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«la corte en el último desconsuelo hasta las dos de la tarde del 34 de octubre, «<á la cual hora, cuando estaban mas perdidas las esperanzas de todos, co«menzó á recobrarse S. M. volviendo sobre sí, con un sudor benigno que lo «duró cerca de media hora, los pulsos altos y descubiertos, y con vigor, y capetencia al alimento proporcionado, y con algunas horas de reposado sueño, «la cual favorable novedad, que casi se tuvo por milagrosa, continuó toda «aquella noche y la mañana del 1.o de noviembre, llegando á respirar las es«peranzas casi muertas de todos sus buenos vasallos, fué Dios servido, por sus «altísimos juicios y merecido castigo de nuestros pecados, que á la hora do «medio dia sobresaltase á S. M. el mismo accidente de fiebre maligna, y le«targo con tanto rigor y violencia que le arrebató la vida entre dos y tres de «aquella tarde 4.0 de noviembre, dejándonos solamente el consuelo de su pre«meditada y cristiana muerte (1).»

Fallecido que hubo el rey, procedióse á abrir el misterioso testamento con toda la solemnidad que el caso requeria, llenándose hasta las antecámaras y salones de palacio de magnates del reino y de ministros estrangeros, impacientes todos por saber el nombre del futuro rey de España, y principalmente los embajadores francés y austriaco, los dos mas interesados, y que ignoraban ó afectaban ignorar al contenido del documento. Cuéntase que estando todos en esta espectativa, y saliendo á anunciarlo el duque de Abrantes, saludó con mucha afectuosidad al embajador de Austria, y despues de cruzarse muchas cortesías, le dijo el duque: «Tengo el mayor placer, mi buen amigo, y la satisfaccion mas verdadera en despedirme para siempre de la ilustre casa de Austria (2).» Sobrecogido se quedó el de Austria con tan pesada burla, tanto como se vió pintado el júbilo en el semblante del embajador francés Blecourt.

Era en efecto el designado en el testamento de Cárlos para sucederle en todos los dominios de la monarquía española el nieto de Luis XIV., hijo segundo del Delfin de Francia, Felipe duque de Anjou, y en el caso de que éste heredara aquel trono ó muriera sin hijos, era llamado al de España su herma

(1) Gaceta de Madrid del 2 de noviembre fechas.-Equivocase igualmente este histode 1700.-No sabemos como el señor Cáno- riador en dar á Cárlos II. 37 años de reinavas, en su Decadencia de España, pudo do, habiendo sido solos 35, de los 39 que vicaer en el error de suponer todos estos úl- vió: pequeñas inexactitudes, pero notables timos sucesos de la vida de Cárlos II., in- tratándose de cosas tan averiguadas y clusa su muerte, como acontecidos en el sabidas. año 1704.-Tambien William Loxe, en su España bajo el reinado de la casa de Borbon, dice en dos ó tres partes haber muerto el rey en 3 de noviembre, equivocacion estraña habiendo tantos y tan públicos documentos para comprobar la exactitud de las

(2) Memorias de San Simon.-Otra cosa semejante parece que pasó en Versalles al embajador austriaco con el ministro Torcy, segun las Memorias secritas del marqués de Louville

no menor el duque de Berry. Designábase en tercer lugar al archiduque Carlos de Austria, hijo segundo del emperador, y á falta de éstos pasaria la corona al duque de Saboya y sus descendientes, con las mismas condiciones (1).

Tan pronto como la junta de gobierno entró en el ejercicio de su cargo, se despachó un correo á la córte de Francia con copia del testamento y con cartas de la junta para Luis XIV. suplicándole reconociese al nuevo soberano de España, y le permitiese venir á tomar posesion de su reino, pero con órden al portador para que en el caso de que Luis no aceptase la herencia prosiguiese hasta Viena y ofreciese la corona al archiduque Carlos. Hallábase la córte de Francia en Fontainebleau cuando llegó el mensagero: para justificar Luis su conducta ante los ojos de Europa, negóse á recibir al embajador hasta oir el parecer de su consejo de Estado, que convocó en efecto, y en él se discutió sériamente, como si no fuese cosa harto acordada, si se aceptaria ó nó el testamento de Carlos. Decidióse afirmativamente, á escepcion de un voto que hubo por el tratado de particion, y entonces Luis, fingiendo todavía dejarse ganar por las razones de su consejo y de su hijo, declaró que le aceptaba, recibió al embajador, y despachó un mensage á Madrid con su respuesta á la junta (2). Acompañaba á esta respuesta una carta confidencial de letra

(1) La cláusula del testamento decia: «Y reconociendo, conforme à diversas consultas de ministros de Estado y Justicia, que la razon en que se funda la renuncia de las señoras doña Ana y doña Maria Teresa, reinas de Francia, mi tia y hermana, á la sucesion de estos reinos, fué evitar el perjuicio de unirse á la corona de Francia; y reconociendo que viniendo á cesar este motivo fundamental, subsiste el derecho de la sucesion en el pariente mas inmediato, conforme á las leyes de estos reinos, y que hoy se verifica este caso en el hijo segundo del Delphin de Francia: por tanto, arreglándome á dichas leyes, declaro ser mi sucesor (en caso que Dios me lleve sin dejar hijos) el duque de Anjou, hijo segundo del Delphin, y como á tál le llamo á la sucesion de todos mis reinos y dominios, sin escepcion de ninguna parte de ellos; y mando y ordeno á todos mis súbditos y vasallos de todos mis reinos y señoríos, que en el caso referido de que Dios me lleve sin sucesion legitima, le tengan y reconozcan por su rey y señor natural, y se le dé luego y sin la menor dilacion la posesion actual, precediendo el juramento que debe hacer de observar las leyes, fueros y costumbres de dichos mis roiТомо їх.

nos y señoríos. Y porque es mi intencion, y conviene asi á la paz de la cristiandad, y de la Europa toda y á la tranquilidad de estos mis reinos, que se mantenga siempre desunida esta monarquía de la corona de Francia, declaro consiguientemente á lo referido, que en caso de morir dicho duque de Anjou, ó en caso de heredar la corona de Francia, y preferir el goce de ella al de esta monarquía, en tal caso deba pasar dicha sucesion al duque de Berry, su hermano, hijo tercero del dicho Delphin, en la misma forma....D -El testamento const de cincuenta y nueve articulos. Es documento bien conocido, y corre ya impreso en varias publi caciones.

(2) Hé aqui los dos últimos párrafos de la carta de Luis XIV. «Aceptamos pues á favor de nuestro nieto, el duque de Anjou, el testamento del difunto rey catolico, y nuestro hijo el Delfin lo acepta igualmente, abandonindo sin dificultad los justos é incontestables derechos de la difunta reina, su madre y nuestra amada esposa, como los de la difunta reina, nuestra augusta madre, conforme al parecer de varios ministros de Estado y Justicia, consultados por el difunto rey de España; y lejos de reservar para si 42

del mismo Luis al cardenal Portocarrero (12 de noviembre, 1700), mostrándose agradecido á sus servicios y á la parte tan principal que habia tenido en que se diese á su nieto la corona, y ofreciéndole su proteccion y que el jóven soberano se guiara por sus consejos (1). El portador de estos pliegos llegó á Madrid el 24 de noviembre, y el 23 se anunció que el rey cristianísimo habia premiado los servicios del marqués de Harcourt con la merced de duque y de par de Francia, y que volvia á enviarle á España de embajador. El 24 se hizo en Madrid la solemne proclamacion del rey Felipe V. con gran ceremonia, llevando los pendones como alférez mayor el marqués de Francavilla, acompañado del corregidor don Francisco Ronquillo y de todo el ayuntamiento (2).

Verificábanse casi al mismo tiempo en el palacio de Versalles escenas y ceremonias imponentes á presencia de toda la familia real, de todo lo mas ilustre y elevado de la Francia, y de todos los representantes de las naciones estrangeras. «El rey de España os ha dado una corona, dijo Luis XIV. á su nieto «<ante aquella esclarecida asamblea; vais á reinar, señor, en la monarquía mas «vasta del mundo, y á dictar leyes á un pueblo esforzado y generoso, célebre en «todos los tiempos por su honor y lealtad. Os encargo que le ameis, y merez«cais su amor y confianza por la dulzura de vuestro gobierno.» Y dirigiéndose al embajador de España: «Saludad, marqués, le dijo, à vuestro rey.» El embajador se inclinó respetuosamente y le dirigió una breve arenga.-«Sed «buen español, que ese es vuestro deber, le dijo otra vez Luis al nuevo sobe«rano: mas recordad que habeis nacido francés, á fin de que conserveis la <<union de ambas coronas. De este modo hareis felices á las dos naciones y con

parte ninguna de la monarquía sacrifica su propio interés al deseo de restablecer el antiguo esplendor de una corona, que la voJuntad del difunto rey católico y el voto de los pueblos confian á nuestro nieto el duque de Anjou. Quiero al mismo tiempo dar á esa fiel nacion el consuelo de que posea un rey que conoce que le llama Dios al trono, á fin de que impere la religion y la justicia, asegurando la felicidad de los pueblos, realzando el esplendor de una monarquía tan poderosa, y asegurando la recompensa debida al mérito, que tanto abunda en una nacion igualmente animosa que ilustrada, y distinguida en el consejo y en la guerra, y finalmente en todas las carreras de la iglesia y del estado.

«Dirémos á nuestro nieto cuánto debe á un pueblo tan amante de sus reyes y de su propia gloria: le exhortamos tambien á que

no se olvide de la sangre que corre por sus venas, conservando amor á su patria; pero tan solo á fin de conservar la perfecta armonía tan necesaría á la mútua felicidad de nuestros súbditos y los suyos. Este ha sido siempre el principal objeto de nuestros propósitos; y si la desgracia de épocas pasadas no en todos tiempos nos ha permitido manifestar estos deseos, esperamos que este grande acontecimiento cambiará la faz de los negocios, de tal modo que cada dia se nos ofrezcan nuevas ocasiones de dar pruebas de nuestra estimacion y particular benevolencia á la nacion española. Por tanto etc.Firmado, Luis.»-Copia del Diario de Ubilla. (4) Memorias del marqués de San Felipe, tom. I.

(2) Gacetas de Madrid del martes 23 y martes 30 de noviembre de 1700.

«servareis la paz de Europa.» Y en seguida el jóven príncipe recibió los homenages debidos á la magestad.

La regencia de España manifestaba deseos de ver cuanto ántes al nuevo soberano, y asi le convenia para no dar lugar á las maquinaciones del Austria. El embajador D'Harcourt llegó anticipadamente á Madrid el 13 de diciembre, pero la salida del rey de París tuvo que diferirse hasta el 4 de enero inmediato. Al separarse de su real familia, le dirigió su venerable abuelo estas palabras memorables: «Estos son los príncipes de mi sangre y de la vuestra. De hoy más deben ser consideradas ambas naciones como si fueran una sola; deben tener idénticos intereses, y espero que estos príncipes os permanezcan afectos como á mí mismo. DESDE ESTE INSTANTE NO HAY PIRINEOS.»-Palabras, observa juiciosamente un escritor de aquella nacion, que anunciaron á Europa los resultados terribles que podian esperarse de la union de estas dos monarquías en la misma familia.

Acompañaron al monarca electo sus dos hermanos hasta la frontera, y so despidieron en la isla de los Faisanes, memorable por el famoso tratado en que quedó escluida para siempre la casa de Borbon de la sucesion al trono de España. ¡Qué contraste el de la venida de este príncipe con aquel tratado! (1).

Asi se estinguió en España la dinastía austriaca, que habia dominado dos siglos, reemplazándola la de los Borbones de Francia: gran novedad para un pueblo. Verémos cómo influyó en la condicion social de España el cambio de la raza dinástica de sus reyes.

(1) Memorias de Torcy.-Id. de San Si- morias secretas de Louvil mon.-ld. del Marqués de San Felipe.-Me

CAPITULO XV.

ESPAÑA EN EL SIGLO XVII,

I.

OJEADA CRÍTICA SOBRE EL REINADO DE FELIPE III.

Los reinados de Carlos I. y Felipe II. habian absorbido casi todo el siglo XVI. Los de los tres últimos soberanos de la casa de Austria llenaron todo el siglo XVII. Una dominacion de cerca de dos siglos no puede ser un paréntesis de la historia de España, como la llamó con mas ingenio que propiedad, un célebre orador de nuestros dias que ya no existe.

El primer periodo fué el de la mayor grandeza material que la España alcanzó jamás; el segundo fué el de su mayor decadencia. Aquel sol que en los tiempos del primer Cárlos y del segundo Felipe nacia y no se ocultaba nunca en los dominios españoles, pareció como arrepentido de la desigualdad con que habia derramado su luz por las naciones del globo, y nos fué retirando sus resplandores hasta amenazar dejarnos sumidos en oscuras sombras, como si todo se necesitara para la compensacion de lo mucho que en otro tiempo nos habia privilegiado.

«No conocemos, dijimos ya en otra parte, una raza de príncipes en que so diferenciáran mas los hijos de los padres que la dinastía austriaco-española.» Ya lo hemos visto. De Cárlos J. á Cárlos II. se ha pasado de la robustez mas vigorosa á la mayor flaqueza y estenuacion, como si hubieran trascurrido muchos siglos y muchas generaciones; y sin embargo el que estuvo á punto de hacer desaparecer la monarquía española no era mas que el tercer nieto del que hizo á España señora de medio mundo. Mas no fué la culpa solamente

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