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tampoco habia dado con la mejor voluntad su mano al aragonés. El parentesco que entre ellos mediaba hacía que una clase poderosísima del estado, el clero, mirára con repugnancia este consorcio, y no era menor la del pontífice : que es admirable la escrupulosidad y la intolerancia de la iglesia y de los papas de aquellos tiempos en esto de los impedimentos de consanguinidad para los matrimonios de los reyes, cuando tanta anchura ó tanto disimulo habia respecto á los mismos monarcas en otros puntos que debian afectar mas á la moral y á las costumbres públicas; tal era, por ejemplo, la frecuencia y facilidad con que se les veia repudiar una esposa legítima para enlazarse con otra; tal la multitud de hijos naturales ó bastardos que de público ostentaban los príncipes, y que hemos visto en los monarcas que precedieron á Alfonso VI., en este soberano mismo, y que veremos en los que le habrán de suceder, sin que nos sea dado encontrar leyes ni eclesiásticas ni civiles para remedio y correccion de esta infraccion de los deberes morales.

Agregábase á estas causas y fué acaso la mas poderosa de todas, los caractéres encontrados y los genios nada avenibles de los dos consortes. Alfonso belicoso y bravo, poseia todas las cualidades de un bataHlador; pero faltábanle las dotes de esposo. Valiente y duro cual convenia para el campo de batalla, pero adusto y áspero para la vida conyugal; mas propio

para blandir la lanza que para las ternuras matrimoniales, condújose con la reina mas con la rudeza de un soldado que con las consideraciones de esposo y de caballero, y se propasó á desmanes que reprobamos en los hombres de mas humilde extraccion. La reina por su parte, si no tan caprichosa ni tan suelta en sus costumbres como la hacen algunos escritores, por lo menos no muy severa en lo de evitar que se murmurára su falta de recato, lejos de oponer una conducta que moderára los violentos ímpetus de su esposo, dábale ú ocasion ó motivos para que desplegára su natural brusco y nada tolerante, y contribuyó no poco á las borrascas y escándalos que luego perturbaron el reino. Por otra parte, el aragonés comenzó muy pronto á obrar mas como rey de Castilla, que como marido de la reina. Y de esta manera un matrimonio que hubiera podido producir la union de los estados castellanos y aragoneses, vino á ser la causa de las perturbaciones que agitaron á Leon y Castilla durante el reinado de doña Urraca, y de las antipatías que entre aragoneses y castellanos duraron mucho tiempo despues.

Mas no era esto solo. Aun cuando don Alfonso у doña Urraca hubieran vivido en la mayor armonía y concordia como esposos y como reyes, sobraban á la muerte de Alfonso VI. elementos de disturbios que con las disidencias de los dos consortes no hicieron sino desarrollarse mas, El conde y condesa de Portu→

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gal, Enrique de Besanzon y su esposa Teresa, hermana de Urraca, los condes de Galicia que educaban y tenian en su poder al príncipe niño Alfonso Raimundez, hijo de Urraca y de su primer esposo Ramon de Borgoña, los condes castellanos que aspiraban á las preferencias de la reina, el elemento popular que comenzaba á tener una fuerza de que hasta entonces habia carecido, un prelado belicoso y astuto, acariciado por la córte de Romå, y que tomaba una parte activa en todo; monarcas, príncipes, magnates, pueblo, todo parecia haberse propuesto cooperar al general desconcierto y desasosiego: y mientras el reino de Castilla ofrecia el triste espectáculo de dos esposos, una madre y un hijo, y dos hermanos, en abierta guerra entre sí, ya la madre y el hijo contra el esposo y el padrastro, ya la hermana contra la hermana el sobrino, ya el sobrino y el tio contra la madre y la hermana, enredándose en un laberinto de rompimientos y alianzas, de avenencias y choques, mas difícil de explicar que de concebir, las ambiciones y la anarquía descendian desde los palacios reales hasta las humildes viviendas de los labriegos, y la combustion y el incendio cundian por todas partes. Período digno de estudio por la misma fermentacion de tan encontrados elementos puestos en accion y en lucha, por la índole y naturaleza de los personages, todos activos, todos emprendedores, incansables y enérgicos, astutos y sagaces algunos, ambiciosos todos, fal

y

tos los mas de sinceridad y buena fé, y porque cada cual fué sintiendo y experimentando las adversidades y contratiempos de que su proceder le hacia merecedor.

El rey de Aragon, ambicioso como monarca, desconsiderado У violento como marido, tuvo que salir de Castilla descasado de la reina á quien maltrataba, y fugitivo del reino que aspiraba á usurpar. Persiguió crudamente al clero, y el clero fué el que anuló el matrimonio que le servia de pretesto para pretender el señorío de la monarquía castellana. No prosperó aquel príncipe hasta que renunciando á sus injustas pretensiones se limitó á guerrear en sus propios estados contra los enemigos de la fé. Los triunfos que alli alcanzó, las conquistas que coronaron su innegable esfuerzo, le avisaban que aquel era el campo, aquellos los enemigos que debia combatir para ganar gloria y hacer inmortal su nombre. Volvió otra vez sobre Castilla, y el mismo príncipe á quien habia intentado destronar siendo niño, fué el que le obligó á ser contenido y prudente cuando él era ya un anciano. Y aquel reino de Aragon al cual Alfonso con loca temeridad é insistencia quiso someter el de Castilla, vióse bajo su inmediato sucesor y hermano hecho tributario de la monarquía castellana, siendo aquel Alfonso Raimundez á quien él intentó suplantar desde la cuna, (dado que no creamos meditase contra él otros mas criminales proyectos) quien llegó á tener á sus pies la corona

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aragonesa en la misma Zaragoza: sublime leccion para el Batallador orgulloso, si la muerte no le hubiera impedido aprovecharse de ella; pero presenciábala el pueblo que él acababa de engrandecer, que tambien Jos pueblos suelen ser llamados á presenciar el castigo de la ambicion de sus príncipes para que les sirva de saludable enseñanza.

Tambien la reina de Castilla pagó bien caras sus veleidades ó sus extravios. Parecia que un poder misterioso habia tomado á su cargo enviarle las amarguras mas propias para expiar aquellas flaquezas de su genialidad con que oscureció las virtudes varoniles de que por otra parte estaba dotada, y que con otra mesura y otra política hubieran bastado para hacerla una gran reina. Sus peligrosas preferencias é intimidades con los condes de Candespina y de Lara le atrajeron los rudos tratamientos de su esposo, los desvíos, defecciones y atrevidos procedimientos de algunos nobles, y las desenfrenadas murmuraciones y deshonrosas calificaciones de los burgeses: y el so→ brenombre de Hurtado con que era conocido uno de sus hijos, fruto de sus amores con el de Lara, cuya denominacion (si por eso se le aplicó) era como un cartel público de ilegitimidad, debió tambien mortificarla mucho como princesa y como señora. Si faltas pudo cometer como reina, si no fué cuerda su política, si no se mostró muy escrupulosa guardadora de los pactos, tambien tuvo que luchar con las inconse

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