuerte los nacionales, se defendieron con teson, á pesar de haberlos disparado los carlistas mas de mil seiscientas balas rasas y sesenta granadas. Desde Caspe se dirijieron las tropas de Cabrera á atacar á Burriana, y el 8 de dicho mes, al amanecer, aparecieron al frente del pueblo las guerrillas carlistas. Los nacionales corrieron á las armas, y sus patrullas se batieron por las calles, obligando á las guerrillas de Cabrera á replegarse á sus masas, que estaban en el puente de Rio Seco; pero volvieron á acometer en número de unos mil hombres, y entonces los nacionales se vieron obligados á retirarse al fuerte, desde donde se defendieron contra los carlistas, que ocuparon los edificios contiguos y sostuvieron algunas horas de fuego, sin mas resultado que la pérdida de unos diez hombres entre muertos y heridos.

Viendo los carlistas que estas dos tentativas se les habian frustrado, el 1.o de diciembre pasaron el Fúcar por la barca de Alberique unos siete mil hombres divididos en tres columnas, para recorrer el pais. La que dirijia Forcadell fué

alcanzada el dia 3 en el campo del Arenal entre Chiva y Cheste, por el jeneral Borso di Carminati y el coronel Pezuela. Trabada la accion y batida la caballeria de Forcadell por la de Pezuela, fué á apoyarse en su infanteria; pero un hábil movimiento de los de la reina flanqueó á los carlistas y los puso en completa dispersion, escepto al segundo batallon de Tortosa que formó el cuadro, y pudo retirarse ordenadamente á Pedralva, en donde se le reunieron algunos dispersos. El resto de la columna de Forcadell, quedó muerta ó prisionera. Borso y Pezuela ofrecieron la vida á ciento treinta y nueve prisioneros que hicieron en esta jornada; mas para poder cumplir su palabra, se vieron en el caso de hacer dimision de sus empleos, porque el jeneral en jefe del ejército del centro queria sacrificar á los prisioneros.

Tambien la columna de Arnau sufrió otro descalabro igual el 7 del mismo mes; pues alcanzada su retaguardia en el territorio de Iniesta por el jeneral Lopez, tuvo que apresurar su marcha, dejando en poder de las tropas de la reina una parte del botin que durante aquellos dias habian recojido en el pais. Estos descalabros no impidieron que Llangostera y Forcadell recorriesen el pais y sacasen todos los mozos útiles para el servicio de las armas.

Los clamores contra el atroz sistema de represalias seguido en Aragon y Valencia, habian llegado hasta la corte de D. CARLOS, que deploraba la sangre que se derramaba inútilmente. Conforme, pues, á los deseos de su rey, el jeneral Maroto envió comunicaciones á Cabrera para que se aviniera á poner término á aquellos horrores y regularizase la guerra en las provincias que servian de teatro á sus operaciones militares. Tambien el jeneral Van-Halen recibió órdenes del gobierno de la reina con el propio objeto, y en su consecuencia firmaron un convenio ambos caudillos, por el cual se hizo estensivo á aquellas provincias el tratado de Elliot.

En Cataluña, á principios de diciembre, emprendió el baron de Meer una espedicion contra el valle de Aran, invadido por numerosas fuerzas carlistas, que se aprove

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charon de la circunstancia de estar sublevada la guarnicion del castillo de Viella, á consecuencia de la muerte que dieron sus individuos al jefe que los mandaba. El baron penetró con mucha dificultad en el referido valle, por la resistencia que le opusieron los carlistas; pero despues de varios combates en que les causó algunos muertos y bastantes heridos, consiguió ahuyentarlos, y castigó el asesinato del gobernador en los culpados que cayeron en su poder.

En las provincias del Norte hubo una accion el 3 del mismo diciembre, cerca de los Arcos, en que cuatro escuadrones mandados por el jeneral Leon, batieron casi doble fuerza de la misma arma, á las órdenes del jeneral Maroto, ocasionandoles ciento veinte muertos y considerable número de heridos. Los carlistas vengaron este descalabro el 16 del mismo mes, pues atacados los fuertes de la Poblacion, en la Rioja alavesa, por las tropas de la reina, perdieron estas mas de treinta jefes y oficiales y cerca de trescientos individuos de tropa, y tuvieron que retirarse escarmentados á Laguardia.

Alarmados los ministros de D. CARLOS por el atrevimiento con que se conducia Maroto contra el partido navarro, compuesto de los mas decididos defensores de la causa carlista, rogaron á su rey que aceptase su dimision, ó pusiese en otras manos el mando del ejército; pero aquel príncipe no se decidió á nada, y tuvo en esta irresolucion á sus ministros hasta el mes de febrero. Cinco veces le presentaron su dimision, y siempre los ruegos y promesas de D. CARLOS los decidieron á permanecer en sus puestos. Un dia le dijo el obispo de Leon: «Señor: caminamos á pasos precipitados hácia una revolucion; hoy es todavia tiempo de que V. M. pueda detener el torrente; pero mañana acaso será arrebatado por él. Permítima me V. M. que le suplique me conceda la libertad de retirarme, si prevalecen los perniciosos consejos de Maroto: no me obligue V. M. á permanecer en mi puesto para ser testigo de la ruina de la causa mas sagrada y de la deshonra de V. M.» Pero fue tal la respuesta de D. CARLOS, que la delicadeza del prelado le aconsejó continuase en el ministerio.

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TOMO II.

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