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tado. Asi fué que el tiempo que permaneció en Barcelona aguardando los bageles de Francia, le empleó en dictar disposiciones para el gobierno de España durante su ausencia, en preparar y dar el destino conveniente á las tropas que habian de quedar y las que habian de irse, en proveer los principales mandos y puestos, especialmente los militares; y luego que llegaron los navíos de Francia con el vice-almirante conde de Estrées, y que todo estuvo listo para la jornada, despidióse tierna y cariñosamente de la reina, y dióse á la vela para Nápoles (8 de abril, 1702). Allá le seguirémos después, y daremos cuenta á su tiempo de lo que hizo en esta espedicion importante.

A los dos dias salió la reina camino de Zaragoza, con título de lugarteniente del reino, y con plenos poderes para celebrar las Córtes de Aragon, que estaban convocadas desde el 19 de marzo. Acompañóla el nuncio de Su Santidad, á quien encontró en Monserrate, el cual venia á suplicar al rey se inclinase á procurar la paz de Europa. La entrada de la reina en la capital de Aragon, fué saludada con las mismas demostraciones que antes se habian hecho al rey: tambien ella juró los fuetos y leyes del reino, y el 27 de abril (1702), despues de haber regalado una preciosa joya á la Vírgen del Pilar, abrió las Cortes, esplicando los motivos de la jornada del rey á Italia, pidiendo que confirmasen, moderasen y corrigiesen sus leyes y fueros, segun les aconsejára su prudencia, y suplicando concluyesen lo mas brevemente posible las Córtes en atencion al estado de la monarquía.

Sin embargo, no pecaron tampoco estas Córtes de dóciles y complacientes. Sin faltar en nada á la reina, y atentos con ella los aragoneses, mostráronse remisos en otorgar los subsidios, recelosos de la autoridad real, y severos en rechazar todo aquello de que sospecharan que podia lastimar, siquiera fuese indirectamente, sus fueros.

Las Córtes hubieron de suspenderse y cerrarse, prorogándose para de alli á dos años, á causa de haber recibido la reina un despacho del rey, en que la prevenia que se trasladára con urgencia á Madrid, y entonces los cuatro brazos del reino acordaron hacerle un donativo de 100,000 pesos. S. M. se apresuró á enviar este débil socorro á su marido para las necesidades de la guerra, y partió de Zaragoza muy satisfecha del afecto personal que le habian mostrado los aragoneses (16 de junio, 1702). En aquel despacho nombraba el rey una junta de gobierno que habia de auxiliar á la regente, compuesta del cardenal Portocarrero, de don Miguel Arias, ya electo arzobispo de Sevilla, del duque de Montalto, el marqués de Mancera, presidente del consejo de Aragon y de Italia, el conde de Monterrey, del de Flandes, el duque de Medinaceli, del de Indias, el marqués de Viliranca, mayordo

mo mayor de S. M., y secretario don Manuel de Vadillo y Velasco (4) ► Llegó la reina á Madrid el 30 de junio. Con un talento, una prudencia y una política admirable en sus cortos años (que contaba solamente catorce), habia prevenido que se escusasen de hacer para su recibimiento comedias, ni toros, ni otra clase alguna de regocijos, pues que estando el rey ausente no queria que se hiciesen gastos ni alegrías públicas, y se contentó con que la aguardasen en palacio, donde se encaminó en derechura, y sin ostentacion, ni aparato, ni ruido. A todos asombró la modestia, el desinterés, la rectitud, la discrecion, la inteligencia y afan con que la jóven María Luisa se consagró desde su llegada al despacho de los negocios públicos, asistiendo diariamente á las sesiones de la junta de gobierno, haciéndose respetar de todos los consejeros, enterándose con admirable facilidad de los asuntos, no habiendo consulta que no examinára, ni papel que no leyéra, ni queja que no escuchára, sin vérsele nunca ni en las diversiones ni aun en los paseos, adicta siempre á remediar las necesidades de los pueblos, y á que no faltáran al rey los posibles socorros. «Esta ocupacion, solia decir con aire jovial, es sin duda muy honrosa, pero no es muy divertida para una cabeza tan jóven como la mia, sobre todo no oyendo hablar á todas horas sino de las necesidades urgentes del tesoro y de la imposibilidad de salir del paso.»

Asistiéndola y ayudándola con lealtad su camarera la princesa de los Ursinos, reformaron entre las dos las costumbres interiores de palacio: prohibieron los galanteos de las damas y camaristas que estaban tan admitidos y fueron causa de tanta murmuracion en los reinados anteriores, é hicieron del régio alcázar una casa de virtud y recogimiento.

Con una política que no habria ocurrido á un hombre de madura edad y esperiencia, cada vez que recibia noticias del rey, no se contentaba con comunicarlas al consejo y á los grandes, sino que ella misma saliendo á un balcon de palacio las ponia verbalmente y en alta voz en conocimiento del pueblo para satisfaccion de sus vasallos; con cuyo motivo siempre que se sabia haber llegado despachos de Italia, acudian las gentes á la plaza de palacio an • siosas de oir de boca de S. M. noticias de la salud de su rey y de los sucesos de la guerra (2).

Semejante conducta no pudo menos de captarle la admiracion, la confianza y el cariño de Luis XIV., en términos que á las cartas en que le pedia consejos contestaba lleno de entusiasmo: «No consejos, sino elogios es lo que debo y quiero daros: seguid como hasta aquí vuestras inspiraciones, á que podeis

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«<entregaros con toda seguridad: sin embargo, no os negaré los consejos de mi «experiencia, pero cierto estoy de que los adivinaréis vos, y de que solo tendré «que admiraros y renovar la seguridad de la ternura que os profeso.» No era solo Luis XIV. el que pensaba asi: uno de los españoles mas ilustrados de la época escribia, hablando de la reina, estas notables palabras: «Su espíritu se «descubria tanto mas, cuanto excedia á toda humana comprension: y asi en <«<su gobierno todos fueron aciertos, y si hubiese sido sola, se habrian vis«to milagros.>>

El pueblo y la córte de España, con solo cotejar el comportamiento de su nueva reina con el de las últimas princesas austriacas que habian ocupado el trono de Castilla, habrian tenido sobrado motivo para felicitarse del cambio de dinastía, y la jóven María Luisa de Saboya habria excitado mas el amor popular, á no haber encontrado la córte minada por las intrigas de los alemanes, los consejeros y ministros divididos entre sí, en mal sentido algunos magnates, aborrecido Portocarrero del pueblo por su carácter, su conducta, su ambicion y su incapacidad, y ofendido el orgullo español de la sumision á la influencia francesa, que se ponderaba de propósito, y á la que habia empeño en atribuir todas las desgracias de la monarquía.

Pero es tiempo ya de dar cuenta de la situacion en que habia colocado á España respecto á las potencias de Europa el testamento de Cárlos II. y el advenimiento de un soberano de la familia de Borbon, y de los importanti: imos sucesos á que habia dado ya lugar por este tiempo una novedad de tanta trascendencia,

CAPITULO II.

PRINCIPIO DE LA GUERRA DE SUCESION.

FELIPE V. EN ITALIA.

De 1701 á 1703.

Reconocen algunas potencias á Felipe V. como rey de España.-Esfuerzos de Luis XIV. para justificarse ante las naciones de Europa.-Niégase el Imperio á reconocer á Felipe.-Conducta de Inglaterra y de Holanda.-Invasion francesa en los Paises Bajos.Conspiracion en Nápoles, movida por el emperador.-Jornada de Felipe V. á Nápoles.Espíritu y comportamiento de los napolitanos con el rey.-Pasa Felipe á Milan.-Pónese al frente del ejército.-Guerra en el Milanesado.-Derrota Felipe el ejército austriaco orillas del Pó.-Uniforma las divisas de las tropas francesas y españolas.-Arrojo y denuedo del rey en los combates.-El principe Eugenio: el duque de Saboya: Vendôme: Crequi.-Elogios que hace Luis XIV. de su nieto.-Retírase Felipe á Milan con ánimo de regresar a España.-Causas de esta resolucion.-Conducta indiscreta del monarca francés.-Inglaterra y Holanda juntamente con el Imperio declaran la guerra á Francia y España.-Guerra en Alemania y en los Paises Bajos.-Espedicion naval de ingleses y holandeses contra Cádiz.-Miserable situacion de Andalucía.-Apuros de la corte. Resolucion heróica de la reina. Frústrase el objeto de la espedicion anglo-holandesa.-Lastimosa catástrofe de la flota española de Indias en el puerto de Vigo. Prudencia y serenidad de la reina María Luisa.-Defeccion del almirante de Castilla.-Regresa Felipe V. á España.-Decreto notable espedido desde Figueras.-Aclamaciones y festejos con que es recibido en Madrid.

Habia sido Luis XIV. bastante hábil para conseguir que fuera sin dificu!tad reconocido y proclamado su nieto Felipe como rey de España, asi en los Paises Bajos, que gobernaba el elector de Baviera, como en Milan, donde estaba de gobernador el príncipe de Vaudemont, súbdi o austriaco, y como en

Nápoles, cuyo vireinato tenia el duque de Pópoli. Respecto á las potencias estrangeras, empleando alternativamente la amenaza y el halago, logró que le reconociera Portugal firmando un tratado de alianza con Luis; ganó al duque de Saboya negociando el enlace de su hija con Felipe, y lisonjeando al piamontés consiguió poner guarnicion francesa en Mantua para ir asegurando la Italia. Supo tambien atraerse en Alemania á los electores de Colonia Y de Sajonia, y al obispo de Munster.

Por lo que hace al Imperio, y á las potencias marítimas con quienes habia hecho los tratados anteriores de particion, de sobra conocia Luis XIV. que no habian de resignarse ni permanecer pasivas á vista del poder colosal que adquiria la Francia ocupando el trono de España un príncipe de la casa de Borbon. Por eso, aunque el monarca francés estaba bien convencido de que en último resultado la cuestion habia de decidirse por las armas, y no se habia descuidado en prepararse para la guerra, intentó sin embargo justificar su conducta, y al comunicar oficialmente á aquellas naciones la aceptacion del testamento de Carlos II. y el advenimiento de Felipe al trono de España, lo presentó como un acto de necesidad, como un sacrificio de los intereses de la Francia hecho en obsequio de la paz de Europa, la cual habia de asegurar mejor que los tratados de particion, protestando su deseo de conservar la buena armonía con aquellas potencias, y la integridad y la independencia de la monarquía española (4).

Era evidente que no habian de bastar tales disculpas para tranquilizar aquellas naciones, que sobre conocer la desmedida ambicion del monarca francés y sus artificios, comprendian demasiado que aunque pareciesen dos dominaciones distintas la de Felipe de Anjou y la de Luis XIV., el interés de familia las habia de confundir, y lejos de fiarse de sus pacificas promesas, suponíanle el pensamiento de realizar sus antiguos designios, de unir otra vez el Portugal á España, las Provincias Unidas de Holanda á los Paises Bajos españoles, de restablecer en el trono de Inglaterra á los Estuardos, y sobre todo de colocar con el tiempo en una misma cabeza las dos coronas de Francia y de Castilla. Luis XIV. habia cometido la grave falta de dar lugar á este juicio, dejando traslucir este pensamiento en sus cartas patentes de diciembre de 1700 con ciertas palabras proféticas (2). Sin embargo, ni Inglaterra ni Holanda se declararon al pronto contra él. Solo el emperador Leopoldo se negó abierta y resueltamente á reconocer el testamento de Cárlos II.,

(1) Memoria enviada por Torcy al embajador de Inglaterra.-Carta de Luis XIV. al embajador francés conde de Briond.-Obras de Luis XIV., tom. VI.

(2) Cartas patentes de Luis XIV. para conservar á Felipe V. sus derechos eventuales á la corona de Francia. Memorias de Lamberty, tom. I.

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