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Napoleon para hacerse dueño de la Europa. Mas el convenio unido á aquel era de mayor importancia que el tratado mismo (Apéndice número 5o). En efecto, para poner en planta lo estipulado, firmaron el mismo dia un convenio, en virtud del cual las tropas francesas y españolas habian de ocupar á Portugal; concediendo á las primeras el paso por el territorio de la Península; medida que debia considerarse preparatoria para un gran cambio en la ecsistencia política de España, si se tomaba en cuenta la ambicion desmesurada de Napoleon y la ninguna importancia que daba á la eleccion de los medios propios para lograr el objeto que se proponia.

Tal era la situacion de los españoles y la ecsasperacion de los espíritus á consecuencia de los desórdenes á que se entregaba el gobierno, y del déficit que habia en las rentas, cuando los franceses comienzaron á ocupar la Península Ibera para ejecutar el convenio, siendo recibidos como libertadores y como amigos. Habíase jeneralmente estendido la instruccion por las clases elevadas de la sociedad, no obstante la poderosa oposicion del clero y las severas prohibiciones de la inquisicion, y vagos deseos de grandes reformas políticas ajitaban poco á poco los espíritus. La perspectiva de las riquezas y de la preponderancia de la nacion francesa despertó el orgullo nacional; y de allí emanó la opinion comun de que sus ejércitos no podian conducir sino á circunstancias favorables

y á mudanzas útiles y de importancia. Los españoles instruidos deseaban ardientemente ver establecida en su pátria la libertad de cultos; deseaban igualmente una representacion nacional, un sistema económico y judicial fundado en la sabiduria, en una palabra, todas las mejoras del estado social la cultura de la razon habia proporcionado á los pueblos modernos. Y alimentaban la esperanza de que todos estos bienes serian una consecuencia necesaria de la presencia de los soldados franceses.

que

Los ejércitos imperiales, mucho mas numerosos de lo que se habia estipulado en el convenio, se derramaron por Castilla la Vieja, Navarra, Vizcaya y Cataluña, y se posesionaron de ellas sin esperimentar la menor resistencia, apoderándose de las principales ciudades fortificadas de estas provincias. En todas partes donde se presentaban los franceses eran bien recibidos de los habitantes, principalmente de las clases elevadas, que los trataban magníficamente y vivian con ellos en las mas perfecta armonía. Al principio el pueblo no tuvo motivo para quejarse de violencias ni de falta de disciplina; porque si un soldado frances cometia el menor esceso, acto continuo le castigaban severamente sus oficiales. Procuraban estos por todos los medios posibles captarse el afecto del pueblo y del ejército español, que lejos de recibir las tropas francesas con animosidad aguardaba que su organizacion y su disciplina serviria de

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modelo al ministerio español para arreglar las fuerzas nacionales bajo el mismo pie.

Al propio tiempo la impaciencia natural de Napoleon, y el veemente deseo que le ajitaba de cumplir prontamente sus proyectos sobre la Península, estimuláronse aun mas con la discordia que reinaba en la familia real y con la situacion moral en que ésta discordia colocaba el pais. No ignoraba el Emperador que apesar de la buena intelijencia que hasta entonces habia reinado entre sus tropas y los españoles, la ocupacion militar del territorio hispano podria con el tiempo encontrar poderosos obstáculos. Conocia igualmente que el interés jeneral que inspiraba el príncipe de Asturias despertaria un dia el carácter nacional y sacaria la España del profundo letargo en que yacia. No dudaba que la carta que el principe le habia escrito, y la conducta que el marques de Beauharnais su embajador, habia observado en Madrid, hacian creer á los españoles y á la Europa entera que la córte de Francia estaba dispuesta á favore cer y patrocinar las ideas y las esperanzas del he redero de la corona; y por resultado de todas es tas consideraciones preveia las grandes dificultades que se opondrian á su proyecto de ceñir á un Bonaparte la brillante diadema de las Españas.

Habíase ya puesto en planta, en parte, el trata. do de Fontainebleau con la entrada de las tropas francesas, cuando destronada la familia real de Etruria llegó á Madrid buscando un asilo en el

palacio de sus antepasados. Napoleon no podia diferir por mas largo tiempo la ejecucion de su gran proyecto, sin esponerse al peligro de que se frustrára en todos sus puntos. Sintió vivamente la violencia de la crisis á que se veia arrastrado; y asi es que nunca pareció ni mas ajitado ni mas irresoluto. Los ministros franceses llamaban de contínuo al principe de Masserano, embajador de España, y á don Eujenio Izquierdo, ajente de Godoy, para que aclarasen las dudas é incertidumbres de su espíritu. En fin no le fue posible ocultar por mas largo tiempo sus pensamientos; y sin miramiento á los tratados ecsistentes que habian sido ya sancionados por la reunion de la Toscana al imperio frances, envió á Izquierdo á Madrid en el mes de febrero de 1808, para declarar á Cárlos IV que en el estado actual de Europa, el interés de la Francia ecsijía imperiosamente la reunion al imperio frances de las provincias situadas entre los Pirineos y el Ebro. »El Emperador esperaba, mandábale decir, que el gabinete español se conformaria con sus deseos, y ofrecia en compensacion á S. M. C., Portugal entero y todas las ventajas que le pareciesen compatibles con la seguridad y la dignidad del solio imperial."

Napoleon ordenó á Izquierdo partir á Madrid en posta y traerle la respuesta con toda la cele. ridad posible: porque de esta respuesta debian depender las medidas ulteriores que irrevocablemente tomaria segun las circunstancias. No contento

con esto, despachó á la villa y córte madrileña un correo tras otro; y en el intérvalo mandó á su guardia imperial que se acercase á los Pirineos. La Francia entera se puso en movimiento, haciendo nuevos sacrificios de hombres y de dinero.

Antes de la llegada de Izquierdo, el príncipe de la Paz habia conocido las fatales consecuencias de su docilidad y preveido los resultados que debian necesariamente seguir á las medidas estraordinarias que se tomaban relativamente á España. >>Tengo muy grandes temores, decia escribiendo á Izquierdo el tratado no ecsiste ya; el reino se ve inundado de tropas; están á punto de ocupar las fronteras de Portugal; Junot manda en jefe, y el gabinete frances ha ecsijido el continjente de nuestras tropas que van á unirse á las del emperador Napoleon. Todo es intriga y falsedad. ¿Cual será el fin de tanta incertidumbre?"

No tardaron en desvanecerse las tinieblas. El mensaje de que era portador Izquierdo no dejaba dudas sobre las verdaderas intenciones de Bonaparte. Por otro lado sus propias observaciones y las noticias que habia adquirido en Francia de hombres muy al corriente de los públicos negocios y de las intenciones del gobierno de las Tullerias, eran todavia, si cave, mas alarmantes. Efectivamente; demostró con toda claridad que el Emperador deseaba una respuesta negativa para tener un pretesto de tomar medidas fuertes y decisivas; que los comandantes de las tropas france

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