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ba tan singular coincidencia. »V. M. se admirará quizas, replicó Lozano de Torres; pero yo no: porque estoy moralmente seguro de que cualquiera cosa que suceda á V. M. me sucederá tambien á mi; y que V. M. no puede ser feliz ó desgraciado sin que yo lo sea igualmente."

Lozano, sin embargo, vió estinguido el afecto de Fernando y cayó de su gracia algunos meses antes de la revolucion. El monarca mandó ecsaminar sus papeles y se apoderó de algunos que importaba mucho á Lozano que no hubiesen caido entre sus manos. Desterróle en seguida de Madrid y habló frecuentemente de él con sumo desprecio.

La anécdota anterior nos recuerda lo que aconteció á Ballesteros antes de esta época. Fernando iba á verle casi todos los dias cuando era ministro de la guerra, y pasaba con él horas enteras en un pueblecillo de las cercanias de Madrid, donde el jeneral se habia retirado á causa de su salud. Un dia díjole el rey, que habia muchos negocios que despachar y que no pudiendo verificarlo sin la asistencia del ministro, le rogaba que volviese á Madrid. Trasladóse Ballesteros á la córte, y en vez de los negocios que creia, encontró un decreto que le ecsoneraba del ministerio y le desterraba de la capital de la monarquía.

Cárlos IV y Maria Luisa vivian espatriados en Roma despues de la caida de Napoleon, y el restablecimiento de los Borbones al trono de Fran

cia. Poseia la reina Maria Luisa muchos y magníficos diamantes, y Fernando mandó á su embajador Vargas que los reclamase como pertenecientes á la corona. Vargas ejecutó su comision con poca delicadeza para mas agradar á su amo, porque no cabia en su pecho la idea de respetar el infortunio. La reina se negó á entregarlos, y declaró en presencia del cardenal Gonsalvi y de otros personajes distinguidos de la córte de Roma, que solamente los abandonaria cuando muriese y que preferiria arrojarlos al Tiber á enviarlos á su hijo. En efecto, los conservó toda su vida: mas apenas cerró los ojos, Vargas se apoderó de ellos y llevó su celo al estremo de arrebatar del dedo de la reina un anillo de oro de poco valor, que habia manifestado querer llevar consigo al sepulcro.

Cárlos y Maria Luisa legaron en su testamento pensiones considerables á los que les habian seguido á su destierro, y Fernando las reconoció todas, á escepcion de las que pertenecian á indivi duos que habian manifestado afecto á Godoy.

Aunque todas las medidas del gobierno de Fer nando llevan el sello del mayor rigor, el carácter del monarca no era cruel; mas tenia la desgracia de ceder con demasiada facilidad á las sujestiones de los que le rodeaban. Copiaremos algunos detalles sobre su vida privada, sacados de la obra de Mr. Blaquiere, cuyo testimonio no es sospechoso, y que prueban la falsedad de algunas hablillas que circulaban relativas á Fernando,

,,En el trato es dulce y afable en palacio; y sus criados, á quienes trata siempre con bondad, le adoran. La reina Amalia, como muchas bellezas sajonas, es rubia y blanca, y tiene una fisono⚫ mía encantadora: forma un contraste agradable con sus cuñadas doña Carlota y doña Francisca, á las que distinguen sus negros cabellos y sus hermosos ojos. Fernando tiene veinte años mas que su esposa, y sin embargo la reina le ama en estremo y toda la familia real vive en la mas completa armonía. Veamos como emplea el monarca español el dia: se levanta á las seis y se consagra en las primeras horas de la mañana á los ejercicios relijiosos se desayuna en compañía de la reina, bablando familiarmente, mientras lo verifica con su médico ó con el capitan de guardias que está de servicio, y pasa en seguida una ó dos horas arreglando los asuntos de su casa y de la administra cion interior. Sale despues en su berlina con un solo criado y sin escolta alguna visitando en sus paseos algun establecimiento público ó sus casas de campo. De tiempo en tiempo consagra esta par. te del dia al recibimiento de los embajadores, de los grandes de España etc. A las cuatro come S. M. rodeado de la familia, y se retira en el acto á fu mar sus cigarros: síguese despues un corto paseo en coche con la reina, y vuelto á palacio dá una audiencia pública, á la que nunca falta, y en la que admite á toda clase de personas indistintamen. habiendo observado algunas veces en ella á in

dividuos que pedian limosna por las calles. Cuando los demandantes se retiran, pasa á un gabinete con sus secretarios para ecsaminar los memoriales que ha recibido. No trascurre un solo dia sin que despache con los ministros. En las horas restantes el monarca lee ú oye música: el príncipe es amante de la lectura, y durante su permanencia en Valencey tradujo en lengua española algunas obras francesas." (1)

Era Fernando de mediana estatura, el rostro largo, el color pálido, y padecia habitualmente ataques de gota muy violentos: á esta enfermedad y á los padecimientos de su niñez, debia el aparentar mas años de los que realmente tenia. Sus facciones eran muy marcadas, y quizás algo desmedidas: su mirada no carecian de viveza. El hábito que habia contraido de fumar contínuamente, comunicaba mal olor á su aliento: la movilidad de sus facciones era tal, que los mejores artistas hallaban dificultades para sacar la semejanza de su cara sus jestos eran siempre vivos y algunas veces violentos. Hablaba aprisa, y en todas sus ac. ciones se veía el sello de su jénero de conversacion: no le dominaba pasion alguna, y aborrecia la caza tanto como la habia amado su padre. Sus modales con los que gozaban de su intimidad tras

(1). Véanse Lettr. de Blaquiere sur l'Espagne, tom. II 1821.

pasaban los límites ordinarios del trato familiar; y aun en las audiencias particulares que concedia á las personas que le recomendaban sus favoritos, scntábase en un sofá, fumaba su cigarro y hablaba sin ceremonia con aquellos á quienes veía por vez primera. En último resultado, su carácter era tan dificil de definir, que las personas que le trataron una gran parte de su vida no llegaron á conocerle á fondo.

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