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toma substancia e impulso; es una segunda generación artística que no parte inmediata y originalmente de la naturaleza, sino que tiene cuna intermedia en otra creación del arte, encarnación, interpretación primera de la causa inspiradora.

No por eso tiene limites su esfera ni deja de ofrecer ocasión y espacio a la acción sublime y desahogada del más genervso numen. Una de sus mejores palmas y coronas será siempre la de no envolverse en austeridades misteriosas, sino de comunicar con todo lo circumambiente; la de no aspirar a lo alto, visión augusta, concentrada, personal y esquiva, sino radiar a la vez en torno, expansiva, humana y fácil. Y como la eficacia del sentimiento es más certera y alcanza a mayor número que la de la razón, da al sentimiento mayor lugar y hace de él más frecuente y absoluto empleo.

No fué todo espontaneidad en esta laudable alteración del gusto y la manera. Trájola consigo el creciente imperio de la mujer en la sociedad contemporánea, imperio que, como toda dominación nacida de causas legitimas y necesarias, hace surgir en torno suyo y se apropia cuanto conviene a su consolidación y a su prestigio. La literatura contemporánea piensa continuamente, y con fruto, puesto que cobra usurario precio de su cuidado, en la mujer y en el niño. Cuanto más se ocupe de la inteligencia de aquélla, menos habrá de trabajar para la del segundo; a través de la inteligencia materna, vivifico medio que funde todo hielo, quebranta toda roca e ilumina toda tiniebla se nutre más rica y provechosamente la inteligencia infantil; y sabido es que, si algo no olvida el hombre en su vida, es lo que aprendió de una mujer, madre o hermana; oraciones y cuentos.

En obsequio a la inteligencia femenina, viva pero inquieta; penetrante pero mudable; rápida pero ardorosa y vaga, la ciencia ruda viste galano estilo; escribe libros especiales; la tiae a fijarse en las fórmulas abstractas de la gravitación, envolviéndoselas en la exposición sonora de la armonía universal, tan grata a su pecho, esencialmente resonante, ayudándose de tres agentes irresistibles, luz, distancia y misterio; la impone en las recónditas labores de la atracción molecular, disfrazándoselas

en el cuento de la formación y génesis de la piedra preciosa, tan seductora a sus ojos, fácilmente pagados siempre de cuanto fulgura, escasea y vale. Y obediente a causa igual la elocuencia, hace sitio al período altisonante, melodioso y vago, cierta de que es hacedero y fácil llegar del oído al corazón y estremecerle o seducirle sin pasar por la alquitara escrupulosa del cerebro; y la ciencia histórica, corregida de su solemne y seco aparato, busca al héroe fuera de la ocasión excelsa de su gloria, y sin menguársela, lo humaniza y pone en punto de ser accesible al juicio y residencia de los demás humanɔs.

Este modo literario, feminizado, ameno y vario que procura ante todo el agrado de la forma, rige hoy con ley absoluta, la cual no es posible eludir o desobedecer pena de muerte; esto es de completo desdén y olvido. Ni fué de corlo provecho a la porción viril de nuestra raza esa ingerencia del feminismo en el arte; propendia a facilitar los estudios, a amansar sus asperezas y rigores, a compensar en tiempo la inconsistencia, a sustituir con amenidad, ligereza y gracia, la profundidad y la solidez; era camino que sonreía y llamaba, y por él siguieron y siguen, y seguirán con preferencia y deleite, el número mayor de los varones leyentes, si con beneficio o daño de la general sabiduría no es aqui lugar de establecerlo ni demostrarlo; baste apuntar que a no tener semejante camino muchos no siguieran el otro lijoso y áspero, accesible únicamente al duro pie y al ancho pecho de los fervorosos y tenaces.

Uno de los elementos más eficaces, el más poderoso acaso, y de uso más arriesgado con que la novedad cuenta, es la aparición más o menos repetida, más o menos continuada de la persona del autor. La mujer, sér imaginativo y sensible, propende al drama, a la acción, a la manifestación del carácter en presencia de los sucesos y circunstancias de la vida; gusta de mezclar el libro y el teatro; a la narración impersonal, por viva y rápida y pintoresca que sea, prefiere la narración entrecortada por diálogos. Era el sistema que regía la primitiva escena; es el que domina en la augusta cátedra de verdad, cuando el orador alterna su grave y solemne relato del Evangelio con el sagrado

comento y aplicación de su doctrina a la práctica y a las inclinaciones del alma, con la melodía musical, impalpables alas del espiritu, sobre las que sube a mecerse en regiones soberanas y puras, cuya mística hermosura no cabe en palabras, ni en humana voz, ni en mortales conceptos.

Sea ahora la necesidad excusa de tan difuso e informe relato. Ya, quien me conozca y se aventure a seguir leyendo, sabe que no hallará satisfechas las justas exigencias de su gusto y su literatura.

Inútil fuera pretender a tanto; inútil esperar más completa sazón de tiempo y estudio; inútil imaginar que pudieran llegar mejores días. Tiene límites la inteligencia que no se intenta exceder sin riesgo, y conviene aprovechar las horas, contadas acaso, acaso postreras, en que el corazón late apasionado y caliente todavía.

Hay días en que la intensidad del cariño al suelo natal crece y se ensancha en punto que parece superior a todas las facultades sensibles del alma. Son días claros, en sus horas de la mañana, cuando la ausencia, si no os ha entibiado el alma, os ha gastado sus fuegos mejores en tantos y tan varios y tan desordenados afectos, que la imagen de la patria os aparece ya transfigurada y sublime como visión incorpórea y celeste, a la cual ni llega, ni es de valor ni de servicio este amor terreno, eficaz, profundo, desasosegador, tirano, que se siente en la sangre, que se siente en el cerebro, que serpea en las venas, palpita en el corazón, arde en las entrañas, ciega los ojos, arma la mano, descamina el pie, borra el precio de la vida, pone en la lengua la injuria y espanta del ánimo la compasión. Amáis a la patria como a Dios, no como a vuestra madre.

En un día de esos, en esas hor as estivus, alto el sol, inundada de luz la ribera, poblado de sonidos el aire, risueña la campiña, más risueña la aldea, llegáis a la tierra, que mana ambiente de vida, y en él os envuelve y con él os embriaga y os enajena; entonces al culto soberano sucede el soberano amor; entonces halláis de nuevo a vuestra madre, y la pasión terrible, brava, con que a la madre se adora.

Entonces os pesa, como jamás os hubo pesado, de su postración y decadencia; entonces os duele verla desconocida y desdeñada; entonces antes con los ojos que con la voz, respondéis al extraño que os interroga, y en una mirada, en una frase, compendiáis cuantos merecimientos, en humanos juicios, son causa de encomio o nombradía para gentes y regiones. Entonces quisierais ser el caudal que desempobrece los estados, la voluntad que los levanta y robustece, la inteligencia que los ilustra, el ingenio que los glorifica, el poder que los hace señores y temidos, y hasta el rayo de sol que fecunda la tierra, sanea el aire y embellece el suelo.

En este sentimiento de la patria no caben tibieza, moderación ni templanza; es superior a toda superstición, más intenso y permanente que todo egoísmo; ingénita y primera religión del hombre, domina fe, supersticiones y creencias; no hay cristiano, el más ascético y humilde, que piense que esa virtud sublime de la humildad, del desprendimiento, obliga, con respecto a la patria; y el pobre de espíritu, el místico, el apartado de toda grandeza humana, desea para la patria, y lo desea vivamente, gloria, poder, fama, riqueza, y lo desea con mayor sinceridad y vehemencia que el mundano envuelto en las inquietudes de su tiempo, hecho a usar de ellas y trabajarlas en su propio medro, y al desearlo no cura de que al volver de la hoja donde quedan escritas las prosperidades y glorias del fuerte y del victorioso, escribe la mano justiciera, ruinas, lágrimas, dolores, del flaco y del vencido.

En tales días, en hora tal nacida la idea de este libro, no era posible abandonarla. Lo posible era renunciar al libro concebido en los desvanecimientos legítimos de la ilusión primera. Lo posible pensar que la Providencia mide el peso a las fuerzas, es próvida, nos manda aceptar con ánimo sereno la propia suerte, y que la codicía de ajenos bienes tanto empequeñece y daña en la esfera del pensamiento, como en la de los tesoros materiales. Lo posible apartarse con fortaleza de estériles ambiciones, y labrar el propio surco a medida del propio saber y de las propias fuerzas.

Correr la tierra como la corrieron tantas veces hidalgos y aventureros, aunque en son más pacífico y recatado; llamar con el cuento del bordón, como ellos con el cuento de la lanza, a la puerta del solar, de la ermita o del monasterio; atento a la voz de la sangre, a la de la amistad, y de las obligaciones antiguas; seguro en la fe, dócil al ejemplo de mis padres: entretener el tiempo, distraer o aliviar el cansancio de la jornada en coloquios internos con la pasión reina del albedrio; pasión en ellos amorosa o vengativa, de enojo o de soberbia, pasión en mi de entrañable afecto a la tierra que voy pisando, y cuyas bellezas y calidades apunto y celebro a medida que la propia tierra me las hace patentes y conocidas. Echar mi apellido (1), no para homicidas empresas ni cruentas obras, sino para satisfacer la deuda sagrada que al nacer contrajo todo hombre con el suelo que le dió cuna, la de emplear en su servicio la mejor porción de su inteligencia. Echar mi apellido, no porque blasone de caudillo, que en el atropello de la espolonada no sigue la hueste al más jerárquico y digno, sino al más audaz y delantero, más para que alguno de cuantos en filas preferentes obedecen al estandarte generoso de las letras, oiga el grito, siga la voz, logre el laurel de la definitiva victoria. Eso hice, sustituyendo el trabajo lento, ordenado y grave de componer un libro.

Y al correr la tierra, el pueblo montañés abriéndome sus templos, nombrándome sus vegas y sus cumbres, trayéndome a memoria cuantos de él escribieron, o le favorecieron o le maltrataron, dejándome oir su palabra estridente o dulce, cautelosa o franca, irá en pedazos contándome su historia.

Pueblo que enclava su nombre en la fúlgida historia del gigante pueblo romano, como se clava el tábano a la fosca melena y horada la piel del león y lo desasosiega y postra su majestad, atarazando su gloria con aquel único epiteio de no vencido, trayendo perpetuamente sobre el sol de su perenne y universal vic:oria el pardo y trémulo celaje de su misteriosa destrucción y muerte.

(1) Significaba en los siglos medios lo mismo que convocar un bando.

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