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ner á mano, ya que no los cuadros mismos, reproducción de la mayoría de cuantos pintó, que se halla fuera de España.

Su obra puede dividirse en dos épocas: la primera, la más larga de su vida artística, abraza cerca de treinta años y termina con la Exposición universal de París de 1889. Durante ésta, cultivó, casi en absoluto, la pintura de género desarrollada en lienzos de poco tamaño, representando, por lo general, escenas y tipos, populares casi siempre, de fines del siglo XVIII y principios del xix, tan en boga en aquellos años.

Basta evocar el recuerdo de los cuadros titulados Sermón en el patio de la Catedral de Sevilla, La murga y El barbero en lunes, cuyas reproducciones son harto conocidas, por no citar otros de la nu

merosa serie del período que nos ocupa, para hacer revivir el asombro que nos causara la contemplación de estas obras.

Muchas de ellas no cautivan á primera vista; carecen de cierto efecto pintoresco, fácil de conseguir, que su autor despreciaba, como despreciaba todo lo superficial, cuanto no fuere producto de concienzudo y maduro examen. Requieren, para ser comprendidas, un estudio detenido, y más se avaloran cuanto más severamente se analizan.

Para aquel pintor, la primera condición del cuadro, aun por cima de su ejecución técnica, era la claridad del asunto representado. Nada de dudas y comentarios sobre la significación del tema. Nada de figuras y accesorios de más ó de menos, so pretexto de buscar un contraste pintoresco ó una nota de color que realce el efecto. Este fué siempre su dogma, que profesó y cumplió en sus obras religiosamente.

Mas no tan sólo la composición de sus cuadros es la más adecuada al asunto que se proponía desarrollar, sino que la caracterización de los tipos, la expresión y gesto de los personajes, la congruencia de todos los elementos, es perfecta.

La maestría en el dibujo, cualidad la más saliente entre todas las del artista, agrandaba y ennoblecía estas dotes, y la lució á maravilla en las posturas atrevidas y en los escorzos violentos, así como en el rico tropel de personajes que presentan muchos de sus cuadros, en los cuales ni se confunden ni se mezclan unas figuras con otras, sino que todas desempeñan su papel en la escena con la mayor claridad, sin que jamás haya embrollo ni gresca en la composición.

A esta claridad va unida la de decirlo todo honrada y lealmente, sin apelar á sacrificios ni á escamoteos, aun tratándose de cuadros de cuarenta figuras, como el maravilloso Concierto del Cardenal, adornado tan sólo con los accesorios necesarios, sin caer en la profusión, defecto del cual tanto se ha abusado. En esta clase de escenas, compuestas de numerosos grupos de personajes y llenas de pormenores, no interpretadas á manchas, sino terminadas concienzuda y escrupulosamente en los detalles y en el conjunto, Jiménez Aranda no ha tenido rival entre nosotros, y sería preciso escoger ciertas obras de Meissonier, y aun mejor de Menzel, las cuales alcanzan su nivel sin superarlo.

A su temperamento, más reflexivo que impresionable, no le fueron dados atrevimientos de color ni efectos violentos por oposición de masas de clarc-obscuro. Propendía á un colorido más bien frío, y representaba los objetos con el color que aparentemente tienen, sin pretender fascinar forzando la armonía serena con que el natural se

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ofrecía ante su vista, y sin valerse casi nunca de matices y cambiantes para lograr la vibración de la luz dentro de cada tono.

De Sevilla, su patria, pasó á Roma, y luego á París, cultivando siempre el mismo género, y alternando sus cuadros con dibujos á veces de mayor mérito que éstos. A la Exposición universal de 1889 concurrió con numerosas obras al óleo y á la gouache. Meissonier, que presidía el Jurado, se detuvo ante una de éstas, El tronco viejo,

señalándola como uno de los trozos mejor pintados de aquel certamen. Obtuvo Jiménez Aranda una de las tres medallas votadas á España. Sabido es que la de honor fué otorgada á su hermano Luis. A pesar del triunfo, su conciencia de artista, más severa que la de sus. jueces, no quedó tranquila. Antes que nadie vió clara la enseñanza de aquella inolvidable Exposición, en que por vez primera se presentaba la brillante y formidable escuela de los países del Norte: Suecia, Noruega, Dinamarca y Finlandia.

Los chispazos del naturalismo que habían aparecido en Francia con Manet en germen, y más tarde con Bastien-Lepage en toda madurez, no fueron secundados. La corriente pasó al Norte y de allí volvió á París, el punto de partida, en 1889, muertos ya los innovadores. No más convencionalismos, no más asuntos inspirados en el pasado, no más negruras. Que la vida real y sus múltiples manifestaciones en su propia luz y medio, sea el manantial en donde el artista busque los temas para sus cuadros.

Aquellas escenas íntimas interpretadas tan ingenuamente por los pintores escandinavos y dinamarqueses; aquellas otras al aire libre en que las luces y reflejos tan verdaderos que matizaban los cuadros de estos artistas, y que revelaban no haber sido hechos á la luz cerrada de un taller, sino á la luz abierta del campo ó de la calle, causaron impresión profunda en un espíritu tan observador como el de Jiménez Aranda. Declaró, desde el primer momento, que los pintores del Norte abrían una nueva senda al Arte, la cual era preciso se- . guir so pena de quedar distanciados; y olvidando su edad ya madura (Jiménez Aranda nació en 1837), poco apta para innovaciones, y las dificultades que se le habían de ofrecer al emprender un arte en condiciones diversas del practicado constantemente hasta entonces, se lanzó con energía por aquella senda de la cual no se apartó hasta el fin de sus días.

Su célebre cuadro Una desgracia, presentado en la Exposición de Madrid de 1890, inspirado en una escena real, pintado al aire libre, valiéndose para él tan sólo de elementos vivos, bastó para probar la fuerza de sus convicciones y la sabia manera con la cual consiguió adaptar la maestría conquistada en tantos años de práctica de taller cerrado á la interpretación del natural á luz abierta.

La importancia de esta evolución, llevada á término con la perseverancia que le era propia, fué de capital transcendencia para la marcha del arte español. Por la iniciativa en este fecundo movimiento y por el ejemplo y enseñanzas que de él se han derivado, merece Jiménez Aranda, aún más que por sus obras artísticas, gratitud y recuerdo eternos.

Los dibujos, hechos por procedimientos diversos, y las pinturas á la gouache, tienen en la obra de este artista importancia tan grande como sus cuadros al óleo. Aparte multitud de aquéllos que no constituyen serie, las ilustraciones del poema de Núñez de Arce, La visión de Fray Martin, las de las leyendas de Zorrilla y las numerosas de los primeros capítulos del Quijote, que hubieran bastado para agotar una vida entera, le colocan en primera línea entre los dibujantes contemporáneos españoles.

Ingenuidad y honradez artística son las cualidades más características de sus obras todas, reflejo fiel del carácter moral del hombre. Independiente sin afectación, noble de alma, honrado hasta la médula de sus huesos y de una caballerosidad perfecta, su trato era amenísimo. Ante las obras de arte discurría con gran lucidez y con chispeante ingenio, haciendo de ellas un análisis escrupuloso, sin parar mientes en la mayor ó menor celebridad de sus autores. Ni escatimaba ni prodigaba elogios. Emitía sus juicios, originalísimos á veces, siempre razonados y casi siempre irrefutables. El recuerdo de estos juicios y de sus luminosas disquisiciones acerca del arte, fruto de un talento reflexivo y de una larga experiencia, quedará perenne en la memoria de los que conocieron á artista tan eminente.

De esperar es que un estudio serio y detenido de sus obras, en armonía con el ideal en que hubo de inspirarse su autor, venga á consagrar el nombre ilustre de José Jiménez Aranda entre los de aquéIlɔs que más alto lugar alcanzan en la historia de la pintura española contemporánea.

Escritas las líneas precedentes, y á punto de ser impresas, tenemos la satisfacción de saber que los señores Ministro y Subsecretario de Instrucción pública y Bellas Artes patrocinan la Exposición de las

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