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Desde Lisboa, como no podia menos, expusieron los duques á la Reina haber cumplido su órden, que no tenian cargo explícito, que era extra-legal y depresivo el destierro, y si creyeran oportuno vindicarse, dirian: «Si España, si la desventurada España pasa por situaciones difíciles, que con nuestro corazon deploramos, no somos, no, la causa generadora de ellas. Búsquese en otra parte, si le hay, el origen de conmociones lamentables, que sirven de pretexto para condenarnos. Cuando los pueblos se agitan es que un mal grave les aqueja, que no existen individualidades ni nombres tan poderosos que basten á alzar banderas ni arrastrar á una nacion en pos de sí;» protestaban enérgicamente de la medida contra ellos adoptada, y esperaban que el desagravio fuera tan público como la ofensa.

No era esperanza vana, y los mismos duques contribuian á obtenerle grande, ruidoso, como lo deseaban, aunque consentidos en conseguir otro resultado que el que obtuvieron. El acto de fuerza que acababa de ejecutar el gobierno, efectuando tantos destierros de importancia, habríale sido muy eficaz si contara con la opinion pública, pero le produjo un efecto contrario, porque le enajenó las simpatías, ó la condescendencia de algunos generales que trocaron su indiferencia política por adhesion hácia sus compañeros, á los que consideraban víctimas de excesiva arbitrariedad. Hubo general, Makenna, que se ofreció á libertar á los generales cuando estaban en las prisiones de San Francisco, contando para ello con el regimiento de Asturias. Otros se les ofrecieron para cuanto quisieran, y á su paso por Sevilla para Cádiz, á donde se embarcaron, se les brindó con efectuar el movimiento en aquella ciudad primero y en la segunda despues; pero este se preparaba con mas madurez, y Topete y Malcampo se opusieron á que se prescindiera de los progresistas.

A los agentes que tan activa parte tomaban en los trabajos revolucionarios, se unieron otros de valer: se nombró en Madrid un comité de individuos progresistas y unionistas; se dió forma á los trabajos, en relacion con el centro progresista de Londres y el unionista de Canarias; tomó parte eficaz y activa en todo el general Jovellar, procediendo con acierto, y á fines de julio solo faltaba iniciar el movimiento; todo estaba ya preparado.

Se pensó en efectuarle el 9 de agosto, porque el gobierno se iba apercibiendo de algunos trabajos; y no se verificó porque Arias, que mandaba la Villa de Madrid, se negó á desembarcar doscientos hombres de la escuadra que pedia el regimiento de infantería de Cantabria para salir del cuartel.

Este propósito, que era solo de los unionistas, alarmó á Prim en cuanto lo supo, y desde Vichy á donde se hallaba tomando las aguas, corrió á Lóndres para dirigirse con no menos celeridad á Cádiz; deteniéndose al saber que no se habia realizado el pronunciamiento.

Nuevas contrariedades tuvo que vencer Prim en Londres, consistentes en la tirantez de relaciones que existia en Andalucía entre los progresistas y unionistas; estos eran montpensieristas antes que revolucionarios; tuvo Montpensier que tratar con los progresistas (1) y en Londres, al fin, se arregló todo. Se concertó que Prim se embarcaria el 12 de setiembre en la Mala de las Indias para llegar el 16 á Gibraltar, man

(1) El 18 de agosto se presentó en casa del Sr. Muñiz el coronel de estado mayor Sr. Solís, ayudante y secretario del duque de Montpensier, con una carta de introduccion que le habia dado en Lisboa don José Merelo. Queria el señor Solís saber hasta dónde podia contar el duque con los progresistas, y sobre todo con los amigos de Prim en favor de su causa. Contestóle Muñiz con toda franqueza, que ni él ni los amigos que trabajaban estaban autorizados mas que para engranar y poner en accion los elementos militares que el duque pudiera aprontar con los que ya habia, pero que el dia 20 saldria para Londres y pondria en conocimiento de aquel centro la pretension y deseos del señor duque, y que como no le sucediera algun desaguisado, pensaba estar de vuelta el 27, y le traeria la contestacion original. Igual respuesta oyó el señor Solís de los señores Cantero, Olózaga y Moreno Benitez á los cuales fué presentado por Muñiz. El 20 salió este para Londres con el pretexto de acompañar á la marde Santiago, que pasaba á Lequeitio á unirse con su marido que quesa mandaba la guardia de alabarderos.>>

(Historia contemporánea. Anales desde 1843 hasta la conclusion de la última guerra civil, por don Antonio Pirala.)

dando antes un vapor á Canarias á buscar á los generales allí desterrados, sin perjuicio de otro vapor que tambien salió de Cádiz.

Despues de este acuerdo, conferenció Prim con Muñiz, Sagasta y Zorrilla, tratándose de la parte material del movimiento y de la personal: en cuanto á la mision respecto á Montpensier, dijo Prim á Muñiz: «Dígale Vd. al señor Solís, que la bandera de la revolucion es: «Córtes Constituyentes, y que el país libremente decida de su suerte.»

No podia Prim, seguramente, comprometerse con el duque de Montpensier, porque alarmado el gobierno francés de su repentino regreso de Vichy, esperábale en el anden de la estacion del ferro-carril en Paris el conde de Lavallette para manifestarle de parte del emperador, que al abandonar al cuarto dia unas aguas que tan necesarias supuso para su salud, en cuanto le visitó un español, no podia tener otro objeto que el efectuar la revolucion, en cuyo caso exigia de él el compromiso de no aclamar al duque de Montpensier, si queria que no le fuese hostil el gobierno francés. Prim, que necesitaba la benevolencia de este para las fronteras de Aragon y Cataluña, tuvo que acceder por su parte, encargando á sus mas íntimos que no contrajeran compromiso alguno con el duque. Otros menos escrupulosos trataban de explotarle.

La revolucion, ya inevitable, fué aceptada por la opinion. pública como un mal necesario. Era imposible doña Isabel II, porque si en un principio pudo ser compadecida, al evidenciarse su proceder y su conducta, se enajenó el amor, el respeto y hasta la consideracion de los pueblos, que son la base del poder de los reyes. Nuestra sociedad no rinde culto al derecho divino, que no le considera como principio de soberanía, sino á los propios merecimientos.

Los mas monárquicos de la revolucion pretendian reemplazar á la Reina con su hermana doña Luisa Fernanda, duquesa de Montpensier: Prim, como hemos visto, lo dejaba todo á la resolucion de unas Córtes Constituyentes, y don Salustiano Olózaga, factor importante en lo que se disponia, no variaba su fórmula, consistente en que, «habia un obstáculo que era preciso derribar, y no era posible derribarlo sin el concurso de todos; que se pensara en quitarle, se hiciera el vacío, y la naturaleza que tiene horror al mismo vacío se encargaria de llenarlo.»

Algunos, muy pocos, se retrajeron porque no querian correr una serie de aventuras; y otros, admitian el destronamiento de la Reina, constituyéndose una regencia durante la minoría de su hijo don Alfonso. Pero todos estos eran los menos, cuya influencia no podia contrabalancear el decidido propósito de que no continuara el reinado de doña Isabel, divorciada completamente del país. Esto no tiene remedio, se repetia en todas partes. Los que mas temian la revolucion se limitaban á cruzarse de brazos condoliéndose de los males que veian y de los mayores que preveian.

Las personas mas adheridas al gobierno como Castro, Novaliches y el mismo conde de Cheste, dimitieron unos sus puestos y no aceptaron otros los que se les daban; y si el último aceptó la Capitanía general de Cataluña, fué como puesto de honor y peligro. El mismo Gonzalez Brabo consideró imposible sostener su posicion, y quiso retirarse; pero no se lo permitió la Reina. Se decidió á combatir la revolucion ó sucumbir, mostrando grande y valerosa actividad. Estando en Lequeitio, escribia: «Se dice que van á entrar emigrados por la frontera de Francia. No me impresiona esto. Hasta me alegraria de ello. La lucha pequeña y de policía me fastidia. Venga algo gordo que haga latir la bilis, con tal que no venga por provocacion ni por negligencia de mi parte. Entonces tiraremos resueltamente del puñal, y nos agarraremos de cerca y á muerte. Entonces respiraré ancho; no ahora, que todo se vuelven traguitos.>>

El ministro de la Guerra apenas creia se conspirase.

Ya en setiembre se avisó al gobierno que la marina, en odio á Belda, estaba dispuesta á todo: se denunció á Izquierdo y á otros jefes, y á algunas guarniciones, cuyo relevo se pedia, mas Gonzalez Brabo contestó defendiendo á la marina, á Izquierdo y á otros, y escribia: «Así como mi instinto me decia en los primeros dias de julio que aquello era verdad, hoy me

dice que esto es agua de cerrajas. Si algo sucede, ya verá V. como es un aborto.» El 16 de setiembre telegrafiaba al gobernador civil de Cádiz, «que era infundado lo que se temia de los comandantes, oficiales y tripulaciones de los buques, teniendo el gobierno la seguridad de que esta misma fuerza seria la que mas contribuiria á reprimir y castigar cualquier rebelion; que procurase medidas de tranquilidad, y estuviese seguro que nadie vendria de Canarias é Inglaterra, ni de parte alguna, y que el gobierno estaba por momentos enterado de todo cuanto se hacia é intentaba en todas partes, y la seguridad con que hasta ahora habia desbaratado todos los planes mejor combinados, era una garantía de su acierto en esta ocasion.» Insistió el gobernador civil en la evidencia de la insurreccion, y el gobierno en su confianza: llegó hasta resignar el mando en la autoridad militar en la mañana del 18, y aun le telegrafiaba el presidente del Consejo, «que no pasara mas adelante en las disposiciones que habia tomado, por estar perfectamente seguro que la agitacion que allí notaba no era otra cosa sino que se empiezan á conocer planes que pueden decirse abandonados ya. El gobierno tiene informes seguros sobre esto... Recomiendo á V. mucho que no demuestre la menor sospecha de los comandantes de los buques de guerra, de la marina en general, pues el gobierno tiene absoluta confianza en su honor y lealtad, dígase lo que se quiera en contrario, y antes bien, si las circunstancias lo exigieran, acuda V. E. reclamando su cooperacion para sostener el órden público, en la seguridad de que la obtendrá. Vea V. E. al Capitan general de ese departamento de marina y entérele de este despacho.>>

Podia explicarse esta obcecacion del gobierno en las seguridades que se le hacian concebir; pero apenas se comprenden las circulares reservadas que dirigia al mismo tiempo á los gobernadores civiles para que vigilaran á los capitanes generales, siendo esto causa de bien deplorables escenas en Cataluña.

Tambien del extranjero se avisaba al gobierno los trabajos revolucionarios. Entre los telégramas que envió nuestro representante en Bruselas, es notable el que bajo el concepto de muy reservado, decia que la legacion austriaca iba á mandar publicar en los periódicos de aquella capital lo siguiente: «Segun noticias muy fidedignas, el duque de Montpensier ha tomado parte en una conspiracion antidinástica. Su Alteza su esposa, será reina de España. El duque se dirigirá á Prusia para conseguir un apoyo y fondos secretos.»

El gobierno tenia confianza en que carecian de fondos los revolucionarios, y no tuvieron muchos en efecto, pero no les faltaron los necesarios, facilitando Montpensier algunos (1) que ascenderian á tres millones de reales.

Desde los encantadores jardines de la Granja, se habia trasladado la Reina á Lequeitio, donde algunos pensaron apoderarse de ella obligándola á abdicar en favor de su hijo; pero no se prestaron á ejecutarlo los que habian de hacerlo: la dispensaron las mas delicadas muestras de respeto y adhesion á bordo de la Zaragoza, cuando estuvo á visitarla, y si prevenida entró en el buque, salió tan satisfecha que manifestó á Gonzalez Brabo lo infundado de las sospechas que de los marinos se tenian, á quienes obsequíó con un banquete.

Esta confianza prolongaba la estancia de la corte en la (1) Ya hemos dicho en otra obra que don Cipriano del Mazo, que hoy ocupa un elevado puesto diplomático, manejó los primeros fondos que para la revolucion facilitó el duque de Montpensier. Cuando aquel comisionado vió en Londres á Prim, manifestóle este necesitar seis millones de reales si habia de comprar un vapor ó cuatro si se le facilitaba; así se le expuso al duque que envió solo cien mil francos, desdeñados por Prim, que indicó no se contara con él para conquistar con tal cantidad un trono como se proponia el que la facilitaba.

«Fué el Sr. Mazo tan escrupuloso depositario de esta cantidad que al pedirle primero Escoda 5,000 francos y despues Moriones 25,000, no los entregó por no presentarle ninguno de estos señores carta del general Prim, aunque decian que iban de su órden. De la de los generales Córdova y Dulce facilitó unos 80,000 francos á don Dionisio Lopez Roberts, para la junta de Madrid,' y otras atenciones. De todo presentó Mazo la cuenta justificada enviando de su peculio los gastos de viaje, etc.>>

Montpensier envió tambien á Madrid otros 100,000 francos y á Santander y otros puntos.

costa cantábrica, y aguijoneaba á los revolucionarios á emprender el movimiento antes que la abandonara, pues temian que regresando la Reina á Madrid peligraria su vida, lo cual se queria evitar. No era Topete el menos interesado en esto; arreció en sus trabajos, y con fondos facilitados por Montpensier envió un vapor á Prim. Al mismo tiempo, Paul y Angulo y otros, con el producto de una suscricion, fletaban otro vapor tambien para Lóndres, que fué en el que se embarcó, no aceptando el enviado por Topete.

A Canarias fué el vapor Buenaventura donde tomó á los generales en la oscura noche del 14 de setiembre.

CAPITULO V

Pronunciamiento de la Marina.-Declaraciones.-Alcolea.-Triunfo de

la Revolucion.

Habia llegado el momento deseado por unos, temido por otros y desdeñado por la Reina y el gobierno.

En la extensa bahía de Cádiz se reunieron las fragatas de guerra Zaragoza, Tetuan, Villa de Madrid y Lealtad, los vapores Ferrol, Vulcano é Isabel II; las goletas Edetana, Santa Lucía, Concordia y Ligera, y los trasportes urca Santa María y vapor Tornado: en su puesto los jefes Topete, Malcampo, Barcáiztegui, Arias, los Guerras, Uriarte (don Florencio), Montojo, Pardo, Pilon, Vial, Pastor y Landero y Oreiro (3); y la insignia almirante en la Zaragoza. Solo se esperaba la llegada de los generales, cuya tardanza impacientaba á Topete, sabedor de que las autoridades de Sevilla y Cádiz nada ignoraban.

El primero que llegó, no sin vencer grandes dificultades, fué Prim con Sagasta, Zorrilla, Merelo y Paul y Angulo. Se habia embarcado el 12 en Southampton en la Mala de las Indias, llegó felizmente á Gibraltar el 17 en el vapor Delta, disfrazado de ayuda de cámara de los condes de Bar, con traje de librea y en cámara de segunda clase; se propuso esperar, obedeciendo á Topete, la llegada de los generales de Canarias, para presentarse todos juntos á la marina y dar el grito, pero al saber que en Cádiz habia conmocion, que las autoridades tomaban sus medidas, y la Ligera vigilaba la mar, se decidió á arrostrarlo todo, ayudó grandemente á su propósito el entusiasmo del opulento inglés Mr. Bland que dió su vapor Adelia, y quiso acompañar á Prim, que aquella misma tarde. se embarcó con Sagasta, Ruiz Zorrilla y Paul y Angulo.

Vagando en la bahía de Cádiz, con noche oscura y mar gruesa, separados los buques de la escuadra, dudando y temiendo, resolvió Prim ir á la Zaragoza y entregarse confiado á Topete. La fortuna les deparó una lancha de la Zaragoza con Malcampo, les dirigió á la fragata, se abrazaron Prim y Topete, y como hasta entonces ni se habian tratado, ni aun puéstose de acuerdo para una empresa tan importante como la que acometian, al quedar solos, expuso Topete las luchas que habia tenido consigo mismo en la alternativa de ser fiel á la patria ó á la Reina, sacrificando al optar por la primera las afecciones personales que á la segunda le ligaban; que no queria servir á ningun partido político, sino al restablecimiento de una verdadera monarquía constitucional. colocando en el trono á doña María Luisa Fernanda, y que solo reconocia como jefe en la revolucion al duque de la Torre.

Importándole poco á Prim el puesto que se le señalara, sin aspirar á preferencias, expuso su desinterés, y sus luchas tambien de años enteros, para evitar la caida de la Reina, á la que se reconocia personalmente deudor de muy singulares atenciones, é infructuosos sus esfuerzos se habia visto obligado á sacrificarlo todo por la felicidad de la patria; que no era contrario á la Infanta doña Luisa, pero por respetos á esta misma señora le parecia inconveniente lanzar su nombre á la publicidad, debiendo reservarse este asunto á las Córtes constituyentes.

No era difícil la armonía entre ambos pareceres, cuando tanto apremiaba el tiempo; así que en la madrugada del 18 convinieron con Sagasta y Zorrilla, iniciar el movimiento sin

(2) El único que no estaba en antecedentes de lo que se trataba era don Vicente Montojo, comandante de la Ligera.

esperar á los generales de Canarias, asumiendo Prim interinamente el mando. Presentado este á la escuadra, que se colocó frente al puerto en órden de combate, reconociéronle todos, arengó Topete á la tripulacion, victoreó á la libertad, y con 21 cañonazos anunció la Zaragoza el destronamiento de doña Isabel II, realizado por toda la escuadra.

Tan importante y esperado acontecimiento lo explicó Topete á los gaditanos en una proclama, en la que, despues de reseñar los abusos del poder y los males que sufria la patria, sin poderlos remediar por los medios legales, exponia sus aspiraciones, que eran: la armonía de los poderes legítimos en la órbita que la constitucion les señalara; que las Córtes constituyentes restablecieran la verdadera monarquía constitucional; que se respetasen los derechos de los ciudadanos, y que se moralizase la hacienda, modificando gravámenes, extinguiendo restricciones, dando amplitud al ejercicio de toda industria lícita y ancho campo á la actividad individual y al talento; manifestaba por último que no procedia la marina por afecto á partido determinado, pues á ninguno pertenecia; que tomaran los demás cuerpos militares, los hombres de Estado, el pueblo, la bandera que ellos habian izado, pidiendo solo plaza de honor en el combate para defender el pabellon hasta fijarlo, cuya satisfaccion y la de sus conciencias, eran las únicas recompensas á que aspiraban.

Al desembarcar Prim con Topete en Cádiz en la madrugada dei 19, tambien dirigió una alocucion á los españoles, llamándoles á las armas por haber llegado á su límite la paciencia de los pueblos y sonado la hora de la revolucion; que con liberalismo y sensatez se hubiera podido pacíficamente trasformar el país; pero la arbitrariedad y la inmoralidad, que empezaba á infiltrarse en la organizacion de la sociedad despues de haber emponzoñado la gobernacion del Estado, convirtiendo la administracion en granjería, la política en mercado y la justicia en escabel de asombrosos encumbramientos, habian hecho tardías é imposibles tan saludables concesiones; que todos los liberales borrasen durante la batalla sus diferencias y no hubiese mas bandera que la regeneracion de la patria; que se destruyera súbitamente lo que el tiempo y el progreso debieron trasformar, sin aventurar por de pronto soluciones que eventuales circunstancias podian hacer irrealizables en el porvenir, ni prejuzgar cuestiones que, debilitando la accion del combate, menoscabarian la soberanía de la nacion; y cuando la calma renaciese y la reflexion sustituyera á la fuerza, los partidos podrian desplegar sin peligro sus banderas, y el pueblo, en uso de su soberanía, podria constituirse como lo juzgase conveniente, buscando en el sufragio universal todas las garantías que á sus libertades y derechos creyesen necesarias. Victoreaba á la libertad y á la soberanía nacional.

Por la tarde llegó á Cádiz el Buenaventura con los generales procedentes de Canarias. Topete se apresuró á exponerles sus compromisos por la duquesa de Montpensier, mas poco dispuestos á abordar esta cuestion, contestó el duque de la Torre que lo primero era vencer y despues se trataria del asunto. No se presentaba el menor obstáculo á la revolucion, que fué cundiendo por toda Andalucía (1). Aunque Topete habia publicado su proclama, creyeron necesario los generales dar un manifiesto, cuyas bases convinieron, encomendando su redaccion á don Adelardo Lopez de Ayala. En él se decia que, al negar la obediencia al gobierno se interpretaba el sentimiento de los ciudadanos que en el dilatado ejercicio de la paciencia, no hubiesen perdido el sentimiento de la dignidad; que no depondrian las armas hasta que la nacion recobrara su soberanía, manifestase su voluntad y se cumpliese; enumeraba los vicios de la administracion; presentaba la hacienda como «pasto de la inmoralidad y del agio, tiranizada la enseñanza, muda la prensa, y solo interrumpido el universal silencio por las frecuentes noticias de las nuevas fortunas improvisadas, del nuevo negocio, de la nueva real órden encaminada á defraudar el tesoro público, de títulos de Castilla vilmente prodigados, del alto precio á que lograban

(1) El regimiento de artillería que guarnecia á Cádiz no quiso pronunciarse, y con todos los honores de guerra se trasladó á la Almansa. TOMO VI

su venta la deshonra y el vicio;» que bastaba de escándalos; que al lanzar la marina, siempre extraña á nuestras diferencias, el primer grito, demostraba que no era un partido el que se quejaba; que no se trataba de deslindar los campos políticos, sino de pelear por la existencia y el decoro, queriendo una legalidad comun; que el encargado de observar la Constitucion no fuera su enemigo irreconciliable; que las causas que influian en nuestras supremas resoluciones se pudieran decir en alta voz delante de nuestras madres, de nuestras esposas y de nuestras hijas; vivir la vida de la honra y de la libertad; que un gobierno provisional asegurase el órden, mientras el sufragio universal echaba los cimientos de nuestra regeneracion social y política, para lo que se contaba con el concurso de todos los liberales, de las clases acomodadas, de los amantes del órden, con los partidarios de las libertades individuales, con los ministros del altar, interesados en cegar en su orígen las fuentes del vicio y del mal ejemplo; con el pueblo todo, y con la aprobacion de la Europa, porque España no habia de vivir envilecida; rechazaba el nombre de rebeldes, porque no lo eran los que devolvian á las leyes el respeto perdido; llamaba á las armas y victoreaba á España con honra. Tal era el manifiesto que sintetizó la revolucion, declarando las causas. que la motivaron y el objeto que se proponia.

Topete quedó en Cádiz al frente de la flota que allí se formó; Serrano marchó á Sevilla, ya pronunciada, y Prim con tres fragatas á recorrer las costas del Mediterráneo hasta Cataluña.

El manifiesto de Cádiz fué verdaderamente una tea incendiaria, que satisfacia generales aspiraciones; pero no podia menos de ser un desengaño para el duque de Montpensier, aunque confiara en el desenvolvimiento de los sucesos. Todo lo que no fuera haber declarado desde luego el reinado de la infanta, era alejarla de su elevacion al trono: habia, pues, que encauzar la revolucion por tal derrotero; y así debió comprenderlo Montpensier al adherirse al movimiento, pedir un puesto en la escuadra, ó en el ejército, no como infante sino como español, y triste debió parecerle la unánime contestacion de los generales dándole las gracias y oponiéndose á la aceptacion de su ofrecimiento por razones de alta política. No carecia de altas influencias por él interesadas; pero le faltaba la principal, la popular, que no se le mostró propicia.

El comité de Madrid, que tenia buenos servidores en telé grafos, sabia cuantas noticias se comunicaban al gobierno, por lo que pudo dar avisos útiles. Recibió al mismo tiempo que el ministerio el parte del pronunciamiento efectuado en Cádiz; á su virtud, empezó la publicacion de un boletin revolucionario; envió comisionados á secundar el movimiento; nada pudieron hacer los demócratas en Zaragoza y Valladolid; en Santander y Santoña se realizó el pronunciamiento por estar bien preparado, y fué cundiendo aunque lentamente á otros puntos la revolucion, pero no de la manera explosiva que se temia.

Reunidos los ministros que residian en Madrid, mandaron publicar solemnemente la ley marcial. Gonzalez Brabo les hacia falta, le suplicaron que viniese; mas ya le habia reemplazado en la presidencia del ministerio el marqués de la Habana, que convocó una junta de generales, á cuya virtud se destinó á Novaliches á Andalucía, á Calonge á Castilla la Vieja, encomendóse á Pezuela la corona de Aragon y al marqués del Duero el mando de Castilla la Nueva.

Restablecida por Calonge la autoridad del gobierno en Santander, despues de un porfiado combate en las calles de la ciudad, y dejado en Santoña el foco de la insurreccion, volvió Calonge á Valladolid; fué rechazado el brigadier Nanneti en Béjar al cabo de ocho horas de rudo bregar, y temiéndose pronunciamientos en todas partes, apenas podian operar las escasas fuerzas con que para ello contaba Calonge.

En Andalucía estaba la base de la revolucion y el verdadero peligro para el gobierno. Prim encontró pronunciada Málaga; en Granada chocó el pueblo con la tropa y se abrazaron despues; Almería dió el grito al avistar la escuadra; unióse á esta en Cartagena la fragata Princesa de Asturias, y el general que mandaba aquella plaza, se retiró con la guarnicion, que le abandonó antes de llegar á Murcia; y esta provincia, y

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