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si el guardia del emperador era estimado capaz de ayudar al principal maestro y proyectista de San Lorenzo, y aun de sucederle poco tiempo después y ocupar su lugar en la dirección superior del monumento, sin duda venía preparado de sólida manera a merecer tan rápido y feliz concepto.

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Mas si, como parece probable, asistió a los desmanes de la guerra, si vió el ningún respeto que a sus furores y tiránicas realidades inspiran las maravillas de la arquitectura, y fué tal vez testigo o actor en el estrago de curiosos y venerables edificios, ¿cómo persistía en el marcial oficio, en tales violencias dolorosas sin duda par su alto ingenio y corazón de artista? Acaso entre las artes del diseño es la arquitectura la que menos pide al corazón; la invención y el gusto, que Mengs ponía como condiciones esenciales de ella, proceden de sosegada y fría especulación. Es también por su índole especial la que mayor distancia pone entre la concepción y la obra, entre la idea y la forma, entre el cerebro y la fábrica. El discurso del alarife y la mano del obrero no están como los del pintor y el estatuario en comunicación íntima y directa con el cerebro inventor, donde los gérmenes bullen y la creación se condensa y define lenta y cuidadosamente, tal vez a medida que se va traduciendo en formas visibles, y hallando quizás en su desarrollo sucesivo avisos que la corrigen y mejoran, medios que facilitan el término y perfección del trabajo.

Cean supone que en Bruselas se entregó Herrera a su afición a las proyecciones, trazas y demás artificios geométricos; ¿pero cabe imaginar que la estancia en Italia no influyera en organismo tan maravillosamente dotado para la arquitectura? Desgraciadamente justifican la suposición del ilustre crítico, o por lo menos la omisión de juicio alguno de su parte sobre la influencia italiana en el genio del insigne montañés, sus obras mismas, de cuya admirable solidez y regularidad exclusivamente preocupado, no supo o no quiso vencer la sensación fría que ambas cualidades, cuando solas y entregadas a sí mismas, producen en el observador.

Es verdad que Herrera no llegó a Roma, no pudo ver las

obras de Bramante y de San Gallo, tan armoniosas y suaves tan risueñas a pesar de su austero clasicismo; pero anduvo en Génova, donde reinaba Alessi, y sin duda visitó a Verɔna, donde acababa de florecer frá Giocondo, donde vivía San Micheli: y acaso llegó a Vicenza, donde era señor y privaba el preceptista de la época, rector y maestro del arte en el renacimiento greco-romano, Palladio. Y si asistió a la guerra de Sena, como Cean cree, pudo ver las obras del purista Peruzzi y conservar la impresión de la gracia que animaba al que por algunos ha merecido ser llamado el Rafael de la arquitectura. Pero acaso su genio, como el de Miguel Angel, era refractario a esa cualidad misteriosa y delicada que, unida a la fuerza, constituye el ideal acabado de lo bello.

La gracia es precisamente la condición negativa de la arquiectura de Herrera. En el templo escurialense mostró cuanto, se le alcanzaba en proporción y armonía, y los fresquistas le ayudaron a templar la glacial severidad de su numen; en el alcázar de Toledo es modelo acabado de majestad y elegancia; en la puerta célebre del puente de Córdoba adivina el no sé qué singular de los monumentos romanos, mezcla de cualidades diversas, difíciles de demostrar y largas de exponer; y en todas partes se muestra constructor audaz, físico experto y geómetra prodigioso. Sin embargo, algo falta en sus obras que se halla en aquellos admirables palacios de Roma; Farnesio, que ideó San Gallo y labraron después de él Buonarotti y Vignola; Massimi, que labró Peruzzi; en aquel templete maravilloso de Bramante en San Pedro in Montorio, construído a expensas de nuestros Reyes Católicos, joya de gallardía, primor y ligereza, erigida dentro de un cerrado claustro, como en cautela de las manos de un salteador atrevido.

En tanto razonamos acerca del inmortal arquitecto, el camino nos lleva a una altura desde la cual, a la derecha mano, descubrimos risueño horizonte, y blanqueando en él la iglesia de Udías, u Odias, que consagró, en 1099, el obispo de Burgos don García de Aragón (1). En Udías parecieron hace años (1) Flórez.-Esp. Sagr., t. XXVI.

minas de explotación romana; argumento a geógrafos e historiadores para situar la frontera de cántabros y asturianos. A la izquierda asoma uno de los interesantes términos de nuestro viaje: los Picos de Europa, sublime corona de Cantabria, diadema de hielos con la cual lucha el sol sin vencerla, antes haciéndola fulgurar al herir sus eternos cristales, publica a lo lejos su pujanza, su gloria y su hermosura.

Caminando adelante vamos a ver la mar y los esteros de San Vicente.-Saludémoslos de lejos, puesto que otro ha de ser el camino que allá nos lleve.-Saludémoslos hasta dentro de poco, y tornemos a tomar en Puente San Miguel el triste y solitario camino de Santillana.

SANTILLANA

I

HISTORIA Y NOVELA.-LA LOCURA CLAUSTRAL.-BLASONES

Y DIVISAS

De Santander a Santillana, por la mañana;

de Santillana a Santander, después de comer.

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sf decían nuestros padres, faltos de la comodidad que nosotros hemos alcanzado, y puestos en obligación de cabalgar para el despacho de sus quehaceres y negocios entre la villa antigua y la ciudad moderna. Y efectivamente, haciendo su jornada como el popular decir ordena, tomábales el sol por la espal

da, tanto al ir como al volver, preven

ción sabida y comodidad añeja de caminantes.

En los orbes de la realidad y de la ficción, en el mundo de los hechos y en el de la fábula, en los fastos de la vida y de la fantasía, vive Santillana, merced a dos caracteres diversos: real el uno, imaginado el otro, pero dotados ambos por la

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