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han perdido el buen gusto de antaño; los mejores artistas, lejos de los alcázares que les servían de refugio, se ven obligados á abrirse paso por sus puños; la concurrencia impone la obligación de aprovechar todas las coyunturas. ¡Ay de los que sueñan! El triunfo arguye, además de las condiciones artísticas, habilidad mundana y energía. Zuloaga es también maestro en ambas virtudes. A las veces, la España que refleja en sus cuadros más se acerca á la soñada por los extranjeros que á la que nos muestra la vida cuotidiana. Se cuenta que en cierta ocasión cogió á un pastor de una sierra castellana, le quitó las mangas de la camisa, le remangó el ala del sombrero á estilo camagüeyano, le puso en la mano un rollo de papeles y le hizo un retrato, que tituló El poeta de Juarros de Río Moro.

El cuadro está hoy en Rusia..... donde parece que se han mostrado vehementes ansias de traducir los versos del gran poeta de los campos españoles..... Y me han dicho que anda por Alemania, donde tiene Zuloaga su mejor público, cierto Penitente de Peña Lara, digno colega del poeta de Juarros..... Conste, sin embargo, que los dos cuadros son magníficos, y esto es lo principal. Garnier ha dicho de las obras del artista eibarrés que son obras maestras de psicología. Pero la psicología de Zuloaga no se limita á desentrañar el alma de los individuos que retrata; escudriña con idéntica profundidad la del snob, la del artista, la del crítico y la del comprador. Y he ahí uno de los secretos del triunfo de Zuloaga.

Otro de los secretos consiste en la energía física. Ignacio Zuloaga es alto, ancho, hercúleo, sanguíneo, silencioso. Asombra su potencia de trabajo, no se fatiga nunca, su cuerpo es de hierro. Automovilista apasionado, no cesa de hacer viajes, vive como un príncipe, gasta como un Nabab..... Debe de ser uno de esos artistas sin ensueños, que jamás se han complacido en contemplar las mariposas de su fantasía, ni en hacerse los cuentos de la lechera; uno de esos artistas enérgicos que no vislumbran un propósito sin pasar revista inmediatamente á los medios de que disponen para realizarlo.

Mas como temo no haber logrado expresar claramente la idea íntima que tengo de Zuloaga, apelaré á los medios indirectos. El campo de la provincia de Pontevedra está lleno de objetos pequeños, como el tocador de una mujer elegante. Hay muchos pinares; pero

los pinos se aprietan unos á otros y no pueden crecer. Las haciendas son menudas; á cada diez pasos se levanta una cerca. Os tropezáis en las carreteras con multitud de viejecitas, que caminan descalzas, á pasos rápidos, silenciosos y cortos. Los bueyes semejan terneros, y los caballos, potros. Os parece que las cosas son tantas, que no caben todas; que viajáis por un tren donde va doble ó triple cantidad de viajeros que la prescrita; sentís un encogimiento material, y os figuráis que no podríais vivir en Pontevedra á menos de resignaros á ocupar un volumen microscópico de espacio. Pues no sé si daré idea de la energía expansiva de Zuloaga diciendo que la impresión que me ha dejado es radicalmente incompatible con la que me inspiraron los campesinos pontevedreses. Es hombre necesitado de mucho aire. Ya sus cuadros han conquistado el Continente y se disponen á cruzar el canal de la Mancha para invadir desde Londres el mundo anglo-sajón.

En cambio, Manuel Losada es uno de los artistas menos hábiles en el arte de darse á conocer. Cuando joven, la protección de un patricio bilbaíno, D. José María Martínez de las Rivas, le consintió perfeccionar su técnica en París. Una vez hecho hombre, se le ha visto relegado á segundo término: se le tenía por buen aficionado, se le consultaba antes de comprar cuadros; pero se era indiferente ú hostil á su pintura. Y al fin le hubieran desangrado las espinas del aislamiento, á no haberle hecho comprender los éxitos de Zuloaga que su arte no era incompatible con los gustos de un público inteligente y refinado. No hace mucho, los cuadros expuestos en la Galería Gilberberg, de París, le han valido un succes d'estime. Poco antes había mostrado los mismos cuadros en la calle Bidebarrieta, de Bilbao, sin qne nadie se ocupara de ellos.

Los doce años de soledad en que ha vivido Losada se explican por su intransigencia. No ha hecho al gran público la menor concesión; no fabrica pintura agradable; es posible que no sepa hacerla; tal vez le falten las condiciones del virtuoso. Es hasta cierto punto hombre de teorías. Al apearse en París, comprendió desde el primer momento que nunca llegaría á pintar, dice. Escogió como maestro á Carriè

re, uno de los más sombríos entre los contemporáneos franceses; alzó en su corazón una capilla á Puvis de Chavannes, y fué en su espíritu donde se incubó el anhelo de volver por las tradiciones de la pintura española. Antes que Zuloaga comenzó á preocuparse de la trinidad Greco-Velázquez-Goya, y de los pintores secundarios como Morales, Herrera y Carreño.

Y así se ha formado en él un arte personal, muy personal, de una tristeza incomparable. Zuloaga le gana en composición, en modelado y en intensidad; pero Losada, dentro de las mismas tonalidades obscuras, le aventaja considerablemente en armonía. «Su policromía-ha dicho Fagus-adquiere igual sentido que una armonía monocroma negros y grises; ve y expresa con amplitud y con grandeza.»

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En París ha llamado la atención su Vendedor de billetes de Lotería, jiboso, amarillento y retorcido, que tiene, según un crítico, «la grave y triste majestad de un Príncipe desheredado.» También ha merecido elogios el retrato de un jorobado, tocador de guitarra; pero á mi juicio son preferibles La Buenaventura y Camino del Mercado. Dos aldeanas vizcaínas encuentran junto á las tapias de un convento á una gitana que quiere decirles la buenaventura: una de ellas se aleja recelosa; otra tiende la mano, no sé si por curiosidad ó licia. Imposible mayor dulzura en la interpretación de las caras, las telas y el conjunto, ni mayor acierto en la del ambiente negruzco de Bilbao. También en el Camino del Mercado retrata á dos aldeanas: la una va á caballo; la otra le acompaña con un cesto de melocotones en la cadera; se levanta en el fondo la pared de una iglesia; baña el cuadro una luz fría de mañana nublada. Salvo un pequeño defecto de composición en este último lienzo, las dos son telas de Museo. Losada ignora el arte de sorprender de golpe; sus producciones se filtran lentamente en los ojos, pero la impresión es tanto más intensa.

Al fin ha conseguido romper el silencio que envolvía su nombre. El Mercure de France, La Revue Enciclopédique, La Plume, La Revue Blanche y los periódicos profesionales, le han citado con elogio..... Losada es oriundo de una familia castellana. En su tez pálida de hidalgo se revelan la tristeza, el ensueño, la altivez y el cansancio. Si no miente el espejo del alma, este hombre no puede ser

hábil ni enérgico; carece de condiciones para triunfar en la vida moderna, y es de temer que su éxito en París no le sirva gran cosa y que continúe poniendo toda su energía en organizar las Exposiciones de Bilbao, sin que llegue á comprender el público la augusta exquisitez de su pintura.

Ello no impedirá que este pintor estático supere en sobriedad y en justeza de tonos á los más sobrios y justos. Por estas cualidades, por su amor hacia lo sombrío, por el trazado sintético del dibujo y por

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el horror << bodeleriano» al movimiento, tienen las obras de Manuel Losada la austeridad serena y melancólica de una pared antigua en que gotea la lluvia del otoño.

Iturrino es un bilbaíno que se fué á Bélgica para estudiar la carrera de Ingeniero y volvió á su tierra convertido en la vaga libélula de un pintor. Traspuso de nuevo la frontera, se estableció en París, aprendió el oficio con los pintores del Norte, quiso ser uno de ellos, y al cabo de varios años un crítico de arte-¿Gustavo Jeffroi?-le cogió de las solapas y le dijo:

-Amigo mío: usted tiene condiciones de artista, pero de artista español. Todo lo que podía aprender en París ya lo sabe, y es que la escuela francesa no se ha hecho para usted. Confórmese con saber esto, que no es poco; vuélvase á España; eduque la mano pintando cuanto se le ocurra, á fin de averiguar el género de arte que mejor cuadre á sus aptitudes, y cuando lo sepa, vuélvase á París.

Iturrino, que es en el fondo uno de los arlotes vascos, impetuosos y abandonados, cuyo hombre representativo era el autor del Guernicaco Arbola, siguió el consejo al pie de la letra; anduvo largas temporadas por tierras de Salamanca y de Sevilla; pintó como ùn desesperado; ha hecho cuadros de tres metros en doce horas; ha trabajado bajo la sacudida de sus instintos, sin reparar en asuntos, firmando lienzos espeluznantes, importándosele un ardite de la belleza y de la fealdad, de la armonía y de la composición. Domador de un corcel en exceso fogoso, ha creído que el mejor procedimiento era dejarle correr mucho, porque sólo el cansancio podía decidirle á soportar el freno; y cuando ha supuesto terminada la doma, 'se ha vuelto á París. Y de él ha dicho una revista parisiense que:

<<..... Posee varias de las cualidades cuya totalidad compone un gran pintor. Menos completo que Zuloaga, que sigue siendo el maestro indiscutible, es más natural, más puro. La civilización adorna con flores exóticas los ensueños enmarañados del terruño y trata de rizarlos. Su visión es amplia, pujante y ruda. Un don precioso de agrupación y decorado hace que sus composiciones formen cuadro espontáneamente..... Este pintor posee también, y con vehemencia,

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