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y otros añosos árboles cuyas copas de esmeralda cobijan no solo al canoro pajarillo, sino á la astuta y bulliciosa ardilla y al lindamente listado gato silvestre.

Si pintorescos son los montes que circundan á Tortosa, si amenos son los llanos, no es menos fértil y abundante en útiles productos toda la vega. Allí el alpiste, las patatas, los melones, las judías, el panizo; las habas, el fayol, la avena, el centeno, la cebada, el trigo, el cáñamo, todo germina felizmente sin que la escarcha ni las heladas empañen el brillo del sol ni alteren la apacible temperatura que se respira.

Tambien por la parte del Sur, á breves leguas de Tortosa hay hermosas llanuras, donde el producto de sosa y de barrilla es asombroso; confinan con el mar cabe las célebres salinas de los Alfaques. Una espaciosa laguna, que allá en la antigüedad, cuando el Mediterráneo besaba los cimientos de Amposta, denominábase Portfangós, famosa por indicar el sitio donde los reyes de Aragon reunieron sus armadas para luchar contra los infieles, ofrece un espectáculo verdaderamente mágico y fascinador. Es de inmensa circunferencia y solo tiene una vara de profundidad; pero es purísima y limpia el agua que á guisa de argentino espejo, atesora en su límpido seno de cristal, rastreras anguilas y peces juguetones, que facilmente son presa del pescador, que diestro y silencioso surque en frágil barquilla la plateada superficie. En ella vénse de trecho en trecho numerosas bandadas de cisnes cenicientos y blancos, corpulentas ocas, ánades, espías, cabrillas, cuervos marinos, galeras, dorales, chillones y mil otros avestruces acuatiles, descollando entre ellos la subordinada tropa de altivos flamencos, que alineados siempre en batalla, semejan al mas lucido regimiento en acto de parada. Hay otras aves rarísimas, entre las cuales merece particular mencion el toro, que se llama así sin duda por los espantosos graznidos que lanza, muy semejantes á los mugidos del buey, así que, corriendo los tiempos de la ignorancia y lá supersticion y reinando don Juan II de Castilla, cuentan las crónicas que en una noche tenebrosa habia sobre el castillo de Amposta algunos de los mencionados toros, á la sazon que el ejército del príncipe transitaba por sus inmediaciones. Retumbó el bramido melancólico á la par que bronco, recio y pausado de una de aquellas aves, y se dispersó el ejército, creyendo los soldados que las furias del Averno se lanzaban contra ellos.

De las montañas mas inmediatas á Tortosa lleva una de ellas el nombre de Orleans y descuella al S. E. de la ciudad, sitio donde solian celebrarse las obstinadas pedreas que vamos á describir.

y

De una parte los menestrales, marineros y estudiantes, y de otra los labradores, constituyen los bandos beligerantes, en esta encarniza da lucha. Organizados en partidas á guisa de compañías, prestan sus individuos ciega obediencia á los gefes que ellos mismos se eligen, que por lo regular no son los mas valientes, sino los fanfarrones que mas hablan y chillan dándose á sí mismos importancia, cosa facilisima entre uua muchedumbre ignorante. Hé aquí la razon porque generalmente solia Ramon Cabrera acaudillar á los menestrales, procurando, como buen general en esta parte, guardar el pellejo en el peligro y mostrarse animoso fuera de él, colocándose en este último caso al frente de los suyos para arengarles á su modo, esto es, vomitando injurias contra el bando enemigo intercaladas de baladronadas soeces, insultos y blasfemias, que hacian prorumpir á sus parciales en aullidos espantosos. Digan lo que quieran los admiradores del asesino infame, suponiéndole siempre el primero en los peligros: Cabrera ha sido en todas épocas tan cobarde como villano, y no pocas veces han tenido que reprenderle sus camaradas en los campos de batalla por su vergonzoso miedo, como tendremos ocasion de probar durante el curso de esta verídica historia.

Situábanse por lo comun los labradores en el pico de la montaña que acabamos de citar, y desde esta altura provocaban á sus contrarios conforme iban reuniéndose á su vista allende la puerta del Temple, ganosos de empeñar el combate. Reunido el número suficiente, que entre menestrales, estudiantes y marineros solia ser siempre superior al de los blanquillos, apodo que se daba á los labradores, sin duda porque con sus zaragüelles y en mangas de camisa parecia que vistiesen efectivamente un uniforme blanco, «¡ A ellos!» gritaba Ramon Cabrera, y rompíanse las hostilidades trabándose reñidísima batalla con hondas, que hábil y forzudamente manejadas, arrojaban con la rapidez de la centella piedras como el puño á una distancia increible. Fácil es conocer que no escasearian los contusos y heridos, los cuales eran inmediatamente trasladados fuera de combate y conducidos con esmero á sus casas, á veces por los mismos enemigos, sin que jamás pudiese averiguarse quienes fuesen los agresores, pues todos se negaban á declarar con invencible obstinacion.

El empeño de los dos bandos beligerantes consistia en desalojarse mútua y sucesivamente de sus puestos, hasta que la fatiga y á veces

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aparicion de la noche ponia término á esta lucha sangrienta, de tan luengos años inveterada, que los esfuerzos de la autoridad por evitarla fueron en todos tiempos infructuosos.

Mil veces salieron escarmentados los pobres alguaciles y aun las partidas de tropa que se habia destinado á impedir tan feroces simulacros; porque esto era recibido con aullidos de alegría por los combatientes, que uniéndose y formando entonces masa comun contra la fuerza militar, solian arrollarla y obligarla á refugiarse dentro de las murallas. Este triunfo envalentonaba á los vencedores y acrecia su aficion á tan bárbara costumbre.

Hasta que figuró Cabrera en las pedreas, los prisioneros que de una parte y otra se hacian babian sido respetados, y únicamente se les despojaba de la honda; pero guiado ya aquel mónstruo por sus sanguinarios instintos, estableció como gefe, que á cuantos cayesen prisioneros se les amarrase á un árbol como blanco de cierto número

de pedradas, que se les disparaban por los mas diestros en el manejo de la honda. Contuso, herido ó salvo, quedaba libre el prisionero después de haber sufrido esta sentencia; pero siempre dejando la honda en poder de sus enemigos. La ejecucion de esta inhumana sentencia era lo que mas divertia al estudiante Cabrera, y su satisfaccion era completa cuando algun disparo certero hacia prorumpir á la víctima en amargos lamentos. En este caso, el diestro tirador recibia en premio la honda del prisionero.

Es presumible que el uso y aficion á esta clase de batallas populares date del tiempo de la conquista de Mallorca, en el siglo XII, por don Jaime, en la que los naturales de Tortosa tuvieron parte asaz directa. En dicha isla aprendieron el manejo de la honda, en el cual tan hábiles eran los mallorquines. Consérvanse aun en la iglesia de la Sangre de Tortosa muchos fajos de dicha arma procedentes de la mencionada conquista. Los ballesteros tortosinos tenian antiguamente fama de certeros segun está consignado en los anales de los reyes de Aragon.

Con la desaparicion de Ramon Cabrera y otros entes desmoralizados y perdidos que formaban la hedionda pillería de Tortosa, han cesado afortunadamente en ́esta ciudad tan bárbaras costumbres, habiéndose modificado visiblemente en sentido moral, gracias al espíri– tu de civilizacion de la época. Conténtanse en el dia los labradores de Tortosa con sus bailes y cantos populares, carreras de á pié y á caballo, y sobre todo gústales trasnochar desde la víspera en las solemnes festividades, con sus mal templados instrumentos, principalmente la noche de San Juan, noche fantástica y de bureo, en la que, al rogizo resplandor de las hogueras; transitan por calles y plazas numerosas bandadas de jóvenes zambreros, que con sus acatarradas voces arman un concierto diabólico. Esta noche de cierto desenfreno Ꭹ licencia, vénse tambien destellos de inocente supersticion, pues no faltan personas que observan la fanática costumbre de lavarse la cara en el Ebro al amanecer, y dar tres vueltas á una tabla de cáñamo, haciendo una cruz en cada ángulo. Debe decirse, no obstante, en honor de la verdad, que son pocos los que dan crédito á semejante supersticion, pues de ella hacen burla casi todos los labradores, que son la gente mas sencilla, á pesar de su ferocidad cuando pelean con entusiasmo en favor de la causa que crean ellos la mas justa.

Tamaños eran los escándalos de Cabrera, que hubieron de llamar la atencion del obispo de aquella diócesis el señor don Victor Saez, quien no pudo menos de reprender la criminal conducta del indigno tonsurado, y en atencion á sus degradantes vicios, á la estupidez é ignorancia en que habiale dejado su odio al estudio y embotados alcances, declaróle terminantemente que jamás podria conferir las Ordenes menores á un vago sin instrucccion ni probabilidad de enmienda,

por haber perdido los mejores años de la juventud en la relajacion y la hòlganza.

Cabrera mismo se vé en el caso de tener que confesar esta verdad degradante, este desaire inaudito, capaz por sí solo de anonadar á cualquier hombre pundonoroso; y por relato de su digno panegirista dice: «Públicas eran ya en Tortosa las aventuras del estudiante Cabrera, y hubieron de llegar á noticia del obispo de aquella diócesis.» Y añade luego: «Decidido Cabrera á recibir las Ordenes menores, pidió al señor Saez que se las confiriese.-Tú has nacido para ser militar (contestóle el obispo): basta mirarte para conocer que no tienes vocacion eclesiástica; no quiero ordenarte.»

Ahora añadimos nosotros: ¿no es este un subterfugio para dar al bochornoso desaire una apariencia de elogio? «NO QUIERO ORDENARTE, dijo en efecto el obispo, NO QUIERO ORDENARTE PORQUE ADEMÁS DE IGNORANTE ERES UN MALVADO INCORREGIBLE.>> Esta es la pura verdad. Si bastabale al obispo mirar á Cabrera para conocer que habia nacido para militar, ¿por qué permitió que recibiese la primera tonsura? ¿No le miró entonces? ¿No conoció que era mejor para militar que para sacerdote? Seamos francos, entonces se adhirió el obispo á los descos y súplicas de la madre de Cabrera y á las promesas que bizo el bijo de enmendarse y de estudiar para llegar á ser hombre de provecho; pero se persuadió posteriormente que al paso que la conducta del estudiante era altamente reprensible, su ignorancia frisaba hasta el punto de no poderle hacer servir..... ni › siquiera para clérigo.

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Tan desventajoso era el concepto que el obispo Saez tenia formado del talento del beneficiado, que no obstante de ser aquel prelado el gefe y alma del partido apostólico, como llevamos dicho, jamás estuvo en relaciones políticas con Cabrera, cuya incapacidad inspirole siempre el mayor desprecio.

«¿Cómo siendo Cabrera tan bárbaro y estúpido, (se nos arguirá sin duda) llegó á reunir un ejército numeroso y temible?» A esto contestaremos que antes de que apareciese Cabrera nos ha ofrecido la bistoria infinidad de hombres vulgares de escasísima inteligencia y hasta de irracional ineptitud que han figurado como caudillos del bando apostólico. Esto dá una exacta idea de la valía de los hombres que engalanándose con el epiteto de defensores del altar y el trono han enarbolado en España el estandarte del absolutismo.

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